sábado, 22 de septiembre de 2012

PEER GYNT






































Escribe: Juan Carlos Serqueiros


“Comunicarás a Peer Gynt que habiendo faltado a su destino debe, como producto averiado, ser fundido de nuevo.”

Peer Gynt es un drama desarrollado en verso, escrito por el noruego Henrik Ibsen en la segunda mitad del siglo XIX. Su autor, en principio, no lo concibió destinado a obra teatral, y sin embargo; en ese carácter se estrenó (luego de ser editado en libro con extraordinario y resonante suceso), con la música -grandiosa- que le compuso Edvar Grieg a pedido del propio Ibsen.
Convertido en un ícono del nacionalismo y el folclore noruegos -paradojalmente, ya que Ibsen lo escribió en Roma, donde se había afincado (definitivamente, creía él por entonces) luego de expresar su voluntad de no retornar nunca más a Noruega-; su temática -que incorpora elementos de la mitología escandinava- gira en torno a la existencia aventurera del protagonista, Peer Gynt, que es un joven campesino nórdico irresponsable, alocado, sin ideales y sobre todo; carente de voluntad, de un propósito definido en la vida, que le discurre mientras él vaga, buscando sin cesar en ese frecuentemente delirante peregrinar, su yo. Peer Gynt es en cierta forma, el álter ego, el lado oscuro de Brand, el personaje de la obra epónima de Ibsen que precedió a esta. Si la tesis es el heroico Brand, sus virtudes y su devoción a un ideal en aras del cual sacrifica hasta su propia familia; la antítesis es Peer Gynt, sus miserias, sus pillerías, sus escapadas al reino de la fantasía y su torpe egoísmo; y la síntesis de ambos, es Noruega. ¿O no es, por acaso, Noruega, la que en la forma de la hermosa Solveig aguarda el retorno del oportunista Peer Gynt para redimirlo con su amor? 
Y que no precisó (Noruega, digo), como nuestra Argentina, de dos escritores de tan enorme talla como Hernández y Sarmiento para dejar expuesta su dicotomía: a los nórdicos les bastó con Ibsen; porque nadie entendió e interpretó como él el alma de su pueblo. Afirmó perspicazmente José María Rosa que el Facundo "es un libro profundamente americanista" aún a despecho de su autor. Y tiene razón don Pepe: Sarmiento siente a Facundo, pero lo rechaza, lo execra, odia todo lo que él representa, en tanto eso se le antoja lo que se empeña en reputar como barbarie; siendo como fue, el mismo Sarmiento un bárbaro. Ibsen, en cambio, ama a Peer Gynt a pesar de sus excesos, de su patetismo y de sus falencias; o quizá, precisamente a causa de todo ello. Por eso, entre otras cosas, los noruegos son una nacionalidad, proyectada al universalismo; mientras que nosotros los iberoamericanos estamos todavía inmersos en la trabajosa búsqueda de despejar de la ecuación la incógnita de la nacionalidad.
Peer Gynt es por mérito propio un clásico universal, tal como lo es el Fausto de Goethe, pero sin embargo, no había alcanzado en la cultura rioplatense la popularidad de este último. Si en el resto del mundo inspiró películas como la protagonizada por Charlton Heston, expresiones altísimas del rock metálico épico, sesudos análisis psicológicos, etc.; por estas regiones su conocimiento quedó circunscripto a un segmento estrecho de la sociedad, tal vez porque a Ibsen y Grieg no les había aparecido por estos lares un Estanislao del Campo como les surgió a Goethe y Gounod.
Pero como todo llega, el profeta de Peer Gynt aparecería en la margen oriental del río Uruguay, en el paisito, allá en Treinta y Tres, donde vivió y desarrolló su prolífica obra con la humildad que sólo tienen los grandes de verdad, un maestro de escuela y a la vez, poeta y compositor: Ruben Lena. Él fue el creador de una canción directamente sublime, que tituló Por Peer Gynt, en la cual, con extraordinario poder de síntesis, acertó a reflejar con cabal comprensión (y comprender es amar) lo que quiso transmitir Ibsen en su drama.


Por Peer Gynt
(Ruben Lena)

Camino del regreso de todos los caminos,
Peer Gynt , cabeza blanca,
que fuera de oro fino,
vacío de los sueños
vuelve sobre sí mismo.
Camino de su aldea,
las hojas del otoño
desde el suelo hablan,
murientes, con encono.
Tu debiste decir
tus palabras que somos,
y el título vagar,
tu tímido abandono
nos condena a morir
disueltas en el polvo.
Camino de su aldea
dice la voz del viento:
Soy la canción debida
que no entonaste nunca,
por más que yo despierta
en el fondo de tu alma,
esperaba tu seña,
dice la voz del viento.
Camino de su aldea
el rocío le dice:
Soy las lágrimas tuyas
que llorar tu debiste…
¡Necio eres si por eso
felicidad tuviste:
No existe en esa forma
no es por eso que existe!
Camino de su aldea
pisa la hierba fresca:
Yo soy los pensamientos
que debieron morar en tu cabeza;
las obras que debieron
tomar fuerza en tu brazo
la esperanza con bríos
en tu corazón sano.
Y cuando llegar piensa
al fin de su jornada,
el fundidor supremo,
le detiene a pedirle los frutos de su alma,
y aquellos que no rinden
se funden en la hornaza,
inmensa de la nada.

