domingo, 19 de agosto de 2012

CUANDO ORSAI QUEDÓ EN ORSAI























Escribe: Juan Carlos Serqueiros

El Indio concedió a una revista llamada Orsai, una entrevista periodística que trajo cola: luego de que se subiera a Internet su texto ya editado; Solari emitió, por la misma vía, y a través de su asistente, Julio Sáez, un comunicado en el cual expresaba su insatisfacción con la nota, en el website http://www.redonditosdeabajo.com.ar/

Una vez más el reordenamiento de mis dichos a través de la edición y la descripción de mi personalidad como la de un sibarita por la sola voluntad del entrevistador, hacen que no me reconozca en la entrevista que publica éste mes la revista Orsai. No siento que mi pensamiento y mis maneras al exponerlo estén representados en ella.
PD: El formato y el proyecto de dicha revista me sigue pareciendo interesante.
Indio

Inmediatamente, Orsai subió a la web el audio del reportaje, con el obvio propósito de "demostrar" que el texto de la nota se correspondía con lo manifestado verbalmente por el entrevistado. En una enmienda peor que el soneto y con una buena dosis de hipocresía, los de la revista pusieron, a continuación de los enlaces al audio, lo siguiente:

Publicar este audio no es una respuesta cocorita al comunicado del Indio de ayer. Es nuestra manera de ayudar a que los lectores tengan, además de la editada, una versión literal de la entrevista que hizo Pablo Perantuono en Nueva York.

Con lo cual, hasta al menos avisado le quedó perfectamente clara la manifiesta intención de la revista, esto es, la de dejar estipulado precisamente aquello que aviesamente se niega; pero que al mismo tiempo, queda implícito: "una respuesta cocorita". Algo así como aquel tan difundido chiste del abogado y el juez, ¿te acordás?: Ese en el que un abogado, en un oficio dirigido al juez, ponía: "Sr. Juez: sin duda que es Su Señoría un reverendo hijo de puta", y después lo tachaba; pero de manera tal de que a pesar de eso, se pudiera leer lo escrito: "Sr. Juez: sin duda que es Su Señoría un reverendo hijo de puta". Y finalizaba con un previsor: "Lo testado no vale".
Francamente, nada puedo decir acerca de Orsai, la cual ni sabía que existía. La verdad es que hasta el momento en que ocurrió todo esto, yo ignoraba por completo que hubiese una revista llamada así (es que salgo tan poco, viste). Particularmente, uno de los parámetros que me dan una idea de la calidad y relevancia de una publicación, es la opinión expresada por quienes la siguen, su Correo de Lectores, digamos; sea este en el formato que fuere. En este caso, he leído "reflexiones" tan sesudas y enjundiosas como estas:

  • "BEA 16/08/2012 a las 13:40: (...) aquí hay un problema de "gataflorismo" importante por parte del Indio, creo que el tema no da para más. Saludos."
  • "ANDRES SELLEI 16/08/2012 a las 14:37: y si es ‘cocorita’ esta bien. los recontra banco. gataflorismo indio."
  • "LEONARDO HOYOS 16/08/2012 a las 16:09: En el espejo no se ve reflejado. Está gagá."
  • "NICASIUS 16/08/2012 a las 19:46: bien ahí orsai! a mi ya me parecía un error traerlo al indio, es un genio musical pero en lo demás me parece un tipo comun o casi hasta un pelotudo mas. El indio hace años que viene repitiendo lo mismo en todos lados y (seamos sinceros) su publico se divide entre los que como yo les chupa un huevo lo que diga... y los redondos (o cuadrados?) que le festejan cualquier pedo que se tire. 'No esgrima argumentos de Revista Orsai para discutir con suegros u otra gente grande pelada' hasta vos lo sabias cayota!! :)"

Y en obsequio al buen gusto, omito abundar en consideraciones sobre el "arte de tapa" de Orsai en su edición de marras -el cual pueden ver en la imagen de abajo-, en el que se muestra a Nueva York vista por un indio que aparece acostado sobre lo que aparenta ser el travesaño de una ventana.
Esta "sutil metáfora" (y aquí, me imagino que el Indio se debe estar mordiendo de la envidia, "¿cómo no se nos ocurrió?", estará pensando) en principio no pudo ser comprendida por varios de los "ilustrados y despiertos" adherentes a Orsai; por lo cual algunos de sus congéneres debieron explicársela, como por ejemplo, a este fulano:

"JUAN BOLAS 16/08/2012 a las 22:08 Uy lpm, me encantó la tapa. Me di cuenta que era Manhattan. Pero no entendía lo de la persona acostada. Qué boludo, es un indio. Qué boludo que soy".


Che, Juan Bolas: si decís de vos mismo que sos un boludo, te cuento que yo, siendo como soy, muy puntillosamente respetuoso de la opinión ajena, no acostumbro desmentir a nadie.
Bien. Después de toda esta clase magistral de hermenéutica que me dieron sus eruditos lectores, me condené a mí mismo a seguir militando entre los brutos que no leemos Orsai, tenazmente empecinado en resistirme a que estos geniales filósofos iluminen, con las luces que irradia su inmanente sabiduría, las tinieblas en las que me ha sumido mi propia ignorancia.
Eso sí, sería injusto no admitir la absoluta coherencia evidenciada por parte de Orsai: a tan "brillantes" lectores, debía correspondérseles, a la hora de hacer el reportaje; con un no menos rutilante periodista. Y en razón de ello, la elección recayó en un tal Pablo Perantuono, quien registraba el antecedente de haber sido el autor de una nota... poco feliz, digamos (por calificarla con benevolencia), titulada Cuando Patricio era Rey y tocar en Obras, traición, publicada por el pasquín Clarín, que destilaba mala leche y en la que se evidenciaba (además de otras notables carencias, como por ejemplo, yeca) su escasa capacidad de comprensión en materia redonda, la cual aquellos que tengan ganas (y un envidiable estómago fuerte y resistente) pueden leer en:


http://www.clarin.com/sociedad/Patricio-Rey-tocar-Obras-traicion_0_626937395.html

