sábado, 28 de abril de 2012

GRANDEZA Y MISERIA


Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Hay personas inapelablemente condenadas por la pequeñez de su alma a tener que circunscribirse a la estrechez miserable de los límites entre los cuales son capaces de concebir algo.
Y hay otras cuya grandeza de alma es tan inconmensurable, que su genio fluye cual inagotable manantial. Son las que nos regalan la magia de su esplendor proyectándose sobre la humanidad hasta el fin de los tiempos.

-Juan Carlos Serqueiros-

BOLAS DE FRAILE
























Escribe: Juan Carlos Serqueiros


Son algunas de unas cuantas cuartetas más / que de tanto en tanto me aparecen / recordando a aquellos hombres que hicieron / la época anterior a la que yo vivo... / Y que por suerte, conocí a algunos de ellos. (José Larralde)

Algunos "dueños de la historia" procuraron mancillar la figura del más relevante de los secretarios de Artigas: fray José Benito Monterroso. 
Al resultarles imposible a los falsarios mantener sobre su memoria la tacha de "bárbaro", por tratarse de un hombre cultísimo y sabio; tuvieron que recurrir a "métodos más expeditivos", como la calumnia y la diatriba: lo tildaron de "apóstata" y "libertino". 

De todos modos y a pesar de no ser sostenible la patraña, no se privaron de hacerla. Veamos, por ejemplo, lo que escribió acerca de él José María Ramos Mejía, autor de La neurosis de los hombres célebres de la historia argentina y "a locura en la historia, quien desde el pedestal en que se veía a sí mismo situado: su condición de psiquiatra, se creía con derecho, como historiador, a tildar de neurótico y loco a todo personaje histórico con cuyo ideario él no comulgara ¿Que Ramos Mejía no hubiera tratado como pacientes a esos personajes a los cuales "asesinaba"? ¿Qué importancia tenía? Eso no revestía interés; la cuestión, el objetivo, era simplemente "miente, miente que algo quedará". Escribió Ramos Mejía: "En el padre Monterroso... se resumen los rasgos salientes (semianalfabeto, borracho, demagogo) del 'intelectual orgánico' de la barbarie". O sea, en la misma afirmación de la mentira afrentosa, está implícito y hasta explícito el reconocimiento de lo que es mendacidad: Ramos Mejía sabía que Monterroso era hombre de cultura extraordinaria, porque afirmar que nada menos que un catedrático en teología y filosofía era "seminalfabeto", es lisa y llanamente perverso; pero su odio y su sectarismo pudieron más, y entonces, inmerso en la rabia de su impotencia para descalificarlo; lo apostrofó con saña feroz: "semianalfabeto", "borracho" y "demagogo".
En fin, el cinismo en su expresión más cruda y deplorable.

El que desde su principio no amó la virtud, es imposible que la siga ya, encenagado en los vicios. (Fray José Benito Monterroso)

José Benito Silverio Monterroso nació en Montevideo el 20 de junio de 1780, cursando allí sus primeros estudios; para marchar después a Buenos Aires, donde muy luego de ingresar a la Orden de los Franciscanos, se ordenó sacerdote. En 1803, debido a la brillantez que evidenciaba y al vuelo de su intelecto, fue designado para la cátedra de Filosofía en la Universidad de Córdoba, y luego ocuparía también la de Teología. 
En esa ciudad quedaría hasta 1814 -el coronel Ramón de Cazeres le asigna "un memorion asombroso, había estado en el Peru (se refiere a la Expedición al Alto Perú) cuando subió Castelli"-, en que fue a reunirse con el Jefe de los Orientales y a incorporarse al artiguismo, ya sea por iniciativa propia o que lo haya requerido Artigas (dicho sea de paso, Monterroso era primo de Artigas, también estaba emparentado con Barreiro y con Otorgués, y su hermana, Ana Micaela, fue la esposa de Lavalleja). A fines de ese año, Artigas envió a Barreiro a una misión diplomática, pasando en consecuencia Monterroso a desempeñar funciones como secretario de aquél. 
Y estimo pertinente hacer aquí una aclaración: con lo de "secretario" no me estoy refiriendo a un escribiente, a un mero caligrafista que volcaba al papel el dictado de Artigas, no, Monterroso no fue eso en modo alguno; sino que fue secretario en toda la implicancia del término, es decir, una especie de ministro. 
Pero además, fue el consejero espiritual de Artigas, su confidente y su amigo leal y consecuente. Fue él quien casó en Purificación a Artigas con Melchora Cuenca (ver mi artículo en este ENLACE), aún sabiendo que el Protector estaba ya casado con Rosalía Rafaela Villagrán, y para atreverse a eso un sacerdote por esa época, necesitaba ser un hombre con los atributos que hay que tener para ello, ¿no? Lo digo sin ambages: las bolas de fraile (y no me refiero a las facturas, precisamente), éste las tenía bien puestas. Imagínese esa situación en 1815... ¿usted cree, estimado lector, que habrían muchos como fray Monterroso, que se animaran a lo que él se animó? Ni pensarlo.
Fue también Monterroso quien tuvo activísima participación en el Reglamento de Tierras de 1815, que conjugaba las virtudes de la justicia social, promover el desarrollo económico de la Banda Oriental, proveer a la seguridad de sus habitantes y propender a la cohesión de su pueblo. En fin, citar pormenorizadamente su obra, sería cuestión de un libro entero.
Hay versiones que sostienen que en Purificación convivió con una mujer, (a la cual mencionan simplemente como la Clarita), versiones esas de las cuales por supuesto, como era de esperarse, hicieron "buen uso" algunos historiadores para denostarlo. 
No hay, más allá de las transmisiones orales, prueba alguna de ello, no obstante; es posible que así haya sido. ¿Y qué habría en eso de pecaminoso, lujurioso, escandaloso y atroz? ¿Puede acaso considerarse lógico y natural el celibato que el ancestral oscurantismo de la iglesia católica impone a sus sacerdotes? ¿Qué tendría de extraño que en el marco de una revolución, un fraile que, como consigné precedentemente, las tenía bien puestas y que se atrevió a casar a Artigas cuando éste ya estaba casado anteriormente con otra mujer; no se detuviera en una prohibición absurda y antinatural a la hora de amar él mismo a una? El coronel Ramón de Cazeres, consultado por Carlos Calvo a pedido de Mitre, contará que "allí (se refiere a la batalla de Rincón de Abalos, en Corrientes) calló (por cayó) la Juliana una hembra que tenía Artigas, y la Clarita q.e era de Monterroso".
Reitero: hay versiones, pero no pruebas efectivas de que Monterroso haya desobedecido la observancia del celibato. Si por mí fuese, desearía con toda mi alma que así lo haya hecho.
Al producirse, luego de la batalla de Cepeda y la firma del Tratado del Pilar, el enfrentamiento de Francisco Pancho Ramírez con Artigas, Monterroso cayó prisionero de aquél en la citada batalla de Abalos, cerca de Curuzú Cuatiá, en la provincia de Corrientes, el 29 de julio de 1820. 
Ya nunca volvería a ver a Artigas, quien se exilió en el Paraguay. Pancho Ramírez -luego de hacer pasar al fraile por varias humillaciones, según relata Cazeres, como la de hacerlo subir a la cofa del bergantín Belén y desde allí predicar contra Artigas- le ofreció la libertad a cambio de que Monterroso accediera a ser su secretario, y éste se avino a ello.
Parece ser que mientras estuvo con Ramírez, la malquerencia hacia él (hacia Monterroso, quiero decir) del chileno Carrera -originada en aprensiones pavotas, celos ridículos y sobre todo (presumo) en una conciencia sucia-, hizo que el fraile pasara no pocos malos ratos. Incluso, algunos han querido ver en ciertas cartas de Ramírez la patentización de una supuesta desconfianza de éste hacia Monterroso, y hasta una nota de desdén al mencionarlo como "el Roso".
No creo que haya sido así. Ramírez no era desconfiado (por lo contrario; sus actos demuestran que era demasiado confiado, tanto, que hasta caía en la ingenuidad). Y la característica de alguien tan pagado de sí mismo y con la fatuidad exasperante que exhibía Ramírez muy a menudo, no es precisamente la desconfianza, ¿no? El entrerriano no era así; era un "nene grande", veleidoso, atolondrado, con escasas luces como para abonar su engreimiento; pero con muchas ínfulas y un ego gigantesco. Además, lo de mencionarlo Ramírez como "el Roso" no debe tomarse en sentido peyorativo hacia el fraile, sino que hasta es indicativo de cierto grado de familiaridad en el trato; porque ocurre que "Roso" era la forma apocopada de referirse a sí mismo que usaba el propio Monterroso. Hasta en las cartas que le escribió a su hermana, el fraile firmaba "Roso", entonces ¿cómo puede suponerse que Ramírez, al nombrar así a Monterroso en carta a terceros estaría menoscabándolo?
En ese carácter de secretario, decía, Monterroso siguió al entrerriano hasta su derrota y muerte en Río Seco, el 10 de julio de 1821. 
Generalmente se cree que luego de esos sucesos, Monterroso permaneció prisionero del gobernador santiagueño Juan Felipe Ibarra, el Saladino (ver mi artículo en este ENLACE). Particularmente, tal creencia me parece infundada y errónea. 
Ibarra no era hombre de granjearse enemigos porque sí nomás y al tun tun; ya demasiados problemas tenía para afianzar su posición y consolidar su gobierno, y encima, acababa de poner fin con la firma del Tratado de Vinará, a la guerra que Bernabé Aráoz le hacía desde Tucumán, hallándose por esa época empeñado en poner, de acuerdo con Güemes y Bustos, todo su concurso y colaboración para la realización del Congreso en Córdoba; ¿por qué y para qué entonces iba a abrir Ibarra otro frente de batalla? Y además, vencido y muerto Ramírez en Río Seco, Ibarra permitió que Anacleto Medina con un grupo de 58 soldados y llevando consigo a la novia de Ramírez, La Delfina (ver mi artículo en este ENLACE) escaparan al Arroyo de la China (la actual Concepción del Uruguay, en Entre Ríos), atravesando la provincia de Santiago del Estero y el Chaco. Digo, si Ibarra dejó que huyeran (e inclusive los ayudó para ello) nada menos que un alto oficial de Ramírez como Anacleto Medina (por entonces coronel, después llegaría a general) y hasta la novia del derrotado, ¿por qué motivos iba a ensañarse con Monterroso? 
Más plausible me parece que Ibarra dejase en entera libertad al fraile. A lo sumo, le podrá haber pedido a Monterroso, de favor, la prestación de algún servicio (que hombres de su estatura intelectual, por cierto no los tenía en Santiago del Estero) y éste decidiera por las suyas quedarse en esa provincia, o bien acompañara a Medina en su huida a Entre Ríos (como sostiene Aníbal S. Vázquez). 
Como fuere, el general José María Paz (que no era precisamente artiguista, sino todo lo contrario) en sus Memorias, cuenta que se encontró con Monterroso en Manogasta. 

