viernes, 16 de mayo de 2014

YA SE FUE, YA SE FUE / EL BURRITO CORDOBÉS. TERCERA PARTE (FINAL)























Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Os entrego el poder con la República más rica, más fuerte, más vasta y con más crédito y amor a la estabilidad, con más serenos y halagüeños horizontes que cuando la recibí. (Julio A. Roca, discurso de transmisión de la presidencia de la Nación a Miguel Juárez Celman, 12 de octubre de 1886)

Para 1886, la creación y consolidación del Estado nacional se habían llevado a cabo sobre la base del crédito proveniente del exterior, con el cual se financiaron tanto las obras de infraestructura y comunicaciones, como la burocracia administrativa, redundando en una crecida deuda externa que pendía sobre la nación como la consabida espada de Damocles; en un marcado déficit fiscal y en una balanza comercial que arrojaba un saldo negativo de 30 millones oro. En esas condiciones el país se hallaba, pues, en virtual estado de quiebra financiera. Y sin embargo, el crecimiento económico parecía no tener fin.
Era ese un statu quo que imprescindiblemente requería de un liderazgo fuerte e inteligente para su manejo y paulatina corrección. Pero Juárez Celman no era Roca.
Cuando el 12 de octubre de 1886 este último traspasó los atributos del poder a su concuñado, el peso estaba con respecto al oro en una relación de 110 centavos papel por 1 peso oro, es decir, prácticamente a la par. Tres meses después, se devaluaba hasta llegar a 144. Era un síntoma, al cual no se le prestó mayor atención.
En Europa la economía estaba en expansión y los activos financieros excedentes se volcaron a la Argentina. Había tal liberalidad para otorgar créditos por parte de los bancos, que la cultura de la especulación reemplazó a la del trabajo y el país se transformó en una timba. Todo el mundo jugaba a la Bolsa y compraba y vendía tierras. Todo el mundo se hacía construir residencias a cual más fastuosa. Todo el mundo ostentaba carruajes que envidiarían un lord inglés, un conde francés o un barón prusiano. ¡Rich as an argentine! ¡Riche comme un argentin! ¡Reich wie ein argentinischer! Todo el mundo se vestía con ropas cortadas por los más afamados sastres y las más cotizadas modistas, confeccionadas con los mejores casimires ingleses y las más finas sedas italianas. Aunque claro, todo el mundo... menos la masa esforzada del trabajo en las ciudades y los campos, criolla y gringa, con salarios misérrimos y condenada a malvivir hacinada en conventillos, que no olía a cologne inglesa o parfum francés, sino a sudor rancio de jornadas extenuantes y miedo al hambre que estaba siempre al acecho, siempre ahí.
La meritocracia característica del roquismo cedió paso a la obsecuencia y al amiguismo distintivos de los juaristas. La concentración del poder y el manejo discrecional del mismo por parte del presidente y su círculo de favoritos, las fortunas fáciles, la molicie y la ostentación, habían hecho mella en el alma argentina. La ciudadanía y los principales referentes de las distintas corrientes de opinión habían perdido el interés por la política. La abulia, la desgana y la desazón se generalizaron. Por esa época, Joaquín Castellanos escribía estos versos:

Ciudad de Mayo, que en un tiempo has sido, / La joya de la América latina, / Pueblo de Juan Chassaing y Adolfo Alsina, / No, tú no eres el que viendo estoy! / Tu brío se apagó; tus ciudadanos / Tienen menos valor que tus mujeres, / Y una turba ruin de mercaderes / Depositaria de tu suerte es hoy!

Tremenda viñeta ácida, desgarradora, del escritor y político salteño. Pero real, muy real. Espantosamente real. Con una porción de dirigentes irresponsables y envilecidos, y un pueblo claudicante en sus valores, la problemática del país, que era propia de su adolescencia; se volvía un drama existencial. El proverbial coraje argentino se replegaba ("tu brío se apagó; tus ciudadanos tienen menos valor que tus mujeres") ante la presencia decadente de los politicastros mercachifles ("una turba ruin de mercaderes") que lo manejaban a su antojo ("depositaria de tu suerte es hoy"), guiados sólo por su voluntad. Que encima, era impostada; porque lo suyo no era voluntad sino simple capricho de un badulaque sensible al halago y la adulación de un séquito que alimentaba su infatuado ego.
La imprudencia y el descontrol en todo lo atinente a obras públicas y la enajenación insensata de ferrocarriles y empresas estatales en aras de un dogmatismo excesivo hasta el absurdo, trajeron aparejada una inevitable secuela de corrupción; y la coima y el peculado se tornaron las reglas corrientes. La ley de bancos garantidos, sin los resguardos imprescindibles para que el destino de los fondos fuera la producción y no la especulación; sólo sirvió para triplicar el circulante de una moneda cada vez más depreciada. 
A mediados de 1889, cortado el flujo de capitales desde Inglaterra, la burbuja estalló: el oro subió, primero a 153, y después de alzas sucesivas, osciló entre 220 y 240 hasta fines de ese año. El incremento del costo de vida provocó huelgas y descontento, y las empresas debieron aumentar los salarios nominales. La oposición política pareció resurgir: después de un meeting realizado el 1 de setiembre, Leandro Alem, Bernardo de Irigoyen, Aristóbulo del Valle, Bartolomé Mitre, Vicente Fidel López, Benjamín Gorostiaga, Pedro Goyena y otros, constituyeron la Unión Cívica, con la intención de presentarse a las próximas elecciones de diputados nacionales a realizarse el 2 de febrero de 1890.
Sorprendentemente (sorprendentemente para la oposición, quiero decir), ganó el oficialismo, en buena ley y sin fraude; porque la Unión Cívica, falta de adherentes, se vio obligada a la abstención. ¿Cómo fue posible que ello ocurriera? Séame permitido parafrasear al general Juan Domingo Perón, y comprobarán cuán sencilla es la respuesta: "La víscera que más nos duele a los argentinos es el bolsillo". Exactísimo.
El juarismo creía haber controlado la situación económica; pero era sólo una fantasía. En marzo, el oro alcanzó los 260; y en julio, los 310. La cosa no daba para más, el país era un polvorín y empezaron las conspiraciones para derrocar al gobierno. Inútil fue que en mayo, al inaugurar el período de sesiones del Congreso, el presidente Juárez Celman expresara su beneplácito por el nacimiento de la Unión Cívica, proclamara con bombos y platillos que se proponía impulsar una ley que otorgara representación a las minorías y anunciara el saldo favorable de la balanza comercial. Era tarde ya, muy tarde para todo.
Julio A. Roca, en un implícito reconocimiento de su "culpa" al haber impuesto a su concuñado; ideó, con fría precisión de consumado ajedrecista, el jaque mate al Burrito Cordobés. Es que entendía que si suya había sido la responsabilidad de llevarlo a la presidencia; suya debía ser también la de arrojarlo de ella. Pero debía hacerlo de modo de impedir, paralelamente, el encumbramiento de Alem, al cual tenía por un extremista. La operación (y nunca mejor aplicado el término) se desarrollaría tal cual la había planeado.
El 26 de julio ocurrió el suceso que pasaría a la historia como Revolución del 90 o Revolución del Parque, que fue rápidamente sofocada y vencida por las fuerzas legalistas. Pero pocos días después, el 6 de agosto, se produjo la renuncia de Juárez Celman. No debe verse en aquel hecho el factor determinante de su caída; porque su suerte ya estaba echada desde el momento en que el Zorro acordó con Pellegrini; sólo que el Burrito Cordobés y su corte de adulones no lo percibieron.
Juárez Celman abandonó para siempre la política (o ésta lo abandonó a él; como usted lo prefiera, estimado lector) y se recluyó en su estancia La Elisa, rumiando su amargo despecho y un sordo rencor irreductible hacia Roca, a quien reputaba como culpable de su descenso, el cual era incapaz de explicarse a sí mismo. Murió a los 64 años, el 14 de abril de 1909. 
En la dimensión a la que fuere que se haya dirigido al partir para siempre de esta vida, lo habrán estado esperando los manes de sus coetáneos para recibirlo al ritmo del pan francés con un: ¡Ya se fue, ya se fue / el burrito cordobés! 