Se ve que el rosario de puteadas que supo cosechar producto de lo que sembró en dicha nota, lejos de amilanarlo; provocó en el inefable Perantuono el deseo de ir por más (¿tendrá una faceta masoquista este muchacho?). Y vaya uno a saber por qué inescrutables mecanismos de su voluntad, el Indio prestó su aquiescencia, después de tenerlo colgado en la ganchera ocho meses y de hacerlo ir hasta Nueva York para darle una entrevista, la cual Perantuono desperdiciaría miserablemente.
Cualquiera que conozca mínimamente algo acerca del Indio, sabe que lo joden esas alusiones a un supuesto sibaritismo suyo, toda vez que no es de ahora que le gustan la buena mesa y los selectos vinos: aún siendo un seco, Solari disfrutaba de esas cosas, tal como las disfrutaría cualquiera de nosotros llegado el caso, ¿o conocés a alguien que puesto a elegir entre un Uvita en tetra y un Carmelo Patti cabernet sauvignon cosecha 2004, opte por el primero, pudiendo tener el segundo? Y por supuesto, lo sabía Perantuono; pero prefirió joderlo, molestarlo.
Después, en la nota, se regodea relatando como si se tratase de James Bond, la historia de cómo fue que el Indio consintió en prestarse al reportaje, el periplo por Nueva York y demás, como si todo eso tuviera alguna importancia para alguien más que no fuera el propio Perantuono.
Y ya metidos en la entrevista, su papel es directamente deplorable: frente a un Solari ampliamente dispuesto a hablar; el otro irrespeta, encima sus respuestas, lo interrumpe, cae en la torpeza de la pregunta con opinión propia incluida, y en fin; no se priva de incurrir en todo lo que no se debe hacer. No es novedad para nadie que me conozca o me haya leído, que tengo fuertes objeciones hacia Felipe Pigna metido a historiador; pero eso no me impide reconocer en él al quizá mejor entrevistador que hoy por hoy tenemos en el país: el tipo habla poco y lo estrictamente indispensable, y tiene la rara cualidad de saber utilizar muy bien los silencios y la gestualidad de manera de llevar al entrevistado a abundar en declaraciones y abordar temas sobre los cuales a priori tal vez pensara abstenerse o guardar más reserva. Perantuono es el opuesto: no deja desacierto por cometer.
Y se nota que estaba de buen talante el Indio, porque en el audio, puede escucharse claramente, al retirarse Julio Sáez, que éste le dice: “-¿Me llamás cuando termines?” (con la entrevista, obviamente), y el Indio contesta: “-Por ahí te llamo antes”. Traducido al criollo, sería: “-En una de esas, me hincho las pelotas de aguantarlo al quía, y lo rajo”. Una oportuna, educada advertencia, perceptible para cualquiera que tenga una pizca de ubicuidad y sentido común… pero fue inútil: Perantuono es el consabido elefante en un bazar, y en esa gira no dejó plato sin romper. Ni siquiera se privó de lucir sus extensos conocimientos roqueros, llegando al extremo de pretender darle cátedra… ¡al Indio! Pobre Perantuono, qué patéticamente ridículo debés haberle parecido a Solari con ese: “-Noo! Yo te digo el último de Cohen”.
Párrafo aparte para la edición de la entrevista y su utilización engañosa como “gancho” publicitario: Cuando el Indio espeta un rotundo "Skay tocaba bien, ya en esa época, y tenía una banda, pero ellos hacían covers; porque no sabían hacer canciones… Las canciones de los Redondos son todas mías... las melodías, las letras; todas mías", está diciendo algo importante, dirigido seguramente no a quienes lo sabemos y cargamos encima incontables misas; sino al público joven, a los pibes, a quienes no tuvieron oportunidad de ver y escuchar a los Redondos en vivo. Pero Perantuno (u Orsai, no lo sé; pero es lo mismo) enanizaron (oia, me salió un neologismo… "fue sin querer queriendo", diría el entrañable Chavo del 8) eso hasta reducirlo a un intrascendente “ellos ya hacían covers, pero no tenían a nadie que hiciera canciones”. Lo cual equivale a chupar una teta con corpiño. Y la manera tendenciosa en que se hace uso y abuso de una aseveración de Solari respecto a que sería esa la última nota que daría, es un golpe bajo a la credulidad de los… poco avisados, digamos. El Indio dijo eso no como una frase aislada y sentenciosa, sino en el contexto de referirse al manejo discrecional que ejercen cada vez más desembozadamente los megamedios de comunicación. Es una expresión de fastidio frente a un dato de la realidad que le (y nos) jode, nada más que eso; en modo alguno está declarando que nunca más concederá un reportaje a nadie, y que por eso recurre a Perantuono y Orsai para que sean los beneficiarios de la última entrevista que otorgará. Pero se sabe: para los nenes de oro, el mercadeo no reconoce límites... ¡dame más!
En fin... podría seguir y seguir... pero ¿para qué? Si para muestra basta un botón, y ya viste no sólo uno; sino unos cuantos…
Y todavía la variopinta sarta de gilitos seguidores de Orsai (como los citados a modo de ejemplo) debe estar preguntándose dónde radica la disconformidad del Indio con la nota; si en apariencia, el texto se condice con sus dichos. Sigan buscando, chicos, en una de esas…
Al paso que vamos, lo triste es que el cielo de los nabos tornará a oscurecerse y tenderá paulatinamente a la saturación, con tantos polimenis y perantuonos con lugares legítimamente ganados en él.
Pero más lamentable aún, es la insoportable carga de la certeza de que evidentemente, en manos de pavotes todo el sueño quedó.