Dice Paz: "Partí en el acto, y apenas había andado ocho leguas, hasta la posta de Manogasta, cuando me encontré con el célebre padre Monterroso, que cargaba espada y se había cerrado la corona. Por él supe el último desastre y muerte de Ramírez...". Primero, adviértase que Paz escribe "el célebre padre Monterroso", ergo, la figura y trayectoria del fraile era conocidísima por ese tiempo; aún estando en la derrota, y además; proviniendo de otra derrota anterior, cuando cayó con Artigas.

Y como vemos, Paz afirma que Monterroso estaba armado con una espada y que se había dejado crecer el cabello cerrando la tonsura (personalmente, creo que lo vendría haciendo desde mucho antes eso de no vestir el hábito franciscano, sino andar "de paisano" y sin tonsura; pero es solamente una presunción mía sin ningún fundamento documental que la avale; puro pálpito nomás). 
Paz, residiendo por ese tiempo en Santiago del Estero, había sido comisionado por Ibarra (precisamente a raíz de un pedido que le había hecho llegar Ramírez en el sentido de franquearle el paso por su provincia, de modo de poder llegar a la suya) para ir al encuentro del entrerriano y escoltarlo, servirlo y allanarle lo que éste le solicitara. Y ahí miente Paz en sus Memorias; porque dice que el Saladino lo envió al encuentro de Ramírez, alarmado, espantado y aturdido por la amenaza que éste se le figuraba ("el imbécil y cobarde Ibarra" escribe el Manco -con notoria y aborrecible ingratitud, ya que era el mismo santiagueño a quien él apostrofaba tan dura e injustamente, quien lo había cobijado caballerescamente en Santiago del Estero, prestándole generoso asilo allí-), mientras que vemos que lejos de tener Ramírez intenciones de pelear con Ibarra; le había solicitado a éste su aquiescencia para atravesar su provincia. 
Es elemental entonces, inferir que si Ibarra, como vimos, había accedido a la solicitud de Ramírez (y no por la imbecilidad y cobardía que le adjudicaba Paz, porque no era el Saladino ni imbécil ni cobarde, sino al revés; era astuto y valiente); ¿por qué motivos entonces iba a tomar prisionero a Monterroso que nada le había hecho y de quien nada podía temer? Es ridículo el sólo suponerlo.
Posteriormente, Monterroso se dirigió a Copiapó, Chile, lugar ese en el que se radicó bajo las identidades de José Antonio de Iguerales y Luis Yeral, de modo de pasar desapercibido de todos. 
Recién pudo regresar a la Banda Oriental, por mediación de su hermana, Ana Monterroso de Lavalleja, y de su cuñado, el general Juan Antonio Lavalleja, el 27 de agosto de 1834.
El buen fraile confió demasiado en que dada la "institucionalización del país", nada tendría ya que temer en él; pero ocurría que gobernaba Fructuoso Rivera, lo que equivalía a que el gobierno efectivo estuviese en manos de Lucas Obes y su pandilla; porque Rivera no era hombre de ciudad ni de escritorio. 
Ni bien desembarcó Monterroso (bajo el nombre de Luis Yeral) en Montevideo, fue aprehendido, y Obes, a la par de requerir la intervención de la autoridad eclesiástica por sus "delitos" y su "escandalosa conducta", ordenó deportarlo a Marsella, Francia. 
A todo esto, la autoridad eclesiástica la ejercía como vicario apostólico, Dámaso Larrañaga, quien además, como si fuera poco el poder que tenía en ese carácter de vicario; era senador por Montevideo. 
Dejando que primasen en su espíritu antiguos rencores, Larrañaga se prestó al juego de Obes y persiguió él también a Monterroso (las pulgas del perro flaco). Pero no obraba así sólo porque lo movilizara una vieja inquina; lo que ocurría era que Larrañaga era fundamentalmente un jerarca eclesiástico, un hombre de la iglesia, a la que situaba por encima de todo, aún; de su patria y de su pueblo. Aquel añejo resquemor que tenía hacia el fraile franciscano, y su noción (equivocada, para mí) de lo que su deber le imponía, confluyeron en su ánimo a la hora de argumentar contra Monterroso y de incoarle un proceso. 
Por su parte, Obes y sus esbirros sentían aprensión de que Monterroso secundara a su cuñado, el general Lavalleja, en su oposición al gobierno de Rivera.
Y en fin, allá fue Monterroso a Francia, expulsado de su país. Desde Marsella, haría una encendida defensa de su actitud de vida y de su propia persona, y dos años después, se dirigiría a Río Grande do Sul, en el Brasil, para desde allí pasar nuevamente a Montevideo, donde la mediación e intervención de su hermana, Ana Micaela Monterroso de Lavalleja, tuvo como como resultado la tan ansiada secularización.
En Montevideo, siendo presbítero y en la más absoluta pobreza -pobreza franciscana, y nunca mejor aplicada la expresión-, moriría José Benito Silverio Monterroso el 10 de marzo de 1838. 
Uno de sus más enconados detractores, Vicente Fidel López, no se privaría del "placer" de descalificarlo a través de la mentira desembozada: manifestó que "durante su exilio en Chile, en 1843, había visto a Monterroso, amancebado y cargado de hijos". No se apercibió este historiador, de que para la época en la que él aseveró haberlo visto en Chile; Monterroso había muerto en Montevideo cinco años antes. En fin...
No tuvo al fallecer una tumba particular, sino que fue enterrado en la fosa común, para pobres. En el registro de su defunción se consignó: "célibe". 
Personalmente, brindo por la memoria de aquel fraile patriota, y de todo corazón deseo que  la condición apuntada no haya sido cierta.

