Viene de PRIMERA PARTE
Escribe: Juan Carlos Serqueiros
A Eduardo Posse Cuezzo mi agradecimiento por sus traducciones del francés al castellano.
N'ayez cure d'escapades, / Vous qui commencez à déchoir, / Car guéris sortent les maladies / Du gai cabaret du Chat Noir. (“Cuando empieces a decaer / No busques sanar escapando / Porque las enfermedades se curan / En el alegre cabaret del Gato Negro”).
-Rodolphe Salis-
La noche es joven aún, mi querido lector, de modo que ¡a vivirla! En nuestro imaginario (y divertido; no me diga que no la está pasando bien) periplo, salimos de Le Néant, seguimos pateando boulevard de Clichy y exactamente en el número 68, nos encontramos ante el mítico Cabaret du Chat Noir.
Es esta su tercera (y sería la última) ubicación, tras de ser fundado, el 18 de noviembre de 1881, por Rodolphe Salis, en el 84 del boulevard de Rochechouart y de ser trasladado, en 1885, al 12 de la rue de Laval (o más apropiadamente, rue de Victor Massé, como se llamaba desde ese mismo año).
El francés Rodolphe Salis era un provinciano nacido en Châtellerault y radicado en París desde 1872. Vivía en el Quartier Latin y se ganaba la vida pintando viacrucis e imágenes religiosas, las cuales conseguía vender al exorbitante precio de 14 francos cada una (para eso le sobraban audacia y labia; porque no en vano lo apodaban “el Charlatán” y era un habilísimo, extraordinario vendedor). Intelectual y culturalmente inquieto, frecuentaba los círculos de artistas, poetas y escritores. Anteponía Louis a su nombre de pila, en testimonio de su admiración (¿obsesión?) por las figuras históricas de los reyes Louis XI y Louis XIII, y de allí que en numerosas crónicas se lo mencione, erróneamente, como Louis Rodolphe. El pelirrojo Salis era un desfachatado, impertinente, provocador, insolente, megalómano, mistificador, con frecuencia desubicado y en no pocas oportunidades agresivo. O sea, propiamente un hampón. Y también un busca, sí; pero un busca con cierto carisma, que podía ser muy simpático y hasta cautivador cuando se lo proponía, y que papeaba más que bien, por cierto. Y entretanto, soñaba… sueños que no eran de provincia: aspiraba a jugar en las ligas mayores.
Y
lo conseguiría, cómo no. El Chat Noir surgió como bastión de la contracultura,
integrando a los hasta entonces despreciados artistas malditos: poetas, escritores y pintores a los que se había
condenado mediante una regla no escrita pero de cumplimiento dolorosamente real
y efectivo, a malvivir en las orillas (hacía sólo un par de décadas que
Montmartre había dejado de ser un municipio independiente para convertirse en
el arrabal de la capital francesa) sumidos en una miseria asfixiante, entre el
hambre, la molicie, el libertinaje, la sífilis, la tisis y los enloquecedores vahos
engañosos del ajenjo; para marginarlos del aristocrático, prejuicioso y
engreído clasicismo erigido en amo y señor del centro de la ciudad luz.
Habiéndose
mudado a Montmartre a vivir en un edificio situado en el 84 del boulevard de
Rochechouart, Salis vio la luz:
alquiló, por 1.400 francos mensuales (que ya se las ingeniaría después para
abonar tarde o nunca, tal cual el don
Ramón de la serie El Chavo), un
diminuto local de dos habitaciones que había sido antes una estafeta de correos,
en el cual a gatas cabrían, abigarradas, treinta personas como mucho. Estaba
naciendo el legendario Chat Noir, reducto a partir del cual se produjo el
milagro de la integración entre el arte popular y el arte académico.
En
cuanto a la motivación para haberle elegido tal nombre, es algo que aún sigue
debatiéndose.