-Juan Carlos Serqueiros-

miércoles, 15 de agosto de 2012

ADIÓS, MOMPRACEM. OS SALUDO ROMPIENDO LA PLUMA


Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Poco o nada tuvo que ver la vida de Emilio Salgari con la de los personajes nacidos de su talento creador, ni con las aventuras que ellos protagonizaban.
Nacido en Verona el 21 de agosto de 1862, fue un hombre hosco, despótico y violento. Aspiró a ser marino y para ello, entre los 15 y 16 años ingresó en un instituto naval, pero no completó sus estudios. Comenzó a ganarse la vida como periodista, y en 1883 despuntó su primer éxito, El Tigre de la Malasia, una novela que iniciaría la saga de su personaje más famoso: Sandokan, editada por entregas en los periódicos. Seguirían otras, publicadas como folletines, y también en formato libro, que lenta pero sostenidamente le hicieron adquirir popularidad. Por entonces, se evidenciaría públicamente su carácter taciturno y pendenciero: retó a duelo a un colega que había criticado acerbamente sus obras y a quien infligió una seria herida (Salgari era muy aficionado a la esgrima), de resultas de lo cual fue encarcelado. Estuvo poco tiempo en prisión -probablemente, sólo dos meses, lapso que otros biógrafos suyos extienden hasta seis-, y al salir en libertad, consiguió firmar un contrato para publicar en una editorial genovesa atraída por su fama creciente.
En 1892, Salgari se casó con una bellísima actriz, Ida Peruzzi, mujer de gran hermosura con la cual tendría 4 hijos: Fátima (n. 1892), Nadir (n. 1894), Romero (n. 1898) y Omar (n. 1900), y se trasladó a Turín. Parecía que la vida del escritor se estabilizaba al fin, pero eso sería sólo una efímera ilusión...
Si la índole de Salgari era turbulenta; no lo era menos la de Ida (a quien él se empeñaba en llamar Aída, por el personaje de la ópera de Verdi). Ambos habían trocado realidad por ficción y estaban inmersos en un mundo de fantasía que se habían tejido para vivir en él. Se amaban, pero no eran dueños de sí mismos; sino esclavos de sus pasiones, vicios y excesos: alcohólicos y promiscuos ambos, un cónyuge contagió al otro la sífilis; mientras las peleas se sucedían y las estrecheces económicas se agudizaban, constriñéndolos cada vez más y más.
La irrealidad en que vivían se había exacerbado: Salgari, que no había hecho jamás otro viaje que no fuera alguno de los cortos de práctica en sus inconclusos estudios navales, y que era declaradamente antisocial, se creía un gran capitán y presumía de haber recorrido las regiones más exóticas y tratado con las gentes más extrañas. Todo eso eran nada más que delirios suyos. Los personajes literarios que creaba, surgidos de su portentosa imaginación, vivían aventuras en países remotos que el escritor conocía sólo a costa de pasarse los días enteros leyendo en las bibliotecas públicas. Discurría su vida entre mañanas y tardes sumido en libros y atlas, y noches en febril escritura, produciendo novela tras novela. Y la fama y el reconocimiento, cada vez mayores; pero a todo esto el dinero... seguía faltando. Mientras, la locura de Ida se acentuaba, hasta que irremisiblemente insana, hubo que recluírla en un manicomio, donde moriría poco después.
La pérdida de su esposa y la asfixia económica condujeron a Salgari al suicidio: luego de un primer intento fallido de apuñalarse el corazón; el 25 de abril de 1911, acabó con su existencia hundiéndose un cuchillo en el vientre.
La tragedia se había encarnizado con los Salgari, ya que su padre también se había suicidado, a poco morir su madre, y asimismo se suicidarían después dos de sus hijos: Romero, en 1931 y Omar, en 1963.
Quizá, en la dimensión en que esté, Salgari haya encontrado al fin, la felicidad y paz que no pudo o no supo conseguir en ésta. Amén.
Pero si el hombre pasa, su magia y sus sueños quedan. Y trascienden. Habemos y seguiremos habiendo millones y millones de Salgaris, en las jarcias de un parao malayo, sintiéndonos Sandokan, enamorando a lady Mariana Guillonk y resistiendo el despojo inicuo y prepotente de la poderosa Inglaterra con sus acorazados; o el astuto, gordo e irascible Yáñez de Gomera y el sesudo, refexivo, doctor Van Horn, luchando contra el pérfido y miserable Lu Feng, o dinamitando la mítica Mompracem para que se hunda en el mar, antes de permitir que la posea el pirata de la rubia Albión, y así siga siendo, aún perdida en la noche de los tiempos, bastión de rebeldía y libertad.
Y serán por siempre Salgari y su magia, sí... mientras haya, dispuesto a conjurarla, un niño habitando el corazón de un hombre.

-Juan Carlos Serqueiros-

domingo, 12 de agosto de 2012

A VECES, LA TABA SE DA VUELTA ¿NO, ZORRO?



































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Siento morir sin dejarles fortuna. (José Figueroa Alcorta a sus hijos, desde el lecho, en trance de muerte)

El 25 de enero de 1906 el presidente de la Nación, Manuel Quintana, con su salud deteriorada por haber sido jaqueado el año anterior por una revolución radical y un atentado anarquista contra su vida, se vió obligado a pedir licencia, asumiendo interinamente la primera magistratura del país el vicepresidente José Figueroa Alcorta. Menos de dos meses más tarde, el 12 de marzo, falleció Quintana y Figueroa Alcorta se hizo cargo definitivamente de la presidencia hasta la culminación del período.
El ambiente estaba más que caldeado y la situación era delicada. La preeminencia del general Julio A. Roca en la política nacional estaba fuertemente cuestionada y el país entero anhelaba un cambio, cambio este que el radicalismo íntentaba producir por medio de la revolución, y que las figuras dominantes buscaban frenar a como diese lugar, a través de Marcelino Ugarte, el propio Roca y el mitrismo, cuya jefatura ejercía Emilio Mitre.
En ese contexto, le tocó gobernar a Figueroa Alcorta. Cada uno de esos factores de poder pensó que lo iba a poder manejar como a un títere. Y se equivocaron. Todos.
El presidente empezó a tantear el terreno, y a contactarse con los distintos referentes en busca de consolidarse: habló con los radicales, que se mostraron intransigentes; los roquistas, que le trabaron todo lo que podían; los mitristas, que le reclamaron la entrega de "algunas situaciones provinciales" (es decir, intervenir provincias, poniendo en sus gobiernos a mitristas) y los ugartistas, que le exigieron derechamente a cambio de su apoyo, la designación de Ugarte como candidato por el oficialismo para las presidenciales de 1910.
En ese complicado panorama, Figueroa Alcorta se revelaría como un consumado ajedrecista: jugando con las negras, haría una brillante defensa siciliana. Hábilmente, eludió todas las presiones y no cedió a ninguna, hasta que en enero de 1908 el Congreso, que estaba en sesiones extraordinarias y que se negaba a tratar el presupuesto que había enviado el ejecutivo, intentó hacerle juicio político.
El presidente aprovechó entonces magistralmente a sus alfiles en fianchetto, es decir, sus ministros: el del Interior, Marco Avellaneda, y el de Relaciones Exteriores, Estanislao Zeballos, y enérgicamente, sin titubeos, avanzó sobre el Congreso. Llamó a acuerdo de ministros de su gabinete y con la firma de todos ellos, retiró del Congreso las cuestiones que le había sometido a su consideración, y por decreto prorrogó para 1908 el presupuesto votado para 1907. Paralelamente, mandó al cuerpo de bomberos a clausurar el Congreso, y a la policía a impedir reuniones fuera de él.
Roquistas, mitristas y ugartistas, estupefactos, inútilmente clamaron "¡tiranía!". Y en vano también, el diario La Nación intentó movilizar a la ciudadanía en contra de la medida presidencial, produciendo el efecto contrario al buscado; porque la gente se movilizó, sí... pero en apoyo a Figueroa Alcorta: un crecido público fue a burlarse de los congresistas, y especialmente, silbó a Emilio Mitre. 
Y no paró allí el presidente: con firmeza, astucia y sentido de la oportunidad, anuló la influencia de Ugarte, y desarmó el entramado que le tejía el Zorro, el más ducho en componendas. Las elecciones de legisladores del 8 de marzo de 1908 resultaron en un apabullante triunfo del oficialismo: el ministro Avellaneda circuló a los gobernadores de provincia la lista que debía votarse y sanseacabó. Figueroa Alcorta contaría así con un congreso adicto, y gobernaría -con algún que otro sobresalto- hasta la conclusión de su mandato.
En cuanto a Roca, ese fue su ocaso: estaba herido en el ala y ya no podría reponerse.
El logro más destacable de la presidencia de Figueroa Alcorta sería el de echar las bases para la mudanza del sistema político, para introducir, por evolución y no por revolución, las modificaciones tendientes a terminar con las prácticas electoreras aberrantes. Durante su período, se produjo el descubrimiento del yacimiento petrolífero de Comodoro Rivadavia, al cual protegió mediante la ley que reservaba su explotación al Estado y prohibía su concesión a terceros. Hizo una transición ordenada del mando a su sucesor en el cargo, Roque Sáenz Peña, con el cual consensuó las reformas que desembocarían en la ley 8871 que consagró el sufragio universal, secreto y obligatorio.
Fue el único argentino en presidir los tres poderes: el legislativo, porque como vicepresidente de Quintana fue titular del Senado; el ejecutivo, sucediendo a Quintana al fallecer éste; y más adelante el judicial, presidiendo, desde 1929 hasta su muerte el 27 de diciembre de 1931, la Suprema Corte.