-Juan Carlos Serqueiros-

jueves, 26 de abril de 2012

LA MADRE DE LA PATRIA




Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Es muy poco lo que se sabe acerca de María Remedios del Valle o Remedios Rosas (nombre y apellido estos últimos que terminaría por usar, por propia determinación y a lo cual me referiré más adelante). No hay retrato alguno de ella y se ignoran tanto la fecha como el lugar de su nacimiento (muy posiblemente, éste haya sido en Buenos Aires; pero al no haberse –hasta ahora- hallado antecedentes al respecto, no hay tampoco certeza absoluta). 
 Sí se sabe que era de raza negra, ya que ha sido descripta como "parda" en la documentación oficial existente y probablemente haya sido una esclava manumitida o hija de esclavos.
Si yo viviera en Buenos Aires o tuviera los medios necesarios para encarar una investigación histórica allí, rastrearía por el lado de la familia Del Valle, ya que era común por ese entonces que los esclavos –y por ende, los hijos de éstos- tomaran el apellido de las familias en cuyas casas servían. En función de esa circunstancia, tal vez María Remedios tuviera por apellido Del Valle debido al haberse criado en casa de dicha familia. Y de ser así, entonces también quizá sabiendo en qué parroquia se registraban los bautismos de los Del Valle; se lograse hallar su fe de bautismo (lógicamente, suponiendo que haya sido bautizada, lo cual infiero debe de haber ocurrido) y encontrarse los datos relativos a su nacimiento.
Se sabe también que su familia estaba integrada por su esposo y dos hijos, uno propio y otro adoptivo (o "entenado" como se les decía por entonces a los que se criaban en casas que no eran las de sus padres, y por personas que no eran los mismos).
María Remedios del Valle actuó durante las invasiones inglesas, o por lo menos; durante la segunda de ellas. Esto lo sabemos a través de una certificación emitida por el comandante del Tercio de Andaluces, José Merelo; en la cual consta que durante la campaña de Barracas, asistió y guardó las mochilas para aligerar su marcha a los Corrales de Miserere. Esta documentación se halla en el Archivo General de la Nación: “Acuerdo del Extinguido Cabildo de Buenos Aires”, serie IV, tomo II, libros LIX, LX, LXI y LXII, años 1805 a 1807. El Tercio de Andaluces integró, durante la Defensa, la División Centro, al mando de Javier de Elío y dotada con 9 piezas de artillería; conjuntamente con los tercios de Gallegos, de Castas (integrado por pardos, morenos e indios, en el cual seguramente estaría el esposo de María Remedios), y de Catalanes (dos compañías), más un escuadrón de caballería. La campaña de Barracas mencionada por Merelo, consistió, como lo detalla Carlos Roberts en su libro Las invasiones inglesas publicado en 1938, en la concentración ordenada por Liniers de las fuerzas precedentemente descriptas, con más el agregado de las Divisiones Derecha, Izquierda y Reserva, en un punto situado en Barracas, a eso de unas tres cuadras al sur del Riachuelo. En cuanto a la marcha a los Corrales de Miserere, consistía en dirigir ese ejército al matadero de hacienda de Miserere (situado en el actual barrio Once), vadeando el Riachuelo por el paso de Burgos (actual puente Alsina).
Nada más conoceremos de María Remedios del Valle ni de su esposo e hijos, durante los siguientes tres años, hasta la Revolución de Mayo.
El 6 de julio de 1810, se terminó de reunir en el Monte de Castro (actual barrio de Floresta) la tropa que integraría la Expedición Auxiliar al Alto Perú, que sería denominada luego Ejército del Perú. Tal hecho, se producía en el marco de la disposición de la Junta de fecha 29 de mayo de 1810 por medio de la cual se reorganizaba el ejército y fundamentalmente, de la del 14 de junio, a través de la cual se urgía la conclusión de los trabajos de formación de dicha fuerza militar (ya se tenían noticias de los preparativos contrarrevolucionarios de Liniers en Córdoba). Como consecuencia, la tropa, originalmente formada sobre la base de las milicias regladas, pagada por medio de suscripción pública (“contribuciones patrióticas”, para lo cual la Junta comisionó a Miguel de Azcuénaga a fin de que recibiese donativos, ya sea en metálico o en esclavos); se engrosaría por medio de una rigurosa leva de todos los vagos y hombres sin ocupación conocida desde la edad de 18 años a 40, y también apelando a la compra de esclavos a sus amos. Se formó así un ejército de 1.150 efectivos, que fueron puestos al mando del comandante de Arribeños, coronel Francisco Ortiz de Ocampo, con el teniente coronel Antonio González Balcarce como segundo jefe, y enviados a Córdoba a reprimir la contrarrevolución de Liniers, y luego a proseguir la campaña al Alto Perú.
A ese ejército, que iniciaría su marcha el 7 de julio de 1810, era al cual se incorporarían María Remedios del Valle, su esposo y sus dos hijos. Posteriormente, ya sofocado el intento de Liniers, el mismo ejército con Antonio González Balcarce al mando de su vanguardia, se dirigiría al Alto Perú con el nombre de Ejército del Perú, quedando Ortiz de Ocampo en Córdoba, Santiago del Estero y Tucumán, para ir reclutando los contingentes con que sucesivamente se aumentarían sus efectivos, y sería puesto luego al mando de Castelli por resolución de la Junta de fecha 6 de setiembre de 1810. Después del desastre de Huaqui, quedaría al mando Pueyrredón, quien posteriormente lo entregaría a Belgrano en Yatasto el 26 de marzo de 1812.
Consta la participación de María Remedios del Valle en las batallas de Huaqui (Bernardo Anzoátegui atestiguó que por orden de Viamonte, condujo a María Remedios del Valle hasta Potosí, haciéndole entrega de veinte pesos); de Tucumán (en la víspera de la cual María Remedios del Valle le solicitó al general Belgrano autorización para asistir a los heridos en las primeras filas, denegándole éste dicho permiso; no obstante lo cual ella conseguiría confundirse entre las tropas de reserva y luego acceder al campo de batalla, donde su comportamiento fue tan heroico y abnegado socorriendo a los heridos, que el general Belgrano la designó capitana y los soldados y oficiales comenzaron a llamarla “Madre de la Patria”); de Salta; de Vilcapugio y de Ayohuma.
Fue herida gravemente varias veces, recibiendo sablazos y balazos, estos últimos, en seis oportunidades. Estuvo en capilla a punto de ser ejecutada por el enemigo. En la derrota de Ayohuma, herida de bala, no pudo escapar y cayó nuevamente en poder de los realistas. María Remedios del Valle fue una más entre los quinientos prisioneros que el enemigo logró capturar, siendo condenada por el general español Joaquín de la Pezuela, a ser azotada en público durante nueve días consecutivos por conducir correspondencia e influir a tomar las armas. Pero María Remedios del Valle, pese a los atroces castigos que recibió; consiguió fugar.
A esas alturas su frenesí patriótico, su dedicación, su coraje y su abnegación eran ya legendarios. No había sacrificio o penuria pasados o por pasar, capaces de hacerla cejar en su lucha, curando heridos, remendando uniformes de soldados y oficiales y derramando amor a raudales en una tierra que pugnaba por su libertad. Era, para todos, la Madre de la Patria.
Pero ya estaba sola en el mundo: su esposo y sus dos hijos habían perecido en la Guerra de la Independencia, y María Remedios del Valle emprendió el regreso a Buenos Aires, a vivir pobre y olvidada en un mísero ranchito de los arrabales de la ciudad, tan humilde y relegada como el general que la había hecho capitana: Manuel Belgrano.
Así, transcurrieron siete largos años que pasó vendiendo pastelitos y tortas fritas en la Recova y pidiendo limosna en los atrios de las iglesias para subsistir. 
Hasta que un día, el general Juan José Viamonte, al salir de su casa, tropezó con una anciana negra, encorvada, desdentada y llena de horribles cicatrices, reconociéndola instantáneamente. “-¡Pero… si es la Madre de la Patria!”- exclamó. A partir de allí, el general Viamonte, tomó a María Remedios del Valle bajo su protección, e hizo que ésta reclamara al gobierno por el otorgamiento de la pensión a la que era más que justicieramente acreedora.
Luego de una primera presentación, que fue rechazada, subsiguió otra en la que, tras larguísimos debates, se resolvería favorablemente la pensión a Remedios del Valle y la erección de un monumento en su homenaje. En el Diario de Sesiones de la Honorable Junta de Representantes de la Provincia de Buenos Aires: tomo VI, sesión del 18 de julio de 1828, puede leerse la intervención de Tomás de Anchorena, que cerraría la discusión y tras la cual se votarían la pensión y monumento a la Madre de la Patria: “Yo me hallaba de secretario del general Belgrano cuando esta mujer estaba en el ejército y no había acción en que pudiera tomar parte, que no la tomase y en unos términos que podían ponerse en competencia con el soldado más valiente. El general Belgrano no permitía a las mujeres que siguieran al ejército en campaña. Al pasar el río Pasaje sólo admitió en sus filas a la Madre de la Patria. Una mujer tan singular como ésta debe ser el objeto de la admiración de cada ciudadano de todas estas provincias y adonde quiera que vaya de ellas, debía ser recibida en brazos y auxiliada con preferencia a un general”.
Pero todo quedaría en expresiones de buenos deseos e intenciones y nada más; porque María Remedios del Valle jamás llegaría a cobrar su pensión, postergada invariablemente por otras “urgencias” y sepultada en una laberíntica burocracia. 
En 1829 vino un criollo en esta tierra a mandar: don Juan Manuel de Rosas, quien reintegraría a María Remedios del Valle a la nómina del ejército con rango y sueldo de sargento mayor. Agradecida al general Rosas, María Remedios del Valle decidió llamarse Remedios Rosas.
Y sería gracias a la escrupulosa y férrea contabilidad de la administración rosista, que hoy podemos saber cuándo murió la Madre de la Patria, ya que de otro modo; seguramente ese dato permanecería tan ignorado como el de su nacimiento. En efecto, en la Lista del Ejército de Rosas, correspondiente al 8 de noviembre de 1847, se consigna la baja por fallecimiento del Mayor de caballería Dña. Remedios Rosas (sic).
Estimado lector, ya le conté quién era Remedios Rosas, y ahora que lo sabe; espero que en cada fecha patria, la enorme dimensión de su figura histórica le despierte un emocionado recuerdo.
Particularmente, soy de la idea de que así como en muchas de nuestras ciudades se elevan monumentos en honor a la memoria de los Padres de la Patria, los generales don Manuel Belgrano y don José de San Martín; debieran asimismo levantárselos en homenaje a doña Remedios Rosas, la Madre de la Patria.