Fin

-Juan Carlos Serqueiros-

sábado, 10 de mayo de 2014

YA SE FUE, YA SE FUE / EL BURRITO CORDOBÉS. SEGUNDA PARTE




































Escribe: Juan Carlos Serqueiros


En política, como en todas las cosas, no hay falta que tarde o temprano no se pague. (Julio A. Roca en carta a Agustín de Vedia, 1887)

A fuerza de machacar con el apodo que le puso Don Quijote y la abundante iconografía del burrito cordobés, la imagen que ha llegado a nuestros días de Juárez Celman es la de un sujeto de escaso o nulo intelecto y carente de patriotismo. Pero hay un problema: no es la que se corresponde con la realidad.
Perteneciente a una linajuda familia cordobesa, había abrevado en las fuentes del positivismo liberal y abrazado esas ideas con ardor. No le faltaban ambición, empuje y habilidad, y había hecho en Córdoba una más que buena gobernación tras la cual fue designado senador por su provincia. Su aspiración -a todos inocultada, por otra parte- era presidir la Nación, para lo cual se valdría del por entonces primer mandatario: su concuñado Julio A. Roca (ambos estaban casados con mujeres de la familia de los Funes: con Elisa, Juárez Celman; y con Clara, el Zorro).
En su Soy Roca, Félix Luna hace aparecer a éste como no teniendo nada que ver, como resignándose a la candidatura de su hermano político porque no le quedaba otro remedio. Se trata de una mentirita piadosa, una gentileza del bueno de don Luna, tan acostumbrado él a no andar parándose en pelillos de exactitud histórica a la hora de las amabilidades o los denuestos (como cuando escribió, refiriéndose a la gira europea de Eva Perón, "se nota que ha peculiado mucho", ¿se acuerda, Félix?; yo no me olvido). En fin, son esas cositas de la "novela histórica"... y de las miserias humanas.
La verdad es que el "gran culpable" de que Juárez Celman haya llegado a la presidencia de la República no fue otro que Roca, quien ya por el 13 de junio de 1882 le escribía a su concuñado tranquilizándolo y dándole las más absolutas seguridades de que lo llevaría a la más alta magistratura del país:

... Cualquier cosa que suceda y cualquiera sea mi conducta, debe usted estar persuadido de que soy siempre su mejor amigo y que nunca he de hacer nada que pueda verdaderamente dañarlo en lo más mínimo...

Clarísimo, ¿no? E ilevantable. Después de derribar, por medios más o menos sutiles, las candidaturas de Benjamín Victorica y Bernardo de Irigoyen; Roca dejó en pie la de Juárez. Los de la liga de gobernadores, con alguna que otra excepción, se apresuraron a ponerse al lado del caballo del comisario
Decía antes que Juárez Celman no era bruto ni carente de patriotismo; fallaba el político porque fallaba el hombre. Tan simple (e irremediable) como eso. Pero no fallaba por cuestiones relativas a su intelecto ni por no experimentar el sentimiento de nacencia y pertenencia en y a, este suelo argentino, no; la falla era -si cabe- mucho más grave, porque estaba en su índole: Juárez Celman era soberbio, envidioso e iracundo. Una cosita de nada: fácil presa de tres pecados capitales.
Se miraba en el espejo de su concuñado viendo sólo su exterior,  y en su debilidad intrínseca creía que bastaba con emularlo; porque después de todo, si el Zorro podía, ¿por qué no habría de poder él, que se sabía mucho mejor que su pariente? Creyó que Roca había llegado a la presidencia sólo por obra y gracia de la liga de gobernadores (en la cual él había tenido una capital importancia); sin percatarse de que ese factor era una simple herramienta que en caso de no servirle, el otro habría reemplazado por una distinta y a otra cosa. Se creyó un sol, cuando no era más que un satélite, o a lo sumo, un onambólico asteroide (Indio Solari dixit).
Evidenció su torpe soberbia creyendo que iba a comerse cruda a Buenos Aires, con el previsible resultado de que ésta se abroqueló en el rechazo al provincianito que venía con la pretensión de pisotearla y al cual en adelante llamaría burrito cordobés. Es sugerente (y sólo explicable por su altanería, que lo llevaba a tener cegada la aguda percepción que lo había caracterizado antes) que no haya reparado en que si Buenos Aires había terminado por aceptar a Roca (que asumió la presidencia luego de una guerra civil desatada precisamente por el localismo porteño y que a pesar de eso siempre se preocupó de no ofenderlo), ello se debía al hecho de que el Zorro se mantuvo -al menos, públicamente y en sus actos de gobierno- prescindente de esa división; si triunfó sobre el mitrismo y el tejedorismo, eso le era bastante a sus fines políticos ("sellaremos con sangre y fundiremos con el sable esta nacionalidad argentina", había escrito por entonces), lo demás no le interesaba y atinó a no caer en la  venganza siempre estéril, adoptando como norma inflexible el no participar -directamente- en la política de Buenos Aires. Juárez Celman, en cambio, se complacía en su soberbia, la cual para peor, era fogoneada más y más por un grupejo de obsecuentes. Y si al tener que vivir en Buenos Aires, Roca adquirió una casa a la cual amplió y modificó sin caer nunca en la ostentación ofensiva; su concuñado se hizo levantar para sí una babilónica residencia: un palazzo ubicado en el Paseo de Julio (la actual avenida Alem) N° 551, cuyo diseño encargó al arquitecto italiano Francisco Tamburini; porque si bien Juárez Celman rechazaba y despreciaba la "barbarie" del caudillismo, debe de haberse sentido en su altivez como Estanislao López y Pancho Ramírez cuando ataron sus caballos en la pirámide de la plaza de la Victoria.


