jueves, 13 de abril de 2017

LA FALSA POLÉMICA SOBRE LOS COLORES DE LA BANDERA






















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Es notable cómo los argentinos seguimos empecinadamente proclives a enzarzarnos en cualquier polémica que tienda a dividirnos más aún de lo que ya estamos.
Y lo más triste —y que debiera avergonzarnos— es que en dichas discusiones nos prendemos de una, impelidos y hasta llevados de las narices por cualquier tinterillo ignoto que se ampara en el pomposo título de "periodista", el cual se arroga aún cuando no sepa ni siquiera hablar y escribir correctamente.
Ahora le tocó el turno a la polémica (inexistente, en tanto fue creada artificiosamente por esos pseudo periodistas que se propagan como yuyos en un jardín) en torno a nada menos que... ¡la bandera nacional!
Para ello, lanzaron al ruedo los análisis que llevaron a cabo científicos del CONICET sobre una bandera que data de 1812-1814 y se conserva en el templo de San Francisco en la ciudad de Tucumán; estudios esos los cuales concluyeron en que sus colores eran blanco y azul "ultramar" o "lapislázuli".
Pero los científicos del CONICET de ninguna manera demostraron que la bandera nacional creada por Belgrano fuera azul y blanca; sino que simplemente dictaminaron que esa bandera en particular que analizaron, había sido blanca y azul antes de que el tiempo y la exposición a la atmósfera, a la luz y/o a cualquier otro agente, volvieran imperceptibles a la vista sus colores originales.
Sin embargo, fue tal el vuelo que tomó la "polémica" —reitero: armada por esos fantoches irresponsables que la van de "periodistas", tergiversando y mintiendo—; que hasta tuvo que salir el mismísimo Instituto Nacional Belgraniano a aclarar, por medio de su presidente, lo obvio, lo indiscutible: que LA BANDERA NACIONAL ES BLANCA Y CELESTE porque así lo dejó inequívocamente escrito su creador el general Manuel Belgrano el 27 de Febrero de 1812 en Rosario en su comunicación al Triunvirato: "Siendo preciso enarbolar bandera, y no teniéndola, la mandé hacer blanca y celeste, conforme a los colores de la escarapela nacional" (sic).


Asimismo, el 21 de setiembre de 1815, el Director Supremo Ignacio Alvarez Thomas impartió a Guillermo Brown, Hipólito Bouchard y Vicente Anastasio Echevarría, instrucciones reservadas para la guerra de corso en el Pacífico, detallando claramente en el punto 3° de las mismas el formato de la enseña: "Si se trabare algún combate se tremolará al tiempo de él el Pabellón de las Provincias Unidas, a saber, blanco en su centro, y celeste en sus extremos al largo" (sic).
Y a través del decreto n° 10.302 del 24 de abril de 1944, emitido por el presidente Edelmiro Julián Farrell en acuerdo de ministros y referido a la reglamentación sobre los símbolos patrios, se estipuló que: "La Bandera Oficial de la Nación es la bandera con sol, aprobada por el Congreso de Tucumán, reunido en Buenos Aires el 25 de febrero de 1818. Se formará según lo resuelto por el mismo Congreso el 20 de julio de 1816, con los colores celeste y blanco con que el General Belgrano creó, el 27 de febrero de 1812, la primera enseña patria" (sic). Decreto ese cuyo texto se acompañaba de la siguiente ilustración:


Como puede apreciarse, no hay en todo esto más "polémica" que la instalada por cagatintas miserables que ni siquiera se atreven a firmar los textos con los cuales envenenan a la gente, como por ejemplo y entre otros, uno del diario Clarín al cual podemos acceder por medio de este enlace:

https://www.clarin.com/sociedad/azul-celeste-descubren-color-original-bandera-argentina_0_Bki5cMYae.html

Sin perjuicio de lo hasta aquí enunciado; no hay que perder de vista que los estudios realizados sobre la bandera del templo de San Francisco en Tucumán, son también importantes, pero no porque puedan modificar lo que tiene certeza absoluta: que la enseña nacional es blanca y celeste; sino porque muy probablemente sea esa la segunda confeccionada en el país, después de aquella primigenia creada por Belgrano en Rosario.