-Juan Carlos Serqueiros-

Imagen: Ramiro Ghigliazza, "María Remedios del Valle, La Madre de la Patria", técnica digital, contemporáneo.

domingo, 22 de abril de 2012

PERDIENDO EL TIEMPO









































E
scribe: Juan Carlos Serqueiros

PERDIENDO EL TIEMPO
(Beilinson - Solari)

Va a amanecer y desde el muelle
veo el ferry en que te vas.
El amor empezó a quedarte chico
y el silencio lo enredó.
¡Angeles! yo ya no me puedo ir...
me ata un fuego  y mi sueño duerme aquí.
Ella sí que era el fuego,
ella sí que bailaba en las llamas.
Por primera vez tengo miedo
de no hacer bien mi papel.
Sé que voy a perder un poco el tiempo
y tirar con lo que hay.
¡Angeles! yo ya no puedo partir,
me ata un fuego y mi sueño duerme aquí.
Ella sí que era el fuego,
ella sí que bailaba en las llamas.
Apagó sus ojos tristes y luego embarcó...
Recuerdos que mienten un poco
(siempre fue así)
Nuestro miedo helará éste infierno, creo.
Sopla un viento frío en la ciudad.

Una bellamente triste letra, que narra una relación de pareja que queda trunca. Aún a pesar del amor que siguen sintiendo el uno por el otro (en la apariencia, pero... ¿será verdadero amor lo que sienten?, mmm... veremos...), quienes la integran han resuelto romper el vínculo que hasta allí los unió. 
La separación y despedida (desgarradoras) que se describen en la letra, pueden haberse producido por distintas causas, pero lo que para mí está evidenciado, patentizado en la poética del tema; es que llega para esa pareja un punto de inflexión en el que quienes la componen habrán de tomar una decisión: la de sacrificar el amor (o eso que ellos tomaron por "amor" y que después veremos que no lo es tanto) que se tienen el uno al el otro; en aras de un sentimiento que entienden como superador de ese amor, como algo que lo trasciende.
La separación no se dio en un marco de bronca mutua, no se dejan en malos términos; lo cual queda ilustrado en el hecho de que él la acompaña al puerto en su partida. Luego, queda parado en el muelle, mirando cómo ella se aleja ("va a amanecer y desde el muelle veo el ferry en que te vas").
Seguidamente, se pone a pensar en las causas de la ruptura por parte de ella: "El amor empezó a quedarte chico y el silencio lo enredó", reflexiona, atribuyéndole a ella el sentir algo que trascendía al amor que tenía por él, y que a la hora de los bifes, pesó más en su balanza. Y ¿qué puede ser eso frente a lo cual a la mina "el amor empezara a quedarle chico"? Bueno, la letra no lo dice y sólo podemos inferir: por ejemplo, suponer que en ella pudo más la influencia de intereses de otro tipo, quizá algún ideal socio-político, o tal vez algo más prosaico, como alguna ambición material o profesional, vaya uno a saber... Lo seguro es que ella privilegió algo, sea lo que fuere ese algo; por sobre el sentimiento que experimentaba hacia el chabón. Por eso "el amor empezó a quedarle chico", es decir, a no satisfacerla en plenitud. Sin embargo, él no es auto indulgente; ya que también se echa sobre sí mismo una porción de la "culpa", cuando reconoce que "el silencio lo enredó", 
o sea que hubo por parte de la mina un planteo previo que él desoyó en su momento. Alude así a una complicación adicional: la falta de diálogo, diálogo ese que quizá -y sólo quizá- hubiese recompuesto las cosas.
Y es en ese orden de pensamientos que él profundiza y medita en sus propias razones para que ese desenlace se produjera: "yo ya no me puedo ir... me ata un fuego y mi sueño duerme aquí", se dice tanto a sí mismo, como también dirigiéndose imaginariamente a la mina (que a esa altura, ya se fue), aludiendo a obligaciones y/o responsabilidades que no puede gambetear, ignorar, eludir, y que lo llevan a tener que resignar lo que siente. Y al igual que ocurría con los motivos de ella, los de él tampoco se especifican claramente en la letra; con lo cual otra vez sólo podemos hacer especulaciones en torno a eso: por ejemplo, el tipito también puede haber tenido algún interés material o intelectual que reputó como más poderoso que el amor, o quizá tuviera una relación que no se animó a romper, hijos tal vez, chi lo sa...
En cuanto a lo de "¡Angeles!", alguien me dijo una vez que en una de las empresas de servicio de ferry que hace Buenos Aires-Colonia, uno de los transbordadores tenía ese nombre y que por eso el Indio ponía lo de "¡Angeles!". Qué sé yo... todo puede ser; pero no me cierra la "explicación". Es posible que haya habido un transbordador con el nombre de "Angeles", pero si un perfeccionista como Solari hubiese querido citar en una canción el nombre de un ferry, no iba a omitir el entrecomillado, dejando así de señalar inequívocamente que está citando el nombre que se le puso a algo. ¡Justo él!, tan luego... no, ni en pedo. Más plausible se me hace que esté mencionando el nombre de la mina; aunque tampoco esa posibilidad me satisface del todo. Y además, hay que considerar lo de los signos de admiración, que por algo están, ¿no? Lo que más probable me parece, es que eso de "¡Angeles!" sea una expresión empleada en lugar de poner el más usual o frecuente "¡Dios mío!" o "¡Ay, Dios!", algo así... Y me afirma en esa opinión la circunstancia de que el Indio escribió las letras de Lobo Suelto / Cordero Atado -salvo las que él mismo catalogó de "temas de hace mucho tiempo", como "Negrita" (así llama Solari a "Caña seca y un membrillo") y "Ya no late más" (que en el disco pasó a llamarse "Lobo, estás?")- en República Dominicana; donde efectivamente la exclamación "¡Angeles!", popularmente se utiliza en lugar de "¡Dios mío!" y "¡Ay, Dios!".
A continuación, viene una remembranza de lo que la tipa significaba para el ñato: "Ella sí que era el fuego, ella sí que bailaba en las llamas", evoca él; con lo cual, de paso, se nos clarifica la cosa acerca de qué era lo que los unía, porque eso nos remite a entender que lo de ellos no se trataba de un amor verdadero; sino de una pasión ardiente, volcánica diríamos; que ellos confundieron con amor. Esa pasión, a él se le está yendo embarcada en un ferry, y por eso siente esa aprensión que expresa con lo de "por primera vez tengo miedo de no hacer bien mi papel", es decir, siente temor de que a partir de que le falte la mina que lo tenía borracho de pasión, no pueda soportar estar sin ella, y entonces se raje en pos de recuperarla, huyendo así de esas responsabilidades y obligaciones que constituyen el "papel" que le tocó en el reparto, ese rol que debe desempeñar.
Trascartón, se pone a cavilar en lo que va a ser su vida de allí en más, sin la mina: va a "perder un poco el tiempo y tirar con lo que hay". O sea, imposibilitado de disfrutar el goce de la pasión, porque ella ya no estará; él se va a dedicar a "perder el tiempo" en relaciones sin ninguna significación especial, "tirando" con "lo que hay".
Y rememora (masoqueándose un poco, si se quiere) el momento de la despedida, cuando ella abordó el ferry en que se fue: "Apagó sus ojos tristes", dice refiriéndose a que la mina cerró sus párpados para contener el llanto, y "luego embarcó".
Y vemos que la tristeza de tal despedida, seguramente no matará a ninguno de los dos, porque enseguida se dice a sí mismo: "Recuerdos que mienten un poco (siempre fue así)"; como diciéndose que en el fondo, está haciendo un cacho de melodrama, que de ese "amor" que creyeron haber sentido, no se van a morir; y que en definitiva, cada vez que recordamos algo que nos ha sido trascendental en alguna medida, que nos ha marcado o influido notoriamente; tendemos a exagerar. Así, después de todo, esa tristeza que él atribuyó a la mirada de la mina al despedirse, quizá no haya sido tan honda como él se empeñaba en creer... Y de paso, la de él tampoco, porque cierra con un esperanzado "nuestro miedo helará este infierno, creo"; como diciéndose a sí mismo algo así como "la voy a extrañar y seguramente ella me extrañará, pero después, los motivos que tuvimos para romper la relación, terminarán imponiéndose por sobre el deseo de estar juntos".
Y tanto es así, que ahora mismo nomás, el "infierno" de esa pena, ya comienza a helarse con ese "viento frío que sopla en la ciudad".
A rey muerto, rey puesto, dicen, y la vida continúa...

