domingo, 2 de febrero de 2025

PARACELSO























Escribe: Juan Carlos Serqueiros


El arte de la Medicina echa sus raíces en el corazón. Si tu corazón es falso, también tu medicina lo será; si tu corazón es recto, también lo será el médico que haya en ti. (Paracelso)

Paracelso, nombre este que él mismo adoptó (se dice que fue su padre quien lo movió a hacerlo) y que significa “par de Celso” o “adjunto a Celso”, nació el 19 de noviembre (hay también quienes afirman que el 10 de noviembre unos y el 17 de diciembre otros) de 1493 (algunos biógrafos dicen 1494) como Teophrastus Phillippus Aureolus Bombast von Hohenheim, en Zurich, Suiza (y pensar que todavía hay estúpidos que creen que los suizos les deben a los relojes y/o a los bancos el país que tienen).
Su padre, un médico bávaro, lo interesó desde pequeño en la medicina, y un todavía adolescente Teofrasto, en efecto, estudió la misma en Viena, Basilea y Ferrara; doctorándose.
Pero su espíritu inconformista, inquieto, indómito, mal avenido con una disciplina que despreció invariablemente, y ansioso de saber, de gnosis, o sea, de conocer de verdad; sumado a los viajes que había hecho junto a su padre (viajar y viajar, lo cual repetiría incansablemente por el resto de su vida), y a la decisiva influencia del abate Tritemio, que lo inició en el hermetismo; lo resolvieron a desdeñar tanto cómodos y bien remunerados cargos oficiales, como la atención continua y sostenida de su propio consultorio médico, y hasta la enseñanza (la oficial en las universidades, porque la otra, la que daba a los discípulos que lo seguían; jamás la abandonó).
Semejante índole, debía necesariamente acarrearle conflictos, y así ocurrió: Paracelso se enfrentó al poder de los magistrados, a la iglesia católica, al protestantismo (“que Lutero se ocupe de sus asuntos y yo me ocuparé de los míos y le sobrepujaré en lo que me corresponda, además los Arcana me elevan... no ha sido el cielo el que me ha hecho médico; Dios me ha hecho”), consigna en su Escritos de Nüremberg de 1527), y sobre todo; a la superstición, encarnada esta última en la ciencia oficial (¿y dónde, si no?, que desde los albores de la humanidad no hay superstición ni ignorancia más arraigada, que la fundada en la errónea convicción del “saber” establecido por decreto inapelable de la ciencia oficial, íntimamente aliada a la religión.
Fue crítico implacable de la medicina galénica y avicénica. Veamos lo que les espetaba Paracelso: 
Os digo que el pelo de mi nuca sabe más que vosotros y todos vuestros escribientes, y los cordones de mis zapatos son más eruditos que vuestros Galeno y Avicena, y mi barba ha visto más que todas vuestras universidades.
Y es que para este hombre extraordinario, la medicina, la verdadera ciencia de la Medicina, se explicaba tal como lo dejaba estipulado en sus Escritos, que comprenden su obra y pensamiento desde 1537 hasta 1541; de esta manera contundente: 
Esto prometo: ejercer mi medicina y no apartarme de ella mientras Dios me consienta ejercerla, y refutar todas las falsas medicinas y doctrinas. Después, amar a los enfermos, a cada uno de ellos más que si de mi propio cuerpo se tratara. No cerrar los ojos, y orientarme por ellos, ni dar medicamentos sin comprenderlo ni aceptar dinero sin ganarlo. No confiarme en ningún boticario ni entregar ningún niño a la violencia. No llorar, sino saber...
Esto es directamente lapidario ¿no? Un sabio del siglo XVI, como Paracelso, enrostrándoles sus miserias a los pseudo médicos de su época y adelantándose nada menos que casi cinco siglos a lo que hoy sabemos acerca del nefasto proceder de los laboratorios medicinales que a diario nos envenenan con sus productos.
Y por si no bastara como muestra; hay más: 
Lo cierto es que en el mismo lugar de la tierra donde existe un veneno mortal, existe también un exacto contraveneno y que del mismo modo que se engendran las enfermedades se produce la salud. Lo lamentable es que haya tan pocos médicos que se interesen por estas cuestiones y las estudien como se merecen. Y que la mayoría se anulen en la simple profesión de contempladores de orinas. Sus sórdidas y culinarias ganancias bastan a esos tales para colmarlos de satisfacción y para persuadirlos de vivir en sus casas, contentos de no hacer nada, ya que sólo ejercen la Medicina para acumular el dinero que con tanta liberalidad les procura el examen de las orinas. ¿Para qué han de complicarse la vida con trabajos más penosos? (Paracelso, Opus Paramirum).