En ese orden de ideas, es de lamentar que los científicos del CONICET que efectuaron dichos análisis sobre unas hebras de esa bandera que se conserva en Tucumán, hayan ultrapasado imprudentemente los límites y la especificidad de la materia de su conocimiento, de su dominio y de su especial competencia, abundando en consideraciones sobre aspectos que no les incumbían de modo directo; en lugar de interactuar con sus colegas de dicho organismo versados en historia, como debieran haberlo hecho.



No dudo de su pericia a la hora de los análisis que hicieron ni de la validez y exactitud de la conclusión a que arribaron, pero a la vez; estimo que resulta menester dar respuesta a ciertos interrogantes, como por ejemplo: ¿por qué, esa misma bandera que los científicos del CONICET afirman que era "sin dudas azul y blanca"; tanto los frailes Joaquín Masian, Pedro José Acosta y Gavino Piedrabuena, como así también el síndico de la orden franciscana y luego gobernador de la provincia de Tucumán, Bernabé Aráoz, consignaron en el acta inventarial del 7 de setiembre de 1813, que era "CELESTE y blanca"?: "En la escuela se apuesto una Bandera de tafetán celeste, y blanco con sus borlas de lo mismo y dos sintas de mas de quatro dedos de ancho, una blanca y otra celeste que penden de la lanza esta es de lata con su asta de dos varas, y tres quartas, q.e la costeo el Govierno para los paseos de los jueves por la Plaza y otras festividades que se hagan por orden del Govno." (sic) (Archivo del Convento de San Francisco, Libro de Ingresos 1780-1843, t. II, fs. 153 vta.).
¿Qué, hay que creer que tres religiosos (entre ellos el padre Masian, que la tenía a cargo y era el responsable de su guarda) y la principal figura política y militar de la provincia, se confabularon hace 204 años para mentirle a la posteridad acerca del color de una bandera? ¿O que los cuatro fueron simultáneamente engañados por sus sentidos y veían celeste lo mismo que los científicos del CONICET dos siglos después sostienen que era azul? Por favor...
Si las conclusiones que surgen de aplicaciones tecnológicas sobre vestigios, es decir, las hebras, por un lado; y la heurística, esto es, la evidencia del documento testimonial, por otro, difieren entre sí; entonces estamos frente a un problema causado por la excesiva precipitación en pasar sucesivamente a la hermenéutica, a la síntesis y —lo que es más grave aún— a la divulgación de esta última como si se tratase de una verdad establecida; sin haber atravesado previamente el requisito indispensable de la etapa de crítica histórica, la cual saltearon irresponsablemente. Y es eso, pues, lo que urge subsanar.
Si asistimos a una conclusión reputada como inobjetable toda vez que emana del empleo de la más moderna tecnología, y simultáneamente; a un documento histórico cuyas legitimidad y autenticidad están comprobadas y son indisputables, de manera tal que no resulta posible invalidar a una u otro; ¿no sería lógico y prudente buscar el elemento que concatene ambos factores y explique la contradicción, volviéndola aparente?
Tenemos los argentinos que habituarnos a poner los bueyes donde deben ir, o sea, antes del cachapé y no al revés. Y sobre todo, debemos ceñir nuestra conducta al principio de estricta observancia de la honestidad intelectual. "No se sirve a la libertad manteniendo los odios del pasado", dijo Adolfo Saldías, y es rigurosamente cierto.
Yo agregaría que tampoco se sirve a su comprensión manipulando inescrupulosamente la historia. 