-Juan Carlos Serqueiros-

miércoles, 8 de agosto de 2012

VEDERE NAPOLI E DOPO MORIRE























Escribe: Juan Carlos Serqueiros

En esta mil veces bendita tierra argentina hemos gozado de muy buenos programas cómicos. Los que cargamos unos (cuantos) años sobre nuestros sufridos y vapuleados lomos y seseras, seguramente tendremos reminiscencias de algunos verdaderos hitos del humorismo, como Telecómicos; La Tuerca; o el inolvidable Hupumorpo...
¿Y cómo no guardar un emocionado recuerdo para Tato siempre en domingo, o para aquel humor de frac y galera del gran Juan Verdaguer?
Pero qué querés que te diga... A mí, el que me hacía c... antar de la risa, era el desopilante Historia Confidencial. Ah, sí... Ese inimitable, inigualable, trío cómico integrado por Felipe Pigna, Mario Pacho O'Donnell y José Ignacio García Hamilton, me ha dado horas y más horas de carcajadas. Era genial, vedere Napoli e dopo morire. Los chistes eran para desternillarse.
Me viene a la memoria, por ejemplo, aquella edición en la que en ese programa "trataron" acerca de la figura histórica de Sarmiento. Antológico fue ese capítulo, palabra, eh, para morir de hilaridad, realmente.
Empezaba con una introducción al tema, a cargo, por supuesto, del tony del circo: Pigna, que se acomodaba los anteojos y anunciaba que iban a "tratar" (ahí ya se esbozaban las primeras sonrisas) acerca de la figura histórica de Sarmiento. A partir de eso, el tony y los payasines que le servían de partenaires, se hacían una suerte de "fintas retóricas", tanto como para evidenciar cada uno su "postura frente a la historia": PaNcho O' Donnell asumía el papel de estar en lo nacional y popular (y acá, las tímidas primeras sonrisas, iban in crescendo y devenían en risas desatadas; y no era para menos, imaginate... el acomodaticio PaNcho O' Donnell "nacional y popular" ja ja ja); García Hamilton hacía de él mismo, o sea, un "liberal a la argentina", es decir, un gorilón, bah (más risas para el "liberal"); y Pigna, con esa caripela de yo no fui, también hacía de sí mismo: un progre seriote (y las carcajadas ahí, ya eran francamente atronadoras, porque convengamos que Pigna "historiador serio"...) que se situaba equidistante de las posiciones asumidas por sus compañeritos de elenco.
Y entre sketch y sketch, se venía uno de los puntos más altos del programa: Poniendo cara de poker, sin que el movimiento de un solo músculo del rostro lo delatase, Pigna mencionaba, así como al pasar: "cuando Sarmiento propone la ley 1420...". Y ya a esa altura, uno se despanzurraba, se tiraba al suelo, golpeaba el piso con las manos; porque, claro... era inimagible un chiste tan delirante: Sarmiento "proponente de la ley de educación pública"... jua jua jua, ¡mortal! Sin duda, la persona que le hacía los libretos a Pigna tiene que haber sido alguien genial; mirá que inventar que Sarmiento fue el de la iniciativa... ¿A quién se le iba a ocurrir? Ni a Julio Verne ni a Ray Bradbury ni a Stephen King, seguro.
Pero quedaba tiempo para la cereza del postre: de repente, cuando nada lo hacía prever, el inefable Pacho O'Donnell se acordaba de su papel de "nacional y popular", y hacía como que "atacaba a fondo" a Sarmiento: ponía cara de circunstancias y espetaba, cual consumado esgrimista que se juega entero en una estocada, con su campaña en los diarios trasandinos instigando a los chilenos a ocupar parte de nuestro territorio. Entonces, un adusto, grave, impertérrito García Hamilton, respondía el "ataque" del otro yosapa con un incontrastable "argumento" en la forma de veredicto inapelaple: "Sarmiento tiene cosas criticables, pero no ésa". ¡Faaa! Terrible, directo al mentón... Qué réplica sesuda, magistral... Gloria de titanes era.
Y ahí ya se hacía cierto lo que cantaba Serú Giran: "la ciudad se nos mea de risa, nena" (aunque en este caso, se quedaban cortos: no era la ciudad; era el mundo el que se nos meaba de risa). Te cuento que había que apretar el upite en serio para no cagarse encima de tanto reír. Y es literal, eh.
En fin, amigo... "ya sufriste cosas mejores que ésta" (Solari dixit).
Soy de los que creen que los argentinos nos merecemos largamente recuperar aquellas muestras que supimos tener del mejor buen humor. Por eso, yo al menos, quiero seguir riéndome; quiero que vuelvan a dar en la tele ese gran programa cómico que fue Historia Confidencial.
¿Y vos, me hacés la gamba? Dale... te juro que era tan patéticamente ridículo, que te vas a divertir mucho. Satisfacción garantizada, o te devolvemos tu dinero.

