lunes, 24 de noviembre de 2014

CEREMONIA DURANTE LA TORMENTA







































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

CEREMONIA DURANTE LA TORMENTA
(Solari)

La belleza atrae a malvados,
más que a cualquier cosa.
Hay de lavanda un bombón,
en mujeres con tibios manjares.
Y hay ceremonias en la tormenta...

Y hay también un topacio en Brasil,
que quita los dolores,
y un abundante buffet del hotel
esperando en tu suite por la cita.
Y hay ceremonias en la tormenta...

Fino cristal, licor de Ecuador,
en la copa refleja tu risa
y así ves que no alcanzarás
a calmar esa sed que afiebra.


Y siempre te sentís vulgar
si alquilás cruceros de amor.
Corazón encadenado y triste
que guardás en tu aburrida virtud.

Fuego prendés, un leño acercás,
paladeás castañas asadas
y mirás el mar y la vida se ve
demasiado gris... sin deseos
Y hay ceremonias en la tormenta...

Te bronceás y elegís
y querés atrapar esa linda piba de Borneo,
la corrés, la alcanzás... y el amor se te va...
otra vez escapa de tus manos.
Y hay ceremonias de piedad
en la tormenta...
No las ves?
Poderoso dios de amor,
enviá la tormenta ya!



Este, track número 3 del compacto El perfume de la tempestad, tiene una letra que es de las más explícitas —o "directas", como dirían aquellos creadores del mito (¿sandez?) de lo "críptico" (?) de la poesía solariana— que haya escrito el Indio. Pero ojo al piojo: que sea explícita no necesariamente significa que carezca de metáforas, por lo contrario; las tiene, y con mucha tela para cortar, además.
El tema está debidamente registrado en SADAIC el 23.03.2011 bajo el código de obra 1280018, con derechos exclusivos de composición y autoría reservados a favor de Solari, Carlos Alberto o cualquiera de sus dos pseudónimos artísticos: El Indio Solari y El Fisgón Ciego. Extrañamente —extrañamente para mí, quiero decir, que desconozco los procedimientos del registro de obras musicales—, no figura en los créditos el pseudónimo Caballo Loco, que fue el que utilizó para ese disco, en cuyo packaging se lee: "Música, letra e ilustraciones por Caballo Loco" (sic).
El título nos llama a sumergirnos en una tormenta de placeres desatados, mientras en medio de ella, alguien cumple una serie de rituales cuidadosamente preparados y que constituyen en sí mismos toda una ceremonia.
La temática de la letra aborda la angustia existencial de un chabón que lo tiene todo. Todo... menos el amor.
Es, en buena medida, la visión de Solari con respecto al hedonismo; pero sin que ello implique asumir una posición, sea esta contraria o favorable (¿se acuerdan de aquello de "sin un estandarte de mi parte" o de "vos gritás —¡no logo! / o no gritás —¡no logo! / o gritás —¡no logo... no!"?, bueno, eso), y en la cual campea ya en la primera estrofa, una tajante, rígida definición moral que bien podría haber suscrito el mismísimo Artaud —desde luego y como ya se habrán dado cuenta (me resisto a formular la pregunta: "¿son por acaso ustedes, hoy un público respetable?")—, la frase de éste incluida en el arte del disco no es casual): "La belleza atrae a malvados, más que a cualquier cosa".
El tipito goza de una envidiable posición económica, la cual le posibilita vivir en medio del confort y del boato, saltando de relación en relación, pero sin poder asistir al estallido de la tormenta verdadera: la del amor; la cual intenta suplir con el sucedáneo de una tormenta de placeres que encadena sin cesar, buscando hacer de cada disfrute una ceremonia que, más temprano que tarde, se le torna en una suerte de calma chicha que lo retrotrae indefectiblemente al mismo estado de insatisfacción que lo agobiaba.
En ese contexto, a los placeres carnales que obtiene en cada relación descomprometida que encara, asimilando a las mujeres que así va conociendo con "tibios manjares"; los alterna con el goce de una exquisitez cual lo es un "bombón de lavanda". Se trata de una metáfora de doble significación, pues además de lo rico de la confitura; a la lavanda se le asignan propiedades antioxidantes, lo cual nos indica que el chabón es alguien obsesionado con la cuestión de retrasar el envejecimiento y adepto a las terapias alternativas. Tanto así, que trascartón el Indio lo pinta usando el "topacio en Brasil que quita los dolores", en obvia alusión a que el ñato es adherente a la gemoterapia, la cual confiere al topacio la condición de piedra de la verdad y le otorga propiedades para combatir el envejecimiento, anti estrés y antidepresivas.