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-Juan Carlos Serqueiros-

domingo, 15 de abril de 2012

LA PARABELLUM DEL BUEN PSICÓPATA


Escribe: Juan Carlos Serqueiros

LA PARABELLUM DEL BUEN PSICÓPATA
(Beilinson - Solari)

La noche tira un salto mortal,
pura tontera del "punto G"
y el joven lobo,
¡quemándose de amor!
Está en la cima del volcán
(nunca pudo ser muy fiel...)
tímidamente moja el suavestar.
Y traga migajas de rock
maravilla para este mundo,
y traga esas migas indescriptibles
(trucos de placer).
Un tecno-duque trabajó
nuevos gemidos para el show,
su industria de la diversión quebró.
Un gran remedio para un gran mal,
amores como flechas
van cruzando el sueño
y te acribillarán.



Un tema que se las trae y cuyo título es, de movida nomás, sugestivo y pasible de hacer caer en confusiones. Veamos: el Indio pone "La Parabellum", con lo cual, la primera reacción de mis neuronas (suponiendo que mis neuronas tengan eso que llamamos reacción) fue remitirme -por lo del artículo "la"- a un arma en particular: la pistola Luger calibre 9 mm, pero por apurado; paradojalmente casi pierdo el tren, porque ocurre que el título es también una metáfora en sí mismo: hete aquí que para bellum significa "para guerra", lo cual es la forma apocopada de una frase en latín que reza: "Igitur qui desiderat pacem, praeparet bellum", o sea: "Si realmente deseas la paz, prepárate para la guerra", del escritor romano Publio Flavio Vegecio Renato, en su obra Epitoma rei militaris. Luego, en materia de armas, se popularizó el uso del término Parabellum para el calibre 9 mm, uno apropiado para la guerra. Con lo cual el Indio no se está refiriendo en el título a una pistola en especial; sino al "arma" que va a usar en "la guerra" alguien determinado: un "buen psicópata". 
Y... ¿qué cuernos vendría a ser un "buen psicópata"? Bueno, esa cuestión es un cachito más compleja: sería importante, para comprender hacia dónde apunta Solari, haber leído una nota que le hizo Quiquito Symns, que fue publicada en la edición de diciembre de 1986 de la revista Cerdos y Peces y que se titulaba justamente Los psicópatas del siglo 21. En ella, Solari expresaba su opinión en el sentido de que ante el avance  de la tecnología en todos los órdenes, sobre todo en el de la biogenética, en el siglo XXI y en un mundo manejado por lo que él llama maffia (que no es la consabida mafia siciliana de las películas, sino que son las grandes corporaciones transnacionales), los que mejor preparados estarían para sobrevivir en ese orden sistémico, serían los psicópatas. Y precisamente, uno de esos psicópatas es el protagonista de esta letra. 
Es un psicópata, sí, pero como veremos más adelante; un buen psicópata, es decir, alguien que no representa un peligro para la integridad física de nadie, como podría serlo (por ejemplo) un psicópata asesino o un psicópata violador. Pero este no, este "mata" con su propia “arma”: su pene, que es "la Parabellum" con la cual se "prepara para la guerra".



Ese chabón, ese "buen psicópata", bien "armado" con "la Parabellum", esa respetable pija con la que está dotado (pido perdón a las chicas por la inevitable guarrada; necesito ser muy gráfico), se está curtiendo una mina que consiguió circunstancialmente, alguien que no es su pareja habitual y/o "formal"; sino una mina que se levantó por ahí, vaya uno a saber dónde. 
Así, "la noche tira un salto mortal". Y "mortal" no en el sentido de que él vaya a hacerle un daño físico a la mina; sino "mortal" para la sanidad psíquica de ella. Debo aquí agradecer la ayuda de Gabriela, mi esposa, quien con sus extraordinarias capacidad, trayectoria y eficacia profesionales como psicóloga clínica, tuvo la paciencia de desasnarme acerca de qué es y qué representa un psicópata: alguien que no puede tener empatía hacia su prójimo, que no siente nada, que no puede experimentar amor, que es incapaz de sentimientos. Entonces, es en ese contexto en que el "salto mortal" que "la noche tira", vendría a ser como un espectáculo de trapecio sin red: la mina, al relacionarse con ese psicópata, corre el riesgo del daño psicológico que eventualmente ese vínculo implique para ella. 
Ella le pide al tipo que explore y estimule su Punto G (un punto situado en un lugar dentro de la vagina, donde -según los sexólogos- está concentrada la mayor cantidad de terminales nerviosos para producir placer). Pero para el tipo, eso que le pide la mina es una huevada ("tontera"); porque él está re caliente y sólo quiere ponerla; no andar "perdiendo tiempo" brindándole placer a la mina. Él busca su propio goce, es un "joven lobo quemándose de amor", y quiere satisfacerse él; no satisfacerla a la mina. Ella le importa un carajo, porque para él, no es alguien, una persona, un prójimo; sino algo, una cosa, un objeto cualquiera, hacia el cual no siente absolutamente nada. 
Lo que pretende ilustrar el Indio, es que el chabón se encontró con una mina que se escapa del esquema habitual que él esperaba: está acostumbrado a controlar la situación, y resulta que ella le sale con la demanda de lo del Punto G; entonces el tipo queda momentáneamente descolocado, sorprendido. Y eso lo excita más, al punto que, como se dice más adelante en la letra, se le escapa el polvo.
Al llegar a lo de "está en la cima del volcán", en un principio pensé que estaba referido a que el tipo le practicaba sexo oral a la mina, un cunnilingus, produciéndole un orgasmo, pero después, ya desburrado por Gabriela respecto a las características de un psicópata; me dí cuenta de que no se trataba de eso, porque como escribí antes, el placer de ella a él le importa tres belines. No, nada de darle satisfacción con sexo oral; el tipito es un golfo, alguien que "nunca pudo ser muy fiel", o sea que es alguien infiel no porque busque serlo, sino porque no lo puede evitar. Es un psicópata, inofensivo (en cierta forma) para los demás, porque no va a matar ni a hacerle daño físico a nadie: un "buen psicópata", digamos; pero psicópata al fin, en el sentido de que no siente nada por nadie, de que no ama a nadie, ni siquiera a su esposa, novia, pareja o lo que fuere. 

