miércoles, 5 de diciembre de 2012

UN CONSEJO DESESTIMADO










































Escribe: Juan Carlos Serqueiros


La independencia americana fue la consecuencia natural y lógica de la crisis española (de la crisis española "existencial", quiero decir; que no la de la última etapa, que desembocó finalmente en el Mayo de 1810).
Esa América que le había aparecido al paso a Colón, salvó a éste, pero... no salvó a España.
Paradojalmente, la primera nación europea en llegar a la unidad, la que había sido capaz de sacudirse de encima a los moros que la habían ocupado por siete siglos, no podría mantener el imperio que había forjado, y el oro y la plata americanos le resultarían indigestos.
Mientras hasta el último remendón español soñaba con el paraíso de Mahoma y la ciudad de los césares, las demás potencias europeas, especialmente Inglaterra; se relamían tejiendo planes para su participación en el festín, tal como se relamen los lobos contemplando un indefenso rebaño.
Y sería en vano que Hernandarias se desgañitase clamando a su rey apoyo para liquidar la corrupción en el puerto de Buenos Aires, tan en vano, como que Felipe II quisiera dar a los estrógenos de Elizabeth I otra aplicación que no fuera la del saqueo pirateril, mandando a la "pérfida Albión" su temible armada y tan en vano como las proezas de heroísmo de Cartagena de Indias, de Colonia del Sacramento y de Buenos Aires... ¡Alea jacta est!
El proceso de deterioro de la hispanidad se aceleró aún más con el cambio dinástico en el trono luego de la Guerra de Sucesión. Sustituir Habsburgos (o Austrias, indistintamente) -aún apuntando en la cuenta de éstos el "debe" que hay necesariamente que contabilizarles por el calamitoso reinado de Felipe IV- por Borbones, lejos de ser un remedio para unos supuestos oscurantismo y atraso; hundió aún más al otrora poderoso imperio donde nunca se ponía el sol, ahora disfrazado con el ropaje del "modernismo" que los iluminaría con las "luces del siglo", incógnita de una ecuación que los azorados españoles de ese tiempo nunca lograron despejar.
Y por el lado de Indias, la mudanza de Austrias a Borbones no representó mejora alguna; fue tan desastrosa como en la península. El centralismo y el absolutismo borbónicos despreciaron y desecharon el papel importante que hasta allí había jugado el Consejo de Indias, el cual permaneció languideciendo en una intrincada burocracia que lo condenaba al arcón de los olvidos más que al de los recuerdos, las autonomías políticas se acabaron, y lo que eran los reinos de Indias; pasaron a ser las colonias de América.
Desde Utrecht (incluido, por supuesto) en adelante, la declinación española se convirtió en franca (y nunca mejor aplicado el término) caída. Caída que no alcanzaron a detener los denodados e inteligentes esfuerzos de Isabel Farnesio (que pese a no ser española -era de Parma-, valía infinitamente más para España que su estúpido y pusilánime esposo, el maníaco depresivo Felipe V).
Pero ¿había remedio para la enfermedad española? Sí, lo había; aunque se necesitaba "un gran remedio para un gran mal" (Indio Solari dixit): estaba en su psique el achaque, y la medicina había que buscarla allí mismo, en el alma, es decir, en el pueblo.
Y de allí salió: Pedro Pablo Abarca de Bolea, conde de Aranda, el bien amado de las plebes y las clases medias españolas, quien con extraordinaria perspicacia y largueza de miras comprendió cabalmente la amenaza que se cernía sobre el imperio a partir de la independencia norteamericana (lograda con el auxilio de la entente franco-hispana), y en razón de ello, en 1783 aconsejaba de esta manera a su rey: 

Esta república federal nació pigmea, por decirlo así y ha necesitado del apoyo y fuerza de dos Estados tan poderosos como España y Francia para conseguir su independencia. Llegará un día en que crezca y se torne gigante, y aún coloso temible en aquellas regiones. Entonces olvidará los beneficios que ha recibido... y sólo pensará en su engrandecimiento... el primer paso será apoderarse de las Floridas... aspirará a la conquista de Nueva España que no podremos defender... y toda la América meridional... Que V.M. se desprenda de todas las posesiones del continente de América, quedándose únicamente con las islas de Cuba y Puerto Rico en la parte septentrional y algunas que más convengan en la meridional, con el fin de que ellas sirvan de escala o depósito para el comercio español. Para verificar este vasto pensamiento de un modo conveniente a la España se deben colocar tres infantes en América: el uno de Rey de México, el otro del Perú y el otro de lo restante de Tierra Firme, tomando V.M. el título de Emperador.

En buen romance, el conde de Aranda prevenía las ulterioridades que resultarían de la emergencia de los recientemente creados Estados Unidos como nación potencia a corto plazo, y sugería al monarca erigir tres reinos los cuales junto con España, conformarían un imperio consolidado en perdurable unidad.
En general los historiadores han tomado el consejo del conde a su rey como un antecedente de lo que se ha dado en llamar comunidad de naciones al estilo del Commonwealth británico, y algo hay de eso; pero tengo para mí que la concepción del proyecto superaba ese propósito y representaba algo más ambicioso todavía: encarnaba nada menos que la alianza estrecha, íntima, trascendental e inmarcesible entre España y la América central y meridional; no una comunidad de naciones sino una sola nación de formidable poderío, sustentable en el devenir de los siglos y no sujeta a la influencia de otras potencias.
Pero resultó que el médico que atendía al enfermo... ¡rechazó el remedio que se le ofrecía para curar al mismo! Si la "pérfida Albión" tuvo la suerte de que el sentido común inglés condujera a Jorge III a justipreciar adecuadamente la enorme valía del libro de Edmund Burke Reflections on the Revolution in France, acertando a sustraer a Inglaterra de la influencia de los aspectos más indeseables de ese hecho; no tuvo España la misma suerte. El voluble, falto de energía, indeciso, en una palabra; inepto Carlos III, desoyó el atinado consejo del conde de Aranda y se perdió así la última posibilidad de detener la debacle de la hispanidad.
Las calamidades que a España (y a nuestra América) les sobrevendrían después de eso, de la mano de aquel cornudo consciente y complaciente que fue el imbécil Carlos IV y de la del repulsivo felón que fue Fernando VII, son bien conocidas; tan bien conocidas como las de la incontrastable evidencia patentizada en un exponente más... actual, digamos, de esa irremisiblemente degenerada dinastía borbónica: el miserable botarate bueno para nada Juan Carlos I.
Para la hispanidad, desgracia y borbones fueron y son sinónimos.