Después lo tenemos al quía instalado en la suite de un lujoso hotel que, entre otros servicios, ofrece a sus huéspedes el "de habitación" consistente en el "suministro" de call girls, putas a domicilio ("un abundante buffet del hotel, esperando en tu suite por la cita"), el cual se le antoja, luego, un sustituto del amor tan pobre como los demás a que suele apelar. 
Y es esa del amor, una "sed que afiebra" y que "no alcanzarás a calmar" ni aún paladeando un exquisito "licor de Ecuador" (país que se destaca por la excelsa calidad de sus licores) servido en una copa de "fino cristal" que "refleja tu risa".
Tampoco mitigan su angustia existencial esos cruceros para solos y solas que ofrecen las agencias de turismo y que lo hacen sentir "vulgar" y dejan "encadenado y triste" a ese corazón que guarda en su "aburrida virtud". Y es esa una metáfora —altísima, por cierto— que me impactó en esta letra, porque veamos: ¿qué es eso de "aburrida virtud"? El hedonismo consiste en la búsqueda del bien supremo y la anulación del dolor y la angustia por el camino del placer obtenido de la satisfacción de los deseos, basado en el postulado socrático de que la felicidad es un logro que deviene de la acción moral. Pero al personaje que pinta Solari en la letra, le ocurre que por más empeño que ponga en su honestidad; el placer que alcanza es efímero y se le traduce después en el sacrificio del bienestar pleno, y de allí lo del hartazgo de eso que el Indio menciona como "aburrida virtud". Un ejemplo concreto: en el caso de esos "cruceros de amor", los tipos y tipas que en ellos se embarcan, son virtuosos en el sentido de que no hay engaños mutuos; ellos consisten en disfrutar de la haute cuisine y excelentes bebidas, visitando paradisíacos lugares, todo matizado con buenas dosis de sexo descomprometido en los rounds de amor que mantengan las personas que se sientan atraídas entre sí. Son una variante simplificada y consumista del hedonismo y hasta, si se quiere verlo así, una especie de "degeneramiento" del mismo; por eso el chabón lo percibe como "vulgar". Terminado el periplo y ya atracado el barco en el puerto, se acabó el placer que se haya compartido: "—Lo pasamos bárbaro, ¿no creés?"; "—Sí, claro. Me encantó conocerte y muchas gracias por los momentos", y listo, chau. Nadie (me veo obligado a generalizar) va a ir en uno de esos cruceros buscando el amor, aunque claro, nadie... salvo el protagonista de esta letra, quien se ve otra vez sumido en su "aburrida virtud".
Ahora lo tenemos al tipo situado en alguna exótica playa donde alquiló una casa o cabaña con vista al mar. En ella, enciende el fuego en el hogar y pone a asar unas castañas (nadie puede negar que es un bon vivant, ¿no?), las cuales saborea mientras contempla el mar y piensa en esa vida que se le antoja "demasiado gris" y "sin deseos". Y es —para mí— precisamente eso de "sin deseos" la metáfora más sublime de esta letra; porque constituye, con ese genial poder de síntesis del que hace gala Solari, el meollo del asunto, la raíz de la angustia del personaje, al cual contemplamos ahora desprovisto de su disfraz de hedonista, pero no para presentarse con su verdadero ropaje, es decir, el del alma; sino travestido con el de una anhedonia que es, en realidad, tan engañosa como su hedonismo. Y simplemente se trata de que esa angustia que lo aqueja, no reside ni en su exacerbación del placer (hedonismo) ni en su incapacidad para experimentarlo (anhedonia); sino que ella anida en lo profundo de su psique. Y la cura para lo que sufre requiere, no de esas "soluciones" alternativas que busca en la gemoterapia, la fitoterapia, las putas de hotel, los cruceros de amor o los placeres de gourmet; sino de recurrir a la ayuda profesional, es decir, hacer terapia psicológica.
El problema es que no resulta muy probable que alguien con la índole y las características de ese chabón, vaya a darse cuenta de ello, y mucho menos que vaya a aceptarlo. Y así, lo vemos ahora bronceándose al sol y corriendo tras una nueva conquista, en este caso, una "linda piba de Borneo", la cual, como invariablemente le ocurre, luego de habérsela transado, lo deja tan vacío e insatisfecho como estaba antes; mientras espera otras "ceremonias de piedad" e invoca al "poderoso dios del amor" para que desate "ya" esa "tormenta" que él busca sin cesar —y erróneamente, además— en la exterioridad; cuando el mal que lo angustia está internalizado en su alma.