La mina "está en la cima del volcán", en la antesala del orgasmo, porque está experimentando el goce de ser penetrada por la "Parabellum" del tipo, por la descomunal pija que él carga, pero antes de que ella llegue a gozar; imprevistamente él tiene una eyaculación, acaba sobre el colchón ("moja el suavestar"). Y lo moja "tímidamente", porque está sorprendido, descolocado, ante lo imprevisto de la situación: él esperaba satisfacer su deseo sexual rápida, expeditivamente, controlando y manejando la cosa como acostumbra hacerlo; y resulta que se encuentra con una mina que le demanda el mismo goce que él buscaba para sí mismo. Se ve superado por lo inesperado de lo que está viviendo, y ante la excitación extrema que esa "novedad" le acarrea; eyacula precozmente. 
"Y traga migajas de rock / maravilla para este mundo, / y traga esas migas indescriptibles / (trucos de placer).": El "rock maravilla para este mundo", en este caso el Indio lo usa como una metáfora para aludir a que así como la cultura rock pretendió en un momento cambiar la óptica del mundo a través de una revolución musical; en "este mundo" (el mundo del siglo XXI al que se refiere en el reportaje que mencioné antes), el sexo también está "revolucionado", por ejemplo, con la practica más difundida, más habitual o más aceptada, digamos, de la "industria del sexo": sesudos tratados que pretenden "enseñarle" a la gente sobre el sexo, "novedosas" (minga novedosas) técnicas sexuales, chichecitos, películas porno, etc.; todos "trucos de placer".
"Un tecno-duque trabajó / nuevos gemidos para el show, / su industria de la diversión quebró.": Un tecno-duque es en el lenguaje del Indio, un científico del siglo XXI, alguien que manipula la tecnología que llevará a que el más apto para sobrevivir en ese contexto sea el psicópata. Ese tecno-duque (duque=dux, rango militar de general) es el que a través de la tecnología desarrollará nuevas formas de placer erótico, sexual ("nuevos gemidos para el show"); porque la vieja manera de entender el sexo por parte de la humanidad, cambiará a partir de los nuevos parámetros y nuevas pautas que impondrá la tecnología creada por la maffia que, según el Indio, controlará al mundo. Es decir que habrá una nueva forma de entender el placer; la vieja forma no correrá más ("su industria de la diversión quebró"). Son todas alusiones y metáforas muy altas que sólo pueden ser entendidas a partir de la lectura de ese reportaje de Symns a Solari; de otra manera uno no puede situarse en el contexto de algunas estrofas de la canción.
"Un gran remedio para un gran mal,  / amores como flechas  / van cruzando el sueño / y te acribillarán.": Y bueno, "vamos buscando el cierre", dijo Mónica Lewinsky: una estrofa del Indio para concluir la canción (que pinta un statu quo que no tiene nada de halagüeño) con una especie de deseo esperanzador: el de que haya "un gran remedio para un gran mal". Es decir, para curar una enfermedad seria, grave; es preciso encontrar el remedio justo y apropiado. Y ese remedio es el AMOR. El palazo solariano es para el gran mal, representado por la "ciencia oficial" toda: la tecnología, la medicina, incluyendo a la psicología y la psiquiatría que se encargan de “domesticar”, de "dormir" al ser humano para re-insertarlo en ese mismo sistema que es precisamente el que lo enfermó, y hasta al psicoanálisis mal entendido y peor practicado por algunos malos, pésimos pseudo profesionales chantas, que utilizan erróneamente algo que (otra vez: ¡gracias, Gabriela!) sirve justamente para que se trate de la subversión del sujeto  y no de dejarlo "manso y en el molde"; al contrario. Entonces, el psicópata como modelo de "hombre del futuro", es el fruto de un sistema que le quita el corazón, que le fija como nueva meta la competitividad, la guerra (esa guerra para la cual necesita "la Parabellum"; si no hubiese guerra, no la precisaría) introducida por todo el discurso sistémico. Y así, el amor lo cruza como una flecha, lo atraviesa, lo pasa de largo, acribillándolo. Lo que te acribilla es aquello que no podés ver, porque de hecho, si pudieras detener una bala; la pararías antes de que llegue a tocarte y causarte daño. El gran remedio para ese mal, sería el AMOR, pero eso... el psicópata no lo ve; y entonces, esos "amores como flechas" le van "cruzando el sueño".

Y me quedé pensando (a veces, algunas pocas veces, lo hago): ¿se dieron cuenta de que es cada vez más frecuente el encontrarnos con el re manido "nadie resiste el archivo"? Bueno, es una patraña, una gran macana, una falsedad; porque sí hay quienes resisten cualquier archivo, como por ejemplo, el Indio. Reflexionemos: hace ¡veintiséis años!, nada menos, decía -como vimos en esta interpretación- que el amor era el gran remedio para el gran mal; y hace poco, muy poquito, dijo: "Si no hay amor, que no haya nada entonces, alma mía ¡no vas a regatear!". 
Si eso no es COHERENCIA; la coherencia ¿dónde está?

ENLACE A LA PARABELLUM DEL BUEN PSICÓPATA EN YOU TUBE: http://www.youtube.com/watch?v=LJkly-Xtqf8

-Juan Carlos Serqueiros-

martes, 10 de abril de 2012

UNA RATA MUERTA ENTRE LOS GERANIOS













































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

UNA RATA MUERTA ENTRE LOS GERANIOS
(Solari)

Con un soplo vacío mi boca
es tarde en la noche y no puedo dormir,
silenciosa, mi risa está oscura,
domina mis labios, me obliga a mentir.
Nieblas cubren el parque
ponen un velo que quita vida y da ilusión.
Necesito de algún paraíso
que obligue a mi cuerpo a jugar con vos.
Aunque estoy atado a tus diabluras
sabés que siempre estoy a favor del adiós.
Perros como fantasmas
que nos rodean en la neblina al caminar.
La belleza es siempre temible
y se hace difícil poder soportar
cuando vas de un silencio a otro
cubriendo tus ojos con mi soledad.
Nubes que son sospechas
(mientras me llegan perfumes de la tempestad)
Las ves?

Un día que aún no terminó, un día "de aquellos", en fin, uno de "esos" días...
Iba a escuchar a Braulio López, el Olimareño, cantando a dúo con Julio Víctor González, el Zucará, interpretando esa hermosa canción a Rocha (¡cómo me gusta Rocha! ¿"dónde hay un mango, viejo Gómez", para poder volver a sus playas?): En tu imagen, esa que dice "Esperanza dura en el cazón / bota y pescador oliendo a sal / sueño bucanero del galeón / piel de lobo, duna y roquedal".
Pero, vaya uno a saber por qué, en un arrebato terminé por poner El perfume de la tempestad y por detenerme en el (para mí) mejor tema de ese ramillete sublime de doce canciones: Una rata muerta entre los geranios. 
Y dejo volar el pensamiento y reflexiono en hasta qué extremos lleva el Indio el mantener su coherencia... ¿Vieron que en TODOS los discos, tanto en los del tiempo en que los Redondos eran una feliz realidad que hacía un poco más soportable esta vida que al final de cuentas uno no pidió; como en los tres enteramente suyos, siempre, SIEMPRE, hay dos temas que Solari considera los principales, y mete uno como inicio y otro como final? Bueno, El perfume no es la excepción: arranca con Todos a los botes! y culmina con este... TEMÓN. 
Y en ese divague, se me ocurre un jueguito: voy a hacer de cuenta que soy el Indio, a ver qué tal funca eso que llaman empatía, a ver qué sale...: 
Estoy en mi casa, en Parque Leloir... no tuve un buen día y para colmo, estaba jugando con Bruno en el parque, y encontré una desagradable sorpresa: "una rata muerta entre los geranios"; así que mi humor no es de los mejores. "Silenciosa, mi risa está oscura", me digo en un oxímoron -que me empeño en que no suene como tal- de esos que de tanto en tanto se me ocurren y que seguramente después algún pavote de esos en cuyas manos quedó todo el sueño, escribirá en una pared, o que algún boludito de la luna de esos de bohemia trucha y conventillera, con fingido aire abstraído repetirá, tratando de enganchar una de esas tipas porno-nazi look. Suelto un bufido de bronca impaciente, "con un soplo vacío mi boca", no puedo conciliar el sueño, "es tarde en la noche y no puedo dormir". En la cama, a mi lado, Virginia me pregunta si estoy preocupado, o enojado. ¡Pobre, mi amor! No puedo, no quiero entristecerla con mis pensamientos negros ¿para qué? Así que miento: finjo alegría y le respondo que no, que no me pasa nada, y me fuerzo hasta dibujarme esa "risa que está oscura", que "domina mis labios" y que "me obliga a mentir".
Me levanto de la cama, paso por el dormitorio de Bruno y lo contemplo durmiendo, con ese tesoro de los inocentes que perderá más temprano que tarde. Salgo a dar un paseo por entre las "nieblas" que "cubren el parque" de mi casa, tendiendo sobre la noche un manto que me entristece aún más, exacerbando mi melancolía, "un velo que quita vida", pero que a la vez, me "da ilusión"; porque después de todo, como cierta vez me dijo el torito Chas-chás: "al morir crecemos más que todas las galaxias"; así que en una de esas...
Tengo que salir de este estado de ánimo, mejorar mi humor, "necesito de algún paraíso que obligue a mi cuerpo a jugar con vos", Bruno; porque aún cuando disfruto intensamente de la inocencia de tu niñez y lo gracioso de tus travesuras, "aunque estoy atado a tus diabluras"; soy consciente de que crecerás y de que llegado el momento, te irás, buscando tu propio camino; esa es la ley de la vida... y "sabés que siempre estoy a favor del adiós". 
Sigo mi nocturno, desvelado paseo por el parque y desde la sombras surgen mis ovejeros alemanes, acompañándome... esos "perros como fantasmas que nos rodean en la neblina al caminar".
¿Sabés, Bruno, hijo mío? "La belleza es siempre temible". Esa hermosura de tu niñez, digo. Yo quisiera estar todo el tiempo con vos, quisiera en este momento mismo no estar solo, vagando por el parque de casa, desaría que no estuvieses durmiendo y que caminaras a mi lado; porque "se hace difícil poder soportar cuando vas de un silencio a otro cubriendo tus ojos con mi soledad".
Oigo los truenos que preanuncian la tormenta, los relámpagos iluminan fugazmente las tinieblas. Alzo mis ojos al cielo y ahí están ellas, esas "nubes que son sospechas" (mientras me llegan perfumes de la tempestad)". Y vos, hijo mío "¿las ves" al igual que las veo yo? Son esas nubes, justamente esas, las que me pusieron así, en este estado de ánimo triste, melancólico, malhumorado. No fue la rata muerta que encontré entre los geranios, no, esa fue sólo la excusa para escribir esto; fueron esos nubarrones los que despertaron en mí la sospecha, el pensamiento, la certeza más bien diría, de que algún día ya no estaremos juntos, porque yo habré partido... la muerte y yo; o porque vos, hijo, habrás crecido y te habrás ido. Y eso, Bruno, eso es lo que huelo, eso es el perfume de la tempestad.
Y ahora que exorcicé eso que me tenía mal, llegó el fin de mi caminata por el parque de casa. Me voy a dormir, y seguro que ahora sí voy a poder conciliar el sueño. Chau.
Ah!, díganle al Juanca, ese tal Juan Carlos Serqueiros, el nabo que anda dando vueltas por ahí, intentando interpretaciones pedorras de mis letras, que eso que hace es una cadorcha. Y ustedes, dejen de gritar como si fueran trolas histéricas eso de "sólo les pido que se vuelvan a juntar" ¿Con quiénes quieren que me vuelva a juntar, con los que me cagaron? ¿No entienden que los Redondos fueron una enorme historia de amor? Y esa historia de amor se terminó. ¿O nunca experimentaron la desilusión y el desamor como corolarios de una traición? Si no hay amor que no haya nada entonces, alma mía ¡no vas a regatear!
"No me lloren, crezcan". Nada me gustaría más que un cambio que me deje afuera. Demuéstrenme que estaba equivocado cuando escribí que en manos de pavotes todo el sueño quedó.