-Juan Carlos Serqueiros-

jueves, 2 de agosto de 2012

UNA DE ESPIONAJE: CUANDO "PALITO" PISÓ EL PALITO


Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Hay que avanzar con la marea, para no quedar en seco. (Juan Domingo Perón)

A principios de 1944, las presiones sobre el entonces presidente de la Nación, general Pedro Pablo "Palito" Ramírez eran agobiantes: por un lado, las descaradas exigencias de los EE.UU., las solapadas y de "bajunje" del Brasil, y las más educadas pero no menos fuertes de Inglaterra (acompañadas y aplaudidas por los principales diarios: La Prensa y La Nación, y por el establishment) para que la Argentina rompiera relaciones con el Eje; y por el otro, ciertos sectores del ejército, preocupados por la negativa yanqui a vender armas a nuestro país, en tanto dicha ruptura no se materializase.
Pero uno de los postulados de la revolución del 4 de junio de 1943, era precisamente el mantenimiento a rajatabla de la neutralidad argentina en la guerra, punto este que el GOU adoptó como dogma y que consideraba irrenunciable. Entonces Ramírez (que dicho sea de paso, debía el ser presidente al GOU) no podía ceder, al menos, en la exterioridad, a presiones locales y foráneas; si bien por lo bajo, había andado en componendas para sacarse de encima la influencia de la logia militar que lo había llevado al cargo, ya sea porque no soportase más la tensión a la que estaba sometido o porque esas marchas y contramarchas que daba, se debieran a su índole vacilante y gambetera (de lo cual ya había dado muestras cuando era ministro de Guerra del presidente Castillo y estaba entre decidirse o no a encabezar la revolución), o ya sea obedeciendo a un criterio propio en tal sentido; con militares "genioles" (es decir, cipayos, en la jerga usual en el GOU) y politicastros no menos cipayos, como el inefable NorteAmérico Ghioldi, por ejemplo y entre otros.
En ese contexto, cuatro de sus más cercanos colaboradores: el secretario de la Presidencia, coronel Enrique González (que ejercía funciones similares a las que hoy tiene el Jefe de Gabinete, ya que dicha secretaría habíase elevado a ministerio por decreto del propio Ramírez); el ministro de Relaciones Exteriores, coronel Alberto Gilbert; el ministro de Marina, contralmirante Benito Sueyro; y el jefe de policía, coronel Emilio Ramírez, decidieron "cortarse solos" e intentar resolver por su cuenta el tema adquisición de armas: ya que EE.UU. se negaba; las comprarían a Alemania. 
González tenía amistad con uno de los agentes alemanes en Argentina, Johann Leo Harnisch, quien le había sugerido la posibilidad de destacar un emisario del gobierno argentino ante Hitler para conseguir que Alemania proveyese a nuestro país de las armas que buscaba adquirir el ejército. Obviamente, el enviado debía ser argentino, de manera que Harnisch ofreció para la misión a un empleado suyo, Oscar Alberto Hellmuth, que había nacido aquí, era de ascendencia alemana y reservista de la Marina. El presidente, "Palito" Ramírez, luego de un par de whiskies (o tres o cuatro), acogió de buen grado la idea. Se designó a Hellmuth cónsul en Barcelona, en la España franquista, desde donde los servicios de inteligencia alemana lo trasladarían a Berlín para que se entrevistase con Hitler. Se le entregaron así, cartas oficiales del gobierno argentino dirigidas al alemán, y allá fue Hellmuth, embarcado en una nave española.
¿Por qué hicieron eso González, Gilbert, Sueyro y Ramírez (Emilio), y por qué aceptó que lo hicieran el presidente Ramírez (Pedro Pablo)? El presidente, porque su margen de maniobra estaba muy acotado por su dependencia del GOU; y los otros, por celos y envidias. 
González, Gilbert y Ramírez pertenecían al GOU, y antes de dar semejante paso, deberían haberlo informado y consultado con la logia (no consta que lo hicieran); pero sentían -sobre todo González- envidia de la preeminencia y relevancia cada vez mayor que adquiría Perón; de modo que pensó que si lograba resolver por las suyas la cuestión compra de armas, ganaría unos protagonismo y prestigio que lo colocarían en la consideración de sus camaradas y de la gente, muy por encima de Perón. Pero González... erró con el remedio.
Hombre de toda la confianza y mano derecha del presidente, íntimo amigo de Gilbert y también de Emilio Ramírez, los convenció de su plan, y entre todos consiguieron hacer entrar a Sueyro en el enjuague, le sometieron la propuesta al presidente Ramírez, y éste "agarró viaje", como expliqué antes.
La operación resultaría (como era previsible) un desastre: Hellmuth fue detenido a fines de octubre o principios de noviembre de 1943 por los ingleses en Trinidad, y confesó todo, hasta aquello sobre lo cual no fue interrogado. 
A fines de diciembre, el embajador inglés en Buenos Aires, David Kelly, hizo saber al ministerio de Relaciones Exteriores argentino (Gilbert), de manera oficial pero reservada, "la condición de agente alemán de Hellmuth y la existencia de una red nazi en Argentina" (como si Gilbert -es decir, el gobierno- no lo supiera, y como si lo del frustrado viaje de Hellmuth a Berlín fuera dictamen de los hados del destino). La jugada de la diplomacia inglesa fue habilísima y sutil: no mencionando a Gilbert absolutamente nada acerca de los papeles incautados a Hellmuth, le dejaba al gobierno (que así no aparecería en público cediendo a presiones extranjeras) espacio para que motu proprio desmontara la organización alemana en Argentina, y de paso; dejaba pendiente sobre su cabeza la consabida espada de Damocles (porque por supuesto, quedaba implícito que si el gobierno no