sábado, 21 de abril de 2012

JOSÉ LUIS TORRES ANTE LA CONDICIÓN HUMANA


 
Por María Luisa Rubinelli

José Luis Torres nació en el Noroeste de Argentina, en Tucumán, el 21 de enero de 1901. Según él mismo declara en sus escritos, abandonó los estudios en el quinto grado de la escuela primaria en medio de conflictos con su padre. A partir de entonces, su educación tuvo carácter asistemático. Ejerció variados oficios para subsistir: dependiente de ferretería, empleado de biblioteca, de oficina, obrero de ingenio azucarero, conductor de automóviles de alquiler. Sin embargo, la actividad en que se destacó fue el periodismo, que desarrolló en periódicos de Tucumán, Salta, Jujuy y, luego de 1930, de Buenos Aires, asumiéndose "Siempre, por temperamento, por vocación y por deber, agitador de rebeldías". Su formación autodidacta incluyó el estudio de la historia, la economía, la situación social y política, a nivel nacional y latinoamericano. A lo largo de su vida se empeñó en denunciar los proyectos y acciones de expansión de sus intereses por parte de los EEUU, así como el sometimiento que las oligarquías nacionales ejercían sobre los sectores populares, condenados a indignas condiciones de vida. Se ocupó especialmente de la situación de los trabajadores de los ingenios azucareros en las provincias del Noroeste, luchó contra los atropellos y negociados de los políticos conservadores, y posteriormente de los radicales. Alentó el advenimiento del peronismo, a cuyo espíritu nacional adhirió. Escribió numerosas obras de denuncia en formato de folletos, libros -editados con esfuerzo propio y ayuda de amigos- y artículos periodísticos. Falleció el 4 de noviembre de 1965. Aunque nunca se reivindicó como filósofo y desconfió de los pensadores “académicos”, la preocupación que constantemente manifestara en sus escritos y en su vida por el compromiso patriótico, la dignidad del hombre y el ejercicio de la justicia, hace que en su producción se encuentren sustanciosos análisis acerca de las diversas dimensiones de la condición humana y de la sociedad. Para comprender la importancia del pensamiento de José Luis Torres es preciso ubicarlo en el contexto histórico, el de la segunda década del siglo XX:

El Tucumán [de la época] era una sociedad desgarrada por agudas contradicciones y violentos conflictos que enfrentaban a industriales azucareros, obreros y cañeros independientes. La provincia había conocido a fines del siglo XIX una verdadera revolución industrial y económica que había aumentado vertiginosamente la producción y había impuesto al país una legislación proteccionista para el azúcar y un sistema de subsidios que alentaba la exportación de los excedentes […] La modernización de la industria y el proceso de expansión vinieron acompañados […] de una drástica concentración de la producción fabril […] Tanto obreros como cañeros dependían […] del capricho del industrial. (Bravo de Salim y Campi: 1986: 1-2)

La concentración de los establecimientos productivos en manos de capitales cada vez más monopólicos produjo la quiebra de numerosos pequeños productores y su dependencia directa de aquéllos, así como la constitución de contingentes numerosos de obreros del azúcar. Las características mencionadas corresponden especialmente a la provincia de Tucumán, aunque en Salta y Jujuy también se haya desarrollado la producción azucarera.