La versión más difundida y aceptada es que se originó en un abandonado y famélico gato negro que Salis encontró al entrar por primera vez en el local, y al que adoptó como su mascota. Eso es lo que afirmaba en sus actuaciones la cantante Yvette Guilbert. Salis siempre negó la veracidad de tal anécdota y había hecho correr la voz de que lo escogió en recuerdo y homenaje a la traducción al francés que del cuento El gato negro, de Edgar Allan Poe, hizo Charles Baudelaire. Pero había también, mi querido lector, un factor cuya consideración no puede soslayarse: gato negro se le decía, en la jerga usual en los lupanares y bajos fondos franceses, al órgano sexual femenino, a la concha, digamos (tener en cuenta que eran épocas en las cuales la depilación de pubis y vagina no era precisamente habitual). Más aún: cuenta Adolphe-Leon Willette que el periódico (al cual me referiré más adelante) del cabaret Chat Noir tenía en un tiempo una tirada de sólo 1.100 ejemplares, que al agotarse rápidamente, tornaba imposible adquirirlo; y que era frecuente el mal entendido que se producía cuando la pregunta dirigida a una vendedora de periódicos: “Madame, ¿avez-vous Le Chat Noir?” (“Señora, ¿tiene usted El Gato Negro?”), era interpretada por la buena mujer como: “Señora, ¿usted tiene la concha negra?”; que la indignada dama respondía con un sonoro bofetón. Pobre, pero honesta, che…
En
lo personal, me hallo inclinado a inferir que el nombre se adoptó por la
conjunción de todo eso. No es dable suponer que tan luego una de las más notabilísimas
estrellas del Chat Noir como lo fue la mundialmente famosa Yvette Guilbert,
mintiera sobre su origen, y consecuentemente; debe reputarse como cierto lo que
contó acerca del viejo, hambriento y desamparado felino que había encontrado
Salis en el local (cosa que éste habrá negado, seguramente, por considerarlo un
motivo excesivamente… prosaico,
digamos). Y asimismo, tuvo que haber existido la intención, tanto de aprovechar
la celebridad del cuento de Poe (mire usted si se la iba a perder ese tunante
de Salis) y a la vez de homenajear a Baudelaire (autor, dicho sea de paso, en
su Les Fleurs du Mal, de los versos
de “Le Chat”, implícitamente alusivos a los genitales femeninos); como la de
referirse elípticamente, tal como lo dio a entender Willette, a aquella otra
significación más… procaz. Y prostibularia.
Perspicaz
y habilísimo comercialmente, el astuto Salis invitó a la comunidad literaria
que conformaba el club Les Hydropathes, presidido por su amigo, el escritor y
periodista Émile Goudeau, a reunirse en su cabaret; y “resolvió” lo exiguo del
espacio de su local, recurriendo al ardid de convertir esa notoria desventaja
competitiva; en una característica… “selecta”, digamos: en otra de sus
ocurrentes patrañas, dispuso que la salita del fondo (a la que se accedía
subiendo tres escalones y que no era más que una sombría trastienda) estuviera
reservada para los “artistas exclusivos del establecimiento”. Y desde luego,
más temprano que tarde, tout Paris
pugnaba por acceder a ese “templo”, pues no escapará a su elevado criterio,
apreciado lector, que nada hay tan atractivo como lo que está vedado.
Un
par de meses después, Salis y Goudeau lanzaron el hebdomadario Le Chat Noir (Organe de intérèts de
Montmartre), que se redactaba en el cabaret, se imprimía muy cerca de allí:
en el 7 de la rue Bleue y cuyo primer número vio la calle el 14 de enero de
1882. En él, se publicaban poemas e ilustraciones de aquellos “artistas
exclusivos del establecimiento” (esa hueste marginal, sufrida, famélica,
divagante y a menudo genial, constituida por los “malditos” que mencioné
precedentemente), como así también letras y partituras de canciones populares,
artículos sobre el quehacer del barrio, etc. Y, por supuesto, se anunciaban y
promocionaban, además; los números artísticos y demás atracciones que ofrecía el
cabaret.