-Juan Carlos Serqueiros-

miércoles, 28 de noviembre de 2012

LA MARIPOSA DE OBSIDIANA












































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Por este mismo mes del pasado año me tomaba yo el atrevimiento de sugerirles la lectura de otro título (cliquear sobre este ENLACE para ver aquello) de este mismo autor sobre el cual vuelvo hoy: Juan Bolea, un escritor español, gaditano para más datos, que ha creado un personaje que es el protagonista central de sus novelas: la inspectora Martina De Santo, una mujer policía bella, inteligente, audaz e inquietante.
En esta oportunidad, Martina debe investigar, en la región norte de España, el asesinato de una stripper cometido de modo de replicar los sacrificios rituales aztecas: con un cuchillo de piedra, de obsidiana.
Un libro ameno, atrapante, un thriller que sin golpes bajos; transporta al lector al mundo de la mejor ficción policial.
Que lo disfruten.

-Juan Carlos Serqueiros-

viernes, 23 de noviembre de 2012

UNA FOTO POST MORTEM






































Escribe: Juan Carlos Serqueiros


Fotografía del cadáver de Justo José de Urquiza tomada en Concepción del Uruguay cerca de las 15 hs. del 12 de abril de 1870, día siguiente al de su muerte, acaecida el 11, sobre las siete y media de la tarde en el Palacio San José.
La imagen la tomaron dos tucumanos: Augusto y Guillermo Aráoz, quienes por entonces estudiaban en el Colegio Nacional de Concepción del Uruguay y habían instalado un pe
queño negocio de fotografía en esa ciudad.
Esa misma tarde los Aráoz tomaron también una de Ricardo López Jordán e hicieron 500 copias de cada una de las fotografías con el propósito de venderlas.
Pueden distinguirse nítidamente la herida de bala en la cara y las cinco puñaladas en el torso que presentaba el cadáver de Urquiza.
Al historiador tucumano Carlos Páez de la Torre le corresponde el mérito de haber establecido que la fotografía había sido tomada por los estudiantes tucumanos Aráoz, uno de los cuales dejó registrada su memoria del suceso en un documento que estaba en poder de la también tucumana María Elisa Colombres de De la Rosa, al cual tuvo acceso Páez de la Torre, que lo copió parcialmente, a mano.
Sin embargo, Páez de la Torre incurre en groseros errores de interpretación, como por ejemplo, afirmar que “se nota perfectamente la sangre que mana de la nariz y de la boca -donde impactó la bala- así como los orificios del puñal” (sic).
Cualquiera que pensara un poco sobre el particular se habría dado cuenta de que lo que se distingue en la imagen no puede ser sangre que “mana”, ya que el cadáver de alguien que había sido muerto a las siete y media de la tarde-noche del día anterior; no podía estar sangrando todavía transcurridas veinte horas, a las tres de la tarde del día siguiente, cuando fue tomada la foto. Y si fuera sangre que “mana” de esa herida de bala, como dice Páez de la Torre; también debería haber sangre “manando” de las puñaladas, y claramente se ve que no es así, que el cadáver está exangüe. 

Tampoco debe ser sangre seca; porque se nota perfectamente que el cuerpo había sido limpiado y lavado, seguramente por la esposa e hijas de Urquiza, quienes según sus propias afirmaciones -que constan en el expediente judicial-, habían pasado toda la noche junto al cadáver en la sala donde Urquiza fue muerto, bajo la vigilancia de quienes lo mataron. ¿La esposa e hijas de Urquiza iban a limpiar del cadáver la sangre de las heridas de puñal en el pecho e iban a dejar la sangre del balazo en la cara? Ridículo.
En cuanto al balazo, no fue como dice Páez de la Torre, en "la boca, donde impactó la bala"; sino que fue debajo de la nariz, en el espacio que media hasta el labio superior, como consta en el expediente judicial y como se ve en la imagen.


-Juan Carlos Serqueiros-

domingo, 18 de noviembre de 2012

LAS PISTOLAS DEL GENERAL BELGRANO: EL ESTADO AUSENTE


















Escribe: Juan Carlos Serqueiros


Creo que el comprador inevitable será un argentino, alguien que las quiera devolver a su tierra; si no para exhibirlas o donarlas a un museo, para que al menos estén en una colección argentina. Son piezas vinculadas de manera íntima a la historia argentina que lamentablemente no han estado en ese país por más de 150 años. Deberían estar en algún museo allí, son un tesoro nacional. (Conor FitzGerald, asesor y apoderado del coleccionista norteamericano que subastó en Christie's las pistolas que pertenecieron al general Manuel Belgrano)

Se equivocaba usted, señor FitzGerald, todos quienes admiramos y veneramos la figura histórica del general Belgrano, hubiésemos deseado con toda el alma que se cumpliera su vaticinio; pero lamentablemente, no fue así.
En efecto, como usted suponía, hay muchos argentinos poseedores de considerables fortunas a quienes no les hubiera significado ningún esfuerzo económico desembolsar 374.400 dólares para que las pistolas regresaran a esta patria nuestra de la que el general Belgrano fue artífice y a la cual dio nada menos que su independencia; pero, ¿sabe?, a esos argentinos multimillonarios no es precisamente el amor a nuestra historia y a nuestros héroes lo que los conmueve y guía.
Debería haberlas comprado el Estado, porque al fin de cuentas, para un gobierno 374.400 dólares son una nadería; pero ¿cree usted que un estado que no sirvió ni para custodiar eficazmente su reloj y que cuando éste fue robado, no atinó ni siquiera a dar pasos elementales en pos de recuperarlo para el acervo histórico de los argentinos; arbitraría las medidas y recursos tendientes para que las pistolas se reintegren al patrimonio cultural de nuestra nación? Impensable, directamente.