-Juan Carlos Serqueiros-

9 comentarios:

  1. Grande Juan Carlos, Ud. sabe y firma.

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  2. Estimado, le escribo desde mi respeto y admiración, y manifestando liminarmente una notable coincidencia con usted en lo que respecta a inclinaciones poéticas, musicales e históricas.
    Empero tengo una experiencia de 18 años en la cuestión que suscita este comentario, a la que deben adosarse otros tantos de experimentación y aprendizaje, por lo que, en aras de la verdad, me veo obligado a formular las siguientes puntualizaciones:
    La primera es de índole práctica: en América la tela y la tintura más accesibles en todos los pueblos y países interiores era el añil o índigo, que se extrae de la planta indigofera, natural de Mesoamérica, y en las zonas más frías, se reemplaza por el glasto, otra planta. Ambas dan como resultado un matiz marcadamente subido, el más oscuro de los azules, cercano al azul Prusia y con delicadas tonalidades purpúreas. (Sigo)

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  3. En segundo lugar, una cuestión de carácter semántico: azul y celeste siempre fueron sinónimos, por lo menos en los tempranos años del siglo XIX. En efecto, azul es el color medio del cielo, y celeste es un adjetivo que indica que algo es perteneciente o relativo al cielo. Por ello ambos términos se usaron en forma indiferente, a veces en el mismo texto, para denotar el mismo color, sin que ello implicara la indicación de algún matiz específico.
    En tercer lugar, hay una cuestión de carácter vexilológico con genealogía heráldica, a saber: en 1649 el gobernador Jacinto de Láriz dio a Buenos Aires su escudo, que consistía en una paloma blanca al centro (simbolizando a la Trinidad, nombre de la ciudad), con un sol coronándola y franqueada arriba y abajo por sendos campos en azur, uno representando el cielo y el otro el río/mar (del que sobresalía un ancla negra). El azur es un azul medio, digamos un azul Francia, ya que en heráldica no existe el celeste. Con las resonantes victorias en las invasiones inglesas la Corona autorizó a la entonces denominada "Muy noble y leal" a incorporar a la bandera española (blanca con una Cruz de Borgoña encarnada), en cada ángulo, un escudo de la ciudad, que fue desde entonces motivo del mayor orgullo. Esa era la bandera que flameaba en el Consulado de Comercio donde trabajó Manuel Belgrano hasta 1809. Obviamente, la gran diferenciación respecto del régimen depuesto la marcaba la exaltación del escudo azul y blanco, y eso justificó la escarapela y los colores de Buenos Aires. (Sigo)

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  4. De todas formas, quienes sostienen que la bandera está inspirada en el manto de la Virgen, seguramente también desconocen que éste sufrió el mismo proceso de decoloración de nuestra bandera, y que en la segunda década del XIX era tan azul oscuro como nuestra bandera y luego se fue aclarando hasta el pálido celeste de la actualidad.
    En cuarto lugar, ya que menciona a la marina de guerra, es allí donde más claramente se conservan los ejemplares de banderas de intenso azul oscuro, que enarboló tanto Brown como Bouchard y el resto de la flota. De hecho, las incursiones de Bouchard en San Francisco y Centroamérica y las de otro corsario ya olvidado, Luis Aury, por el lado del Caribe (el reivindicó para el "Estado de Buenos Aires y Chile" el archipiélago de San Andrés y Providencia, y detentó su soberanía por 3 años, hasta que murió al caerse de un caballo) fueron las que inspiraron los colores de la Provincias Unidas de Centroamérica, que aún conservan El Salvador, Honduras y Nicaragua, mientras que Costa Rica ha experimentado una notable transformación con la incorporación de una gran franja roja en el medio, y Guatemala se debate en un proceso de decoloración similar al nuestro.
    La cuestión no es accidental ni caprichosa: el azul se decolora rápidamente con el salitre, y el objeto de la bandera es su visibilidad a la distancia, con lo que siempre se busca el mayor contraste y se evita juntar dos colores claros.