Aquel
primer Chat Noir era un tugurio de baja estofa que tenía, además de la
limitación dada por la pequeñez del local; la contra de la pésima calidad de
las bebidas que en él se servían (lo cual no era impedimento para que el
desvergonzado y locuaz Salis vociferara instando a los parroquianos a disfrutar
de ese “verdadero elixir” que era la absenta “preferida por Victor Hugo y
Garibaldi” y de los “selectos vinos de la casa”, los cuales, según él, “ya
envidiaría la mesa de un príncipe”).
Como vemos, el hombre era un consumado caradura, invariable y peligrosamente fronterizo con la ilegalidad; pero orillándola siempre y cuidando de no caer abiertamente en ella. Si el café, la cerveza, el ajenjo y el vino que vendía eran malísimos, los mozos, en cambio; iban orgullosa e impecablemente ataviados con el uniforme verde de la Académie française oficializada por el mismísimo cardenal Richelieu en tiempos del reinado de Louis XIII. Si la húmeda trastienda era poco más que un cuartucho para los trastos, una baulera; el descarado Salis la jerarquizaba refiriéndose a ella como “el Instituto”, de modo de asimilarla -voluntariosa, forzada y mentirosamente- al Institut de France que agrupaba y regía las Cinco Academias. Si el local que albergaba al Chat Noir era ínfimo en sus mezquinos veinte metros cuadrados; ese “detalle” no le impedía al cachafaz de Salis apostar a la entrada un portero pretenciosamente vestido como guardia suizo y dotado de la potestad de impedir el ingreso de los “infames militares y sacerdotes” e invitar, en cambio; a entrar a poetas, escritores y pintores. Juzgue usted, amigo lector, si no es tragicómico: ¡justamente Salis, que era él mismo un matón y un artista menos que mediocre, y que venía de vender imágenes religiosas; arrogándose la facultad de rechazar o de admitir! En fin…
Y
si es perfectamente cierto que movía a risa la afirmación de Salis en el
sentido de que aquel antro suyo reflejaba “la elegancia del estilo Louis XIII”
en aquella mélange de gusto más que
dudoso y discutible en sus fachada e interior; no era menos cierto que tanto el
muy distintivo cartel de estaño, con su plateada luna y su gato negro de
fulgurantes ojos (obra de Willette) luciendo en el exterior, como adentro, sus
paredes pletóricas de ilustraciones, cuadros y vitrales, también de Willette, deliciosamente
exquisitos y un obsequio de indescriptible belleza para regodear la vista y conmover
el alma.
Un
párrafo aparte merece, sin dudas, esta magistral obra de arte de Willette que
destacaba en una pared del Chat Noir: su cuadro titulado “Parce Domine, parce populo tuo” (“Salva Señor, salva tu pueblo”),
en el cual se representa a Pierrot encarnando a la juventud parisina, enarbolando
la pistola con la cual se suicida y empujado hacia el Sena por una caravana de
vicios y pecados, mientras detrás aparecen los molinos de Montmartre y desde el
cielo una calavera observa la escena.
Salis
la pegó con el Chat Noir, que fue en
sus dos versiones: cabaret y periódico, un resonante y exitoso suceso artístico,
el cual, desde luego, le trajo aparejada la obtención de un considerable rédito
económico.
Un conocido tango de Mario Battistella dice: “¡Pobre rico! / quién te ha visto, / ¡ja, ja, ja! / no sos rico, / pelechaste y nada más”. Si Salis era un megalómano aún a pesar de su condición de seco; su egolatría adquirió proporciones gigantescas en cuanto empezó a pelechar. Hijo de un comerciante en vinos y licores de Châtellerault y nieto de un pastelero llegado a Angoulême desde Suiza en tiempos de la Revolución Francesa, había leído en unos libros la historia de una familia de la nobleza que llevaba el apellido von Salis, y como coincidía con el suyo propio -salvo (detalle no menor) por ese von-; recurrió a la mistificación de atribuirse el descender de esta última. ¡Y le creyeron!