-Juan Carlos Serqueiros-

domingo, 16 de noviembre de 2014

ÁNGELA DE OLIVEIRA CÉZAR DIANA DE COSTA: EL NOBEL QUE NO FUE








































Escribe: Juan Carlos Serqueiros


Y tenga fe que de Ud. se ha de decir en el futuro: "hizo la estatua del Cristo de los Andes", como dijo Jesús a uno de sus discípulos que le preguntó si Salomón se salvaría: “hizo el templo del Señor". (Julio A. Roca en carta a Ángela de Oliveira Cézar Diana de Costa, 1904) 


La eventualidad de una guerra con Chile se diluyó en 1902 con la celebración de los llamados Pactos de Mayo. La cuestión suscitada en torno a los mismos significó por entonces (y representa aún) un clivaje en nuestra historiografía. 
No diré que el mismo sea tan notable como las disociaciones más profundas, por ejemplo, las habidas entre directoriales y artiguistas, y entre unitarios y federales, no; pero sí creo que es nítidamente perceptible una disyunción al momento de analizar y evaluar ya sea de manera positiva o negativa, las figuras históricas de la época, y también al de situarse los historiadores en alguna de las corrientes interpretativas de nuestro pasado.
A fines de la década de 1890 se creía que la guerra sobrevendría indefectiblemente, a punto tal se creía, que Pellegrini renunció a sus aspiraciones presidenciales en favor de las de Roca. Fue el suyo un gesto de realismo político: había consenso generalizado acerca de que el genio de estadista del Zorro y su innegable habilidad en lo militar conducirían al país a una paz honorable o, si a pesar de sus esfuerzos el conflicto bélico se desataba de todos modos; al triunfo de nuestras armas. "Buscaré por todos los medios una solución conciliadora, pero si no es dado una paz honrosa; sabré afrontar la situación cualquiera que fuese", declaró éste en 1901. El quiebre de la sociedad política Roca-Pellegrini a partir de la situación creada en torno al proyecto de unificación de la deuda externa (click en este ENLACE para acceder a mi artículo relativo al asunto) llevó a que el acercamiento entre el primero y Mitre se estrechara, y a que el presidente (quien por diciembre de 1901 se aprestaba ya ostensiblemente para la guerra: había firmado el decreto movilizando las reservas y en el Congreso se trataba y aprobaba la ley de servicio militar obligatorio) hiciera una nueva tentativa en pro de la paz, designando ministro en Chile a José Antonio el petiso Terry. No era ese un hecho de menor cuantía, sino todo un símbolo en sí mismo: el nombrado sustentaba la tesis de que si la Argentina accedía a darle a Chile la certeza de que no intervendría en sus cuestiones con Perú y Bolivia; el país trasandino se comprometería a su vez a detener la carrera armamentista y a someter a arbitraje todo litigio limítrofe surgido o por surgir.
En la opinión pública, y de suyo, en la clase política toda, las opiniones estuvieron divididas y el debate fue intenso y apasionado. Por un lado, los "belicistas" más notorios: Roque Sáenz Peña, Indalecio Gómez y Estanislao Zeballos entre ellos, con el diario La Prensa; y por el otro, los conspicuos "pacifistas": Bartolomé y Emilio Mitre, Norberto Quirno Costa (quien era, a la sazón, vicepresidente de la República) y Luis María Drago entre ellos, con el diario La Nación, llevaban públicamente la voz cantante de una y otra postura. En julio de 1902, el Congreso finalmente aprobó los Pactos de Mayo que se constituyeron en el primer tratado de limitación de armamentos de la historia universal. Nada menos.