El pensamiento y la acción

En octubre de 1925, José Luis Torres pronuncia su Conferencia Socialista en el marco de la realización de la Asamblea del Partido Socialista, celebrada en el Teatro Mitre, tradicional institución cultural jujeña[1]. Jujuy es por entonces una sociedad conservadora, de la que los capitales azucareros sustentan gran parte de la economía. De hecho, para justificar la publicación del texto de la conferencia, el periódico local se hace eco de la preocupación del conferencista por las condiciones de vida y trabajo de la clase trabajadora, a la que -paradójicamente- hace responsable final de su situación.
De estos años de la actuación pública de José Luis Torres recogimos varios textos que aparecen en El Heraldo entre 1925 y 1926 y, que por razones de ordenamiento, organizamos en dos momentos, según su temática. En el primero de ellos, Torres se propone divulgar los atropellos contra los trabajadores cometidos por los capitalistas (a veces extranjeros), dueños de los ingenios azucareros. En el segundo, asigna públicamente al gobierno de la Provincia la responsabilidad que, por ineficiencia o por complicidad, le cabe al no garantizar el cumplimiento de las leyes. La Conferencia se ubica en el primero de los momentos, y se organiza en torno a varios ejes. Torres denuncia la “dictadura de las chimeneas” (aludiendo a las de los ingenios) cuyos beneficiarios lucran a costa del hambre de los trabajadores y las subvenciones que el “Estado oligárquico” les otorga. El argumento que contribuye a legalizar ante los ojos de la sociedad este sistema contrario a los intereses económicos y políticos de la mayoría de la población de la provincia y de la nación, es el mismo que aparece reiteradamente a lo largo de nuestra historia: el aporte de estos empresarios al bienestar general está constituido por los puestos de trabajo generados. Pero las míseras condiciones en que viven esos trabajadores, con quienes comparte jornadas en el ingenio, aparecen manifiestas en varios de sus escritos en los que realiza denuncias muy concretas y precisas sobre las diversas formas de degradación a las que son sometidos por parte de capitalistas, extranjeros y nacionales. Por ello, plantea como prioridad la dignificación del proletariado jujeño. El primer paso en ese sentido lo constituye la denuncia de los abusos y el señalamiento de la debilidad del gobierno. Comparando a los dueños de los ingenios con los conquistadores españoles, explicita los delitos referidos: violación del derecho de jubilación, de libre comercio, de la libertad de la persona en sus variados aspectos. A los “contratistas” (intermediarios a quienes los industriales asignan pagos muy ventajosos para que se ocupen de reclutar población indígena para el inhumano trabajo en los ingenios) los califica de “traficantes de seres humanos”. Destaca el nivel de explotación al que resulta sometido el indio, que -sin embargo- es despreciado por sus patrones, siendo la fuente productora de sus riquezas. Menciona que se trata de población indígena proveniente del Chaco (en escritos posteriores incluirá a pobladores de la Puna y hasta de Bolivia ), transportada en las mismas condiciones que el ganado, en vagones destinados a animales en pie, que provee Ferrocarriles Argentinos.
La presencia de la población indígena se da de manera muy contundente en este texto, señalándose no sólo el maltrato de que es objeto, sino también el empleo en su contra de otros medios de exterminio: la falta de atención del paludismo, que hace estragos en esa población, y el fomento conciente del alcoholismo. Pone en boca de un ciudadano jujeño contemporáneo afirmaciones que ya Aristóteles empleara: los esclavos (en este caso como sinónimo de los indios) necesitan tener amos. De este modo se actualiza -en relación con la idea de la inferioridad del indio- uno de los argumentos que sostuviera la legitimidad de la conquista de la población de América, y contra el cual luchó Fray Bartolomé de Las Casas. Los atropellos, de que hace cómplice al gobierno, son calificados como contrarios a los intereses de los asalariados como personas, la civilización, la humanidad en su generalidad, y la Patria.
Sostiene la imperiosa necesidad de que la justicia cobre vigencia para que esa población logre, mediante el ejercicio de la razón - a la que relaciona con la luz, a la clásica manera del Iluminismo- gozar de las garantías de las leyes y la Constitución, es decir, para que sea incluida efectivamente entre la ciudadanía de una democracia real. En la segunda parte de las publicaciones periodísticas de esos años, divulga el pedido de juicio político que -como ciudadano- inicia contra el gobernador de la Provincia: Benjamín Villafañe, y su propia defensa, ante las acciones legales con que aquél le responde.