Incluso
había hecho pintar, por su amigo y colaborador Antonio de la Gándara, dos hermosos
óleos, en uno de los cuales se lo representaba a él caracterizado como gonfalonier (protector de la Iglesia), tal
si se tratase de un antepasado suyo (irreal y existente sólo en su delirante
berretín de pertenencia a la nobleza); y en el otro, a su esposa vestida como
una aristocrática dama del siglo XVII.
A
partir del cuantioso y constante ingreso de dinero, ya no le fue posible
disimular, con chantadas como esa de “reservada para los artistas exclusivos
del establecimiento”, la realidad incontrastable de verse obligado a rechazar
clientes por falta de lugar (y aún eso, obviando la consideración de otra dificultad
derivada de la exigüidad espacial, la cual, como la anterior; también se
traducía en merma del ingreso por consumo de bebidas y comidas: las cocottes y lorettes se veían forzosamente impedidas de utilizar el cabaret
como centro de citas y encuentros con sus amantes, porque ¿dónde iban a
sentarse a cenar y tomar champagne tanto ellas como sus… festejantes, toda vez que a duras penas cabían allí treinta
personas?).
Encima, esto último no inhibía la concurrencia de maqueraus que tomaban al Chat Noir como escenario para sus disputas, las cuales solían dejar algún muerto como trágico saldo (incluso, un mozo del cabaret murió accidentalmente en una de esas reyertas, y aquel miserable tacaño que era Salis, se negó a ayudar a la viuda del pobre hombre, a la cual dejó librada a su suerte). Y para colmo, eran frecuentes las trifulcas que armaban los parroquianos enzarzados, por opiniones artísticas, sociales o políticas, en acaloradas discusiones que invariablemente terminaban a los capazos cuando no a las trompadas y a los botellazos. Se tornaba imperiosa la necesidad de categorizar al Chat Noir (y de paso; volverlo aún más rentable de lo que ya era).
Por
todo ello, Salis se decidió a trasladarlo a una suntuosa mansión de tres
plantas ubicada en el 12 de la rue de Victor Massé. La mudanza fue una
apoteosis, con todo Montmartre
volcado a las calles para contemplar, el 10 de junio de 1885, el paso de la
comitiva del cabaret encabezada por Salis y su esposa, Gabrielle, ataviados a
la usanza del siglo XVII, y detrás; una fanfarria y un variopinto séquito
transportando en triunfo el gran cuadro de Willette antes descripto. La francachela de inauguración (privada, circunscripta a los de la casa) duró hasta bien entrada la mañana siguiente.
Aquella
segunda sede del Chat Noir fue de ostentosa belleza y refinadísimo gusto. En el
centro de su fachada, a la altura del segundo piso, lucía un enorme gato
provisto de un halo y rayos dorados, obra de Alexandre Charpentier; el frente y
el portal (donde se apostaba el infaltable garde
suisse) estaban iluminados con dos primorosas farolas diseñadas y fabricadas
por Eugène Grasset, y por supuesto; de un anclaje de hierro forjado pendía, orgullosamente
convocante, el cartel hecho por Willette, con su gato negro y su luna plateada.
El interior estaba exquisitamente decorado con obras de Henri Rivière, Caran d’Ache (Emmanuel Poiré), Adolphe
Willette, Henry Somm (François
Sommier), Jules Chéret, Alexandre Steinlen y otros artistas.
En
la planta baja, llamada salle des Gardes,
estaba el restaurante y bar, donde los clientes podían cenar y/o beber (y donde
las cortesanas y demi-mondaines o "mujeres galantes" y “de vida alegre” podían -ahora sí, porque había espacio- citarse con
sus clientes y amantes).
En el primer piso tenían su lugar la declamación de poesía,
la música y el baile. Y en el segundo piso estaba la salle de fêtes, que cobijaba a una de las mayores atracciones del
Chat Noir, cual lo fue su mundialmente famoso théâtre d'ombres.