Esta es la historia de esas pistolas narrada por el mismísimo Instituto Belgraniano:

21 de agosto de 1814: Belgrano recibe por parte del Cabildo de Buenos Aires un par de pistolas en reconocimiento por su triunfo en Salta. Belgrano se hallaba retirado en el pueblo de San Isidro y el Cabildo de Buenos Aires, le remitió, con oficio de 21 de agosto de 1814, un par de riquísimas pistolas de arzón “con los emblemas e inscripciones que realzan su mérito”; en justo reconocimiento, le decía, del triunfo de Salta; pidiéndole que las aceptase “como una fineza de un padre para con un hijo a quien ama tiernamente.” Se evidencia el reconocimiento del Cabildo a los méritos de Belgrano a poco que había sido sobreseído del proceso que se le había seguido en virtud de sus derrotas en Vilcapugio y Ayohuma; alejado temporariamente el prócer de la escena política, restableciendo su salud en la quinta de Perdriel, propiedad familiar. En el Acuerdo del Extinguido Cabildo de Buenos Aires del 25 de noviembre de 1814 se registra la cuenta del costo de las pistolas encargadas a Londres para obsequiar al Gral. Belgrano por ser “Vencedor en Tucumán y Salta”, ascendiendo a 637 pesos 7 reales (abonada por el Ayuntamiento en pagos sucesivos).Con respecto a la cuestión de las características de las pistolas en sí, y en cuanto a detalles de su manufactura se conoce, pues, que fueron hechas por Henry Tatham & Joseph Eggs, de Londres, el fabricante más destacado del momento. Llevan el sello de los plateros de Londres correspondiente al año 1813 y están montadas en plata. Como podrá observarse en las fotografías, todas las incrustaciones de plata están doradas. El encendido es a chispa y las colas de disparador “al pelo”. Las cazoletas y los oídos están dorados y los cañones son de 10 ½ pulgadas. Incrustadas en oro en las caras visibles de los octógonos de los cañones se lee: "la Ciudad de Buenos Ayres al General Belgrano, vencedor de Tucumán y Salta. La libertad de la patria establecida", las pistolas presentan incrustaciones de oro y plata cincelado, y vienen en un estuche de madera, en cuya tapa aparece grabado el nombre de Manuel Belgrano. En las empuñaduras aparece grabado el escudo de la Asamblea del año 1813 y la inscripción Provincias Unidas del Río de la Plata. Los ornamentos de las pistolas de presentación de Belgrano poseen lujosa artesanía (de plata incrustada en el arma) con detalles tales como diseños de viñas y trigos (representando la riqueza agraria de las Provincias Unidas del Río de la Plata). Consisten en hojas de parra y enredaderas y los guardamontes están ricamente decorados. Las pistolas están contenidas en la caja original de palo de rosa, con todos los accesorios, las balas y el equipo originales. El estuche tiene un anillo externo para transportarlo y en la tapa de caoba se lee la siguiente inscripción: “A su amigo Jn. Ml. de Rozas, J. N. Terrero”. Tras el deceso de Belgrano en 1820, las armas pasaron a manos de su albacea, Juan Nepomuceno Terrero, quien en 1834 se las regaló a su consuegro y ex gobernador de la provincia de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas. Años más tarde, el ex gobernador se las legó a su hija Manuelita Rosas y Terrero, quien las pasó a sus descendientes. Tras un viaje que duró más de un siglo, las pistolas reaparecieron en manos de William Simon, secretario del Tesoro de Estados Unidos durante la presidencia de Gerald Ford (1974-1977). Fue el propio Simon quien se las vendió al propietario que las puso en subasta, un estadounidense de la costa este de EE.UU., del que sólo se sabe que es coleccionista de autos y un gran conocedor de la historia latinoamericana.
No, señor FitzGerald, lastimosamente, su pronóstico era erróneo: las pistolas del general Belgrano seguirán en el extranjero… HASTA QUE VENGA EN ESTA TIERRA ALGÚN CRIOLLO A MANDAR.

-Juan Carlos Serqueiros-

jueves, 15 de noviembre de 2012

FIESTA EN LA SEDE DE HURACÁN



















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Esta fotografía forzosamente tiene que haber sido tomada entre junio de 1943 y principios de 1944. Me inclino por la primera posibilidad, porque si fuera en 1944; entonces no pudo haber sido más allá de febrero, ya que el 25 de ese mes, Ramírez delegó el poder en Farrell, y el 29 se produjo, en apoyo del primero, el levantamiento del Regimiento 3 de Infantería con cuarteles en Parque de los Patricios por parte del jefe de esa unidad, que era el teniente coronel Tomás Adolfo Ducó; hecho ese que pondría término definitivo a la íntima amistad que hasta entonces había entre él y Perón.
El acontecimiento tuvo lugar en la Sede Social de Huracán.
Y con respecto a Ducó, esta es la primera imagen suya de cuerpo entero que veo. Vaya uno a saber por qué (tal vez por la enorme significación y trascendencia que a su obra fecunda, inmensa, le otorgamos los huracanenses), yo lo hacía mucho más alto; pero observo que era medio petiso (nótese que Perón, aún inclinado, le lleva media cabeza).
El entonces presidente de la Nación, general Pedro Pablo Ramírez, es el que está de civil, de traje oscuro. A su izquierda (derecha de la imagen) aparece el general Edelmiro Farrell. El que podemos observar sonriéndole al presidente Ramírez, a la derecha de éste (centro de la imagen), es el general Anaya. Y el que aparece entre Perón y Ducó, que se estrechan las manos, es el coronel Emilio Ramírez.