Lo que en vano pretendieron hacer concienzudos, petulantes críticos de arte; y enjundiosos, presumidos psicoanalistas; lo logró Ruben Lena sencillamente y sin estridencias, a través de una "simple" canción. Y José Luis Pepe Guerra y Braulio López, Los Olimareños, pusieron, allá por 1987, digna corona a la lírica de Ruben Lena, incluyendo la canción en uno de sus mejores discos (si no el mejor): "Veinticinco años".
Por Rubito Lena y Los Olimareños, miles y miles de rioplatenses conocieron, entendieron y disfrutaron a Peer Gynt. Y eso no es poco, ¿no?
Creo, bah...

-Juan Carlos Serqueiros-

sábado, 15 de septiembre de 2012

YRIGOYEN CONTRA IRIGOYEN























Escribe: Juan Carlos Serqueiros


En 1892 terminaba el período de gobierno que se había iniciado con Juárez Celman en la presidencia y que culminaría con Pellegrini a cargo de la misma, a raíz de la renuncia del primero como consecuencia de la revolución de 1890 o del Parque, en lo que fue el nacimiento de la Unión Cívica.
La convención nacional de este nuevo partido, proclamó en Rosario, a principios de 1891, su fórmula para las elecciones presidenciales de 1892 integrada por Bartolomé Mitre y Bernardo de Irigoyen.
Diríase que se barruntaba la salida definitiva de la escena política del zorro Roca. Pero la astucia de éste (a quien Pellegrini había designado ministro del interior) era tan grande, como grande era también la fatuidad de Mitre. Hábilmente, el primero convenció al segundo de que apoyaría su candidatura presidencial -lo cual hablando en criollo, significaba que Mitre obtendría unanimidad en los colegios electorales-; a la par que le sugirió el cambio de Irigoyen por el de José Evaristo Uriburu para completar la fórmula.
Fue una maniobra genial de Roca, que sabía perfectamente que Mitre era el más conservador y que el real "peligro" lo constituía Irigoyen. Era esa la segunda vez que Roca impedía una candidatura de don Bernardo: siendo él presidente e Irigoyen su ministro hasta poco antes, lo "vetó" con una frase elíptica dirigida a un gobernador (y por ende, a todos los demás). Ya se le ocurriría luego alguna otra zorrería para sacudirse a Mitre de encima; por ahora, le alcanzaba con introducir una cuña en la Unión Cívica de modo de aventar la "amenaza" y luego, bueno, ya vería...
Increíblemente -"increíblemente" para quienes habían "pensado" de buena fe (y con mucho de estupidez) que Mitre quería cambiar algo-, éste aceptó la propuesta de Roca. La Unión Cívica se fracturó en cívicos nacionales (que respondían a Mitre y que proclamaron la fórmula Mitre-Uriburu); y cívicos radicales (que seguían a Irigoyen y Alem y querían un cambio de raíz en el sistema, de allí lo de radicales), cuya convención consagró a Irigoyen-Garro).
Por supuesto, en el enjuague entre Roca y Mitre no estaba ausente quien presidía la Nación en reemplazo del renunciante Juárez Celman: el Gringo Pellegrini. De hecho -con diferencia de matices y procedimientos-, los tres eran, sin duda, los pilares del régimen. Mitre, extranjerizante y opuesto a todo cambio; Roca, el más hábil y ducho en manejos tendientes a impedir cualquier mutación que de un modo u otro amenazase su primacía en el orden sistémico imperante; y Pellegrini que, poseedor de una nada despreciable fortaleza de carácter, exhibía llamativas contradicciones, porque si bien era partidario de introducir algunas modificaciones; pretendía que las mismas fuesen muy graduales. En síntesis, los tres: Mitre, Roca y Pellegrini; constituían para los radicales los íconos más representativos de todo aquello a lo que se oponían.
Así las cosas, las numerosas adhesiones que éstos incesantemente cosechaban; contrastaban con el repudio generalizado que recibían los cívicos mitristas. Ante esa situación, Mitre declinó su candidatura. Por su parte, Roca renunció al ministerio del interior y anunció que se retiraba de la política. A todo el mundo le pareció que ya nada podía detener la carrera hacia la presidencia de don Bernardo de Irigoyen. A todo el mundo... menos a Pellegrini; que sacó otro conejo de la galera: la candidatura de Roque Sáenz Peña, que hizo proclamar (o por lo menos, le dio su beneplácito para hacerlo) al gobernador de Buenos Aires, Julio Costa.