El teatro de sombras (antecedente y precursor del cine), consiste en iluminar siluetas por detrás de las mismas, proyectando sus sombras sobre una pantalla. Integrar esa atracción a las demás que ofrecía el cabaret, fue idea de Henri Rivière, quien la propuso a Salis, y éste, con su proverbial olfato para los negocios, la aceptó inmediatamente. Y entusiasmado; se sumó a la iniciativa Henry Somm. Entre 1886 y 1887, Caran d’Anche escribió el guión de L’epopée, referido a las campañas napoleónicas, y se le ocurrió reemplazar por siluetas recortadas en zinc, las de cartón que venían usándose hasta entonces.
El espectáculo fue
un boom que convocaría cada vez más
público.
A
su vez, la revista Le Chat Noir no
sólo gozaba de buena salud, sino que además; su tirada iba en constante aumento.
Llegó a ser de 20.000 ejemplares (e incluso hay historiadores que la estiman en 30.000). En 1886, Salis otorgó la dirección del semanario a un viejo compinche suyo, que era una de las cabezas visibles del movimiento Les Arts incohérents: el periodista, escritor y humorista Alphonse Allais.
Y aquí debo pedir a usted, amigo lector, que me disculpe por tener que incurrir en una digresión: Rodolphe Salis tenía un hermano menor, Gabriel, que vivía en Châtellerault y al que las cosas no le iban precisamente bien. Ante eso, en 1889 Rodolphe ofreció a Gabriel que se trasladase a París para ayudarlo en el Chat Noir, lo cual este último aceptó.
Pero entre esos dos, como solía decir mi abuelo, no había un manco pa' acollarar un arisco, de manera que más temprano que tarde surgieron las diferencias y se pelearon (se dijo, sin mayores fundamentos ni precisiones, que por cuestiones de faldas), y a Gabriel no se le ocurrió mejor idea que abrir, en el mismo Montmartre, en el 28 de avenue Trudaine, un cabaret para competir con el Chat Noir. Y para colmo, del mismo estilo, es decir, artístico-literario, copiando la idea de Rodolphe.
Y encima, con otra lindeza: eligió para su establecimiento el nombre de L'Ane Rouge (El Asno Rojo), que era un apodo que Willette le había puesto a Rodolphe por la tozudez y el color de cabello de éste. Lo que se dice, un verdadero Caín el Gabriel este, mire vea... (aunque convengamos también en que Rodolphe no era precisamente un Abel, ¿no?).
Muchos de los artistas del Chat Noir que habían sido amigos de Rodolphe y que se hallaban disgustados con él por distintos motivos, intervinieron en el diseño y decoración de L'Ane Rouge.
Charpentier, Allais, Steinlen, Willette, Grün y Verlaine, entre otros, colaboraron con Gabriel Salis en el montaje de su cabaret (el cual, dicho sea de paso, resultó un éxito más que regular).
Las ganancias que obtuvo, acrecentadas con la diferencia que hizo al transferir ventajosamente L'Ane Rouge al cantante Andhré Joyeux (André Lesage, en el documento de identidad), le posibilitaron regresar a Châtellerault en 1898 con la bolsa llena.
Por su parte, Joyeux encargó a Jules-Alexandre Grün el afiche con el cual publicitaría el cabaret que había adquirido recientemente:
El significado es obvio: una festiva y sugerente joven semidesnuda abraza al asno rojo, mientras un agente hace como que no ve, y detrás; Gabriel Salis, montado en otro burro, que lleva al cuello la campana con la que éste solía actuar, se aleja con sus bolsas llenas de dinero.
Al nuevo propietario las cosas no le irían bien, y tendría un trágico destino, suicidándose al año siguiente. Una artista de café concert, Marinette Renard, se hizo cargo de L'Ane Rouge; pero no tuvo mejor suerte en el negocio que su antecesor, y hubo de cerrarlo c. 1901-1902. Trascartón, lo adquirió el chansonnier Leon de Bercy, quien logró mantenerlo en actividad hasta 1905, en que fue cerrado definitivamente.