ENLACE A LA CANCIÓN EN YOU TUBE: http://www.youtube.com/watch?v=mOixi6Xt9N8

-Juan Carlos Serqueiros-

viernes, 6 de abril de 2012

LA REPÚBLICA DEL TUCUMÁN: TIC TAC EFÍMERO























Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Yo quería a Tucumán como a la tierra de mi nacimiento, pero han sido aquí tan ingratos conmigo, que he determinado irme a morir a Buenos Aires; pues mi enfermedad se agrava cada día más. (Manuel Belgrano)

San Martín había reservado para el Ejército del Perú (que estaba nuevamente al mando de Belgrano) un papel fundamental en la expulsión definitiva de los realistas: pedía que se concentrase en Tucumán, engrosase y equipase, destinando sólo alguna tropa del mismo para apoyar a Güemes; para que luego, una vez liberado Chile; marchara por tierra hacia Lima, de modo de converger con las fuerzas a su mando, que se dirigirían también hacia ese punto, pero por mar.
Pese a ello, el Directorio, desechando la atinada opinión de San Martín; utilizó al ejército de línea para "cuidar" al Congreso de Tucumán (que no estaba amenazado por nadie; salvo por los fantasmas que el propio Congreso -con algunas pocas y honrosísimas excepciones, como por ejemplo, los diputados por Córdoba- veía en el artiguismo) y combatir... seguramente a los realistas, ¿y a quién, si no?, pensarán ustedes..., no; ¡al federalismo!
Los enfrentamientos entre los directoriales y el artiguismo, y la traicionera conducta observada por los primeros, que desembocó en el dislate producido por el Congreso de Tucumán -aunque ahora, "de Buenos Aires", adonde se había trasladado y donde re inauguró sus sesiones el 12 de mayo de 1817- de dictar la constitución centralista de 1819; sembraron en las provincias más inquietud aún de la que hasta allí había.
A todo esto, el Directorio (Pueyrredón) seguía con las tratativas tendientes a coronar como rey del Río de la Plata al príncipe de Luca, negociaciones estas que estaban tan avanzadas, que ya el Congreso se aprestaba a modificar aquellos pocos, poquísimos  artículos de la constitución que había proyectado, que obstasen a una monarquía.
Paradojalmente vino a salvarnos... Fernando VII, el mariquita que bordaba; porque no se le ocurrió mejor idea que ponerse de acuerdo con el rey de Portugal, Brasil y Algarve, Juan VI, para mandar a estas tierras una expedición española de 20.000 soldados que desembarcarían en Montevideo y desde allí aniquilarían la Revolución Americana. Ante eso, Pueyrredón ordenó a San Martín y Belgrano que trasladasen sus ejércitos a Buenos Aires. Éstos lograron convencerlo de que debía primar la unidad como único modo de combatir a los realistas, pero ellos (don José y don Manuel, digo) estaban lejos; mientras que el poder real (la oligarquía que a través de la logia todo lo manejaba y controlaba, Directorio y Congreso incluidos) estaba cerca, así que no le fue difícil "hacer volver al redil" a Pueyrredón, "explicándole" que ni bien estuviese concluida la tratativa del príncipe de Luca, las tropas francesas de Luis XVIII "arreglarían todo el entuerto"; entonces Pueyrredón en lugar de prestar oídos a San Martín y Belgrano, debía reafirmarse en el convencimiento de que el enemigo no eran los realistas españoles; sino los "feroces anarquistas", es decir, el artiguismo.
Pueyrredón obedeció prestamente a la logia y reiteró a San Martín la orden de llevar el ejército a Buenos Aires, y éste, harto ya, por toda respuesta le mandó su renuncia. Pueyrredón se quedó con las patas en el aire: si confirmaba en el mando a San Martín y se allanaba a sus opiniones, se echaba encima a la logia, o sea, al poder; y si le aceptaba la renuncia, el prestigio generalizado del Libertador lo arrastraría hasta hacerlo papilla. Así que optó por "la más fácil", por una solución a lo Pilato: se lavó las manos, renunció al cargo de Director, y la logia lo reemplazó por Rondeau, que intentó quedar bien con tirios y troyanos (falsamente, pues él también era partidario de la coronación de un príncipe extranjero y de liquidar al federalismo). Urgido, Rondeau reiteró a San Martín y Belgrano la orden de conducir los ejércitos a Buenos Aires. Belgrano, ya por entonces gravemente enfermo, delegó el mando del suyo en el general Francisco Fernández de la Cruz y se fue de regreso a Tucumán, y San Martín reunió a sus oficiales en Rancagua y les puso sobre el tapete su decisión de desobedecer la orden emanada del Directorio, produciéndose allí la adhesión unánime de éstos al criterio de su jefe, todo lo cual se registró debidamente en el documento conocido como Acta de Rancagua.
Es en ese contexto en el que se formó la República Federal (?) del Tucumán.
Por la noche del 11 de noviembre de 1819, una guarnición del Ejército Auxiliar del Perú, que había quedado en Tucumán al mando del coronel Domingo Arévalo en el campamento de La Ciudadela, se sublevó conducida por Abrahán González -que actuaba según instrucciones de Bernabé Aráoz-, deponiendo al gobernador intendente Mota Botello (directorial), convocando a un cabildo abierto que elegiría gobernador a Bernabé Aráoz (instigador, ideólogo y propulsor del fragote) y apresando a Mota Botello, a Arévalo y a... ¡Belgrano! Lo aberrante que hubiese representado la prisión con grillos, como se pretendió hacerlo, del general Belgrano, no llegó a consumarse debido a la decidida acción del doctor Redhead, médico personal de Güemes a quien éste había enviado a Tucumán para asistir en su enfermedad al glorioso vencedor de Tucumán y Salta, al héroe máximo de nuestra Independencia. Fue el doctor Redhead quien, indignado, impidió con firmeza que Abrahán González y sus secuaces perpetraran semejante atrocidad.
El 14 de noviembre, el cabildo tucumano procedió a designar a Bernabé Aráoz gobernador de la provincia, pero eso sí: prudentes (¿o temerosos?), los cabildantes no lo eligieron gobernador autónomo respecto a cualquier otro poder; sino que consignaron que lo era mientras la dirección suprema de la Nación (o sea, el Directorio) nombrase otro gobernador o se dignase aprobar la elección.
Una vez caído el Directorio (Rondeau) luego de producida la batalla de Cepeda en la cual las tropas de Estanislao López y Francisco Ramírez descalabraron completamente al ejército directorial, Bernabé Aráoz se consideró de hecho desligado del poder central y se dedicó a dar forma a su ambición: la República Federal del Tucumán.
La jurisdicción de la gobernación del Tucumán, con capital en la ciudad homónima, alcanzaba por entonces a los cabildos de tres ciudades cabeceras: San Miguel de Tucumán, Santiago del Estero y San Fernando del Valle de Catamarca, en función de lo cual Bernabé Aráoz circuló invitaciones a los cabildos de Santiago y Catamarca para que enviasen a Tucumán dos diputados cada una a fin de dictar una constitución (constitución esta que, obviamente, no iba a dejar librada a la "creatividad" e "iniciativa" de los diputados convocados a tal fin, no; Aráoz la tenía in mente y no era otra que la misma que había concebido el Congreso "de Tucumán" trasladado a Buenos Aires, adaptada -en la imaginación de Aráoz- a la "realidad tucumana" de por entonces tal como él la entendía). Santiago del Estero no mandó diputados, Catamarca envió los dos suyos: José Antonio Olmos y Pedro Acuña, pero poco después uno de ellos (Acuña) se retiró; quedando en consecuencia ese "congreso" reducido a tres miembros (los dos de Tucumán -José Serapión de Arteaga y Pedro Miguel Aráoz- y el que había quedado de Catamarca, Olmos), los cuales proclamarían en setiembre de 1820 la Constitución para la República Federal del Tucumán.