¿Fueron beneficiosos para nuestro país o por lo contrario; tendríamos que reputarlos como inicuos? Por mi parte, debo confesar que tengo al respecto sensaciones encontradas y que mi corazón me impulsa en un sentido y mi cerebro me indica el opuesto, así es que dada mi índole, me inclino a seguir al primero: mis simpatías están, pues, con los belicistas opositores a los pactos. No obstante ello, en obsequio a la verdad histórica y a la estricta observancia de la honestidad intelectual a la que me atengo, debo admitir un hecho incontrastable: el tiempo se encargó de evidenciar que la razón estuvo de parte de los pacifistas, porque la paz que no lograron mantener los europeos al rechazar Francia y Alemania en 1898 la iniciativa de limitación de armamentos y arbitraje obligatorio emanada de Nicolás II, zar de Rusia, y continuar en la carrera armamentista que desembocaría en la Primera Guerra Mundial; sí pudo en cambio hacerse realidad efectiva en Iberoamérica cuando Argentina y Chile a través de sus presidentes Roca y Riesco y sus ministros Terry y Vergara Donoso atinaron, en 1902, a desactivar la posibilidad de un conflicto armado. 
Aunque también hay que decir que aquella paz que por entonces se calificó de "permanente" no fue tal, sino que duró ochenta años, hasta que los chilenos volvieron a las andadas en 1982 en injustificable, oprobiosa y repudiable alianza con Inglaterra; lo cual viene a significar que quienes bregaron por los Pactos de Mayo estuvieron acertados, sí, pero en aquel momento (que en definitiva y a los efectos de lo que estamos tratando, es lo que importa, desde luego; y sin perjuicio de ello, lo que apunto sirve al menos para que a usted, estimado lector, no le extrañen mi malquerencia y desafecto hacia un vecino que nos debe hasta su independencia e invariablemente se ha mostrado desagradecido, hostil y traicionero). 
Bien, dicho esto, retomo la ilación: en 1900, el obispo de San Juan de Cuyo, fray Marcolino del Carmelo Benavente, había expresado su intención de materializar la exhortación que el papa León XIII había expresado en una encíclica, mandando erigir una colosal estatua de Cristo Redentor la cual habría de emplazarse en "uno de los picos cercanos a Puente del Inca", en la cordillera de los Andes. Se juntaron los fondos por suscripción pública y se adjudicó la obra al artista Mateo Alonso, quien la hizo fundir en bronce. Alta de 7 metros, estaba terminada en febrero de 1903 y se la exhibía en el colegio dominico Lacordaire, de Buenos Aires. Y fue a partir de entonces que entró a tallar Ángela de Oliveira Cézar Diana.
Tanto ella como su marido, Pascual Costa, mantenían una añeja amistad con el presidente Roca, relación esta íntima a punto tal que eran, ambos, los confidentes y celestinos del affaire amoroso entre éste y Guillermina, hermana de Ángela y esposa de Eduardo Wilde (click en este ENLACE para acceder a mi artículo al respecto). Ángela había concebido la idea de que el Cristo Redentor se colocara en la "cumbre de los Andes" como monumento erigido a la paz entre Argentina y Chile y se la transmitió a Roca, quien la aceptó y apoyó; a fray Marcolino Benavente, quien prestó asimismo su conformidad; y a los integrantes de la delegación chilena que por entonces (Semana de Mayo de 1903) había llegado a Buenos Aires, los cuales también se mostraron complacidos y entusiasmados con la iniciativa. 
De ahí en más, la actividad de Ángela para llevarla adelante fue febril: consiguió, a través de suscripciones públicas, el dinero necesario para el traslado de la estatua (desmontada y en piezas) en tren hasta Las Cuevas y desde allí a lomo de mula hasta el punto en que sería rearmada y ubicada sobre un pedestal de granito de 6 metros de altura. Hubo de vencer mil escollos, entre los cuales estaban los que le ponía el propio José Antonio Terry, quien buscaba arrebatarle el protagonismo principal que había adquirido. Hubieron desde el principio desinteligencias entre ambos y el ministro hizo todo lo que pudo para eclipsar a Ángela; si bien es justo consignar también que ésta no colaboraba mucho para minimizarlas; así fue que se desató entre ellos una verdadera lucha de egos. Por ejemplo, a la buena señora se le ocurrió que debía colocarse en la base de la estatua una placa alegórica, la cual mandó a hacer con el escultor Mateo Alonso, quien la fundió en los talleres del Arsenal de Guerra. La misma representa un libro abierto en cuyas páginas se abrazan dos mujeres vestidas al uso antiguo grecorromano, y al pie una inscripción en latín, extraída de la Biblia: "Ipse est enim pax nostra qui facit utraque unum":