Pero ocurrió que a Pellegrini -paradojalmente, ya que era muy aficionado al turf-, "se le sentó el caballo en la largada": desde sus propias filas del PAN, se opusieron tenazmente a la política del presidente, a la cual reputaban de timorata. El Gringo se creyó obligado por la fuerza de las circunstancias a retomar las viejas mañas y componendas a espaldas del pueblo, en la forma de las "reuniones de notables". Así se engendró la postulación presidencial de Luis Sáenz Peña, padre de Roque. Y en la coyuntura, guiado por lo que consideró un deber filial; éste último obviamente declinó la suya.
Ante la reiteración de prácticas que se creía habrían de ser desterradas por los buenos propósitos expresados antes de todo esto por Pellegrini, el país entero entró en franca ebullición. Recrudecieron las policías bravas y el ejército empleados en contra de los radicales, y éstos reaccionaron preparando otra revolución para el 3 de abril de 1892. Pero Pellegrini, el día anterior, decretó el estado de sitio y dispuso el allanamiento de los domicilios y la detención de Irigoyen, Alem y todos los más notorios dirigentes radicales. Y además, resuelto a sacar el máximo provecho de la cosa, el Gringo produjo lo que hoy llamaríamos un show mediático: exhibió ante los periodistas, en el despacho de la presidencia, las bombas caseras que supuestamente iban a usar los radicales para asesinarlo a él, a Roca y a Mitre. 
¿Qué había pasado, cómo se enteró Pellegrini de la revolución que inminentemente iba a estallar? Simple: se enteró por la delación de uno de los máximos referentes del radicalismo: Hipólito Yrigoyen. A esta altura, ya resulta indisputable que fue él; porque: 1) Yrigoyen fue a verlo a Pellegrini (que estaba de week-end en Cañuelas) en la mañana de 2 de abril, so pretexto de pedirle favores para una "amiga" suya directora de escuela (Hipólito, por entonces docente; era todo un padrillo, gran amador el hombre). Inmediatamente luego de reunirse con él, Pellegrini regresó de improviso a la capital, y sin hesitar tomó las medidas que tomó; 2) el único de los dirigentes radicales de la primera línea de conducción del partido en no ser apresado por orden de Pellegrini, fue precisamente Hipólito; y 3) la imputación que a Yrigoyen le hizo Lisandro de la Torre en su carta abierta de 1919, publicada en los diarios, y que el denunciado en ella como culpable de la traición nunca negó ni desmintió. O sea; tiene pico de pato, camina como pato, tiene plumas y hace cua cua, ergo; es un pato, ¿o no?
¿Y por qué delató Yrigoyen a sus correligionarios (entre los cuales se encontraba su propio tío, Alem)? Muy sencillo: por una suerte de mesianismo, por un personalismo llevado al extremo. Yrigoyen se consideraba a sí mismo llamado a una misión trascendental: la de regenerar las prácticas electorales. No era que no tenía ambición; sí la tenía y en grado sumo, además; pero era la suya una ambición que iba más allá del ejercicio del gobierno; él se creía el único capaz de conducir una revolución que llevase a los fines que reputaba como supremos. Lo de ir a contarle a Pellegrini lo de la conjura radical no fue inconsciente; fue adrede, pero eso no necesariamente significa que Hipólito actuara así inducido por un afán de traición a sus compañeros de causa, no; lo hizo porque sabía perfectamente que don Bernardo haría una excelente presidencia. Y eso, no, no podía permitirlo; porque así se eliminarían las causas de la alta misión a la que se creía él y solamente él, convocado.
No soy afecto a las ucronías, a la historia contrafactual; es esa una cancha en la que invariablemente me tocó jugar de visitante y que siempre me resultó por demás hostil. Pero sí estoy persuadido de que aquel 2 de abril, Hipólito Yrigoyen atrasó la historia catorce años (así como a su turno, otro radical, Arturo Illia, al impedir el retorno del general Perón en 1964, la atrasaría otros 9 años).
Habría que esperar a que José Figueroa Alcorta y Roque Sáenz Peña removiesen los factores que obstaban a que se pudiera ejercer en nuestro país el sufragio libre. Y si uno fuera malo y quisiera formularse el interrogante del cui bono, la respuesta sería, precisamente; Hipólito.
Lo real y concreto, es que ya no podría Irigoyen ser presidente; y eso porque el que se lo impidió, fue... Yrigoyen.