Juárez era envidioso. El éxito y el prestigio que siempre alcanzaba el Zorro en todas y cada una de las cosas que encaraba, logrando salir invariablemente airoso; su psique los sentía como carencias suyas. Roca era plenamente consciente de sus atributos, pero también lo era de sus limitaciones. Por ejemplo, en ese tiempo de brillantes oradores y sabiendo que él mismo no poseía tal habilidad, sus discursos no perseguían el floreo personal, sino que estaban cuidadosamente preparados con frases bien cortadas, pero dirigidos exclusivamente al objeto del mismo, con sencillez y practicidad. En cambio, Juárez Celman, incapaz de admirar en otros las cualidades que a él le faltaban (no había sido tampoco, por cierto, favorecido con el don de la elocuencia precisamente) sufría eso, y a la vez, como defensa al estar privado de algo  que consideraba fundamental (como si la palabra gobierno fuese distinta según se pronunciara "en porteño" o "en cordobés"); se empeñaba en sentirse superior al mismísimo Demóstenes, achacándole la "culpa" de su propia carencia a su tonada cordobesa, la cual por más que lo intentara, no lograba esconder. ¡Pobre burrito cordobés, qué pequeño debe de haberse sentido en la cámara de senadores con semejante complejo de inferioridad! Y pobre el país, que debió soportar su gobierno.
Y era, además, un iracundo. Roca había edificado su poder sin humillar a las provincias exigiéndoles a los gobiernos de éstas una absoluto acatamiento a la voluntad presidencial, por lo contrario; sin necesidad de resignar fortaleza ni andar imponiendo procónsules, se abstuvo de caer en semejante aberración, y hasta en ocasiones, apoyó a decididos adversarios suyos, como hizo, por ejemplo, con Máximo Paz. En cambio, Juárez desató su ira presidencial sobre Tucumán haciendo derrocar en 1887 al gobernador Juan Posse por el "imperdonable delito" de que los electores de esa provincia habían votado en contra de su candidatura (cuando por entonces -1886-, Posse ni siquiera era gobernador todavía); descargó asimismo su cólera irreflexiva sobre el gobernador de Córdoba, Ambrosio Olmos, al cual hizo voltear a través de un proceso infame, para poner en lugar de él ¡a su propio hermano, Marcos Juárez!; y también terminó por hacer destituir al gobernador de Mendoza, Tiburcio Benegas.
Decididamente, la presidencia estaba así en manos de un botarate irresponsable, fatuo, resentido y colérico.
En la próxima (y última) parte de este artículo, veremos el proceso de su caída.


Continuará 

domingo, 4 de mayo de 2014

YA SE FUE, YA SE FUE / EL BURRITO CORDOBÉS. PRIMERA PARTE


Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Vengan cien mil suscripciones / y afuera las subvenciones. (Lema de la revista Don Quijote)

En 1890, al renunciar el presidente Juárez Celman, la gente en las calles cantaba al ritmo del pan francés: "Ya se fue, ya se fue / el burrito cordobés".
El apodo (se lo había puesto en el semanario Don Quijote su director y propietario, Eduardo Sojo, y se agregaba al de farolero con el que previamente lo había "bautizado" el periódico El Mosquito a raíz de una manifestación nocturna que en apoyo a su candidatura había organizado Estanislao Zeballos, en la cual los concurrentes portaban faroles) fue popularmente festejado y todo el mundo (todo el mundo en Buenos Aires, quiero decir; porque había un para nada velado trasfondo porteño localista de rechazo y desdén hacia el provincianito) empezó a llamar "burrito cordobés" a Juárez Celman.
Y así lo dibujaban en Don Quijote, con imágenes en las que aparecía con su recién nombrado jefe de policía, coronel Alberto Capdevila; con Roca (representado como un zorro) y montado por un mono con la cara de Ramón J. Cárcano, en sendas ilustraciones de Eduardo Sojo (que firmaba como Demócrito); o como estatua ecuestre en otra, que es autoría de José María Cao (Demócrito II). También solía aparecer como un monarca oriental, con un farol en la cabeza y orejas de burro.
Y no sólo a Juárez Celman se caricaturizaba, criticaba, denigraba y ridiculizaba en Don Quijote; también se publicaban ilustraciones alusivas a la inicua entrega del Ferrocarril Central Norte a los capitales ingleses.
Había más, como por ejemplo una alegórica a la Pasión cristiana, en la que se mostraba a un Juárez Celman sádico azotando con un cilicio a una República que aparece no exenta de cierto erotismo, inerme, atada a una columna, desnuda, con medias, ligas y tacones. O una en la que aparecía caricaturizado junto a diversos políticos del gobierno y del congreso, apoderándose del oro que lanzaba por la boca una figura femenina que representaba a Buenos Aires en tanto capital, a la cual torturaban con una prensa, todo en obvia alusión a los negociados con las obras públicas que se le achacaban al juarismo.
Y fue precisamente la mencionada en último término la que provocó que en una reacción que tuvo todo de bárbara e inconstitucional, la cámara de diputados del Congreso de la Nación, a moción del inefable Lucio V. Mansilla (quien lo llamó "galleguito" y dijo que antes, él mismo había "comprado" su pluma para hacerla trabajar por la candidatura de Dardo Rocha), en setiembre de 1887 decretara que Sojo fuera preso hasta que finalizara el período de sesiones de ese año.
Fue un escándalo. ¡El poder legislativo avanzando sobre la libertad de prensa y atribuyéndose la potestad de hacer encarcelar a un periodista! ¡Inaudito e inadmisible! Sojo recurrió a la justicia y fue liberado; pero los ataques del juarismo sobre Don Quijote no se detuvieron.
La prensa y la opinión pública se pusieron de parte del semanario, que aumentó su tirada de 15.000 ejemplares a 30.000. En los días posteriores a la Revolución del 90 llegaría a tirar 60.000, y se produjo frente a su redacción una manifestación multitudinaria vivando a su director.
Sin dudas Don Quijote fue un factor que contribuyó y no poco, al descrédito del juarismo (y la actitud de éste frente a la cuestión, fue lisa y llanamente demencial); pero sostener, como muchos lo han hecho, que el periódico (al que se le atribuyeron -y era cierto- simpatías por los cívicos) tuvo una influencia y un protagonismo decisivos en la caída del gobierno, es ir demasiado lejos en la simplificación de las cosas.
Juárez Celman no se vio obligado a renunciar (o al menos, no sólo por eso) por la feroz crítica de un periódico, ni la corrupción generalizada en su administración, ni los abusos de poder en que incurrió; tal como veremos en la segunda y tercera partes de este artículo.