Ángela le había pedido al artista que los rostros de las mujeres de la placa se hicieran, uno, figurando el de la primera dama chilena, es decir, la esposa del presidente Germán Riesco; y el otro... el de ella misma. En cuanto se enteró, Terry armó un escándalo de proporciones y se opuso terminantemente a la colocación de la placa, algunos dijeron que debido a los celos de su mujer, Leonor Quirno Costa y otros afirmaron que fue porque ello originó un entredicho diplomático con los chilenos, a quienes no les había caído bien la cosa. Ángela, exasperada, le escribió a Roca pidiéndole que se interesara personalmente en el asunto y le ordenara a Terry sobre la placa, y lógicamente, el Zorro no podía (ni era su estilo, por otra parte) aparecer avasallando a un ministro por algo nimio; así que tuvo que hacer malabares para tranquilizar a Ángela y a la par, evitar que Terry renunciara, provocando una crisis de gabinete.
Al respecto, es muy ilustrativa la correspondencia entre el presidente y su amiga, la cual obra en el Archivo Roca y se transcribe en el libro de Carmen Peers Costa de Perkins (nieta de Ángela) El joven siglo. Cartas de Roca y Wilde, cuya lectura recomiendo.
Es llamativo que Terry armara una cuestión de estado por algo tan trivial y no haya percibido que lo de Ángela en la placa no obedecía a un mero afán de figurar. Nuestro país no tenía primera dama cuyo rostro pudiera aparecer en ella, porque el presidente era viudo. Y desde luego, dado lo clandestino de la relación de Roca con Guillermina, tampoco podía ser el de ésta; de modo que Ángela optó por lo que hubiera hecho cualquier otra mujer en su caso y en aquellas circunstancias: la solución romántica de pedirle al artista que figurase en el bronce el rostro de ella misma, sintiendo en su corazón que así representaba al de su propia hermana. Todo hombre medianamente vivido se hubiera dado cuenta de eso, pero el acartonado Terry no; porque era muy docto en cuestiones financieras, pero tenía menos calle que Venecia.
El 13 de marzo de 1904 se inauguró el Cristo Redentor emplazado en el Paso de Uspallata, sobre una pequeña meseta de la Cumbre del Bermejo, a 3.854 msnm. Terry, para perjudicar a Ángela, había dispuesto que se excluyera a las damas de la ceremonia de descubrir la estatua. 
No logró su cometido, porque ella escribió y editó con gran suceso su libro El Cristo de los Andes, fundó la Sociedad Sudamericana de Paz Universal y obtuvo abundantes reconocimientos en todo el mundo, entre ellos el del zar de Rusia, Nicolás II; el de la reina Guillermina de Holanda, el del papa Pío X y el del filántropo Andrew Carnegie (quien además pidió y consiguió en 1913 que se instalara una réplica del Cristo Redentor de los Andes en el Palacio de la Paz de La Haya).