Los solemnes y pomposos títulos y tratamientos que se les otorgaron a las autoridades prescriptas por esa constitución eran tan ridículamente pretenciosos y exagerados, que aún hoy mueven a risa: el "poder legislativo" estaba integrado por cuatro -sí, leyeron bien: CUATRO- diputados: uno por Tucumán, otro por Santiago del Estero y otro por Catamarca; más uno que era eclesiástico y designado por el poder ejecutivo, que debían ser llamados "Alteza" y a los que distinguiría de los comunes mortales una gran medalla de oro que llevarían colgada al cuello acreditando su "jerarquía". El poder ejecutivo lo ejercía un funcionario que recibía el tratamiento de "Presidente Supremo", que por supuesto, no era otro que Bernabé Aráoz. Y el poder judicial lo conformaban los cabildos, ahora devenidos en "Cortes de Justicia", pasando en adelante los cabildantes, de simples regidores y alcaldes; a ser "Ministros de Justicia". Se estableció una moneda propia (tan feble que Juan B. Terán escribió al respecto: "de ley tan baja, que caída en el mayor demérito, perturbó por varios años los cambios, provocando las mas desesperadas medidas y las mayores angustias de ingenio en los estadistas de la época para conjurar las protestas y los daños producidos por la emigración de la moneda buena") y hasta una bandera para la novel "República", dice la tradición oral que azul y roja, a bandas horizontales. Eso sí, lo que no movía a risa, sino a llanto, eran las exorbitantes remuneraciones que los señores estos se auto-asignaban, por ej: el "Presidente Supremo", Bernabé Aráoz, pese a su importante fortuna personal, se había fijado un "modesto sueldo" de ¡4.000 pesos anuales! (sobre un presupuesto total para la República del Tucumán estipulado en 20.000). Y para "consolar" al destituído Mota Botello (al cual mantuvo preso hasta después de la caída del Directorio, por las dudas nomás, por si las moscas), el "generoso" (con plata del erario, claro) don Bernabé lo nombró teniente de gobernador en Catamarca, por supuesto, con su correspondiente sueldo.
Y ya es hora de ocuparnos de Bernabé Aráoz, ¿quién era y qué representaba? Dueño de un incalculable patrimonio, provenía de una de las más linajudas familias tucumanas. Apoyó la Revolución desde sus inicios y tuvo destacada participación en las batallas de Tucumán y Salta, así como también puso todo su concurso para la realización del Congreso de Tucumán. Era decidido y corajudo, capaz de enfrentar las más variadas contingencias con astucia y con un arrojo no exento de prudencia a la vez, y se proclamaba fervoroso partidario de la independencia. Su prestigio arrastraba huestes en su provincia y gozaba de la adhesión mayoritaria de sus paisanos. No se plegó al federalismo, por lo contrario; se mantuvo dentro del esquema directorial. Y no debemos ver  en la denominación de federal para la República del Tucumán creada a su influjo y capricho, la voluntad de segregar a su provincia del resto de sus hermanas ("unida sí con las demás que componen la Nación Americana del Sur", dice inequívocamente y sin dejar ningún lugar a dudas el texto de su constitución); ni tampoco una conversión suya a un federalismo autóctono que jamás sintió ni del quiso formar parte ni encarnar de manera alguna. La República del Tucumán la formó con el objetivo, además de servir a su ambición personal; de sustraer a la provincia de los efectos de la segura caída del Directorio (que se avizoraba como inminente y que en efecto ocurrió), y como prevención de que sobreviniera sobre ella la "anarquía", es decir, el artiguismo. Lo importante para él era asegurarse el predominio suyo y de su clase en la provincia, y de paso, si era posible, en todo el norte. Y después... bueno, se vería qué pasaba, cómo venía el baraje y qué cartas ligaba en el juego...
Bernabé Aráoz no era de esos engolados, petimetres, nariz pa' arriba, pagados de sus "luces", engreídos y extranjerizantes, no; el hombre era criollazo y patriota; si bien de un patrotismo, digamos... elástico (tan elástico, que entre otras cosas, le permitía vender mulas a los realistas); pero siendo un aristócrata, no atinó a quedarse en eso, asumiendo las responsabilidades y obligaciones que su origen, posición económica y condición social le imponían en favor de su tierra y su gente. Por los motivos que fuesen, degeneró en oligarca. Y desbarrancó.
También en algunas ocasiones, dejó que sus mezquindades, ambiciones personales y miserias humanas, primasen por sobre su flexible patriotismo, y en otras; se dejó influir por intereses sectoriales, haciéndole incurrir en venganzas surgidas de rencores y envidias de las que no supo -o tal vez no quiso- desprenderse; a pesar de la extrema frialdad de carácter que le adjudicaban (entre otros, Paz). Siendo él gobernador de Tucumán en 1816 y estando el general Belgrano en esa ciudad al mando del Ejército del Perú, se produjeron entre ellos no pocos roces. Bernabé Aráoz era un mandón, estaba en "su" ciudad, de la cual se consideraba dueño, amo y señor, y a menudo se resistía a lo que él entendía como "imposiciones inaceptables" de Belgrano; quien por su parte, le achacaba al otro no poner todo el esfuerzo que debiera en pos de suministrar más recursos al ejército, manejos poco claros en la caja del mismo y ser dispendioso en exceso en materia de sueldos hacia algunos de los de su misma clase social. Las continuas quejas de Belgrano al Directorio (Pueyrredón), condujeron a éste a remover del gobierno a Bernabé Aráoz, reemplazándolo, al culminar su período, por Mota Botello (el mismo al que Aráoz haría derrocar y encarcelar en noviembre de 1819, como consigné precedentemente). También tuvo conflictos con Güemes, quien le reprochaba desidia y mora en ayudarlo en la desesperada y heroica resistencia que con sus gauchos oponía a los realistas.
La República del Tucumán tendría una brevísima duración (como dice el Indio Solari: "el tic no alcanza a tac... luces efímeras"): proclamada el 22 de marzo de 1820, sancionada su constitución el 18 de setiembre del mismo año (y jurada el 24 de ese mes, coincidentemente con el 8º Aniversario de la Batalla de Tucumán), culminaría su existencia con el derrocamiento de Aráoz por parte de aquel mismo personaje que él instigó a sublevarse en beneficio suyo: Abrahán González (no hay peor astilla que la del mismo palo, dicen), el 28 de agosto de 1821.
Al día siguiente, el 29, la República del Tucumán había dejado de ser. Santiago del Estero se separó de Tucumán proclamando su autonomía el 27 de abril de 1820; Catamarca, por su parte, haría lo propio en 1821. Abrahán González terminó sus días alejado de la política, trabajando un campo en Buenos Aires. Bernabé Aráoz conseguiría volver al gobierno de su provincia intermitentemente, hasta ser derrocado por el yerno de Diego Aráoz (pariente suyo y mortal enemigo): Javier López, quien ordenó su fusilamiento en Trancas, el 24 de marzo de 1824.
En apretada síntesis, ese fue el hombre a quien la "historia oficial" tucumana, tributaria a su vez de la "historia oficial" argentina, fogoneada desde el diario La Gaceta (así como la otra lo es desde La Nación) reputa como su prócer máximo.
No es para nada injusto resaltar los innegables méritos de Aráoz como héroe de la independencia, por lo contrario; está muy bien que se lo haga. Pero lo que sí es tendencioso e inexacto, es considerarlo el mayor exponente de "las luces y el progreso" incurriendo para ello en la mentira de clasificarlo como federal, y en relegar y ningunear a figuras históricas también señeras y de indisputable relevancia como por ejemplo, la de Celedonio Gutiérrez (a quien sin dudas debido a su rosismo, la tilinguería tucumana prefiere ignorar, a punto tal que sólo una apartada y cuasi ignota calleja lleva su nombre), y sobre todo; la del general Alejandro Heredia, por lo menos tanto o más aún héroe de la independencia que Aráoz, y que fuera cobarde y arteramente asesinado por planeamiento e instigación de otro a quien también la oligarquía tucumana, en vez de clasificarlo como corresponde en función de los hechos luctuosos que produjo: un magnicida; lo considera un "mártir" y un "prócer": Marco Avellaneda.
¡Ay, mi querida Tucumán! Mucho daño te causan quienes ocultan a tus hijos tu verdadera, rica y heroica historia.

-Juan Carlos Serqueiros-