De un tibio reconocimiento al gobierno, por algunas tímidas actitudes a favor de los asalariados de los ingenios, pasa a un abierto enfrentamiento, y nuevamente recurre a la opinión pública como testigo de la veracidad de los delitos que le imputa, como co-responsable directo de la violación de las leyes, a favor de los industriales. Estos delitos son: usurpación de autoridad por ocultamiento de información a la justicia; retención de dineros públicos por cobro indebido de impuestos por parte de la administración de los ingenios; cohecho; atentar contra la libertad de comercio, en relación con denuncias contra la administración de los ingenios que realizara el Centro de Comercio e Industria de San Pedro ese mismo año (1925). Dada la silenciosa complicidad del poder ejecutivo provincial, recurre a una doble invocación: a la responsabilidad moral individual del funcionario a que se refiere, es decir a su propia conciencia, pero también a la sociedad, la cual debe reconocer o reprobar a quienes ejercen el gobierno y sancionarlos ante la constatación de la veracidad de las denuncias, que son “gritadas”[2] públicamente. De esta manera nadie queda eximido de la responsabilidad que como ciudadano le cabe. Con la prescindencia cómplice de gobiernos de funcionarios corrompidos por la obtención de beneficios personales de parte de los dueños de los ingenios azucareros. No había cumplido aún los diecisiete años cuando se produjo mi primera entrada en la policía, por el delito de escandalizar la tranquilidad de los privilegiados en procura de un mísero aumento de jornal para los trabajadores de una fábrica de azúcar.[…] lejos de amansarme en la comisaría que visité por vez primera se me encendió el alma como una pavesa, y se adentró en ella el convencimiento, cada vez más dominante, de que es un miserable el hombre que, pudiendo realizar algún esfuerzo por mejorar la vida de sus iguales, oprimidos por la injusticia y la mezquindad, se queda sin hacerlo por comodidad, por cobardía o por culpable indiferencia. (Torres: 1945: 25) Ese párrafo se constituye en significativa síntesis de lo que será la actitud de toda su vida. Para él no resulta justificable que el sentido de la vida de una persona sea la búsqueda del beneficio económico, si ello implica el sometimiento y explotación de otros hombres. En su concepción, no sólo es condenable el explotador, sino su cómplice: quien finge no ver la injusticia o no se compromete a combatirla. La preocupación por la propia dignidad siempre incluye la del otro, que así se reconoce y es reconocido como igual en derechos. Mientras dicha igualdad no sea reconocida, no existe, por lo que entonces los derechos humanos no dejan de constituir una proclamación vana y vacía.
Yo he visto en esa tierra [Tucumán] morirse de hambre al pueblo, y expandirse a un tiempo los bienes de los grandes oligarcas […] Los devoradores de tierras, llegaron a destruir bajo el imperio de la oligarquía regional, en mi provincia, principios y reglas para la distribución de la riqueza común, que tienen hondas raíces en la historia. (Torres: 1953: 41)
El proceso de acumulación de tierras por parte de los dueños de los ingenios significó la apropiación -en base a la acumulación de deudas imposibles de cancelar- de las propiedades de una multitud de pequeños productores, y la extensión del monocultivo del azúcar, que reemplazó a la diversidad antes existente. La concentración del poder económico implica también la del político. El discurso que legitima este proceso invoca la importancia y necesidad del progreso, presentado como opuesto antagónicamente a la tradición. Según este discurso, la tradición debería limitar su vigencia a la música vernácula, a la reminiscencia de antiguas creaciones populares que merecen ser recordadas como expresión de un espíritu poco acorde al progreso de la sociedad. A la manera de Sarmiento, relaciona la agresiva avidez por el desarrollo de nuevas formas de producción, con el espíritu de las naciones industrializadas -en especial las de habla inglesa-, y la fuerza de la tradición con el legado español en estas tierras. Pero -respecto a la concepción sarmientina- realiza una inversión en la asignación de valores a estas diferentes “formas de vida”. Mientras la primera se expande a costa de la explotación de la naturaleza y el hombre, generando formas de vida degradadas para el pueblo, la segunda se sustentaría en una concepción de justicia distributiva que estaría asentada en pequeñas unidades de producción. Al igual que otros pensadores de su época, opone la América de “origen” español a la fuerza expansionista de los capitales ingleses primero y de EEUU después.
Aludiendo a la historia de uno de los ingenios azucareros de la provincia de Jujuy, el entonces Leach´s Argentine Estates Ltd., originariamente La Esperanza, sostiene que, en general:
Mientras la riqueza nacional yacía en estado potencial o recién afloraba débilmente, la riqueza nacional permaneció en manos de los nativos. Pero apenas surgía en todo su vigor gracias al esfuerzo de los mismos, caía en poder de capitalistas llegados de lejos, porque nada, fuera de lo que era inglés o por lo menos de los que hablaban ese idioma era compatible con la civilización y el progreso en los tiempos gloriosos del Imperio. (Torres: 1953: 49-50)
De la misma manera denuncia los atropellos en contra de los obreros azucareros en otros ingenios de Jujuy:
La Mendieta, entonces de propiedad de capitales suizos,
Ledesma Sugar Estates and Refining Co. Limited, propiedad de Enrique Wollmann, que visitó en compañía de Juan B. Justo hacia 1928, al igual que El Tabacal (Salta), adquirido por Robustiano Patrón Costa con un crédito millonario del Banco de la Nación.