Candidata al Nobel en 1904 y 1911, con manifiesta injusticia no le fue conferido dicho premio a pesar de sus largos e innegables merecimientos. En la dimensión en que se encuentre, Ángela se consolará seguramente al comprobar que después de todo, no valía la pena amargarse por no haber logrado una distinción que sí le fuera otorgada a sujetos de la calaña de Kissinger y Obama.
Amén.

-Juan Carlos Serqueiros-

viernes, 7 de noviembre de 2014

MADAME IVONNE







































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

La amalgama inefablemente perfecta entre melodía y poesía es lo que convierte en extraordinaria a una determinada obra de música popular, cualesquiera sean género y ritmo en los cuales se encasille. Y aún si la disociamos y en ese clivaje percibimos que las palabras van hilándose en frases que resuenan en nuestros sentidos con musicalidad propia y que las notas se encadenan en fraseos que nos conmueven y traspasan nuestra psique cual si se tratara de versos; entonces estamos frente a una canción trascendental. 
Y eso es, precisamente, lo que ocurre con el tango Madame Ivonne, de 1933, cuya melodía fuera compuesta por Eduardo Chon Pereyra y de cuya letra fue autor Enrique Cadícamo.

Madame Ivonne
(Tango, 1933)
Música: Eduardo Pereyra
Letra: Enrique Cadícamo

"Mamuasel" Ivonne era una pebeta
que en el barrio posta del viejo Montmartre,
con su pinta brava de alegre griseta
animó la fiesta de Les Quatre Arts.
Era la papusa del Barrio Latino
que supo a los puntos del verso inspirar...
Pero fue que un día llegó un argentino
y a la francesita la hizo suspirar.

"Madam" Ivonne,
la Cruz del Sur fue como un signo,
"Madam" Ivonne,
fue como el sino de tu suerte...
Alondra gris,
tu dolor me conmueve,
tu pena es de nieve…
"Madam" Ivonne…

Han pasado diez años que zarpó de Francia,
"Mamuasel" Ivonne hoy sólo es "Madam"…
La que al ver que todo quedó en la distancia
con ojos muy tristes bebe su champán.
Ya no es la papusa del Barrio Latino,
ya no es la mistonga florcita de lis,
ya nada le queda… Ni aquel argentino
que entre tango y mate la alzó de París.




