Escribe: Juan Carlos Serqueiros
¡Oh, Sarah Brown! Si l'on t'emprisonne, pauvre ange, le dimanche j'irai t'apporter des oranges. (Raoul Ponchon)
Sarah la rousse (así le decían en el Quartier Latin parisino) Brown era... cómo definirla... cautivante en su rara belleza. Eso: cautivante. Muy cautivante.
Francesa, nacida en 1869 en fecha y mes desconocidos, de ascendencia irlandesa o inglesa según sostienen algunos, o judía como suponen otros; no era la suya una hermosura clásica de esas de rasgos perfectos, no; pelirroja y de tez blanquísima, cuerpo grácil y con senos pequeños y bien formados, ella poseía una extraña lindeza la cual, junto a sus habilidad y talento para posar, deslumbró a los artistas de la Belle Époque, quienes la hicieron su modèle préféré, en el atelier y también... en la cama. Y se convirtió en el ícono de la parisienne beauté.
Obstinada, voluble, caprichosa, proclive a incurrir en todos los excesos, era, por su índole; a menudo fácil presa de las más violentas pasiones. Transformada en mito, se hace imposible discernir cuánto de lo que se le atribuye era cierto (tener un amante negro que comía animales vivos, recibir una puñalada de una condesa británica con la cual competía por los favores de un pintor, derribar, por simple diversión nomás, el caballete con la obra inconclusa del artista que la retrataba y todas las etcéteras que usted, estimado lector, quiera imaginar) y cuánto era ficción y novelería transmutada en "historia"; pero lo que resulta indisputable es que no fue la suya una existencia atada a convencionalismos ni reglas; porque no obedecía a norma alguna, sino a los impulsos de su voluntad veleidosa... et elle était la Reine de la bohème.
Fue Sarah Brown (nombre este que eligió por admiración a la actriz Sarah Bernhardt, y apellido también adoptado, que posiblemente fuera de un padre irlandés o quizá inglés quien -infiero- no debe haberla reconocido; o tal vez el Brown se debiese a la pretensión de establecer una ligazón entre lo céltico del apellido y el color rojizo de sus cabellos, chi lo sa) la modelo empleada por Frederick MacMonnies para su escultura Venus and Adonis; la que posó para las pinturas Clémence Isaure y Lady Godiva, de Jules Lefebvre; y también para Cleopatra, La chute de Babylone y Le Bal des Quat'z'Arts, de Georges Rochegrosse.
El 9 de febrero de 1893, se celebraría en el cabaret Moulin Rouge el Bal des Quat'z'Arts (llamado así por las "cuatro ramas del arte": pintura, grabado, escultura y arquitectura), que fue organizado por un comité elegido de entre los artistas, poetas y escritores, y los estudiantes de la École Nationale Supérieure des Beaux-Arts y de la Académie Julian, presidido por Henri Guillaume, Grand Massier des Architectes. El evento había tenido lugar por primera vez el año anterior y resultó un éxito; de modo que ahora ("ahora" en 1893, me refiero) se aprestaban a realizarlo, en su segunda edición, con gran fastuosidad, y para ello hasta habían conseguido, por mediación del director del semanario Le Courrier français, Jules Roques, el salón del emblemático Moulin Rouge.
El desfile por las calles de París fue grandioso, con carrozas y estandartes alegóricos del antiguo Egipto y de las antiguas Grecia y Roma, y con los personajes que representaban escenas, caracterizados como en esas épocas. Sarah Brown fue la máxima atracción: personificando a Cleopatra (como puede verse en la imagen que sirve de carátula a este artículo), iba en un palanquín transportado por "esclavos" semidesnudos. A su paso, el gentío aplaudía a rabiar y la ovacionaba.
Ya dentro del Moulin Rouge, el baile, entre los exquisitos platos servidos en la cena, las burbujas del champagne y los vahos de la absenta; derivó en una bacanal.
Varias de las mujeres que habían tomado parte en el desfile (modelos todas, de las cuales muchas de ellas -la mayoría- eran cocottes, es decir, cortesanas, prostitutas) se desnudaron, algunas parcial y otras totalmente, una bailó la danza del vientre (y ése fue sólo uno entre otros muchos "retozos coreográficos"), etc.
Le bal fue un evento del que tout París habló y que se reflejó en las crónicas de los periódicos. Y precisamente, a raíz de la nota que al respecto salió publicada en el semanario Le Courrier français, el senador René Bérenger, presidente de La Ligue contra la license des rues, presentó el 15 de febrero ante el procurador general una denuncia por "ofensa a la moral", fundando la misma en un hecho que reputaba como "de extrema gravedad", el cual consistía en que "una docena de mujeres completamente desnudas integraban el desfile de disfraces y también estaban entre los asistentes al baile".
Consecuentemente, fue incoado un proceso en el Tribunal Correctionnel de la Seine, caratulado Outrage à la pudeur, contra Henri Guillaume, de 21 años; Marie-Florentine Royer (verdaderos nombres y apellido de "Sarah Brown"), de 24; Emma "Suzanne" Denne, de 20; Alice "Manon" Lavollé (o La Valle, según otros documentos), de 21; y Clarisse "Yvonne" Roger, también de 21 años.
Bérenger, abogado, había sido para su país un héroe en la guerra franco-prusiana de 1870 y condecorado con la Legión de Honor. Designado ministre des Travaux publics en 1873, fue hecho senador vitalicio en 1876, cargo desde el cual impulsó reformas a la legislación en lo penal y en el sistema penitenciario francés. Fue además, un defensor entusiasta de los derechos de la niñez.
Era Bérenger un republicano enragé y a la vez, un hombre de muy profundas convicciones cristianas, de un acendrado catolicismo. Un liberal conservador, digamos, imbuído de la creencia en que la moral religiosa constituía el basamento de la organización social. En ese orden de sus ideas, fue un adalid de la lucha contra las obscenidad, prostitución y trata de mujeres, lo cual le valió que en vastos sectores se lo conociera como le père de la pudeur. Y también, de paso, que en otros se lo considerara un mojigato retrógrado en su puritanismo. Tal era el personaje, al cual ora se ensalzaba, ora se zahería sin piedad desde algunas publicaciones.
Dadas así las cosas, era muy probable que los jueces (que tenían en mucha consideración a Bérenger; pero que por otro lado eran conscientes de la excesiva pudibundez de éste y no dejaban de tener una buena dosis de eso que nosotros los argentinos llamamos calle) sobreyeran la causa contra Guillaume, "Sarah Brown", "Manon", "Yvonne" y "Suzanne", sin mayores consecuencias para éstos que las consabidas recomendaciones acerca de la observancia de las "buenas costumbres" y tal vez alguna reprimenda, más simbólica y "paternal" que otra cosa.
Pero el diablo metió la cola y ardió Troya, o mejor dicho, ardió París; tal como veremos (si usted, querido lector, tiene la bondad de seguir soportándome) en las próximas entregas de este artículo.
Continuará
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