-Juan Carlos Serqueiros-

jueves, 30 de agosto de 2012

¡ENVIDO! ¡FALTA ENVIDO!























Escribe: Juan Carlos Serqueiros


El instituto de "revisionismo histórico" Dorrego (a través de uno de sus miembros, un tal Osvaldo Vergara Bertiche), "denunció", en uno de los varios perfiles que esta gente tiene en Facebook (yo ya le conozco tres:
e ignoro si estos muchachos pararon ahí, o si tienen más; y tampoco sé para qué cuernos quieren tantos perfiles de Facebook, si con uno basta ¿no?, pero bueno, ellos son así, viste) un plagio de Jorge Lanata -en su libro Argentinos- a Manuel Gálvez en su biografía sobre Hipólito Yrigoyen:
Por cuanto no soy abogado, ignoro si jurídicamente lo que hizo Lanata puede encuadrarse en la figura de plagio o no; pero de lo que sí estoy seguro, es de que Lanata (que de historia sabe lo mismo que yo de física cuántica) en su tan cacareado Argentinos hizo una especie de Resumen Lerú de la historia argentina que historiadores en serio, escribieron. De modo que más allá de tecnicismos legales; lo real y concreto es que el Argentinos de Lanata es, si no un plagio; por lo menos sí una chantada. Basta con tener una nutrida biblioteca de historia para “pescar” en la "obra de” Lanata no sólo descaradas copias de material perteneciente a Manuel Gálvez; sino a muchos analistas del pasado más. Todo Argentinos está extractado de distintos autores. En materia de historia y hablando en el lenguaje rotundo e inequívoco de la cotidianeidad, del rioba, de la yeca; Lanata es, lisa y llanamente un “chorro”. Eso por un lado.
Pero por el otro, cabe preguntarse por el que “denuncia”. Y ahí salta a las claras que el instituto Dorrego no es precisamente el más indicado para tirar la primera piedra (en realidad, no es el más indicado para tirar ninguna piedra). El tal Osvaldo Vergara Bertiche, según su propio perfil de Facebook:
fue un estudiante de arquitectura que no completó sus estudios, y se define a sí mismo como “escritor y docente”. ¡Ah!, y por supuesto, es miembro del instituto Dorrego. Que manda al frente a Lanata quien, en definitiva, no hace otra cosa que lo mismo que el presidente de ellos, O’Donnell: Resumen Lerú de la historiografía que escribieron otros, que sí eran realmente historiadores.
Seguramente te estarás preguntando qué motivaciones guían a los del instituto Dorrego para llevarlos a ocuparse de algo tan nimio y tan trivial como buchonear a un gordito que en materia de historia, representa lo mismo que ellos: nada. Y la respuesta está tan clara como el agua clara: lo hacen (al margen de que son per se alcahuetes y obsecuentes) por politiquería barata (bueh, "barata"... digo barata en cuanto a lo bajo de la estofa; porque en términos de guita nos cuestan más caros que una trola francesa experta en todas las acrobacias de alcoba).
¿Podés imaginarte a un organismo oficial supuestamente dedicado a la historia, consagrándose a pegarle a un ñato que en la materia de que se trata es un cero a la izquierda, y que por otra parte, hace exactamente lo mismo que el instituto: chorear? Ni ahí lo podés suponer ¿no es cierto? Sin embargo, es así como proceden. Y lo hacen no porque los espante que un cuatro de copas en historia como Lanata copie; lo hacen por la otra faceta del quía: la de periodista "opositor" (¿mercenario?).
¿Sabés qué? Te mienten. Con pavoroso cinismo. Unos y otros. Los lanatas y los dorregos, es decir, los megamedios de (in) comunicación y sus personeros como Lanata; y el gobierno y sus esbirros, como O'Donnell & cía. Ellos manejan (o intentan hacerlo) a gusto y piaccere tu pasado y tu presente. Los megamedios te engañan con respecto al pasado, con chantapufis copiones metidos a "historiadores" como Lanata, o historiadores venales pretendidamente “serios”, estilo Romero y demás de similar laya; y el presente, inventándote la “realidad” que te muestran Clarín, La Nación, TN, PPT (otra vez Lanata), y etcéteras parecidas. Y el gobierno, también te miente el pasado, con el instituto de “revisionismo histórico” Dorrego y su sarta de impresentables, y te amaña la “realidad” con 678, y una larga, larguísima, lista de obedientes y genuflexos secuaces.
Y una cosita de George Orwell (que de seguro sabés, pero que viene bien recordar un toque por si las moscas van): quien consigue instalarte en la marota cómo fue tu pasado, es quien digita cómo es tu presente. Y quien maneja tu presente, decreta inapelablemente cómo será tu futuro. Futuro ese que, si permitís que esto suceda; será inexorablemente un futuro que llegó, hace rato (Solari dixit).
Ni Orwell y ni siquiera Bradbury, serían capaces de imaginar lo que sucedería si tolerás que alguien, además de mentirte el pasado; te nuble el presente.
Sos vida joven, cuidate la psique, que no te la enfermen. Y como siempre, vos decidís.

-Juan Carlos Serqueiros-

sábado, 25 de agosto de 2012

EL CASO DE LAS TROMPETAS CELESTIALES







































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Michael Burt nos entrega la -en mi modesta opinión- mejor novela de la trilogía de su personaje Roger Poynings: "El caso de las trompetas celestiales". 
Ambientada en Sussex, en la Inglaterra de 1939, en ella se amalgama lo policial con el espionaje, el esoterismo, el gnosticismo, la angelología y los aquelarres. 
La tranquilidad de esa región inglesa se ve alterada por el robo de las trompetas de los ángeles de la iglesia local, la hija del vicario del lugar asegura haber visto brujas volando en escobas y... ¡el hallazgo del cadáver de una mujer, junto a una escoba!; tal como si se tratara de una bruja que se hubiese precipitado a tierra encontrando la muerte en esa caída.


El protagonista principal, Roger Poynings, su esposa Barbary, sus tíos, el amable y erudito arzobispo Odo Poynings y el xenófobo y gruñón mariscal sir Piers Poynings; junto al concienzudo y sagaz inspector Thrupp, se verán envueltos en una historia en la cual el más fino humor inglés se complementa con el suspenso, todo narrado con esa maestría con la que es capaz de maravillarnos Michael Burt para demostrarnos que el género policial también puede alcanzar, a través de su pluma brillante, un elevadísimo nivel literario. Y no faltan en esta novela, inquietantes personajes, como la promiscua y... ¿bruja? Andrea y su gato Grimalkin.


El caso de las trompetas celestiales forma parte de la selección que Borges y Bioy Casares hicieran para El Séptimo Círculo, y el extraordinario éxito que representó, explica y justifica sus constantes re ediciones.


Muy, pero muy recomendable para pasar un rato ameno, gozando de la excelente y cautivante literatura de un maestro como Michael Burt.
Y por si fuera poco, a un precio más que accesible. Y además, para algunos grilos exhaustos -como por ejemplo, los del que suscribe-, también está la posibilidad de leerlo como e-book en formato pdf (que estoy en condiciones de compartir con quien lo desee, para lo cual no tiene más que solicitármelo por correo electrónico, y con gusto se lo envío atachado a un e-mail).
Lean, che, que los libros no muerden. Y lo van a disfrutar, palabra.