Luego de concluir la letra, Cadícamo le llevó el tango a Gardel, quien lo grabó el 6 de noviembre de ese año (click sobre este enlace para acceder en YouTube a Madame Ivonne interpretado por Carlos Gardel). Figura registrado en SADAIC tres años después, el 25 de junio de 1936, bajo el código de obra 1752 | ISWC T-037001724-5, con derechos reservados a favor de Eduardo Pereyra o su pseudónimo Cooper Ray como compositor y de Enrique Cadícamo o cualquiera de sus pseudónimos: Rosendo Luna y Yino Luzzi, como autor.
Mucho se ha escrito sobre esta pieza musical y la historia de su gestación, y sobre todo; mucho se ha especulado acerca de quién era el personaje que la había inspirado, tejiéndose las más disparatadas versiones, desde la que sostiene que Ivonne era "una señorita que animaba fiestas infantiles por las mañanas y fiestas para adultos en las noches, que había conocido en París a un ganadero argentino adinerado quien la trajo a nuestro país y se casó con ella y que el matrimonio había fracasado porque no quiso hacerse cargo de las tareas del hogar, por lo cual fue repudiada por el ricachón y entonces terminó sus días en un cabaret, víctima del alcohol"; hasta el delirio de Julián y Osvaldo Barsky en su libro Gardel, la biografía, quienes traen un "rumor" (al cual conceptúan de "pequeña leyenda", que atribuyen a "una supuesta referencia literaria de Julio Cortázar"), según el cual "la Madame Ivonne del tango de Pereyra y Cadícamo, sería Ivonne Guitry, quien aquejada de una enfermedad venérea incurable que le contagió su marido, un príncipe asiático, y buscando alivio en la morfina, la cocaína, los gigolós y el champagne, se dedicó a dilapidar su fortuna por los cabarets parisinos, en uno de los cuales conoció a Gardel y se enamoró locamente, sin ser correspondida por éste más que para vivir con ella una relación ocasional, y entonces lo persiguió en sus giras hasta su muerte en Medellín; y quien luego declararía que ese tango lo había encargado el propio Carlos Gardel a Pereyra y Cadícamo en homenaje a ella". Como puede usted apreciar, estimado lector, es todo muy poco serio. Y encima, sin que se dignen aclarar los Barsky por qué, si ellos mismos admiten que se trata sólo de un rumor, una leyenda y una supuesta referencia literaria; igual lo citan en una biografía, la cual presumiblemente debería emanar de un prolijo y concienzudo trabajo de investigación sobre fuentes documentales, ¿no? En fin... 
Para colmo (y agravando el "daño"), el diario Página/12 en su edición del 26 de marzo de 2005, en un artículo firmado por una tal Karina Micheletto, se hizo eco de eso y fue aún más allá: "Verdadera o no la versión, lo cierto es que los versos de Cadícamo coinciden con su historia" (?), dijo la Micheletto, refiriéndose a la de Ivonne Guitry relatada por los Barsky. Claro, divagando a partir de un bolazo, cualquiera podría afirmar, por ejemplo, que Mi Buenos Aires querido en realidad fue compuesto por Gardel y Le Pera pensando en Roma o en Tombuctú, total... 
Es que como escribió Julio Verne, "así son los sabios: no saben". Francamente, resulta lamentable que "historiadores", "investigadores" y "periodistas" de arte metidos a escribir sobre el tema, no hayan historiado ni investigado nada. Si se hubiesen tomado la molestia de hacerlo, sabrían que el "misterio" que creen que hay en torno a este tango no es tal; ya que hace más de medio siglo, en 1963, León Benarós bajo el pseudónimo que usaba por entonces: Ernesto Segovia; le hizo un extenso reportaje al Chon Pereyra, en el cual éste narró todo el proceso creativo de Madame Ivonne, desde su concepción musical y sus fuentes de inspiración, hasta la creación de la letra por parte de Cadícamo:

El tango Madame Ivonne está inspirado en la Rapsodia húngara Nº 2, de Franz Liszt. Yo tenía 10 o 12 años, usaba pantalón corto cuando estudiaba la famosa rapsodia en el piano, así fue que, muchos años más tarde, cuando compuse "Madame Ivonne", utilicé el primer compás de la rapsodia. Después, ya me aparto y hago lo mío, algo que está de acuerdo con aquel comienzo. La gente cree que inevitablemente debe haber una mujer de por medio en composiciones como ésta. No hay tal cosa. En realidad hubo, sí, una mujer; pero no con el sentido que casi todos imaginan. La mujer del tango no fue un viejo amor mío sino, sencillamente, la que me cobraba la pensión en Montevideo, durante el tiempo en que viví en aquella ciudad. Vivía yo en una pensión, en la calle Ciudadela al 1400 y pico. La dueña era una señora francesa, de nombre Louise, y la administradora, también una francesa, de nombre, precisamente, Ivonne. Me ganaba la vida tocando el piano, pero se me había infectado un dedo y me resultaba imposible trabajar así. Ivonne, pobre, se veía obligada a reclamarme el pago del alquiler. "Le pagaré inmediatamente ni bien pueda volver al piano", le dije, y de alguna forma, ella se las arregló para esperarme. Por fin, curado el dedo, pude volver a trabajar y saldé lo adeudado. Cuando llegó el momento de regresar a Buenos Aires, no olvidé la solidaridad de aquella dama, de modo que quise agradecerle con un tango. Por supuesto, no le dije -no me gusta hacerlo- que le dedicaría ese homenaje. Lo titulé "Madame Ivonne" y se lo confié a Cadícamo para que lo versificara. Él inventó entonces otra "Madame Ivonne", aquella que se enamoró de un argentino que entre tango y tango la alzó de París. Hizo un precioso poema y yo no lo trabé en su libre albedrío.