-Juan Carlos Serqueiros-

sábado, 10 de noviembre de 2012

EL REGRESO DE MAO


Escribe: Juan Carlos Serqueiros

El regreso de Mao
(Beilinson - D'Aviero - Solari)

Se adelantó el regreso de Mao,
el hijo de Mao -el Mao blanco-.
Pues la comida china le da gases,
y todo va muy bien hasta que unas placas
producto de la acción del producto le matan.
Con la granada ¡ay! entre las tetas,
mi amor se arrastra y se espina allá arriba.
Pobre nena rasgada de cutis blanco.
otra vez se pescó el resfrío boliviano.
Confunde las palabras soldado y bandido
flotando en un sampán con mujeres iguales
a hombres iguales a un blanco herido.
Calores dragones, dragones fríos,
quemando cohetes, fuegos de artificio.
China significa "reino del medio".
Sendero luminoso, "laca cristalina"
que adelantó el regreso de Mao.

"Se adelantó el regreso de Mao, / el hijo de Mao -el Mao blanco-.": Comienza aludiendo -sin mencionarlo explícitamente, es decir, citando con nombre y apellido- a Abimael Guzmán, el líder del movimiento guerrillero peruano Sendero Luminoso. Guzmán coincidía con la interpretación maoísta del marxismo, y de ahí la metáfora que usa el Indio para referirse a él, designándolo como "el Mao blanco".
"Pues la comida china le da gases,  / y todo va muy bien hasta que unas placas / producto de la acción del producto le matan.": Metafóricamente, es una alusión al viaje que en los años 60 hizo Abimael Guzmán a China, en el cual recibió adoctrinamiento maoísta e instrucción militar sobre táctica guerrillera.
"Con la granada ¡ay! entre las tetas, / mi amor se arrastra y se espina allá arriba.": Se refiere a una guerrillera peruana vinculada sentimental e ideológicamente a Abimael Guzmán, una mina de armas tomar, digamos.  Con lo de "se arrastra y se espina allá arriba", el Indio alude a los comienzos de la lucha guerrillera de Sendero Luminoso, la cual se inicia en las montañas.
"Pobre nena rasgada de cutis blanco. / Otra vez se pescó el resfrío boliviano.": Genial metáfora solariana, que marca ciertas coincidencias "faciales", digamos, entre la guerrillera peruana citada y el tipo humano predominante en China, siendo la más saliente una característica en común: los ojos rasgados. Y a continuación, con una frase matadora, el Indio con un poder de síntesis directamente magistral, se refiere a la etapa en la cual la guerrilla peruana se alía circunstancialmente con el narcotráfico y se financia a través del mismo.
"Confunde las palabras soldado y bandido / flotando en un sampán con mujeres iguales / a hombres iguales a un blanco herido.": Y llegamos a una metáfora complejísima, ya que la letra se hace más abarcativa y se introduce un nuevo elemento: la fracasada incursión de la guerrilla comandada por el Che Guevara en Bolivia, y su muerte a manos del ejército de ese país. Los campesinos bolivianos "confunden las palabras soldado y bandido", porque denunciaron al ejército la presencia del Che y sus guerrilleros, considerándolos bandidos.  Luego marca una suerte de paralelismo entre la guerrillera peruana que eligió ser parte de Sendero Luminoso, y una campesina china cualquiera (la característica principal del maoísmo es que se apoya fundamentalmente en el campesinado). O sea, desde el punto de vista de la guerrillera peruana, un soldado del ejército de su país es igual a un bandido común y corriente; ya que considera que el ejército forma parte del orden capitalista contra el cual lucha la guerrilla maoísta. En la imaginación del Indio, esa guerrillera peruana se le aparece muy similar, en lo físico y en lo ideológico, a una campesina china cualquiera; por eso la ve "flotando en un sampán", es decir, una embarcación construida con juncos, de uso muy popular en China; junto a "mujeres iguales a hombres iguales" (desde la óptica de nuestra "raza blanca", las personas de "raza amarilla" nos parecen físicamente similares entre sí, lo cual por supuesto es erróneo; pero de todos modos es la impresión que sentimos a primera vista). Y Solari pone un broche a la metáfora, aludiendo velada, implícitamente, al Che Guevara ("un blanco herido").
"Calores dragones, dragones fríos, / quemando cohetes, fuegos de artificio. / China significa "reino del medio". / Sendero luminoso, "laca cristalina" / que adelantó el regreso de Mao.": Y el Indio termina la letra recurriendo a una metáfora en la cual vincula íconos que inmediatamente nos remiten a China en nuestra imaginación ("calores dragones", "dragones fríos", "quemando cohetes, fuegos de artificio" -recordar que los chinos son los inventores de la pólvora-, etc.); con citas a la guerrilla maoísta peruana de Sendero Luminoso.