-Juan Carlos Serqueiros-

domingo, 19 de agosto de 2012

CUANDO ORSAI QUEDÓ EN ORSAI























Escribe: Juan Carlos Serqueiros

El Indio concedió a una revista llamada Orsai, una entrevista periodística que trajo cola: luego de que se subiera a Internet su texto ya editado; Solari emitió, por la misma vía, y a través de su asistente, Julio Sáez, un comunicado en el cual expresaba su insatisfacción con la nota, en el website http://www.redonditosdeabajo.com.ar/

Una vez más el reordenamiento de mis dichos a través de la edición y la descripción de mi personalidad como la de un sibarita por la sola voluntad del entrevistador, hacen que no me reconozca en la entrevista que publica éste mes la revista Orsai. No siento que mi pensamiento y mis maneras al exponerlo estén representados en ella.
PD: El formato y el proyecto de dicha revista me sigue pareciendo interesante.
Indio

Inmediatamente, Orsai subió a la web el audio del reportaje, con el obvio propósito de "demostrar" que el texto de la nota se correspondía con lo manifestado verbalmente por el entrevistado. En una enmienda peor que el soneto y con una buena dosis de hipocresía, los de la revista pusieron, a continuación de los enlaces al audio, lo siguiente:

Publicar este audio no es una respuesta cocorita al comunicado del Indio de ayer. Es nuestra manera de ayudar a que los lectores tengan, además de la editada, una versión literal de la entrevista que hizo Pablo Perantuono en Nueva York.

Con lo cual, hasta al menos avisado le quedó perfectamente clara la manifiesta intención de la revista, esto es, la de dejar estipulado precisamente aquello que aviesamente se niega; pero que al mismo tiempo, queda implícito: "una respuesta cocorita". Algo así como aquel tan difundido chiste del abogado y el juez, ¿te acordás?: Ese en el que un abogado, en un oficio dirigido al juez, ponía: "Sr. Juez: sin duda que es Su Señoría un reverendo hijo de puta", y después lo tachaba; pero de manera tal de que a pesar de eso, se pudiera leer lo escrito: "Sr. Juez: sin duda que es Su Señoría un reverendo hijo de puta". Y finalizaba con un previsor: "Lo testado no vale".
Francamente, nada puedo decir acerca de Orsai, la cual ni sabía que existía. La verdad es que hasta el momento en que ocurrió todo esto, yo ignoraba por completo que hubiese una revista llamada así (es que salgo tan poco, viste). Particularmente, uno de los parámetros que me dan una idea de la calidad y relevancia de una publicación, es la opinión expresada por quienes la siguen, su Correo de Lectores, digamos; sea este en el formato que fuere. En este caso, he leído "reflexiones" tan sesudas y enjundiosas como estas:

  • "BEA 16/08/2012 a las 13:40: (...) aquí hay un problema de "gataflorismo" importante por parte del Indio, creo que el tema no da para más. Saludos."
  • "ANDRES SELLEI 16/08/2012 a las 14:37: y si es ‘cocorita’ esta bien. los recontra banco. gataflorismo indio."
  • "LEONARDO HOYOS 16/08/2012 a las 16:09: En el espejo no se ve reflejado. Está gagá."
  • "NICASIUS 16/08/2012 a las 19:46: bien ahí orsai! a mi ya me parecía un error traerlo al indio, es un genio musical pero en lo demás me parece un tipo comun o casi hasta un pelotudo mas. El indio hace años que viene repitiendo lo mismo en todos lados y (seamos sinceros) su publico se divide entre los que como yo les chupa un huevo lo que diga... y los redondos (o cuadrados?) que le festejan cualquier pedo que se tire. 'No esgrima argumentos de Revista Orsai para discutir con suegros u otra gente grande pelada' hasta vos lo sabias cayota!! :)"

Y en obsequio al buen gusto, omito abundar en consideraciones sobre el "arte de tapa" de Orsai en su edición de marras -el cual pueden ver en la imagen de abajo-, en el que se muestra a Nueva York vista por un indio que aparece acostado sobre lo que aparenta ser el travesaño de una ventana.
Esta "sutil metáfora" (y aquí, me imagino que el Indio se debe estar mordiendo de la envidia, "¿cómo no se nos ocurrió?", estará pensando) en principio no pudo ser comprendida por varios de los "ilustrados y despiertos" adherentes a Orsai; por lo cual algunos de sus congéneres debieron explicársela, como por ejemplo, a este fulano:

"JUAN BOLAS 16/08/2012 a las 22:08 Uy lpm, me encantó la tapa. Me di cuenta que era Manhattan. Pero no entendía lo de la persona acostada. Qué boludo, es un indio. Qué boludo que soy".