se decidía a romper relaciones con el Eje; los documentos que llevaba Hellmuth saldrían a la luz). Desesperados, González y Gilbert se apresuraron a agarrarse del salvavidas (de plomo) que les tiraba Kelly: pactaron con el inglés que en "los pocos días que demande el trámite" el gobierno anunciaría la ruptura de relaciones. Demás está decir que lo de "los pocos días que demande el trámite", en realidad era un eufemismo para referirse a una necesidad: someter la cuestión al GOU. Se comenzó preparando a la opinión pública, para lo cual el 22 de enero se difundió un comunicado del gobierno fechado el día anterior, en el cual se informaba a la ciudadanía que se había descubierto la existencia de "un agente alemán", y que se encaraba la "investigación acerca de una posible extensa red de espionaje". Paralelamente a ello, se circuló a todos los adherentes al GOU, por medio del paper interno de la logia, Noticias (en su edición Nº 17), la necesidad de "cerrar filas en apoyo al gobierno".
Todo eso "solucionaba" una parte: se conformaba a Inglaterra; pero quedaba aún por "resolver" otra, y bien espinosa: las presiones de los Estados Unidos a través de su embajador Norman Armour. 
Los yanquis estaban empeñados en ver la mano del gobierno argentino en el golpe de estado que se había producido en Bolivia el 20 de diciembre para derrocar al gobierno pro-norteamericano del general Peñaranda; sustituyéndolo por el nacionalista del coronel Villarroel. Para frenar los ímpetus de Armour, Gilbert le comunicó por nota, el 24 de enero, que el gobierno rompería relaciones con el Eje, luego de "los preparativos necesarios" (idéntico eufemismo al empleado con Kelly, para no decir derechamente que era necesaria la previa aquiescencia del GOU).
Ante la delicada situación, Gilbert se hizo un tiempo para ir a pedirle la escupidera a Perón y rogarle su apoyo para lograr la aprobación de lo actuado y por actuar. Perón le dio su palabra de hacerlo así (y la cumplió).
La reunión de la logia se efectivizó la noche del 25 de enero en la Secretaría de Trabajo (ergo, Perón "jugó de local", ya que era secretario de Trabajo y Previsión, y secretario del ministerio de Guerra). Fue un verdadero "quilombo chino" y terminó a los capazos. No hubo (explicablemente) manera de convencer a algunos logistas, y fue necesario que el ministro de Guerra, general Farrell consintiese en prestar acuerdo para que Gilbert cumpliera con lo prometido a los embajadores inglés y yanqui. Los que más férreamente se habían opuesto, optaron por retirarse, altamente ofendidos y decepcionados. Todo lo cual, en los hechos, significó la disolución del GOU, formalizada poco después, el 23 de febrero.
Pero quedaba aún un paso por dar: llamar al mozo, pedir la cuenta y pagarla (encima y para peor, la cuenta de un banquete que no fue tal): González, Gilbert y compañía, no podían quedar en sus cargos luego de todo lo que había pasado,  y debieron en consecuencia ser reemplazados, el 15 de febrero, por exigencia de Perón y Avalos.
Pero por más lastre que arrojara y por más intentonas de mantenerse que ensayase, el gobierno de "Palito" Ramírez estaba herido de muerte, y a poco, éste debió delegar el mando el 25 de febrero en el general Farrell, para renunciar definitivamente el 9 de marzo. Con el ascenso de Farrell a la presidencia, Perón pasaría a ser ministro de Guerra, y después, vice-presidente, con retención del ministerio. 
Finalmente, el 27 de marzo de 1945, Argentina declaró la guerra al Eje.
Como siempre, la oligarquía de derecha e izquierda le atribuye a Perón un manejo perverso de la cosa, como si éste hubiese tenido la culpa de la imbecilidad en la que incurrieron Ramírez y su staff en la "misión Hellmuth". Es dable conjeturar que un oficial de inteligencia como Perón (sin duda el mejor y más capaz, por lejos), debe haber tenido conocimiento de ella, quizá por Ludwig Freude o por su hijo Rudi (Rodolfo), y tiene que haberle parecido un dislate; porque era un delirio suponer que Alemania, por más que quisiera, estuviese en condiciones de venderle a la Argentina armas que necesitaba imprescindiblemente para sí misma. Por otra parte, por ese tiempo ya era indisputable que resultaría perdidosa en la guerra.
Y Ramírez -que cuando era ministro de Guerra de Castillo (ver mi artículo en este ENLACE) había participado en una fallida operación de compra de armas a Alemania- no podía ignorar todo eso. Entonces ¿por qué se embarcó en algo de antemano condenado al fracaso y que a la postre le costaría el gobierno? La respuesta surge clara: porque él (y todo su equipo) no funcionaban bien bajo presión. No imaginó que lo de Hellmuth se convertiría en un boomerang; lo vio como una carta más en el mazo, se tomó un whisky, y sin meditarlo mucho, le puso unas fichas... Estaba en su índole lo de jugar a dos o más puntas: procedió así cuando siendo ministro de Castillo anduvo fluctuando entre la lealtad que debía a éste, candidatearse a presidente de la mano del radicalismo o ir del brazo del GOU. Y adoptó idéntica actitud basculante en lo de las armas: intentó, con lo de la nota de su ministro almirante Storni a Cordell Hull, convencer a los yanquis, y como no pudo, porque Hull era un elefante en un bazar; entonces jugó la carta de Hellmuth.
Se había agotado el tiempo de Ramírez, y era necesario que se fuera a tomarse los whiskies en su casa, en vez de hacerlo en el despacho presidencial. 
Las circunstancias exigían hombres que acertaran a manejarse inteligentemente, aún bajo presiones extremas. Y esos hombres eran, primero Farrell y Perón. Y después... Perón solo.