-Juan Carlos Serqueiros-

domingo, 21 de octubre de 2012

UNA FUGA FRUSTRADA. SEGUNDA Y ÚLTIMA PARTE























Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Una vez sofocada la rebelión de los prisioneros realistas en San Luis, la prensa de Buenos Aires difundió ampliamente los sucesos y las expresiones de beneplácito se sucedieron. Lamentablemente, a la hora de interpretar los hechos, no ocurriría lo mismo con la historiografía.
El chileno Benjamín Vicuña Mackenna, por ejemplo, en su libro La guerra a muerte, llama a Monteagudo "intrigante" y "mulato sádico", y afirma que "el arte de matar había sido una de las ocupaciones predilectas de su vida". Y a Dupuy le enrostra calificativos tales como "venal", "lujurioso", "servil", "incapaz de una sola virtud", "cínico" y "verdugo". Concluye Mackenna en que con Dupuy y Monteagudo en San Luis, "el tigre y la hiena se habían juntado en esa jaula del desierto".
Y otro chileno, Francisco Encina, no se quedaría atrás a la hora de llamar "mulato" a Monteagudo, de tildarlo de "chacal repelente" y "sátiro inmundo" y de emitir temerarios juicios tales como "una de estas jóvenes, Margarita, encendió la concupiscencia de sátiro que había en Monteagudo".
Por su parte, Carlos Galván Moreno, en su Monteagudo: Ministro y consejero de San Martín, lo tacha al tucumano de cobarde, por haber huido despavorido a los primeros tiros de Cancha Rayada (lo cual en efecto, era cierto: Monteagudo escapó a Mendoza; no sé si por cobardía, pero lo cierto es que lo hizo) y de "maestro en el arte de la simulación".
En resumen, para estos (y otros cuantos no citados aquí por razones de espacio) historiadores, los realistas sublevados, a los que muestran llenos de talento y valentía, habrían sido unas pobres e inocentes víctimas sacrificadas a los más bajos instintos de Dupuy y Monteagudo; quienes vendrían a ser así dos abominables monstruos sanguinarios sedientos de venganza y movidos por bajas pasiones. Y encima, se dan el lujo de pintar al Libertador General San Martín -¡a San Martín!- como un hombre abrumado y decaído, cediendo a la influencia nefasta de un hábil e intrigante Monteagudo, al que pretenden erigir como el gran culpable de que los prisioneros hayan ideado una conjura para fugar.
Lo de estos historiadores realmente mueve a la indignación, pero mejor dejemos de lado sus delirios y dediquémonos a examinar los hechos y la abundante documentación existente, a ver qué conclusiones podemos extraer.
Analicemos, ante todo, quién era Vicente Dupuy, teniente gobernador de San Luis por esa época, y qué papel jugó Monteagudo frente a la conspiración realista. 
Nacido en Buenos Aires en 1774, Vicente Dupuy se había distinguido durante las Invasiones Inglesas en el Regimiento de Arribeños. En los días de Mayo de 1810, se pronunció entusiastamente por la deposición del virrey, formando parte de los chisperos, pasando después a la Banda Oriental para el sitio a Montevideo, donde permaneció hasta que la plaza cayó en poder de las fuerzas patriotas. Designado teniente gobernador de San Luis, fue uno de los más destacados colaboradores de San Martín, contribuyendo decisivamente a la formación del Ejército de los Andes. Dupuy gozaba del respeto y la estima generalizados del pueblo puntano y adhería incondicionalmente a San Martín, al cual profesaba una admiración rayana en la devoción. Si San Martín le hubiese ordenado a Dupuy que escalara el Aconcagua y se arrojara desde su cima; éste no habría dudado un instante en hacerlo, tal era su grado de lealtad y afecto al Gran Capitán. Cuando se produjo la llegada de los prisioneros realistas a San Luis, hubo un especial pedido del Libertador en el sentido de que los mismos fueran tratados con toda consideración, e interesándose personalmente en el teniente coronel Lorenzo Morla, que había sido su camarada de armas en España y de cuya familia había recibido muchas atenciones. Dupuy cumplió al pie de la letra el requerimiento de San Martín, brindando su hospitalidad a Morla, dándole su amistad, compartiendo con él su mesa y hasta auxiliándolo con su propio dinero (se conservan las cartas de Morla, y también de Ordóñez, a San Martín en las cuales ambos reconocen y agradecen las inmensas atenciones que les hacía Dupuy). Ese era el hombre al que los miserables historiadores más arriba mencionados califican de "incapaz de una sola virtud", "venal", "verdugo", etc.
Sobre fines del año anterior, esto es, 1818, llegó a San Luis el doctor Bernardo de Monteagudo, deportado allí por orden de San Martín, quien estaba muy disgustado con él por su actuación en el proceso y fusilamiento de los hermanos Juan José y Luis Carrera (ver mi artículo al respecto en este
ENLACE), y por la dudosa muerte del abogado y coronel Manuel Rodríguez. A la vez, Dupuy había recibido una carta del gobernador intendente de Cuyo, Toribio de Luzuriaga, en la cual le recomendaba encarecidamente que tuviera las mayores prevenciones para con Monteagudo, ya que éste iba a la Punta castigado por San Martín, debido a lo cual el confinado fue recibido por Dupuy con extrema frialdad. No obstante ello, Monteagudo alternó con los puntanos del mismo modo en que lo hacían la corta guarnición local y también los prisioneros realistas. Así surgió la leyenda esa por la cual se atribuyen al despecho de Monteagudo, supuestamente surgido de una rivalidad amorosa, los móviles de los conjurados: se dijo que Monteagudo quiso seducir a Margarita, una de las hermanas de Juan Pascual Pringles (en casa de cuya familia se realizaban por los general los bailes y veladas), mujer de extraordinaria belleza, y que ésta prefirió otorgar sus favores a un oficial español que habría sido el teniente Juan Ruiz Ordóñez (eso algunos, y otros; al percatarse de la incongruencia evidente surgida de que Ruiz Ordóñez tenía por entonces 17 años, mientras que la bella Margarita Pringles contaba 30, optaron por cambiar de "favorecido", reemplazando al adolescente por su tío, el general Ordóñez). Según ese difundido mito, Monteagudo, ciego de odio hacia un imaginario rival suyo en materia de amores, consiguió convencer a Dupuy (al que se lo quiere hacer aparecer como un imbécil sugestionable) de dictar el 1 de febrero de 1819 un decreto prohibiendo a los prisioneros salir de noche, y que ese bando gubernamental habría sido la causa única de la tragedia que se desató.
Está fuera de toda duda que Monteagudo quiso "ganarse" a Margarita Pringles -lo confirma su hermana Melchora (que un año después de la rebelión se había convertido en la esposa de Juan Ruiz Ordóñez, como consigné en el capítulo anterior)- en carta a Angel Justiniano Carranza-; pero pretender acotar un hecho de semejante magnitud cual lo es una sublevación de prisioneros con intento de asesinato de un gobernador y propósitos de fuga, a una mera cuestión de celos masculinos, es perder de vista la perspectiva histórica y mostrar a los protagonistas como si actuaran movidos sólo por impulsos irracionales, bajas pasiones, sadismo y crueldad.
Lo que ocurrió en realidad, fue bien distinto a lo que cuentan esos "genios" escribas de la "historia" (entre ellos, Mitre, que como de costumbre, se equivoca): independientemente de su afición al bello sexo (que era una característica de su índole personal que mantendría durante toda su corta vida, y que además; entra perfectamente en el terreno de lo natural: al hombre le gustaban las mujeres y tenía el arte de la seducción, sí ¿y? ¿dónde está el problema?). Monteagudo poseía una despierta inteligencia y una fina percepción, y no puede habérsele escapado el peligro representado por el daño que la eventual unión de montoneros alveacarreristas y confinados realistas podía ocasionar a la causa de la independencia (y en efecto, así lo dice en una carta a O'Higgins de fecha 5 de noviembre de 1818, escrita a poco de llegar a la Punta); amenaza esta que por otra parte, como cité antes, preocupaba y no poco a San Martín -de lo cual Monteagudo (y también Dupuy) tiene necesariamente que haber estado al tanto-.
Vicente Fidel López en su Historia de la República Argentina, afirma que el coronel Agustín Murguiondo, que formaba parte de las fuerzas españolas rendidas a las tropas patriotas en 1814 en Montevideo, y que se había pasado -como otros muchos de sus connacionales- a estas últimas influído por Alvear; les dijo en Montevideo a él y a Esteban Echeverría que había sido entre 1818 y principios de 1819, el agente y nexo entre Carlos de Alvear y José Miguel Carrera por una parte, y los prisioneros realistas en San Luis por otra. "De él mismo lo tengo", consigna, y agrega López que en el complot -que consistía en derrocar al gobernador de Santa Fe, Mariano Vera; hacer fugar a los confinados en San Luis, voltear a Pueyrredón (quien sería reemplazado por Alvear) y asesinar a San Martín y O'Higgins asumiendo Carrera el control de Chile-, entraron, además de franceses y chilenos; Estanislao López -que suplantaría a Vera en Santa Fe- y Francisco Pancho Ramírez.
Y efectivamente, el plan de Alvear y Carrera era el que menciona Vicente Fidel López, quien de no haber sido por su proverbial apego a la tradición oral en desmedro del estudio de los documentos, podría haber desentrañado toda la trama de la conjura en San Luis, porque él también, a pesar de estar bien rumbeado y en posesión de todos los elementos de juicio; cae en la creencia de los mitos ridículos de la "rivalidad amorosa" de Monteagudo con alguno de los principales oficiales realistas (sostiene que con el general Ordóñez), y de su capacidad de "sugestión" sobre Dupuy, como elementos decisivos en la cuestión. Si López hubiese analizado concienzuda y exhaustivamente el sumario a los sublevados, seguramente se habría percatado -por ejemplo- de que en él consta que éstos, además del baqueano conocido como "Marín", habían apalabrado para el mismo cometido a un indio que servía en la casa del teniente gobernador; lo cual indica que muy probablemente no había en todos los conjurados el propósito de tomar el mismo rumbo, sino que algunos planeaban hacerlo en dirección a la montonera (como por ejemplo, Carretero, quien fue el nervio de la rebelión); y otros -¿como Ordóñez y Morla, quizá?- irían a unirse a los araucanos y pasar luego a Chile para persistir en su empecinada lucha contra el independentismo americano algunos, o volverse a Europa otros; como acertadamente infiere López, pero sin atinar a dar con los elementos que avalen su tesis (y que los tenía, reitero, ante sus ojos).
Dupuy no era el tonto, voluble, infatuado y sugestionable que se nos quiere hacer creer que fue. Por lo contrario; era un patriota firme, corajudo y decidido que supo estar a la altura que la coyuntura le demandaba. Y la frase de su propio informe: "Yo los mandé degollar en el acto" que a menudo se cita para remarcar su supuesta crueldad, no hace más que indicarnos su estado de ánimo, natural en quien comprueba que aquellos mismos a quienes había colmado de atenciones, intentaron asesinarlo. 