Che, Juan Bolas: si decís de vos mismo que sos un boludo, te cuento que yo, siendo como soy, muy puntillosamente respetuoso de la opinión ajena, no acostumbro desmentir a nadie.
Bien. Después de toda esta clase magistral de hermenéutica que me dieron sus eruditos lectores, me condené a mí mismo a seguir militando entre los brutos que no leemos Orsai, tenazmente empecinado en resistirme a que estos geniales filósofos iluminen, con las luces que irradia su inmanente sabiduría, las tinieblas en las que me ha sumido mi propia ignorancia.
Eso sí, sería injusto no admitir la absoluta coherencia evidenciada por parte de Orsai: a tan "brillantes" lectores, debía correspondérseles, a la hora de hacer el reportaje; con un no menos rutilante periodista. Y en razón de ello, la elección recayó en un tal Pablo Perantuono, quien registraba el antecedente de haber sido el autor de una nota... poco feliz, digamos (por calificarla con benevolencia), titulada Cuando Patricio era Rey y tocar en Obras, traición, publicada por el pasquín Clarín, que destilaba mala leche y en la que se evidenciaba (además de otras notables carencias, como por ejemplo, yeca) su escasa capacidad de comprensión en materia redonda, la cual aquellos que tengan ganas (y un envidiable estómago fuerte y resistente) pueden leer en:


http://www.clarin.com/sociedad/Patricio-Rey-tocar-Obras-traicion_0_626937395.html

Se ve que el rosario de puteadas que supo cosechar producto de lo que sembró en dicha nota, lejos de amilanarlo; provocó en el inefable Perantuono el deseo de ir por más (¿tendrá una faceta masoquista este muchacho?). Y vaya uno a saber por qué inescrutables mecanismos de su voluntad, el Indio prestó su aquiescencia, después de tenerlo colgado en la ganchera ocho meses y de hacerlo ir hasta Nueva York para darle una entrevista, la cual Perantuono desperdiciaría miserablemente.
Cualquiera que conozca mínimamente algo acerca del Indio, sabe que lo joden esas alusiones a un supuesto sibaritismo suyo, toda vez que no es de ahora que le gustan la buena mesa y los selectos vinos: aún siendo un seco, Solari disfrutaba de esas cosas, tal como las disfrutaría cualquiera de nosotros llegado el caso, ¿o conocés a alguien que puesto a elegir entre un Uvita en tetra y un Carmelo Patti cabernet sauvignon cosecha 2004, opte por el primero, pudiendo tener el segundo? Y por supuesto, lo sabía Perantuono; pero prefirió joderlo, molestarlo.
Después, en la nota, se regodea relatando como si se tratase de James Bond, la historia de cómo fue que el Indio consintió en prestarse al reportaje, el periplo por Nueva York y demás, como si todo eso tuviera alguna importancia para alguien más que no fuera el propio Perantuono.
Y ya metidos en la entrevista, su papel es directamente deplorable: frente a un Solari ampliamente dispuesto a hablar; el otro irrespeta, encima sus respuestas, lo interrumpe, cae en la torpeza de la pregunta con opinión propia incluida, y en fin; no se priva de incurrir en todo lo que no se debe hacer. No es novedad para nadie que me conozca o me haya leído, que tengo fuertes objeciones hacia Felipe Pigna metido a historiador; pero eso no me impide reconocer en él al quizá mejor entrevistador que hoy por hoy tenemos en el país: el tipo habla poco y lo estrictamente indispensable, y tiene la rara cualidad de saber utilizar muy bien los silencios y la gestualidad de manera de llevar al entrevistado a abundar en declaraciones y abordar temas sobre los cuales a priori tal vez pensara abstenerse o guardar más reserva. Perantuono es el opuesto: no deja desacierto por cometer.
Y se nota que estaba de buen talante el Indio, porque en el audio, puede escucharse claramente, al retirarse Julio Sáez, que éste le dice: “-¿Me llamás cuando termines?” (con la entrevista, obviamente), y el Indio contesta: “-Por ahí te llamo antes”. Traducido al criollo, sería: “-En una de esas, me hincho las pelotas de aguantarlo al quía, y lo rajo”. Una oportuna, educada advertencia, perceptible para cualquiera que tenga una pizca de ubicuidad y sentido común… pero fue inútil: Perantuono es el consabido elefante en un bazar, y en esa gira no dejó plato sin romper. Ni siquiera se privó de lucir sus extensos conocimientos roqueros, llegando al extremo de pretender darle cátedra… ¡al Indio! Pobre Perantuono, qué patéticamente ridículo debés haberle parecido a Solari con ese: “-Noo! Yo te digo el último de Cohen”.
Párrafo aparte para la edición de la entrevista y su utilización engañosa como “gancho” publicitario: Cuando el Indio espeta un rotundo "Skay tocaba bien, ya en esa época, y tenía una banda, pero ellos hacían covers; porque no sabían hacer canciones… Las canciones de los Redondos son todas mías... las melodías, las letras; todas mías", está diciendo algo importante, dirigido seguramente no a quienes lo sabemos y cargamos encima incontables misas; sino al público joven, a los pibes, a quienes no tuvieron oportunidad de ver y escuchar a los Redondos en vivo. Pero Perantuno (u Orsai, no lo sé; pero es lo mismo) enanizaron (oia, me salió un neologismo… "fue sin querer queriendo", diría el entrañable Chavo del 8) eso hasta reducirlo a un intrascendente “ellos ya hacían covers, pero no tenían a nadie que hiciera canciones”. Lo cual equivale a chupar una teta con corpiño. Y la manera tendenciosa en que se hace uso y abuso de una aseveración de Solari respecto a que sería esa la última nota que daría, es un golpe bajo a la credulidad de los… poco avisados, digamos. El Indio dijo eso no como una frase aislada y sentenciosa, sino en el contexto de referirse al manejo discrecional que ejercen cada vez más desembozadamente los megamedios de comunicación. Es una expresión de fastidio frente a un dato de la realidad que le (y nos) jode, nada más que eso; en modo alguno está declarando que nunca más concederá un reportaje a nadie, y que por eso recurre a Perantuono y Orsai para que sean los beneficiarios de la última entrevista que otorgará. Pero se sabe: para los nenes de oro, el mercadeo no reconoce límites... ¡dame más!
En fin... podría seguir y seguir... pero ¿para qué? Si para muestra basta un botón, y ya viste no sólo uno; sino unos cuantos…
Y todavía la variopinta sarta de gilitos seguidores de Orsai (como los citados a modo de ejemplo) debe estar preguntándose dónde radica la disconformidad del Indio con la nota; si en apariencia, el texto se condice con sus dichos. Sigan buscando, chicos, en una de esas…
Al paso que vamos, lo triste es que el cielo de los nabos tornará a oscurecerse y tenderá paulatinamente a la saturación, con tantos polimenis y perantuonos con lugares legítimamente ganados en él.
Pero más lamentable aún, es la insoportable carga de la certeza de que evidentemente, en manos de pavotes todo el sueño quedó.