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  5. EnX quinto lugar, hay una cuestión si se quiere simbólico ideológica: el celeste, que luego adoptaría el bando unitario, es el color del liberalismo, por lo que el partido Federal, que era, digamos, tradicionalista, va a "restaurar" el azul original frente a la celestización que habían hecho el Directorio y Rivadavia.
    Pese al triunfo unitario en Buenos Aires el 11 septiembre 1852 y en el país luego de Pavón, la discusión no fue fácilmente zanjada, y aun a principios del siglo XX coexistían indistintamente ambos colores de bandera. De hecho, todavía recientemente, hemos podido ver banderas oficiales marcadamente azules a la par que otras -también oficiales- de un desleído celeste.
    La cuestión nunca se normativizó, y es una polémica que seguramente se resolverá siempre desde la informalidad, coexistiendo banderas con Pantone 284, otras con Pantone 298, e incluso algunas con una tonalidad cercana al turquesa.
    El único intento fue por decreto en 1999, estableciendo los parámetros para la contratación de proveedores de banderas, y que en la traducción de sus referencias cromáticas, arrojaba nuevamente un azul medio, similar al azul Francia (que, aclaremos, no es el de la bandera de Francia, que es mucho más oscuro). Sugestivamente, ese decreto fue una de las primeras normas que derogó De La Rúa, que informalmente y sin decirlo, impuso en todas las reparticiones oficiales un celeste bien lavado.
    Finalmente, para no extenderme demasiado (aunque creo que ya es tarde), diré que San Martín, que adopta la bandera belgraniana de dos franjas del Ejército del Norte, cuando manda a confeccionar la del Ejército de los Andes agregando el escudo nacional, no se queda conforme con la primera factura, que era en añil, y ordena deshacerla y reemplazar ese azul ultramar por otro más claro, que es el que resulta de las indagaciones químicas que se han hecho sobre la bandera que aún se encuentra en la Catedral de Mendoza, y que arrojan otra vez un azul medio o azul Francia. Lógicamente, ese "capricho" sanmartiniano significó un mayor esfuerzo para encontrar el color, que el generalizado azul oscuro de uso corriente en las tinturas de esta tierra.
    Lo saludo a usted con mi mayor respeto, y espero que estás humildes apreciaciones le sean de utilidad. (Fin)

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  6. Estimado Occam, muchísimas gracias por sus comentarios, los cuales constituyen un excelente aporte, máxime cuando están avalados por una larga experiencia, como en su caso. Un lujo contar con ellos en este website. Un cordial saludo.

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  7. Obviamente, dicho sea eso sin perjuicio de que, más allá de los aportes de la vexilología que nos ha traído generosamente Occam; hay algo indubitable: la bandera creada por Belgrano fue blanca y celeste, tal como él mismo lo consignó inequívocamente y sin dejar lugar a confusión alguna. En cuanto a la bandera del templo de San Francisco en Tucumán, la cuestión reside, me parece, en resolver la contradicción entre lo que nos dicen los testimonios históricos, y el dictamen que surge del análisis tecnológico; contradicción esa que tiene que tener una explicación, como (por dar un ejemplo, simplemente) que se haya confeccionado a partir de un azul que se destiñó adrede por algún método conocido en la época, de modo de volverlo celeste.

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  8. Y en relación al azul y al celeste, me permito algunas consideraciones respecto de lo consignado por el amigo Occam: azul y celeste no eran sinónimos ni se empleaban como tales. Si bien es cierto que "celeste" es una palabra utilizada para referirse al color del cielo ("celestial") y que éste es de un azul "medio"; no lo es menos que el azul es un color, mientras que el celeste es una tonalidad de dicho color, ergo, no son sinónimos.

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  9. Por último, de las tres posibilidades generalmente aceptadas como más probables para explicar la elección de los colores por parte de Belgrano, esto es: los del manto de la Virgen; los de la banda que llevaban los borbones; y los del escudo de Buenos Aires, me hallo inclinado a inferir que esta última debió de ser la que inspiró a Belgrano, llevándolo a adoptar el blanco (color de la plata en heráldica) y el celeste (tonalidad esta en que se había desvaído el escudo por la acción de la intemperie).

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