¿Qué pretendían que hiciera Dupuy? ¿Que después de haber compartido con los prisioneros todo cuanto tenía, inclusive su propio dinero, al verse pagado de esa manera; les dijese algo así como: "caramba, señores enemigos realistas, os habéis portado mal y me habéis defraudado"? Por favor...
Y Monteagudo, más allá de los deplorables excesos y de las actitudes impolíticas en que haya incurrido junto a Castelli en el Alto Perú (y que tantos males causaron), y de los errores que haya cometido; en oportunidad de la conjura realista en San Luis actuó como correspondía, en defensa de los más caros intereses de la patria. Nada tuvieron que ver en todo esto asuntos de polleras ni celos; Monteagudo hizo lo que hizo porque se dio perfecta cuenta de que si quería seguir desempeñando un rol protagónico y destacado, necesitaba imprescindiblemente volver al favor de San Martín (al de O'Higgins ya había vuelto con su participación en lo de los Carrera y en lo de Manuel Rodríguez), y aventar las sospechas que en el Libertador, en Luzuriaga y en otros, despertaban su pasada actuación junto a Alvear en 1814, cuando éste era Director Supremo.
¿Si Monteagudo, de no mediar esas circunstancias hubiera procedido como procedió? Y... qué sé yo... nadie puede saberlo. Y además ¿qué importa? La historia analiza hechos, y las especulaciones acerca de si esto o lo otro, amén de ociosas e inconducentes; corren por cuenta de quien las haga.