En todos contrastan las condiciones de vida de los obreros con las de los propietarios, quienes funcionan como gobierno absoluto dentro de sus propiedades, haciendo cumplir las leyes sancionadas a su favor, e incumpliendo las que contrarían alguno de sus intereses, ejerciendo el poder de policía, de justicia y el dominio absoluto sobre las vidas de sus operarios. Sin embargo, es conciente de que no sólo en los ingenios se vive de esta manera: la Standard Oil Company también ejerce poder de gobierno, justicia y policía en la provincia de Salta, al extremo de dictar bandos ofreciendo recompensa por la captura “vivos o muertos” de dos asaltantes de unos pagadores de la empresa (Torres:1953). En el mismo año, 1928, luego de una visita realizada en compañía de la comitiva del General Enrique Mosconi al campamento Vespucio de Yacimientos Petrolíferos Fiscales, escribe: El petróleo es riqueza suficiente para asegurar la libertad económica de un pueblo […] pero puede ser también un instrumento de dominación al revés. Los países que no se apresuraron a asegurar sus yacimientos […] deberán enfrentar un combate largo y sin tregua, en el que no debe descartarse la amarga posibilidad de que la soberanía nacional quede para siempre comprometida.(Torres: 1928:555-556)
Como ocurre con otros muchos pensadores latinoamericanos, el autor que nos ocupa no ha sido un crítico que separara su actuación profesional de la práctica y la lucha por sus ideas. Durante su vida soportó encarcelamientos y por momentos dificultades para obtener un puesto de trabajo, pero ni estas adversidades -asumidas responsablemente- ni los ofrecimientos de beneficios económicos, lograron que se impusiese un cómodo y prudente silencio. Se preocupó por denunciar negociados de tierras, del servicio de electricidad, del transporte, de los ferrocarriles, de frigoríficos, y otros, basados en lo que califica de traición a la patria por parte de quienes, ejerciendo funciones públicas o buscando el incremento de su propio beneficio económico (capitales agroexportadores), actuaron a favor de los intereses británicos primero, y estadounidenses luego, pero siempre en contra del país y de sus ciudadanos, sobre todo de los más humildes. En sus análisis deslinda con claridad las responsabilidades atinentes a los grupos de poder, evitando las generalizaciones confusas que darían lugar a afirmaciones falaces. Lamentablemente -a la luz de la historia posterior- debemos coincidir en que la denominación de “década infame” que Torres acuñó para referirse a los negociados que denunciara entre 1930-1940, resultó un calificativo exagerado (Lanata:2003:57-58). Su prevención en contra de quienes ejercen influencia ideológica a favor de esos intereses antipatrióticos a través del desarrollo de sus tareas académicas -aunque aclara que no es deseable generalizar sus juicios hacia todos los miembros de tales instituciones-, es fundamentada en ejemplos como el que transcribe, reproduciendo declaraciones del entonces Presidente de la Asociación Física Argentina, Dr. Enrique Gaviola, quien a la pregunta ¿Cómo hacer para acabar con las guerras?, responde: Sería necesario que todas las potencias se desarmaran, menos una, y que ésta asumiera el control de las demás […] Sería necesario que, por lo menos, la policía, las escuelas, los colegios, las universidades, y las agencias de propaganda (diarios, revistas y estaciones de radio) fuesen gobernados por la organización internacional armada, de modo a condicionar la opinión pública con fuertes sentimientos de solidaridad mundial. (Torres: 1952: 21)
Ante afirmaciones como esas, también desafortunadamente presentes en nuestros días, Torres responde reivindicando como patriotas de Sud América a César Sandino en Nicaragua, Emiliano Zapata en México, los trabajadores de las minas y los dirigentes del Movimiento Nacional Revolucionario en Bolivia, Arnulfo Arias en Panamá, Arbizu Campos en Puerto Rico, Manuel Dorrego, Juan Facundo Quiroga y el Chacho Peñaloza en Argentina (Torres: 1952: 73-74). La búsqueda de la verdad y de la justicia son metas que guían las obras y la actividad de José Luis Torres, entendiéndolas como fuerzas necesarias del progreso de la historia y de la sociedad tanto a nivel de los individuos como de los Estados, implicando siempre, por tanto, no sólo una dimensión moral y ética sino también y sobre todo la revisión de la concepción de ciudadanía y la práctica de la justicia social. En algunos de sus escritos posteriores a la época que incluimos en este trabajo, en los que por momentos emplea un estilo más intimista, brinda detalles sobre algunas acciones difamatorias acometidas en su contra y argumentos en defensa de sus actitudes, que explicitan los sustentos de toda su labor. En ellos entiende su lucha como camino hacia la depuración de las prácticas corruptas de una democracia de forma, en que los ciudadanos eran poseedores de derechos sólo en relación con su poder económico, y en que el poder político no era ejercido para asegurar el bien común de los ciudadanos de la Nación. Opone así los intereses del capitalismo internacional (inglés o norteamericano) con sus proyectos de sometimiento a los demás países latinoamericanos, a los de las naciones de Sud América; y los intereses de las oligarquías nacionales que, además de estar sólidamente vinculadas a los capitales extranjeros, ejercen su poder en contra de los proyectos nacionales y de las reivindicaciones de los trabajadores. Entre éstos, Torres se ocupa de los obreros fabriles y, muy especialmente, de los sectores campesinos asalariados del interior, a los que califica como el pueblo más humilde y más explotado. A pesar de su espíritu democrático, las decepciones y ataques sufridos -y soportados con entusiasmo- a lo largo de su ininterrumpida tarea de escritor y periodista, el convencimiento de que la corrupción en sus múltiples modalidades se había adentrado profundamente en la vida social y política argentina, recibirá con esperanza la toma del gobierno por parte del grupo militar que reconoce en Juan Domingo Perón a su líder. Confiando en un proyecto de Nación que ponga fin a la injusticia, apoya este movimiento a través de varios de sus escritos. Sin embargo, a pesar de sus coincidencias con el ideario nacionalista de ese partido, continuó coherente con su decisión de no afiliarse a una organización política, como garantía del ejercicio de su concepción de la libertad personal de opinión, de pensamiento y de acción con completa autonomía, sólo subordinada a lo que entendiera como beneficioso para la patria. Pone en tela de juicio la neutralidad de los organismos internacionales, como la ONU, que –manifiesta– sólo son una máscara para la protección de los intereses de los poderosos.