Perdón por el paréntesis, retomo la ilación: Era
tal el éxito del Chat Noir y tan excelsa la calidad del espectáculo que ofrecía,
que pronto el mismo comenzó a ser insistentemente reclamado en las provincias.
Así, a partir de 1890, su troupe empezó a realizar giras artísticas por toda Francia, modalidad esa que a partir
de 1892 se tornó frecuente y habitual. A Salis le iba bien, el dinero le entraba
a espuertas y su ego estaba por las nubes.
¿Se
acuerda, apreciado lector, que habíamos visto cómo verdugueaban a sus clientes Alexander en Le Ciel y L’Enfer, y
Dorville en Le Néant? Bueno, el inventor
de eso, quien primero empezó a hacerlo; fue Salis. Pero lo que en Alexander y
Dorville estaba restringido a hacer que el público tomara parte en el espectáculo
y a lo estrictamente humorístico sin caer jamás en lo agraviante y en el mal
gusto; en Salis obedecía a su índole provocadora, que lo conducía
frecuentemente a incurrir en el descaro, la desubicación y la insolencia.
Si algunos clientes subían a la sala de espectáculos más temprano de lo que él consideraba apropiado, los echaba a la planta baja diciéndoles que se dedicaran a comer o beber, pues su presencia allí era “indeseada, inoportuna, desagradable y molesta”. Si en cambio, llegaban cuando ya había empezado el show; se los reprochaba a voz en cuello y con malas maneras los hacía ubicarse en los asientos más apartados. Si un cliente pasaba por delante suyo mientras él hacía su monólogo, lo saludaba a los gritos con un: “¡Felicidades! ¡Al fin saliste de la cárcel!”, y si algún infortunado había concurrido con quien evidentemente era su novia o su esposa, lo recibía con un sonoro: “Veo que vienes con otra mujer, ¿qué hiciste con la puta ordinaria que te acompañaba anoche?”. Una vez, Eduardo de Sajonia-Coburgo-Gotha, príncipe de Gales y futuro rey Eduardo VII del Reino Unido, asistió al Chat Noir, y Salis le dio la bienvenida con un estentóreo: “¡Pero mira quién nos visita: si es el príncipe de Gales meado en los pantalones!”. Aquel inglés putañero encajó la cruel chanza con británica flema, y con estudiada indiferencia se dirigió a su mesa, impertérrito y como si nada hubiera oído. Allí sí, lo de Salis fue… ¡gloria de titanes! Y hasta llegaría, el gran fanfarrón, a afirmar muy suelto de cuerpo: “Dios creó el universo, Napoleón la Legión de Honor; pero a Montmartre… ¡lo he creado yo!”.
Paralelamente
al éxito económico obtenido, su megalomanía se exacerbaba.
Escribió y publicó dos libros: Contes du Chat Noir. L’Hiver (“Cuentos del Chat Noir. El invierno”), editado en 1888; y Contes du Chat Noir. Le Printemps (“Cuentos del Chat Noir. La primavera”), editado en 1891. En la portada del primero, Salis se presenta como “Seigneur de Chanoirville en Vexin” (“Señor de Chanoirville en Vexin”), y en la del segundo, también como tal, pero además; se auto titula “Gouverneur du Châteaux de Naintré en Poitou” (“Gobernador del castillo de Naintré en Poitou”), en los cuales presumía del abolengo de los Salis (delirios de mitómano, como hemos visto). El tercero y el cuarto de los volúmenes de Contes du Chat Noir (L’Été y L’Automne), pese a que figuraban anunciados como “En préparation” tanto en el primero como en el segundo; no llegaron a publicarse. Y en 1892, adquirió en Naintré, La Tour, un château que hacía pasar por la “mansión solariega de mi familia”.
En
1896, Salis proyectó otra tournée,
que esta vez, pretendía fuese mundial. Y para publicitar la misma, Alexandre-Théophile
Steinlen creó el universalmente conocido afiche, una litografía color que hoy
en día sigue reproduciéndose como un ícono en los más variados artículos:
bolsos, remeras, billeteras, etc.:
Y
ese mismo año, resolvió mudar el cabaret a la que sería su tercera y última
ubicación: el 68 del boulevard de Clichy.