Continuará

sábado, 19 de abril de 2014

LA PAJARITA PECHIBLANCA (SCHERZO)























Escribe: Juan Carlos Serqueiros

La canción (duodécimo tema y no bonus track como leí por ahí) que cierra el disco Pajaritos, bravos muchachitos es La Pajarita Pechiblanca y dice: 

La Pajarita Pechiblanca (scherzo)
(Letra: Solari - Música: Bucchiarelli - Dawi - Sidotti)

Podés creer?
Yo, que maté unos pajaritos y fui muy feliz
Canté a grito pelado:
"... ojalá llueva napalm"
Pido a gritos por mi pajarita pechiblanca
Tengan piedad!
Soy cacique, un héroe ambiguo más,
jefe Toro Fumado, opiáceo y regalón
y pido a gritos por mi pajarita pechiblanca!
Yo le prometí mi amor
a la bella Mandolina
(mendigando como un perro roto y llorón)
Y no cumplí, nunca cumplí, jamás…
con mi bella heroína
con la honesta Mandolina
Mai dire mai, mai dire mai, mai piú...
Al rey del bajo fondo un mal día le grité
que era un guanaco feo con suerte
en el querer!"
Le rogué por mi pajarita pechiblanca
Tengan Piedad!
Vagabunda! los mocos me sonó!
Fracasó como lesbiana y así me profanó
Y aquí estoy pidiendo por mi pajarita
pechiblanca