Concibe su vida como compromiso en ese sentido, se diferencia de los anhelos de los políticos -incluso de los bien intencionados y honrados- declarándose desinteresado de su aplauso y del reconocimiento de las masas populares. Acude a la responsabilidad personal ante el juicio de Dios y la autoridad de la propia conciencia como garantía de la legitimidad del actuar del hombre de bien en defensa de su patria. Bravo de Salim y Campi consideran que se evidencia en ello la influencia del ideal romántico del héroe y del trágico cumplimiento de metas sublimes.(Bravo de Salim y Campi:1986:3) También hay cierta reminiscencia de ideas estoicas, al conjugar en alguno de sus escritos el sentimiento patriótico con la exigencia del deber ser a nivel personal.
Me costó mucho hacerme sentir, a pesar de la verdad de mi prédica […] Ese fue mi esfuerzo[ …] El resultado lo conocemos, por lo menos, Dios y yo. Y basta. Ya lo puede negar todo el mundo y nada importa" ( Torres: 1947: 41, 42)
La libertad no es cosa que los gobernantes puedan conceder o restringir a su arbitrio por decreto, y que las policías quitan o dan […] La libertad es una condición superior del espíritu del hombre, es una virtud excelsa de su alma. Anhelo no perder nunca esa forma de libertad, la única que merece ser disfrutada, aunque para mantenerla tenga que subir a un calvario […] o languidecer en una cárcel. (1947:55)
Sostiene que la fuerza revolucionaria de la verdad es capaz de destruir regímenes injustos y producir el surgimiento de nuevos ideales, expresándolo de manera muy similar a como lo hace José Ingenieros en Los Tiempos Nuevos (1990:19), con quien comparte su confianza en la fuerza renovadora de la juventud, a la cual insta a informarse sobre los errores del pasado y a hacer conocer siempre -si es preciso a gritos- la verdad:
Cuando la verdad es contenida por el miedo, o por el interés creado, o por la fuerza, la verdad no se disuelve como suponen algunos tontos; se acumula, y entonces adquiere mayor consistencia; y al último no hay miedo ni interés creado, ni fuerza capaz de contenerla, hasta que finalmente hace explosión, como una bomba. Estalla con fuerza inaudita y destroza lo mismo, ciegamente, a quienes sellaron los labios, sabiéndola y a quienes obligaron a los labios cobardes a callar. La verdad no puede ser destruida para siempre, ni burlada jamás del todo (Torres: 1947: 29)
Confiere enorme importancia a las ideas y a su influencia en la configuración de los procesos históricos, concibiéndolas como motor de los mismos y como constructoras de su sentido. Aspira a que sus aportes sean orientadores de ello. Esta responsabilidad y sus propias convicciones cristianas hacen que rechace el odio como fuerza impulsora de la confrontación. Sostiene que el odio, al disminuir la capacidad de discernimiento, que requiere limpieza de espíritu, hace peligrar los esfuerzos empeñados en la lucha. Es preciso que ésta sea concebida como inclaudicable y decidida, sustentada en la dignidad de la persona -entendida en su dimensión social y política- como capaz de extender su sentido de solidaridad hacia la humanidad, a partir de su amor al pueblo más sometido por la injusticia, de su compromiso con las prácticas republicanas y la defensa de la Patria (Torres: 1947:51-52). No es posible para ningún ser humano proyectarse hacia lo universal sin un fuerte reconocimiento de sus circunstancias históricas, que siempre implican la participación en un proyecto de país. Algunas de estas ideas nos han hecho recordar la concepción de la intrínseca solidaridad con la humanidad que forma parte de la constitución de cada persona singular, tal como se expresa en el pensamiento de José Martí, así como su rechazo a responder con odio a las injusticias, entendiendo que odiar a los otros es odiarse a uno mismo[3].
Si bien no es posible coincidir con todas las ideas de Torres, se impone destacar su valentía puesta en juego en la defensa de los ideales nacionales y de los sectores campesinos más postergados, su continuidad en esa lucha, su independencia de criterio, el enorme esfuerzo personal comprometido y la vehemencia con que lo hizo. Aunque muchos de los problemas y conflictos por él señalados y denunciados se han visto lamentablemente reiterados en distintos períodos de nuestra historia nacional y latinoamericana, o tal vez precisamente por eso, su obra tiene el mérito de hacernos reflexionar una y otra vez sobre nosotros mismos y sobre nuestra constitución como nación. Para Torres, aportar a la conformación y defensa permanente de una fuerte concepción nacional que incluya a los sectores populares y postergados es deber colectivo prioritario e ineludible para asegurar la conformación de la identidad del país, mientras la práctica y defensa de sus derechos por parte de los ciudadanos, fortalece su propia conciencia de tales.