-Juan Carlos Serqueiros-

miércoles, 15 de agosto de 2012

ADIÓS, MOMPRACEM. OS SALUDO ROMPIENDO LA PLUMA


Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Poco o nada tuvo que ver la vida de Emilio Salgari con la de los personajes nacidos de su talento creador, ni con las aventuras que ellos protagonizaban.
Nacido en Verona el 21 de agosto de 1862, fue un hombre hosco, despótico y violento. Aspiró a ser marino y para ello, entre los 15 y 16 años ingresó en un instituto naval, pero no completó sus estudios. Comenzó a ganarse la vida como periodista, y en 1883 despuntó su primer éxito, El Tigre de la Malasia, una novela que iniciaría la saga de su personaje más famoso: Sandokan, editada por entregas en los periódicos. Seguirían otras, publicadas como folletines, y también en formato libro, que lenta pero sostenidamente le hicieron adquirir popularidad. Por entonces, se evidenciaría públicamente su carácter taciturno y pendenciero: retó a duelo a un colega que había criticado acerbamente sus obras y a quien infligió una seria herida (Salgari era muy aficionado a la esgrima), de resultas de lo cual fue encarcelado. Estuvo poco tiempo en prisión -probablemente, sólo dos meses, lapso que otros biógrafos suyos extienden hasta seis-, y al salir en libertad, consiguió firmar un contrato para publicar en una editorial genovesa atraída por su fama creciente.
En 1892, Salgari se casó con una bellísima actriz, Ida Peruzzi, mujer de gran hermosura con la cual tendría 4 hijos: Fátima (n. 1892), Nadir (n. 1894), Romero (n. 1898) y Omar (n. 1900), y se trasladó a Turín. Parecía que la vida del escritor se estabilizaba al fin, pero eso sería sólo una efímera ilusión...
Si la índole de Salgari era turbulenta; no lo era menos la de Ida (a quien él se empeñaba en llamar Aída, por el personaje de la ópera de Verdi). Ambos habían trocado realidad por ficción y estaban inmersos en un mundo de fantasía que se habían tejido para vivir en él. Se amaban, pero no eran dueños de sí mismos; sino esclavos de sus pasiones, vicios y excesos: alcohólicos y promiscuos ambos, un cónyuge contagió al otro la sífilis; mientras las peleas se sucedían y las estrecheces económicas se agudizaban, constriñéndolos cada vez más y más.
La irrealidad en que vivían se había exacerbado: Salgari, que no había hecho jamás otro viaje que no fuera alguno de los cortos de práctica en sus inconclusos estudios navales, y que era declaradamente antisocial, se creía un gran capitán y presumía de haber recorrido las regiones más exóticas y tratado con las gentes más extrañas. Todo eso eran nada más que delirios suyos. Los personajes literarios que creaba, surgidos de su portentosa imaginación, vivían aventuras en países remotos que el escritor conocía sólo a costa de pasarse los días enteros leyendo en las bibliotecas públicas. Discurría su vida entre mañanas y tardes sumido en libros y atlas, y noches en febril escritura, produciendo novela tras novela. Y la fama y el reconocimiento, cada vez mayores; pero a todo esto el dinero... seguía faltando. Mientras, la locura de Ida se acentuaba, hasta que irremisiblemente insana, hubo que recluírla en un manicomio, donde moriría poco después.
La pérdida de su esposa y la asfixia económica condujeron a Salgari al suicidio: luego de un primer intento fallido de apuñalarse el corazón; el 25 de abril de 1911, acabó con su existencia hundiéndose un cuchillo en el vientre.
La tragedia se había encarnizado con los Salgari, ya que su padre también se había suicidado, a poco morir su madre, y asimismo se suicidarían después dos de sus hijos: Romero, en 1931 y Omar, en 1963.
Quizá, en la dimensión en que esté, Salgari haya encontrado al fin, la felicidad y paz que no pudo o no supo conseguir en ésta. Amén.
Pero si el hombre pasa, su magia y sus sueños quedan. Y trascienden. Habemos y seguiremos habiendo millones y millones de Salgaris, en las jarcias de un parao malayo, sintiéndonos Sandokan, enamorando a lady Mariana Guillonk y resistiendo el despojo inicuo y prepotente de la poderosa Inglaterra con sus acorazados; o el astuto, gordo e irascible Yáñez de Gomera y el sesudo, refexivo, doctor Van Horn, luchando contra el pérfido y miserable Lu Feng, o dinamitando la mítica Mompracem para que se hunda en el mar, antes de permitir que la posea el pirata de la rubia Albión, y así siga siendo, aún perdida en la noche de los tiempos, bastión de rebeldía y libertad.
Y serán por siempre Salgari y su magia, sí... mientras haya, dispuesto a conjurarla, un niño habitando el corazón de un hombre.