Solari lo cataloga (de modo explícito; porque así lo consigna en el título) como un scherzo. ¿Y qué es un scherzo? Literalmente, un vocablo italiano que quiere decir broma; pero musicalmente, es una especie de relax, un momento festivo en una obra musical seria, pretenciosa, de cierta envergadura, como por ejemplo, una sinfonía.
El encuadre en el que sitúa el Indio la canción compuesta por él mismo en la letra y por sus ex músicos Dawi, Sidotti y Bucciarelli en la melodía es atinadísimo; porque es simple y exactamente eso: un scherzo, es decir, unos minutos divertidos, descomprometidos, en el contexto de una obra mayor, o sea, el resto del disco.
Y es a la vez una broma. Pero... ¿por qué una broma? ¿Y a quién o quiénes está dirigida?
Desde el vamos, con sólo escuchar la canción, aún sin tener la letra a la vista; puede notarse que Solari canta como en joda, lo cual se rubrica con las risas y aplausos del final. La Pajarita es un guiño de complicidad entre él y sus viejos músicos.
¿Y quién o quiénes son los destinatarios de la broma? Y... como suele ocurrir; los que son considerados -con estricta justicia- como los más boludos del batallón, ese fatalmente supernumerario segmento de imbéciles que desde su escaso bagaje neuronal pontifican sobradores y cancheros: "habla de la merca". No importa que el tema en cuestión gire alrededor de una obra cumbre de la literatura universal, o trate acerca de la engañosa y frágil paz de la Guerra Fría que asustaba a un cineasta brillante, o aborde la cuestión que nos desvela a los mortales desde el puto instante en que llegamos a este mundo al cual no pedimos venir: qué hay más allá en el supuesto caso de que haya un más allá; para ellos habla de la merca y punto, ya está.
Entonces Solari dice: "Ajá... así que para vos este tema habla de la merca, aquel otro también habla de la merca y todos hablan de la merca. OK, ahora te voy a hacer uno que sí habla de la merca, que de verdad y en verdad habla de la merca; pero ¿sabés qué?: no te vas a dar cuenta, seguro que no te vas a dar cuenta; y me voy a reír mucho de que no te des cuenta. Y les compuso La Pajarita Pechiblanca.
¡Cuánto debe de haberse reído allá en la intimidad de su Luzbola entre martinis  y tafiroles, y cuánto habrán reído sus ex compinches de ruta cuando les participó de qué venía la cosa! ¿Vieron cuando en alguna guitarreada, tipo 5 de la matina y con muchos tintillos arriba, después de haberle entrado a himnos de todos los géneros como Muchacha ojos de papel, o Cambalache, o Que seas vos; por ahí nos da por agarrar la viola y encarar scherzi tipo... qué sé yo... La Cagada Internacional, o La leyenda del Mojón versión pornográfica, por ejemplo, digamos? Bueno, La Pajarita Pechiblanca es eso. It-Eso (Stephen King dixit). Un momento de distensión del Indio y sus ex músicos, creado musicalmente por estos últimos a partir de una letra del primero inspirada en hechos y circunstancias risueñas conocidas por todos. Bueno... "por todos"... por todos ellos, quiero decir: Solari-Sidotti-Bucciarelli-Dawi... y también el que falta y la que falta. Y por algunos viejos redondos del camino que tenemos algo más que sospechas de saber de qué se trata. En fin...
Por supuesto, y dado que los pajaritos, bravos muchachitos son sus clientes de hoy y es entre sus filas que están ¿contenidos? los ¿infelices? (particularmente, descreo de que sean infelices; la estulticia suele erogar felicidad aunque sea engañosa -porque la otra, la buena felicidad dicen que no se nota-) del habla de la merca; un tipo de vasta cultura como el Indio no va a apelar, a la hora de darles con un caño, a la puteada soez (y merecida) que le dio -entre otros- al idiotín de Polimeni, el Carlitos del Sur. No, lo hace educada, sutil y risueñamente en lo que mejor maneja: su poesía. Con el bonus de que encima; no se dan cuenta; así como no se dieron cuenta cuando les encajó aquel en manos de pavotes todo el sueño quedó.
Este tema sí que habla, jocosa y festivamente, de la merca, la frula, ese polvito blanco que no deja dormir a quienes se lo zampan encima y les dilata las pupilas en ojos ciegos bien abiertos. Habla, en fin, de la mandanga; la bella y honesta Mandolina; esa pajarita pechiblanca por la que pido a gritos aún hoy (porque el mono todavía está y siempre estará); esa misma que lo llevó a la temeridad de gritarle al rey del bajo fondo (un dealer pesuti) y a implorarle por un gramo; esa a la que le sacude un vagabunda! (en el sentido de puta); esa a la que le prometí mi amor y no cumplí, nunca cumplí, jamás (porque obviamente, hay amores que han de ser socializados so pena de quemarse en ellos, y resignados en aras de otro amor, ese que surge del mandato imperioso del cuore, ¿no, Indio?, y al fin de cuentas, ella ¿por suerte? chi lo sa... fracasó como lesbiana). Aunque ella debe estar tan linda... Y qué vas a hacerle... es la inexorable ley existencialista: toda elección implica un renunciamiento. Agua y ajo.
Solari puede estar tranquilo (de hecho, lo está): le van (vamos) a perdonar que haya sido muy feliz matando unos pajaritos y que haya imprecado que llueva napalm sobre ellos. Después de todo, él es, por derecho propio, el jefe Toro Fumado, el Santo Fumador de allá, de La Plata, opiáceo (te lo creo, Indio) y regalón (esto, la verdad, se me hace un cachito más difícil de tragar, qué querés que te diga; pero bueh, tanto confío en tu honestidad intelectual, que vaya y pase también); harán caso a su pedido de tengan piedad! y se la van (vamos) a tener. Por otra parte, muchos ni se enterarán de que tienen algo que perdonarle, y por eso, precisamente por eso; se les mea de risa. Entérense.
Y festejo con vos la broma, Indio; es de innegable buen gusto y además, se la tenían (tienen) largamente merecida. Tanto la  celebro que, aún cuando soy un seco y no puedo, con la frecuencia que sería de desear, darme semejantes lujos; hasta descorché un Don Cadorna para brindar con vos: ¡à votre santé!
Me había propuesto cortarla de una vez con esto de la lírica solariana y quebranté -y por dos veces- mi promesa (la carne es débil, vaya si lo es): una fue cuando les regalé a unos pibes que me parece que le ponen mucha pila a lo que hacen, mi interpretación de Beemedobleve; y la otra, esta, porque fui incapaz de abstenerme de mi adhesión al festejo de la broma made by Indio.
Ahora sí, adieu! bye bye! aufwiedersehen! Buena vida.


-Juan Carlos Serqueiros-  

sábado, 12 de abril de 2014

NOSTALGIA


NOSTALGIA
(Poema de Juan Carlos Serqueiros)

Nostalgia mía de lo que no guardé
Obnubilado por lo que pudo ser
Tuve aquello que en verdad fue
Epílogo trágico de amanecer.

Nostalgia mía pretérita y gastada
Sombra doliente de implacable reproche
Te volviste hiriente puteada
Y recuerdo candente de perdidas noches

Nostalgia mentirosa de evocar el barro
Desde el reflejo cegador del asfalto
Asesino de romances y sueños de barrio
¡Ilusión vana la de ser el más alto!

Nostalgia mía que va encadenada
Extraviando el norte de mi pensamiento
Queriendo parecerte a un hada
Fuiste de cierto fatal presentimiento.

Nostalgia fiel y a la vez puta
Tus caricias lastiman y queman tus besos
De humo gris maldita voluta
Nublando sentidos en letal embeleso.

Nostalgia empecinada que va conmigo
Trocando nuevos desengaños viejos
En bálsamo de recuerdos que se fingen amigos
De pasadas copas y gramos añejos.

Nostalgia antigua mía y querida
Mecida en cuna de segunda mano
Vinagre vertido en labios de herida
Dolor acuciante de fracaso humano.

Nostalgia engañosa contracara del futuro
Cancerbera tenaz guardando paciente
Tras gruesos barrotes y prepotentes muros
La condena a muerte de un tiempo presente.

-Juan Carlos Serqueiros-

Imagen: Gary Bunt, "The Attic (El ático)", óleo sobre tela, contemporáneo

domingo, 6 de abril de 2014

AHÍ NO HABÍA UN MANSO PA' ACOLLARAR UN ARISCO. SEGUNDA PARTE
























































Escribe: Juan Carlos Serqueiros


La razón de los números no es la razón del entendimiento. (Matías G. Sánchez Sorondo)

Preparar la reorganización institucional de la República mediante reformas a la Constitución que nos defiendan en el futuro de los peligros del personalismo, del centralismo, de la oligarquía y de la demagogia. (José F. Uriburu)

La revolución como fuerza y como régimen desaparecerá totalmente. (Agustín P. Justo)