Bibliografía de Obras Citadas

Bravo de Salim, María Delia y Campi, Daniel E.A. "El pensamiento político de José Luis Torres". Actas del Congreso Cultural del NOA. Catamarca: 1986.

Ingenieros, José. Los Tiempos Nuevos. Buenos Aires: Losada, 1990.

Lanata, Jorge. Argentinos. Buenos Aires: Ediciones B, 2003.

Martí, José. Nuestra América. Buenos Aires: Losada, 1980.

Rubinelli, María Luisa. "La interculturalidad, reflexiones actuales acerca de un tema presente en cuatro pensadores latinoamericanos: José Martí, Raúl Scalabrini Ortiz, Rodolfo Kusch y Arturo Roig". Cuaderno de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales Nº 15, Universidad Nacional de Jujuy (2002): 266 - 267.

Torres, José Luis. "Conferencia Socialista". El Heraldo, Jujuy, 16 y 17 de octubre de 1925.

______. La patria y su destino. Buenos Aires: 1947.

______. Nos acechan desde Bolivia. Buenos Aires: Federación, 1952.

______. La Oligarquía maléfica (1953). Buenos Aires: Freeland, 1973.

______. La Década Infame ( 1945). Buenos Aires: Freeland, 1973.

______. “La zona petrolífera del Norte Argentino. Ligeras impresiones de viaje”. Boletín de Informaciones petroleras ( 1928).