Entra en lo posible que Salis hubiera concebido planes extremadamente ambiciosos, o que lo guiara un desmedido afán por obtener ganancias aún más abultadas que las que venía consiguiendo hasta allí, o que estuviese atravesando problemas financieros (se dijeron muchas cosas: que desesperado, la emprendió a los hachazos contra el mobiliario, que había vendido los derechos de explotación a un magnate del jabón…), no se sabe con certeza; pero lo real y concreto es que contrariando su costumbre de realizar las giras durante los meses de verano; decidió emprender una por el interior de Francia en enero de 1897, en el marco de un invierno crudelísimo.
Esa
tournée fue especialmente dificultosa
y extenuante, y de resultas del esfuerzo extraordinario que tuvo que hacer;
enfermó gravemente y falleció el 20 de marzo en su château de Naintré, a los 46 años de edad.
Ocho días después, esto es, el 28, Adolphe-Leon Willette en Le Courrier français, celebró alborozado la muerte de Salis, con una ilustración feroz a la que agregó un epígrafe que rezaba. "J’ai bu trois bouteilles de vieux bourgogne" ("Bebí tres botellas de viejo borgoña"). Y... digamos que era de rencores perdurables el hombre...Gabrielle, la esposa de Salis, pese al dolor y a la pena que la embargaban, consiguió que la gira concluyese exitosamente e incluso procuró continuar al frente del Chat Noir después de la muerte de su marido. Pero en aquella época, no era esa tarea para una mujer, máxime, considerando el sector de actividad y el rubro; de manera que al poco tiempo, el cabaret hubo de cerrar sus puertas.
Años después, Jehan Chagot obtuvo la autorización para el uso
del nombre del establecimiento, que a partir de eso, volvió a funcionar en aquel
mismo sitio.
Pero si bien el menú que ofrecía era excelente, la calidad de las bebidas óptima y el espectáculo sumamente atractivo; faltaba la magia que sólo podía darle aquel genial bocazas que había sido Salis. Es que al fin y al cabo, y por más vueltas que se le den a la cosa; como cantó la tucumana Marta Mendicute: “La magia ya se ha perdido, / quién la pudiera encender…”.
No
obstante, el legendario cabaret permaneció en actividad hasta 1933. En el
edificio que lo albergaba hay actualmente un hotel boutique que lleva su mismo
nombre. Vana pretensión de mantener, en el Montmartre de hoy, aquella “arena
que la vida se llevó”, porque sabido y comprobado es que sólo quedan la “pesadumbre
de barrios que han cambiado / y amargura del sueño que murió.” (Homero Manzi dixit).
El Chat Noir fue un centro de la bohemia creativa como jamás existió otro. Allí
la templada voz de Aristide Bruant desgranaba sus canciones libertarias, en sus
mesas una solitaria Suzanne Valadon miraba en el verde espejo de su absenta el
rostro del afortunado hombre que elegiría para llevarlo a su cama esa-noche-y-sólo-esa-noche,
allí la tisis implacable le daría a Fernand Crésy una breve tregua para permitirle
escribir su último poema, allí un Erik Satie transido por un amor trunco
extrajo del piano la melodía más bellamente triste que imaginarse pueda, hasta
allí llegó una andrógina Sarah Bernhardt vestida de hombre para fundirse en sáfico
beso con su Louise Abbéma, allí Guy
de Maupassant arrastró su sífilis hasta la mesa más apartada de todas para
poner a salvo su irreductible misantropía, allí la hermosa fealdad (séame
permitido el oxímoron) de Yvette Guilbert enfundada en su vestido verde y sus
largos guantes negros impartió la bendición de su gorjeo más perfectamente
afinado, allí el genial puto Paul Verlaine ahogó en vino su pena por el
recuerdo imperecedero de su amado y malogrado Arthur Rimbaud, allí Marie
Krysinska demostró que podía ser tan exquisita tocando el piano como lo era escribiendo
sus poesías, hasta allí llevó su diminuta figura Henri de Toulouse-Lautrec para
hundirse en los vahos del ajenjo, allí una ya hacía tiempo retirada Emma Thérésa Valladon consintió en
interpretar su última canción, allí Claude Debussy ejecutó en el piano La Démoiselle élue, allí dos fláccidas putas
viejas a punto del jubileo hallaron en el lésbico amor que se profesaban el que
les habían negado los hombres…
Pero
que no nos gane el esplín ni tienda la melancolía su pesado manto sobre
nosotros, amigo lector; antes bien, tomémonos un reparador descanso hasta que
la luna vuelva a rodar por boulevard de Clichy y su luz nos guíe hasta los
cabarets que todavía nos quedan por recorrer. Hasta entonces, pues.