Lo cierto es que aquel 8 de febrero de 1819, Dupuy, Monteagudo, Quiroga, Pringles y sobre todo; el heroico y abnegado pueblo de San Luis, salvaron a la Revolución Americana de un gravísimo peligro que sobre ella se cernía. Lo demás es chicharrón de vizcacha.

-Juan Carlos Serqueiros-

jueves, 18 de octubre de 2012

UNA FUGA FRUSTRADA. PRIMERA PARTE


Escribe: Juan Carlos Serqueiros

La mayor parte de los oficiales realistas y una porción de las tropas a su mando, prisioneros emergentes de los triunfos patriotas en las batallas de Chacabuco y Maipú, fueron confinados en San Luis, donde gozaron de cierta libertad de movimientos y hasta llegaron a alternar normalmente con la sociedad puntana, e incluso con las autoridades.
Hasta que el diablo metió la cola: una serie de factores confluyeron y... se desató el drama, principiado en una revuelta.
El 8 de febrero de 1819, lunes, cerca de las 8 de la mañana, el teniente gobernador de San Luis, teniente coronel Vicente Dupuy, fue avisado por su ordenanza que un grupo de entre los prisioneros realistas pedía entrevistarlo, a lo cual aquél accedió de inmediato, recibiéndolos en su despacho (cabe aclarar que Dupuy vivía en una casa que había sido del vecino de San Luis, don Tomás Osorio, sita en el terreno donde actualmente se alza la catedral). El gobernador estaba acompañado por su asistente, el capitán de las milicias puntanas José Manuel Riveros; y por un médico español, el doctor José María Gómez (que también se encontraba confinado allí). Los prisioneros que entraron al despacho de Dupuy fueron: el coronel Antonio Morgado, el teniente coronel Lorenzo Morla y el capitán Gregorio Carretero.
La conversación se desarrollaba informal, amable y distendida cuando, de pronto, Carretero extrajo un cuchillo de entre sus ropas y se abalanzó sobre Dupuy, gritándole: "¡So pícaro, estos son los momentos en que toca a usted expirar! Toda la América está perdida y de esta no se escapa usted". El gobernador -que no era precisamente de los que se arrean con el poncho-, reaccionó instintivamente y acertó a darle un manotazo a Carretero que le hizo caer a éste el cuchillo. Al ataque contra Dupuy de Morgado y Morla, se sumaron el general José Ordóñez, el coronel Joaquín Primo de Rivera y el teniente Juan Burguillo, que venían de reducir al soldado Domingo Ledesma (el ordenanza que había avisado a Dupuy de las visitas), que estaba de centinela en la puerta, y de darle una puñalada al secretario de Dupuy, Riveros, que se dirigía a la calle pidiendo auxilio ante la agresión de que era víctima el gobernador.
Paralelamente a esto, otro grupo de oficiales realistas se había dirigido a la casa en que se alojaba el doctor Bernardo de Monteagudo, con el propósito de reducirlo o asesinarlo, mientras que simultáneamente, otros conjurados intentaban copar el cuartel y cárcel (que distaba exactamente una cuadra de la casa del gobernador), en cuyas dependencias se encontraba una cincuentena de "montoneros" que había enviado presos a San Luis el gobernador de Córdoba. Los montoneros no sólo no quisieron saber nada con los realistas que les proponían plegarse a ellos, sino que además; encabezados por el entonces capitán de milicias de los Llanos, Juan Facundo Quiroga, quien estaba "armado" solamente con un asta que le servía de chifle;  los corrieron.
Al sentir los gritos de pedido de auxilio provenientes de la casa del gobernador que profería el doctor Gómez, la gente salió a las calles en tropel, dirigiéndose a ese punto; mientras que en fulminante reacción, las milicias puntanas -destacándose entre ellas el por entonces alférez Juan Pascual Pringles-, sofocaron la sublevación realista, dando muerte a cuanto prisionero encontraban al paso y matando asimismo a los que momentáneamente habían logrado tomar el depósito de armas del cuartel.
A todo esto, los conjurados que se hallaban en el interior de la casa del gobernador, aterrados, imploraban a éste que contuviera a la gente agolpada frente a ella que intentaba derribar la puerta, y le pedían que les garantizase la vida, a lo cual parece que accedió Dupuy, quien se dirigió, armado con un sable que los realistas le permitieron tomar, a quitar los cerrojos de la puerta. En cuanto lo hizo, una multitud se precipitó dentro de la casa, y el gobernador les gritó: "¡A matar godos!", dando el ejemplo él mismo, decapitando con su sable a Morgado. En cuestión de instantes, la gente del pueblo que había irrumpido en la casa, acabó con Ordóñez, Carretero, Morla y Burguillo; mientras que Primo de Rivera lograba escapar por los corredores e introducirse en la habitación de Dupuy, en la cual halló una carabina con la que se suicidó disparándose en la cabeza.
Alrededor de las 9 de la mañana, todo había terminado. La revuelta había sido sofocada, ahogada en sangre, y en la habitualmente apacible San Luis, conmocionada por el suceso; su teniente gobernador disponía se sustancie un proceso tendiente a esclarecer los hechos, determinar los culpables y estipular su castigo, para lo cual comisionó como juez a Bernardo de Monteagudo, quien se encontraba allí confinado por decisión del general San Martín.
El 13 de febrero, Monteagudo elevó a Dupuy el resultado de la instrucción de la causa. Al día siguiente, éste solicitó a aquél su dictamen definitivo; contestándolo Monteagudo el mismo día, declarando inocentes a los realistas mariscal Francisco Marcó del Pont, coronel Ramón González de Bernedo y soldado Antonio Olmos; también inocentes a los confinados -presos por razones de seguridad, pues se los tenía por enemigos de la causa (es decir, por españoles de ideas y convicciones opuestas a la independencia)- Nicolás Ames (un comerciante vizcaíno radicado en San Luis) y Pedro Bouzas (un campesino natural de Galicia, también habitante de la Punta); y culpables al resto, sentenciando a muerte a todos los que habían quedado con vida luego de la represión, a los que se les había comprobado su participación en la conjura o que habían confesado; con la sola excepción de un paisano conocido en San Luis como José Marín, que en realidad se llamaba José María Guarda, al que habían apalabrado para que les hiciera de baqueano, y para el cual estableció la pena de reclusión perpetua.
El gobernador ratificó el dictamen de Monteagudo y fueron todos fusilados, menos el teniente Juan Ruiz Ordóñez, un adolescente de 17 años, sobrino del general Ordóñez; que pidió clemencia a Dupuy y éste le conmutó la pena, al parecer, accediendo a súplicas en ese sentido de la familia Pringles.
El 3 de marzo, Dupuy ordenó despachar copias del expediente ya finalizado y cerrado al Director Pueyrredón y al gobernador intendente de Cuyo, coronel Toribio de Luzuriaga, y el original al general  San Martín.
Éste, que al recibir el 17 de febrero la primera noticia de la conspiración se encontraba en Curimón, en viaje desde Chile a Buenos Aires, temía una eventual alianza de los prisioneros realistas con la montonera que sabía alentaban desde Montevideo José Miguel Carrera y Carlos de Alvear, y albergó en principio serias sospechas de que Monteagudo pudiera haberse involucrado en algo que el Libertador reputaba como muy peligroso para la causa independentista, y receloso, apresuró su marcha. Al llegar a Mendoza, Luzuriaga lo tranquilizó al informarle que la revuelta había sido reprimida, y al arribar finalmente a San Luis, se interiorizó debidamente de todos los sucesos y aprobó sin reservas lo actuado por Dupuy y Monteagudo, dando por terminado el confinamiento de este último y nombrándolo auditor del ejército en Mendoza.
El 9 de marzo, San Martín remitió el original del proceso al Auditor General Matías de Irigoyen
Asimismo, el general San Martín pidió llevasen a su presencia a Juan Facundo Quiroga, y después de encomiar su actitud durante la revuelta y felicitarlo, dispuso fuera puesto en libertad. También solicitó ver al adolescente Juan Ruiz Ordóñez, y luego de hablar con él, ordenó le fueran quitados los grillos, se le proveyera ropa nueva y se atemperasen las condiciones de su prisión, dejándolo en una virtual libertad. Al año siguiente, Ruiz Ordóñez se casó en San Luis con Melchora Pringles, hermana del por entonces alférez de milicias puntanas Juan Pascual, que se había distinguido durante la represión de la conjura.
Hasta aquí la relación de los hechos, tal cual surgen de la clara y abundantísima documentación al respecto; en la próxima entrega, daré mi interpretación de los mismos.