Bibliografía de José Luis Torres

"Conferencia Socialista". El Heraldo. (16 - 17 / 10/ 1925): 1.

"Pedido de juicio político al Gobernador". El Heraldo ( 19/12/1925): 1-2.

"Carta Abierta por el juicio contra Benjamín Villafañe". El Heraldo ( 18/1/1926): 1.

"Continuación de la Carta Abierta". El Heraldo ( 3 /2/1926): 1.

"Almas enfermas". La Novela del Norte Nº 6 (1921).

La Década Infame (1945). Buenos Aires: Freeland, 1973.

La Oligarquía maléfica ( 1953). Buenos Aires: Freeland, 1973.

Algunas maneras de vender la Patria. Buenos Aires: 1940.

Los Perduellis (1943). Buenos Aires: Freeland, 1973.

Nos acechan desde Bolivia. Buenos Aires: Federación, 1952.

La patria y su destino. Buenos Aires: 1947.

Una batalla por la soberanía. Buenos Aires: 1946.

Seis años después. Buenos Aires: 1949.

Teoría y práctica de la buena vecindad. Buenos Aires: 1947.

Últimas etapas de Bemberg. Buenos Aires: 1947.

El Ministerio de Agricultura ante la Revolución, 1944.

Al Pueblo argentino y sus Fuerzas armadas, 1944.

Carta Abierta al Excmo. Señor Presidente de la Nación. Gral. Pedro P. Ramírez, 1943.

Carta Abierta al Jefe de la Oficina de prensa de la Presidencia de la Nación, 1943.

Carta Abierta al Sr. Ministro del Interior, Dr. M.J.Culaciati, 1943.

A las Fuerzas armadas de la República, 1941.

Pedido de formación de juicio político al Sr. Ministro de Hacienda de la Nación, Dr. Federico Pinedo, 1940.

Comedores de pueblos, 1925.

La Nación debe ser salvada. Mensaje de un argentino asustado y con angustias al ciudadano que preside la República. Buenos Aires: 1941.

La economía y la justicia. Buenos Aires: 1943.

Consejeros de la Antipatria. Buenos Aires: 1944.

“La zona petrolífera del Norte Argentino. Ligeras impresiones de viaje”. Boletín de Informaciones petroleras (1928).

Bibliografía sobre José Luis Torres

Bravo de Salim, María Delia y Campi, Daniel E.A. "El pensamiento político de José Luis Torres". Actas del Congreso Cultural del NOA, Catamarca, 1986.

Notas

[1] Parte de la Conferencia Socialista es reproducida por El Heraldo, periódico de San Salvador de Jujuy en dos ediciones de 16/10 y 17/10/1925. Luego algunos de los planteos son incorporados al texto de Torres, José Luis. La oligarquía maléfica. Buenos Aires: Freeland, 1973, 2ª edición, p. 44.

[2] Torres emplea en otras oportunidades esta imagen, si se quiere literaria, apelando a la necesidad de

“ gritar la verdad”, y la practica en la realidad cotidiana como reaseguro de las obligaciones y garantías de la sociedad.

[3] "Resalta en el amor victorioso y el apetito turbulento, la identidad universal del hombre. El alma emana igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y color" ( Martí, José. Nuestra América. Buenos Aires: Losada, 1980, p.15) "La búsqueda de lo fundamental humano se encuentra sostenida por la convicción de la unidad de la vida [ …] idea presente desde sus primeros escritos, en el presidio político, en que dirigiéndose a las autoridades españolas dice: dejadme que os desprecie, ya que no puedo odiar a nadie; dejadme que os compadezca, en nombre de mi Dios. Ni os odiaré ni os maldeciré. Si yo odiara a alguien, me odiaría por ello a mí mismo." Citado en Rubinelli, María Luisa. "La interculturalidad, reflexiones actuales acerca de un tema presente en cuatro pensadores latinoamericanos: José Martí, Raúl Scalabrini Ortiz, Rodolfo Kusch y Arturo Roig", Cuaderno de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales Nº 15, Universidad Nacional de Jujuy (2002): 266- 267.

Fuente:

http://www.ensayistas.org/critica/generales/C-H/argentina/torres.htm