Y en su Liber Paragranum afirma:
La Medicina descansa sobre cuatro columnas: la Filosofía, la Astronomía, la Alquimia y la Ética. La primera columna debe comprender filosóficamente la tierra y el agua; la segunda debe aportar el pleno conocimiento de lo que es de naturaleza ígnea y aérea; la tercera debería explicar sin falta las propiedades de los cuatro elementos (es decir, de todo el Cosmos) e iniciar en el arte de su elaboración, y finalmente la cuarta debería mostrar al médico aquellas virtudes que han de acompañarle hasta su muerte y deben apoyar y completar las otras tres columnas.
Quien mejor interpretó a Paracelso fue el ilustre Carl Gustav Jung (otro suizo… ¿van a seguir creyendo que a Suiza la hicieron los relojeros y los banqueros?), que en su libro Paracélsica consigna: 
La alquimia contenía ya desde los más antiguos tiempos una doctrina secreta, o directamente lo era. Las concepciones paganas no desaparecieron de ningún modo por la victoria del cristianismo bajo Constantino; continuaron vivas en la curiosa terminología arcana y en la filosofía de la alquimia. Su principal figura es Hermes, es decir, Mercurio, en su notable doble significado de mercurio y alma del mundo, acompañado por el sol (el oro) y la luna (la plata). La operación alquímica consiste esencialmente en una separación de la ‘prima materia’, del llamado Caos, en lo activo, es decir, el alma, y lo pasivo, el llamado cuerpo; los cuales volverán a reunirse personificados en una figura, en la llamada ‘coniunctio’, la ‘boda química’; la ‘coniunctio’ es alegorizada como Hieros Gamos, como boda ritual del sol y la luna. De esta unión surge el llamado ‘filius sapientae’ o ‘philosophorum’, ‘Mercurius’ transformado, que como signo de su acabada perfección era pensado como hermafrodita. El ‘opus alchymicum’, a pesar de su aspecto químico, siempre fue pensado como una especie de acción ritual, entendida en el sentido de un ‘opus divinum’; por eso pudo ser presentada por Melchior Cibinensis, al comienzo del siglo XVI, como una misa, ya que mucho antes el ‘filius’ o ‘lapis philosophorum’, había sido concebido como ‘allegoria Christi’. Y es en virtud de esta tradición como se entienden muchas cosas de Paracelso que de otro modo serían incomprensibles.
Como vemos, quedarse en el Paracelso alquimista, ese que buscó la transmutación de los metales innobles en oro e intentó la creación del homúnculo (William Somerset Maugham: ¡teléfono!), o en el Paracelso que dio su nombre al zinc; es reducir hasta ningunear la enorme relevancia de un hombre que fue filósofo, médico, alquimista, astrólogo y en suma; un genio con todas las letras. 
Sí, eso, un genio, pero fundamentalmente; un buen hombre, un alma noble dedicada a sus semejantes.
Paracelso era muy aficionado a la... llamémosla... diversión. Digamos que le gustaban la bebida y las mujeres. Según dicen, tal vez por eso se nos murió en Salzburgo un 24 de setiembre de 1541, con tan sólo 48 años aún no cumplidos. Por mi parte, prefiero creer que se murió de desilusión nomás, al ver tanta gente idiota y mala desparramada sobre este nuestro pobre y triste mundo.  Y me parece que algo le debemos, ¿no?
Ah!, casi me olvido: al morir, dejó su dinero a los pobres.
Paracelso: un genio, pero fundamentalmente; un alma buena. Lo cual automáticamente lo convierte en sabio.

-Juan Carlos Serqueiros-
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REFERENCIAS
Imagen de portada: Quentin Massys (1466-1530), Retrato presunto de Paracelso, óleo sobre tela.
Jacobi, Jolande. Paracelso. Textos esenciales. Ediciones Siruela, Madrid, 2007.
Jung, Carl G. Paracélsica. Editorial Nilo-Mex, México, 1987.
Paracelso. Obras completas. Editorial Schapire, Buenos Aires, 1945.

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