(Continuará)

sábado, 29 de septiembre de 2012

LA HONESTIDAD INTELECTUAL EN LA HISTORIA




Escribe: Gabriela Borraccetti

La historia es la reconstrucción del pasado a partir de sus huellas, y si bien nadie puede ser plenamente imparcial y objetivo; una sola cosa puede darse por cierta: si lo que motiva al historiador  proviene del placer y de la vocación, el resultado obtenido luego de sus investigaciones será infinitamente más honesto, certero y fidedigno que si su impulso se genera en la ambición de poner de su lado al prócer que más simpatías pueda captarle y más votos pueda proporcionarle. 
 
Lic. Gabriela Borraccetti
Psicóloga Clínica

viernes, 28 de septiembre de 2012

CARTA DE BELGRANO A CANDIOTI DEL 19 DE JULIO DE 1814



































Mi am.o: no había podido escribir a V., hasta ahora, por mis continuos viages, y pr. q.e estando distante de la ciudad ignoraba la salida de los correos, y otras me inhibieron mi proposición de enbiar mis cartas.
Ahora, habrán calmado los temores de marasmos y también calmará la ingratitud de los de Entre Ríos con la unión de Artigas, según me aseguran: poco a poco ha de ir tranquilizándose todo, y la causa ha de prosperar.
Recibí la q.e V. me dirigió con lo que había tratado con aquel: todo lo vence el tiempo y la constancia unida á la energía, y ya ha visto V. q.e q.do menos pensabamos Dios pone fin a esas discordias rindiendo a los caribes que había en Mont.o.
Estoi viviendo en este punto, merced al Supremo Directorio á q.n debo los mayores favores, q.do los q.e se decían mis amigos me han perseguido con encarnizamiento: esto dá el Mundo; p.o hay un Dios q.e protege s.pre al hombre de bien, y descubre las maldades del pícaro tarde ó temprano.
A millones memorias á la S.a y mi querida, y á q.tos quisiesen recibirlas de su afmo.

Manuel Belgrano

Costa de S.n Isidro 19 de julio de 1814.


Si V. me escribe sea bajo cubierta de mi herm.o Francisco

S. D. Fran.co Ant.o Candioti Sta. Fé

(sic)