-Juan Carlos Serqueiros-

domingo, 29 de julio de 2012

ES AL ÑUDO QUE LO FAJEN AL QUE NACE BARRIGÓN























Escribe: Juan Carlos Serqueiros


Entre el 8 y 9 de febrero de 1817, el general José Miguel Carrera desembarcaba en Buenos Aires, procedente de los Estados Unidos de América,  adonde se había dirigido por iniciativa propia -sin detentar ningún cargo oficial- y donde había logrado (con engaños, estratagemas y esgrimiendo una inexistente condición de "Comisionado Superior del Gobierno de Chile" -que para peor, por entonces estaba en poder de los realistas-) contratar una escuadra con la cual planeaba ir a Chile para libertarlo definitivamente. Pero inmediatamente de llegar, se enteró de que San Martín (a quien odiaba), con el apoyo y el aval del Directorio (Pueyrredón), había formado un ejército en Mendoza y se aprestaba a batir al poder español en Chile; todo lo cual automáticamente significaba -y Carrera, que de tonto no tenía un pelo, lo sabía perfectamente- que O'Higgins (su gran enemigo) se haría cargo del gobierno en caso de triunfar la expedición argentina sobre los realistas.
Ante ese statu quo, Carrera pretendió convencer a Pueyrredón de que le permitiese zarpar para dirigirse a Chile por el cabo de Hornos en el buque en el que había arribado (la corbeta Clifton, que formaba parte de la flotilla que había contratado en los Estados Unidos de América). Obviamente, a Pueyrredón no se le escapaba que Carrera en Chile, en tanto incansable factor de discordia, representaba un peligro para San Martín y para O'Higgins, y se negó de plano.
El 26 de febrero se supo en Buenos Aires el triunfo de Chacabuco, y que O'Higgins había sido electo Director de Chile, con el apoyo y beneplácito de San Martín y luego de que éste declinara ocupar dicho cargo. Inmediatamente, Pueyrredón, de acuerdo con aquellos, ofreció a Carrera enviarlo a una misión diplomática en los Estados Unidos, lo que el chileno rechazó. Las cosas tornaron a ponerse graves: José Miguel Carrera y sus hermanos Xaviera, Juan José y Luis, entonados por el arribo a Buenos Aires de otro de los buques de la escuadra contratada por el primero en Norteamérica, el bergantín Sauvage; comenzaron a conspirar contra el gobierno chileno, contra San Martín y contra el Directorio, ante lo cual, a mediados de marzo, Pueyrredón ordenó la detención de todos los Carrera: confinó a Xaviera en un convento; a Juan José en el bergantín 25 de Mayo, y a José Miguel en el Belén (después sería trasladado a los cuarteles de Retiro). Luis no pudo ser aprehendido y logró escabullirse y ocultarse, evitando de ese modo la prisión.
A mediados de abril, San Martín está en Buenos Aires y va a ver a José Miguel Carrera, ahora trasladado del Belén, al cuartel de Granaderos, en Retiro. La reunión no fue cordial; fue un encuentro borrascoso: San Martín, lacónico como acostumbraba ser y con helada cortesía no exenta de consideración, le reiteró, en su carácter de general en jefe del Ejército Unido y en nombre de los directores de las Provincias Unidas y Chile, a Carrera el ofrecimiento de designarlo en misión diplomática a los Estados Unidos, acompañado, si quería, por sus hermanos, a quienes se les reconocerían además sus grados militares. Carrera lo tomó como una ofensa, y exaltado, alzando la voz, rechazó en términos descomedidos la propuesta, atribuyéndose, en virtud de la gran popularidad y adhesión de las que se ufanaba contar, la posibilidad de derrocar al gobierno de O'Higgins. San Martín, manteniendo el dominio de sí mismo, le retrucó parcamente que el gobierno chileno ahorcaría en la plaza mayor de Santiago a quien osara desestabilizarlo en tiempos de guerra contra los realistas, y a continuación, girando sobre sus talones, dio por terminada la entrevista diciendo a Carrera aproximadamente estas palabras: "Haga usted lo que le plazca; por mi parte yo sabré, llegado el caso, cumplir con los deberes que el sostenimiento de los gobiernos de las Provincias Unidas y Chile me demanden, en aras de la única causa a la que sirvo: la libertad de la América. Adiós, general".
Era un diálogo de sordos. Carrera, con las entendederas obnubiladas por el empaque de su soberbia, por el odio que en su alma anidaba hacia San Martín y especialmente hacia O'Higgins, y en el delirante afán de servir a su propia ambición desbocada que no reconocía límite alguno; no atinó a comprender que el primero, que sopesaba y ponderaba sinceramente el patriotismo de Carrera y los servicios que Chile le debía, sólo buscaba salvarlo. Y esa fue su perdición. Y también la de sus hermanos.
Pueyrredón hizo llegar a Xaviera pasaportes para ella, Juan José y Luis (que permanecía prófugo hasta ese momento). José Miguel, trasladado nuevamente -a solicitud suya- del cuartel en Retiro, al Belén, logró escapar en una arriesgada acción, pasando a Montevideo en un buque portugués.
El hado de los Carrera sería trágico. Exceptuando a Xaviera, que fallecería ya muy anciana en 1862, en Santiago de Chile; todos los hermanos morirían fusilados en Mendoza: Juan José y Luis el 8 de abril de 1818; y José Miguel el 4 de setiembre de 1821.
La ejecución de Juan José y Luis fue dispuesta por el gobernador de Cuyo, Toribio de Luzuriaga, luego de la instrucción de un juicio sumarísimo a cargo de Bernardo de Monteagudo; y para colmo de la desgracia, como ironía cruel del destino, el oficio a través del cual el propio O'Higgins -a petición de San Martín, que accedía a un ruego de la esposa de Juan José-, requería a Luzuriaga el indulto de los dos hermanos; llegó a Mendoza muy poco después de haber sido éstos fusilados y sepultados. Al enterarse de la condena a muerte y ejecución de los Carrera, el disgusto de San Martín -que llegaba a Mendoza de paso para Buenos Aires luego del triunfo de Maipú- con Monteagudo fue mayúsculo, y apostrofó a éste en durísimos términos; pero ya la calamidad se había consumado. Por su parte, José Miguel, exiliado en Montevideo, al saber la suerte corrida por sus hermanos, juró venganza contra San Martín y O'Higgins. Tratando de lograr ese cometido, y -asociado a Alvear, a la sazón, también exiliado en Montevideo- luego de una campaña de difamación panfletaria contra aquellos, y de participar activamente en la guerra civil argentina, tanto con la montonera ramirista como así también con los ranqueles de Yanquetruz, en la que cometió hechos aberrantes como el malón al pueblo de Salto -con saqueo, incendio, asesinatos a mansalva y rapto de mujeres incluidos-, y otros latrocinios, como la matanza que perpetró en la batalla de Ensenada de las Pulgas; fue batido en Punta del Médano por las tropas del coronel José Albino Gutiérrez, y posteriormente, traicionado por sus propios oficiales, quienes lo entregaron a éste, que lo hizo fusilar el 4 de setiembre de 1821, en el mismo lugar en que habían sido ejecutados sus hermanos Juan José y Luis 3 años antes.
José Miguel Carrera murió con gran entereza y valentía, emitiendo hasta el último momento comentarios despectivos y procaces acerca de los mendocinos y mendocinas que habían concurrido a presenciar su final. Quizá haya tenido algún recuerdo hacia aquel general San Martín a quien él tanto odió, y quien pretendió, con el ofrecimiento que le hizo de una misión diplomática a los Estados Unidos, salvarlo de un destino que se avizoraba para él, trágico. Tal vez..., chi lo sa... 

-Juan Carlos Serqueiros-

domingo, 15 de julio de 2012

UNA DUDA DISIPADA























Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Con fecha 28 de abril de 2012 escribí un artículo sobre el secretario del general Artigas, fray José Benito Monterroso, titulado "Bolas de fraile"; al cual pueden acceder mediante este ENLACE.
Como podrán observar, en una sección del mismo expresaba yo mi opinión con respecto a la suerte que había corrido Monterroso con posterioridad a la muerte de Francisco Pancho Ramírez, en la provincia de Santiago del Estero cuyo gobierno estaba ya por entonces a cargo del general Juan Felipe Ibarra. 
En cuanto a ese particular, mencionaba en mi opúsculo que la extendida creencia que existía en el sentido de que Monterroso había caído y permanecido por un tiempo prisionero de Ibarra, era errónea e infundada. Y explicaba por qué sostenía tal parecer y en qué basaba mi inferencia.
Con satisfacción puedo afirmar hoy, que en esa oportunidad no me había equivocado y que era acertada mi suposición. Pruebas al canto:
En carta fechada el 28 de julio de 1821, el gobernador de Córdoba (interino, por delegación del titular, que era Juan Bautista Bustos), Francisco Solano Bedoya, le escribía al gobernador de Buenos Aires, Martín Rodríguez, lo siguiente:

Paisano y amigo:
Por las adjuntas copias que remito a V. se informará de la comunicación oficial que he sostenido con el gobierno de Santiago. Cuando dispersé la fuerza de Ramírez que fue a los límites de esta jurisdicción, no quise introducirme a la de Santiago en persecución de ellos, creyendo equivocadamente que los encargados de la administración, obraran con la buena fe que guía mis pasos, ¡pero cómo me engañaba! El gobernador Ibarra ha dado una acogida y hospitalidad al inicuo Monterroso, que iba con la partida que se le presentó de ciento quince hombres y que ha desarmado, que acaso no se la daría a un aliado, pues le ha alojado en su casa y este fatal genio desplegará desde allí su ferocidad. (...)" (*) (sic) (Negritas y subrayados míos).
(*) Documento obrante en AGN, X-12-5-5, Guerra Civil, Rodríguez, 1821.