-Juan
Carlos Serqueiros-
Continuará
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Afiche Au Tambourin, litografía color de Jules Chéret (1885), Bibliothèque nationale de France.
Afiche Cabaret des Quat’z’Arts, litografía color de Louis Abel-Truchet (1894), collection Le Vieux Montmartre, Paris.
Afiche L'Ane Rouge, litografía color de Jules-Alexandre Grün (1898), Musée Carnavalet, Paris.
Afiche Tournée du Chat Noir, litografía color de Alexandre-Théophile Steinlen (1896), Musée de Montmartre, Paris.
Afiche Vachalcade 1897, litografía color de Jules-Alexandre Grün (1897), Musée Carnavalet, Paris.
Agostina, óleo sobre tela (1866) de Jean-Baptiste Camille Corot, National Gallery of Art, Washington.
Bacchante avec tambourin ou Le repos, óleo sobre tela (1860) de Jean-Baptiste Camille Corot, Corcoran Gallery, Washington.
Cabaret des Quat’z’Arts, ilustración (1899) de Edward Cucuel para el libro Bohemian Paris of To-Day, de William C. Morrow.
Cartel del Chat Noir, obra en chapa de estaño de Adolphe Willette, Musée Carnavalet, Paris.
Fotografías de Agostina Segatori, créditos: Cristina Contilli.
Fotografías de época (de Eùgene Atget algunas; anónimas las demás), tarjetas postales y souvenirs de los cabarets.
Carta del 23-25.07.1887 de Vincent a Theo, Van Gogh Museum, Amsterdam.
In het café: Agostina Segatori in Le tambourin, óleo sobre tela (1887-1888) de Vincent van Gogh, Van Gogh Museum, Amsterdam.
L’Italienne, óleo sobre tela (1887) de Vincent van Gogh, Musée d’Orsay, Paris.
La Vierge au Chat, estudio preparatorio para vitral de Adolphe-Leon Willette (1881), Musée d’Orsay, Paris.
La Vierge Verte, vitral de Adolphe-Leon Willette (1884), Museo de Arte Zimmerli de la Universidad Rutgers, Nueva Jersey.
Le Cabaret du Chat Noir, óleo sobre tela de M. Baldas (sin datar), Museo de Montmartre, París.
Lecture interrompue, óleo sobre tela (1870) de Jean-Baptiste Camille Corot.
Le Mur at the Cabaret des Quat'z'Arts 1894-1905, Zimmerli Art Museum at Rutgers University.
Melanotipo de Vincent van Gogh y amigos en París (1887), crédito: Serge Plantureux.
Parce Domine parce populo tuo, óleo sobre tela de Adolphe-Leon Willette (1882), Musée de Montmartre, Paris.
Portadas del semanario Le Chat Noir, Bibliothèque nationale de France.
Portadas del semanario Les Quat’z’Arts, Bibliothèque nationale de France.
Portrait de Gabrielle Salis, Antonio de la Gándara, óleo sobre tela (1884), colección privada.
Portrait de Rodolphe Salis, Antonio de la Gándara, óleo sobre tela (1884), colección privada.
Tarjeta comercial de Theo van Gogh (c. 1884-1890), Van Gogh Museum, Amsterdam.
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