-Juan Carlos Serqueiros-

domingo, 12 de agosto de 2012

A VECES, LA TABA SE DA VUELTA ¿NO, ZORRO?



































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Siento morir sin dejarles fortuna. (José Figueroa Alcorta a sus hijos, desde el lecho, en trance de muerte)

El 25 de enero de 1906 el presidente de la Nación, Manuel Quintana, con su salud deteriorada por haber sido jaqueado el año anterior por una revolución radical y un atentado anarquista contra su vida, se vió obligado a pedir licencia, asumiendo interinamente la primera magistratura del país el vicepresidente José Figueroa Alcorta. Menos de dos meses más tarde, el 12 de marzo, falleció Quintana y Figueroa Alcorta se hizo cargo definitivamente de la presidencia hasta la culminación del período.
El ambiente estaba más que caldeado y la situación era delicada. La preeminencia del general Julio A. Roca en la política nacional estaba fuertemente cuestionada y el país entero anhelaba un cambio, cambio este que el radicalismo íntentaba producir por medio de la revolución, y que las figuras dominantes buscaban frenar a como diese lugar, a través de Marcelino Ugarte, el propio Roca y el mitrismo, cuya jefatura ejercía Emilio Mitre.
En ese contexto, le tocó gobernar a Figueroa Alcorta. Cada uno de esos factores de poder pensó que lo iba a poder manejar como a un títere. Y se equivocaron. Todos.
El presidente empezó a tantear el terreno, y a contactarse con los distintos referentes en busca de consolidarse: habló con los radicales, que se mostraron intransigentes; los roquistas, que le trabaron todo lo que podían; los mitristas, que le reclamaron la entrega de "algunas situaciones provinciales" (es decir, intervenir provincias, poniendo en sus gobiernos a mitristas) y los ugartistas, que le exigieron derechamente a cambio de su apoyo, la designación de Ugarte como candidato por el oficialismo para las presidenciales de 1910.
En ese complicado panorama, Figueroa Alcorta se revelaría como un consumado ajedrecista: jugando con las negras, haría una brillante defensa siciliana. Hábilmente, eludió todas las presiones y no cedió a ninguna, hasta que en enero de 1908 el Congreso, que estaba en sesiones extraordinarias y que se negaba a tratar el presupuesto que había enviado el ejecutivo, intentó hacerle juicio político.
El presidente aprovechó entonces magistralmente a sus alfiles en fianchetto, es decir, sus ministros: el del Interior, Marco Avellaneda, y el de Relaciones Exteriores, Estanislao Zeballos, y enérgicamente, sin titubeos, avanzó sobre el Congreso. Llamó a acuerdo de ministros de su gabinete y con la firma de todos ellos, retiró del Congreso las cuestiones que le había sometido a su consideración, y por decreto prorrogó para 1908 el presupuesto votado para 1907. Paralelamente, mandó al cuerpo de bomberos a clausurar el Congreso, y a la policía a impedir reuniones fuera de él.
Roquistas, mitristas y ugartistas, estupefactos, inútilmente clamaron "¡tiranía!". Y en vano también, el diario La Nación intentó movilizar a la ciudadanía en contra de la medida presidencial, produciendo el efecto contrario al buscado; porque la gente se movilizó, sí... pero en apoyo a Figueroa Alcorta: un crecido público fue a burlarse de los congresistas, y especialmente, silbó a Emilio Mitre. 
Y no paró allí el presidente: con firmeza, astucia y sentido de la oportunidad, anuló la influencia de Ugarte, y desarmó el entramado que le tejía el Zorro, el más ducho en componendas. Las elecciones de legisladores del 8 de marzo de 1908 resultaron en un apabullante triunfo del oficialismo: el ministro Avellaneda circuló a los gobernadores de provincia la lista que debía votarse y sanseacabó. Figueroa Alcorta contaría así con un congreso adicto, y gobernaría -con algún que otro sobresalto- hasta la conclusión de su mandato.
En cuanto a Roca, ese fue su ocaso: estaba herido en el ala y ya no podría reponerse.
El logro más destacable de la presidencia de Figueroa Alcorta sería el de echar las bases para la mudanza del sistema político, para introducir, por evolución y no por revolución, las modificaciones tendientes a terminar con las prácticas electoreras aberrantes. Durante su período, se produjo el descubrimiento del yacimiento petrolífero de Comodoro Rivadavia, al cual protegió mediante la ley que reservaba su explotación al Estado y prohibía su concesión a terceros. Hizo una transición ordenada del mando a su sucesor en el cargo, Roque Sáenz Peña, con el cual consensuó las reformas que desembocarían en la ley 8871 que consagró el sufragio universal, secreto y obligatorio.
Fue el único argentino en presidir los tres poderes: el legislativo, porque como vicepresidente de Quintana fue titular del Senado; el ejecutivo, sucediendo a Quintana al fallecer éste; y más adelante el judicial, presidiendo, desde 1929 hasta su muerte el 27 de diciembre de 1931, la Suprema Corte.

-Juan Carlos Serqueiros-