Los propósitos de Uriburu eran introducir reformas en la constitución y el sistema electoral, y llevar a Lisandro de la Torre a la presidencia de la Nación en 1932.
Para ello, planeaba desplazar por el tablero del ajedrez político a sus alfiles en fianchetto: Guillermo Rothe, interventor en la provincia de Santa Fe, el uno; y Carlos Meyer Pellegrini en la de Buenos Aires, el otro, de modo de terminar dando, con la dama (su ministro del Interior, Matías Sánchez Sorondo), el jaque mate a lo que reputaba como centralismooligarquía: conservadores, radicales no peludistas y socialistas independientes. Consideraba que al personalismo y a la demagogia, que creía encarnados en Yrigoyen, ya los había derrotado él en la anterior partida; la del 6 de setiembre de 1930.
Por su parte, los sectores militares (los oficiales superiores) que lideraba Agustín P. Justo, y los partidos políticos nucleados en la Federación Democrática, no coincidían con Uriburu en sus postulados de reforma constitucional. 
Rothe, que era habilísimo, perceptivo, ducho y curtido en camándulas y elecciones con "cuarto oscuro pa' algunos, pa' otros iluminao" (José Larralde dixit), se dio cuenta que hacer triunfar a los demócrata progresistas en Santa Fe iba a ser cuesta arriba, y así se lo advirtió a Uriburu; pero éste creía que con su apoyo personal y explícito a De la Torre lo lograría, para lo cual se proponía ir a Rosario en marzo (de 1931). Así lo hizo, en efecto, y el recibimiento que tuvo fue apoteótico; en cada acto al que asistió, congregó multitudes.
Y lo mismo había sucedido el mes anterior cuando visitó Salta (su ciudad natal) y Tucumán. Uriburu se sentía confiado y seguro. Estaba exultante y eso se reflejaba aún más en su talante abierto y expansivo (como "áspero" lo define el pseudo filósofo José Pablo Feinmann, quien debe haber "estudiado" historia y psicología en algún Resumen Lerú). Había sorteado exitosamente un intento revolucionario de los radicales y una conspiración anarquista (menudearon las torturas, lo cual si bien no empañó su popularidad; sí afectó a Sánchez Sorondo, ministro a cargo del gobierno al que se sindicó como responsable y quien al año siguiente, en marzo, sostendría en el Senado un debate al respecto con Alfredo Palacios), se lo aclamaba en todas partes, y su ministro del Interior había logrado desarmar —como vimos en la primera parte— la Federación Democrática (lo cual significaba en la práctica el fin de las aspiraciones de Justo).
Con esos naipes en la mano, creyó oportuno echar la falta envido y truco, y le encargó a Sánchez Sorondo que diagramara la convocatoria a elecciones, comenzando por las tres provincias donde los candidatos que gozaban del favor presidencial ganarían seguro. El 5 de marzo firmó el decreto llamando a comicios en Buenos Aires para el 5 de abril, para dos semanas después en Santa Fe y para el 24 de mayo en Córdoba. La realidad le demostraría que a seguro se lo llevaron preso.
Los radicales, que no querían presentarse y que fueron inducidos a ello por Meyer Pellegrini y Sánchez Sorondo (tan convencidos estaban ambos de ganar al galope y sin rebenque) consiguieron una (dificultosa y más aparente que real) unidad entre yrigoyenistas y alvearistas, y levantaron la fórmula Honorio Pueyrredón - Mario Guido. Por su parte, los conservadores llevaron a Antonio Santamarina y Celedonio Pereda. Contra todas las previsiones (las palabras son del propio Sánchez Sorondo), ganó el radicalismo. Ese fue el principio del fin para Uriburu.
Los oficiales superiores del ejército y la marina pidieron la inmediata salida del gabinete del ministro del Interior, a quien señalaron como el responsable principal de una política equivocada. Caballerescamente, Uriburu quiso sostenerlo, y al no conseguirlo, dijo que renunciaría. No era el caso ni podía hacerlo; había involucrado a las fuerzas armadas y debía quedarse hasta que se produjera la normalización institucional. La consecuencia fue el resurgimiento, y esta vez con fuerza que resultaría indetenible, de la candidatura presidencial de Agustín P. Justo, impulsada por el ejército y los conservadores, socialistas independientes y radicales antipersonalistas.
Las elecciones en la provincia de Buenos Aires que habían dado el triunfo al radicalismo, fueron anuladas (otro error grosero y que sentaría funestos precedentes), y las que debían realizarse en Santa Fe y Córdoba, postergadas.
Uriburu, cada vez más huérfano de apoyos —hasta Lisandro de la Torre (en una actitud no compadecida con la nobleza de alma y los deberes de la amistad) lo abandonó y no se limitó a eso, sino que además; lo atacó con saña—, con el ánimo por el suelo y enfermo de gravedad, cayó en excesos deplorables como ser la Legión Cívica Argentina, creada para sustentarlo y formada a inspiración de los fasci mussolinianos; aunque con el insalvable contrasentido de su índole elitista y despectiva de lo popular. El absurdo de un fascismo... sin masas. Para colmo, y a raíz de "cositas" como esa, pasó a la historia como fascista; pero sin serlo. Ni el tiro del final te va a salir...
No obstante, se empeñaba en propugnar su tan anhelada reforma constitucional, principalmente vía la pluma de su pariente, amigo y colaborador Carlos Ibarguren. Tampoco cuajó. Después de otros varios desatinos, de otras tantas marchas y contramarchas y de una revolución en Corrientes encabezada por el teniente coronel Gregorio Pomar que se atribuyó al radicalismo y en la que anduvo Justo moviéndose entre bambalinas; debió llamar a votaciones para electores de presidente, las cuales se verificaron el 8 de noviembre de 1931.
Abstenido en ellas el radicalismo (producto de haberse impugnado a sus candidatos Marcelo T. de Alvear y Adolfo Güemes), concurrieron: la Alianza Civil (demócrata progresistas y socialistas) postulando al binomio Lisandro de la Torre - Nicolás Repetto, y el Partido Demócrata Nacional (formado con los conservadores, socialistas independientes y radicales antipersonalistas) con la fórmula Agustín P. Justo - Julio A. Roca (h), que sería la triunfante en unas elecciones con denuncias de vicios por parte de los perdedores.
Los argentinos hemos optado por barrer debajo de la alfombra a la revolución del 30 y a su jefe, y si acaso nos vemos forzados a recordarlos; nos limitamos a rechazarlos en bloque, esgrimiendo, con incomodidad evidente y como restando importancia, las archisabidas muletillas, ajadas y deslucidas a fuerza de tanto cacareo: "see... el primer golpe de estado que tuvimos", "un militar fascista, torturador y asesino", y etcéteras similares; "olvidándonos" del pueblo acompañando y vivando a la columna de los cadetes del Colegio Militar en su marcha hacia la Rosada, del inmenso gentío congregado en la plaza de Mayo aclamando a la revolución, de las multitudinarias manifestaciones de apoyo a Uriburu en todo el país y demás. Y es comprensible: a nadie le gusta que lo pongan frente a un espejo que le devuelve reflejada una imagen en la que se denotan sus miserias y lacras y en la que cree percibir representado lo peor de sí mismo, como si se tratase del retrato de Dorian Gray. Sí, "mejor no hablar de ciertas cosas" (Indio Solari dixit)...
Y sin embargo, todo forma parte de nosotros y sería mejor hacernos cargo de ello, pues solamente conociendo el pasado podremos resolver el presente.
El 20 de febrero de 1932 Uriburu traspasó los atributos presidenciales a Justo, y además de la banda y el bastón; le hizo entrega del proyecto de reformas constitucionales. Este último lo tomó en sus manos con displicencia y sonrisa canchera y sobradora. Su destino habrá sido el que usted, estimado lector, estará imaginando: el cesto de los papeles. "La revolución como fuerza y como régimen desparecerá totalmente", dijo. A buen entendedor...
Comenzaba la década infame (José Luis Torres dixit), y los argentinos, ese maldito año 1932, sufriríamos el flagelo de la desocupación y conoceríamos, por primera vez en nuestra historia, lo que es el hambre. Y no en sentido figurado, no la simple escasez y carestía de algunos productos; sino el azote de la hambruna real, terrible. Nadie como Celedonio Esteban Flores, el Negro Cele, supo pintar la situación como él lo hizo en los versos de Pan, una viñeta desgarradora y crudelísima: 