Esto despeja cualquier duda que pudiese existir en lo atinente a qué fue lo acontecido a Monterroso luego de muerto Ramírez por la tropa que para combatirlo, había destacado Bedoya desde Córdoba. Taxativamente queda establecido que Ibarra, lejos de tomarlo prisionero; acogió favorablemente al fraile y hasta lo alojó en su propia casa.

-Juan Carlos Serqueiros-

sábado, 14 de julio de 2012

SIN RUMBO (ESTUDIO)








































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Vida perra, puta... -rugió Andrés-, ¡yo te he de arrancar de cuajo!... (Eugenio Cambaceres, Sin rumbo)

Eugenio Cambaceres (1843 - 1888) fue un político liberal argentino, que por fuerza de las circunstancias que le tocó vivir y protagonizar, abandonó la política, desengañado y asqueado de ella, y terminó dedicándose exclusivamente a su condición de escritor. 
Su obra más notable y trascendental es su tercer libro: Sin rumbo (Estudio), de 1885, una novela que ha sido encuadrada alternativamente en el naturalismo, en el realismo, en el modernismo y en el positivismo; discusión esa que se mantiene hasta nuestros días, quizá porque no entra del todo en ninguna de esas clasificaciones y a la vez entra en todas, porque de todas incorpora elementos.
Particularmente, me parece una obra profundamente argentina, en tanto se constituye en acabada descripción de la característica distintiva de una época determinada: el hastío y el desespero que afligían las almas de algunos jóvenes (Eugenio Cambaceres, Julián Martel pseudónimo literario de José María Miró—, Joaquín Castellanos y Lucio V. López, entre otros) quienes, sabiéndose llamados a integrar la élite dirigente y a desempeñar roles protagónicos destacados en la política vernácula, chocaron con una realidad de país que no les gustaba.
La novela —dramática, escéptica, pesimista— trata acerca de la vida de Andrés, un estanciero argentino que desprecia al gaucho y al indio, habitantes del campo que él asocia con una barbarie a la que odia. Pero si bien aborrece la barbarie; también descree Andrés de la civilización que le propone la ciudad, esa Buenos Aires a la cual considera degradada y desvalorizada por las oleadas de inmigrantes, y a la que sólo acude en busca de placeres y distracciones, sucedáneos que le dan efímera satisfacción a una vida signada por la sinrazón de una existencia de la que abomina. 
Como Andrés se aburre en el campo, seduce y embaraza a Donata, hija de uno de sus puesteros, ño Regino, y al hartarse de ella, la abandona y se dirige a la ciudad, para embarcarse en una aventura amorosa con Marietta Amorini, una cantante italiana a la cual también abandona después. 
Al volver a su estancia, se entera de que Donata murió y que Andrea, la hija que había tenido con ella, vive; entonces procura dotar de sentido a su vida consagrándose en todo a su hijita, en un intento supremo por redimirse, curándose de esa negación permanente de la voluntad de vivir que arrastra; pero sin dejar por eso de ser violento y despectivo con la peonada y con el entorno que lo rodea. El final, darwiniano, trágico y desolador, estremece, como un verdadero mazazo a los planos más altos de la psiquis. 
Una novela áspera, sórdida, crudelísima, que sacude los sentidos impactándolos de un modo brutal. Cada una de sus páginas es el cachetazo de una realidad que duele, agobia y asfixia. 
Un libro fundamental de la literatura nacional, que nos lleva a meditar y reflexionar sobre una Argentina en la que, aún hoy, creo; todos seguimos teniendo algo de ese Andrés que imaginó (o que quizá, no imaginó tanto...) ese gran escritor que fue Eugenio Cambaceres.

-Juan Carlos Serqueiros-

jueves, 12 de julio de 2012

CUANDO LLORÓ LA PATRIA SU RABIA























Escribe: Juan Carlos Serqueiros

La Plata y mayo 25 de 1862. La gente volcada a las callecitas celebra, entre la vocinglería y el estrépito de los cohetes, otro aniversario del grito revolucionario de 1809.
En un cuartucho misérrimo de una especie de fonda situada en el 218 de la calle España, una viejecita de 82 años de olvidada gloria, acaba de fallecer, con la mirada fija en un arca de cuero ajado que conserva todo su tesoro: un oficio que le fuera enviado por el jefe del Ejército Auxiliar del Perú, general Manuel Belgrano, comunicándole que por sus méritos y hazañas en la lucha contra los realistas, se le otorgaban los despachos de teniente coronel.
La Plata y mayo 25 de 1862: muere Juana Azurduy... y la Patria llora dolores rabiosos de madre herida.
Un niño, Indalecio Sandi, con quien la anciana compartía los pocos mendrugos que tuviese, y que dormía en un catre de tiento acomodado en esa misma piecita, ahogado en llanto va a verlo al Mayor de la Plaza, Joaquín Taborga; para comunicarle la muerte de la vieja guerrera y suplicar su ayuda. Pero el funcionario está muy atareado con los festejos y no halla el tiempo para ocuparse de los clamores del niño. Éste, en su desesperación, acude al cura del lugar.
Y ahí va el cortejo fúnebre... de dos personas: un chiquillo y un cura, que acompañan a la amazona en su último viaje, "en fábrica de un peso" hasta el "panteón general".
La Plata y mayo 25 de 1862. Las gentes en las calles ríen y festejan; mientras el frío de ese mayo chuquisaqueño hiela el llanto amargo de esa Patria tinta en la sangre de sus muertos: cuatro hijos, un esposo y tantos, tantos bravos...
Juana Azurduy se fue a la Historia, y un solitario niño llora su desamparo en medio de la inclemente algarabía ajena.
La Plata y mayo 25 de 1862: murió la heroica teniente coronel Juana Azurduy.
A nadie le importó.

-Juan Carlos Serqueiros-

miércoles, 4 de julio de 2012

PRIMER PARTE DE BELGRANO AL TRIUNVIRATO SOBRE LA BATALLA DE TUCUMÁN








































Exmo. Señor
La Patria puede gloriarse de la completa victoria que han obtenido sus armas el dia 24 del corriente, dia de ntra. Señora de las Mercedes, baxo cuya proteccion nos pusimos: siete cañones, tres banderas y un Estandarte. cinq.ta Oficiales, quatro Capellanes, dos Curas, seiscientos prisioneros, quatrocientos muertos, las municiones de cañon y de fucil, todos los bagages, y aun la maior parte de sus equipajes, son el resultado de ella: desde el último individuo del Exto., hta el de mayor graduacion se han comportado con el mayor honor y valor: al enemigo le hé mandado perseguir, pues con sus restos va en precipitada fuga: daré á VE. un parte pormenor luego q. las circunstancias me lo permitan. (sic)