Pan
(Tango, 1932)
Música: Eduardo Pereyra -
Letra: Celedonio Flores

Él sabe que tiene para largo rato,
la sentencia en fija lo va a hacer sonar,
así -entre cabrero, sumiso y amargo-
la luz de la aurora lo va a saludar.

Quisiera que alguno pudiera escucharlo
en esa elocuencia que las penas dan,
y ver si es humano querer condenarlo
por haber robado... ¡un cacho de pan!...

Sus pibes no lloran por llorar,
ni piden masitas,
ni chiches, ni dulces... ¡Señor!...
Sus pibes se mueren de frío
y lloran, habrientos de pan...
La abuela se queja de dolor,
doliente reproche que ofende a su hombría.
También su mujer,
escuálida y flaca,
con una mirada
toda la tragedia le ha dado a entender.

¿Trabajar?... ¿En dónde?... Extender la mano
pididendo al que pasa limosna, ¿por qué?
Recibir la afrenta de un ¡perdone, hermano!
Él, que es fuerte y tiene valor y altivez.

Se durmieron todos, cachó la barreta,
se puso la gorra resuelto a robar...
¡Un vidrio, unos gritos! ¡Auxilio!... ¡Carreras!...
Un hombre que llora y un cacho de pan...


Pero en el justismo también venía enrolado un por entonces capitán, quien trece años más tarde se convertiría en la figura rectora de la política argentina durante tres décadas. "Cuando la noche es más oscura / se viene el día en tu corazón" (Indio Solari dixit).

-Juan Carlos Serqueiros-


miércoles, 2 de abril de 2014

AHÍ NO HABÍA UN MANSO PA' ACOLLARAR UN ARISCO. PRIMERA PARTE


Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Es necesario que no vivamos copiando servilmente las instituciones de tal o cual pueblo, porque las instituciones son producto de la costumbre y las necesidades reales. (José Félix Uriburu)

Derrocado que fue el 6 de setiembre de 1930 el gobierno de Hipólito Yrigoyen por la revolución encabezada por José Félix Uriburu, éste asumió la presidencia de la Nación y designó ministro del Interior a Matías Guillermo Sánchez Sorondo. El que debía acometer desde esa cartera era un trabajo de Hércules: tratar de plasmar en la realidad efectiva el pensamiento y los propósitos de Uriburu, pero morigerados y complementados con los suyos propios —y no le estoy haciendo un cargo; cualquier ministro, por más identificado que esté con su presidente (y Sánchez Sorondo lo estaba lealmente con Uriburu), busca agregarle al estofado algún condimento de su preferencia— y lograr para el gobierno que integraba, el apoyo, o al menos; el asentimiento, de los referentes principales de los partidos opositores al yrigoyenismo (conservadores, socialistas independientes y radicales antipersonalistas, ya que de los demócratas progresistas se encargaría el propio Uriburu a partir de su amistad con Lisandro de la Torre; y el apoyo popular, aquél lo tenía desde que estalló la revolución); para todo lo cual, imprescindiblemente debía negociar con los mismos en procura del alcance de consensos básicos. El ministro cumplió eficazmente su cometido, pero aún así; a Uriburu todo le salió mal.
El gran drama de la revolución de 1930 fue la carencia de virtud política en toda la clase dirigente. El predominio de intereses sectarios (y espurios muchos de ellos) fue la constante, y la ausencia de firmeza y habilidad en Uriburu para sostener los postulados que la misma propugnaba, fueron los clavos que remacharon la tapa de su ataúd.
Figueroa Alcorta hizo que el eclipse de Roca —el forjador del estado argentino moderno y la figura preponderante de la política vernácula durante un cuarto de siglo— fuera definitivo. Y luego de una transición ordenada y acordada; el presidente Roque Sáenz Peña, a través de su ministro Indalecio Gómez, habilitó el sufragio de las masas, hasta entonces postergadas. En 1916, al acceder, de resultas de ello, el radicalismo al gobierno, faltó grandeza en los conservadores para aceptar el inevitable engrosamiento del número de actores políticos y para asimilar a los recién llegados al sistema. Había que procurar llevar al gobierno a los mejores y paralelamente, ir introduciendo los cambios tendientes a elevar el nivel de vida de las clases desposeídas mediante una distribución más equitativa de la riqueza, y avanzar en la industrialización del país. Algunos de ellos —la mayoría— no quisieron; y otros —los menos— no pudieron.
Sí, faltó grandeza en los conservadores. Pero también faltó grandeza en los radicales, quienes luego del período alvearista, volvieron a llevar a Yrigoyen a la presidencia, "olvidando" que era ya un anciano de 76 años con sus facultades notoriamente disminuidas, lo cual exacerbaría sus fallas y defectos. Un anciano a quien hacían vivir en un mundo de fantasía, llevándole mujeres jóvenes a las cuales galantear y manosear, censurándole la correspondencia e imprimiéndole un diario del cual se habían expurgado previamente todas las malas noticias (que no eran pocas; al contrario): La Época. El segundo gobierno yrigoyenista (que duró menos de dos años) fue lisa y llanamente un desquicio.
Se ha afirmado y se continúa haciéndolo, que Uriburu era fascista. Inexacto. En todo caso, "Von Pepe" no era liberal y sí corporativista, al menos; en el sentido de que quería introducir en la constitución reformas que llevaran a las bancas del congreso a "representantes genuinos de los verdaderos intereses sociales en todas sus capas", de modo de atenuar y aún impedir la supremacía del "profesionalismo electoral", es decir, los políticos a los cuales despreciaba profundamente. Y se proponía dejar sin efecto la ley Sáenz Peña, ya que estimaba que era impracticable e incompatible con "un país que tenía un 70% de analfabetos" (dato ese que dicho sea de paso, era erróneo; ya que los mismos representaban alrededor del 20% del padrón electoral). Proveniente de una antigua familia del patriciado salteño, consideraba al gobierno yrigoyenista como una calamidad hecha en una coctelera en al que se misturaban venalidad, demagogia y mediocridad; características estas que atribuía también al resto de los partidos, incluido el conservador. Admiraba a Lisandro de la Torre, con quien mantenía una amistad de cuarenta años, y estaba resuelto a llevarlo a la presidencia de la Nación.
Pero si Uriburu era la antítesis de la política, o por lo menos,  de la política electoralista; De la Torre, que sí era un político de raza, patriota, incorruptible, corajudo e intelectualmente muy dotado, no aceptó ser presidente de la mano de Uriburu y no sólo eso; sino que ni siquiera quiso acompañarlo. Y desechó todos los ofrecimientos que éste le hizo.
Por su parte, los conservadores, socialistas independientes y radicales no peludistas, se "unieron" y lanzaron el 27 de setiembre de 1930 la Federación Nacional Democrática, orientados más o menos encubiertamente por el general Agustín P. Justo. En público, llamaban a apoyar al gobierno de Uriburu y decían esperar la vuelta a la normalidad institucional "a la brevedad posible" (huelga aclarar que descontando la exclusión del yrigoyenismo y para llevar al gobierno a los capaces de ejercerlo, o sea, ellos mismos); mientras que en privado echaban sapos y culebras contra el presidente provisional y su fascismo. Con ellos debía negociar Sánchez Sorondo.
Lo hizo con habilidad, porque era un político nato y poseía una nada desdeñable dosis de astucia, la cual le valdría el triunfo que, paradojalmente, sería desaprovechado por el propio Uriburu. 
El 12 de noviembre, Sánchez Sorondo convino con los federados en que éstos no se opondrían a la coexistencia del gobierno de facto con el congreso constitucional y apoyarían en este último las reformas impulsadas desde el ejecutivo, las cuales se acordó que serían: la remoción de los jueces que estuviesen cuestionados, la atribución del congreso para auto convocarse, el establecimiento de limitaciones para la facultad del gobierno de intervenir las provincias, y la autonomía financiera de éstas. A cambio de todo eso, el gobierno se comprometía a abandonar el barco del corporativismo.
Los federados creyeron que sobre esas bases, más temprano que tarde el gobierno volverían a ejercerlo ellos de la mano de Justo; porque lo que se proponían secretamente con la posibilidad de auto convocatoria del congreso, era que éste se reuniera, y en una antojadiza interpretación del artículo 75 de la constitución, designara a Uriburu presidente interino por acefalía —recordemos que de resultas de la revolución, el presidente Yrigoyen y el vice Martínez (cuya actuación durante el proceso de caída del gobierno radical no fue precisamente un modelo de claridad y lealtad) habían sido forzados a renunciar—, con lo cual, si bien le otorgaba una legalidad que no tenía; paralelamente lo obligaba a ceñirse al marco constitucional, a abstenerse de propiciar reformas, y hacía pender sobre él la espada de Damocles del juicio político. ¡Cómo deben de haber reído y festejado sus añagazas de avechucho los federados y cuánto deben de haberse burlado de la supuesta candidez de Sánchez Sorondo! El diario La Nación celebró el acuerdo alcanzado. Uriburu, extrañado, llamó a su ministro. ¿Qué era eso de "abandonar el corporativismo"? ¿Se había vuelto loco o qué?
Sánchez Sorondo se lo explicó detalladamente: lejos, muy lejos de haberse dejado empaquetar por los federados, había sido él quien los había embalurdado a ellos; porque en ningún párrafo del acta firmada se estipulaba que el gobierno debía limitar las reformas sólo a los puntos acordados. Una vez reunido el Congreso (que estaría sometido a su influencia como ministro del Interior y que obviamente votaría todo lo que le exigiera); nada le impediría al gobierno someter a su aprobación todas las demás reformas que quisiera introducir. Que creyeran nomás que lo habían embaucado; llegado el momento, él los pondría frente a la realidad y allí se evidenciaría quién había sido el jodedor y quién el jodido.
Como decía mi abuelo: "ahí no había un manso pa' acollarar un arisco".
Pero ocurrió un imponderable: Uriburu no era baúl pa' andar guardando secretos, y su índole franca, abierta, expansiva y enemiga de los rodeos y medias tintas, le jugó en contra: ni bien terminó de felicitar entusiastamente a Sánchez Sorondo por su ingenio y por la manera en que "los había embromado a esos politiqueros"; no se le ocurrió nada mejor que llamar a conferencia de prensa y declarar ante los periodistas todo lo que su ministro se había propuesto mantener en la más estricta reserva.
El gobierno perdió así la ventaja que había conseguido el ministro del Interior; porque los federados cayeron entonces en la cuenta de que vivían en una burbuja y que Sánchez Sorondo los había chasqueado bajo el farol de haberse dejado timar por ellos, y pusieron el grito en el cielo declamando a los cuatro vientos que mantendrían su oposición a cualquier reforma constitucional o del sistema electoral.
Pero eran una bolsada 'e gatos, y en enero del año siguiente acabaron disolviéndose.

-Juan Carlos Serqueiros-

Continuará