Claramente surge que no había misterio alguno, ya que el propio compositor se encargó de contarnos quién era la Ivonne que le inspiró la melodía y también que hubo otra, pero que fue una imaginada por Cadícamo para construir sus versos, lo cual da al traste con todas las fantasías que se elucubraron alrededor de este tango. Sin embargo, quedaba en pie un interrogante: ¿quién y cuál/es hecho/s y/o circunstancias habían imbuido en Cadícamo el personaje de Ivonne y la historia que en torno a ella creó en esa letra? La primera pista la dio Julio Sosa quien, en 1962, al grabar para la discográfica CBS este tango, le añadió, a guisa de introducción recitada, una glosa de su propia autoría:


Ivonne,
yo te conocí allá en el viejo Montmartre,
cuando el cascabel de plata de tu risa
era un refugio para nuestra bohemia
y tu cansancio y tu anemia
no se dibujaban aún detrás de tus ojeras violetas.
Yo te conocí cuando el amor te iluminaba por dentro
y te adoré de lejos, sin que lo supieras
y sin pensar que confesándote este amor
podría haberte salvado.
Te conocí cuando era yo un estudiante de bolsillos flacos
y el París nocturno de entonces
lanzaba al espacio en una cascada de luces
el efímero reinado de tu nombre,
Mademoiselle Ivonne...



Click en este enlace para acceder en YouTube a Madame Ivonne interpretado por Julio Sosa, quien había acertado con lo que quiso expresar el autor en la letra. ¿Fue intuición suya el haber captado el significado de la historia narrada por Cadícamo en sus versos, o fue éste quien le explicó el sentido de los mismos? No hay modo de saberlo, porque no los tenemos ya entre nosotros para preguntarles; pero tengo para mí que habrá sido el cantor quien vislumbró lo que transmitía el poeta en la letra, ya que su glosa así lo estaría indicando. Además, a partir de la grabación de Sosa, los elogios del autor hacia él fueron in crescendo. Y un detalle que no es menor: al morir Cadicamo, dejó un libreto para una película sobre la vida de Julio Sosa (que grabó siete tangos suyos: Al mundo le falta un tornillo; Che, papusa, oí; La casita de mis viejos, Madame Ivonne, Nunca tuvo novio, Olvidao y Pa' mí es igual), que no llegó a rodarse. 
Y llegó el momento de informarle quién le inspiró a Cadícamo el personaje sobre el cual gira la historia que imaginó y narra en la letra, cuestión la cual puedo afirmar que conozco con certeza por lo que me dijo el propio autor. 
Le cuento: cuando yo vivía en el Chaco, fui dirigente del club de fútbol más importante de esa provincia: Chaco For Ever, y ocurrió que una mañana de 1994, en Buenos Aires, en el Senado de la Nación, estábamos en el despacho de Deolindo Felipe Chacho Bittel, a la sazón, senador por aquella provincia y presidente de la Comisión de Acuerdos, éste; el por entonces, presidente del club (y quien había sido diputado nacional por la fracción del radicalismo que dirigía el Bicho León), Jorge Coco Yunes; otro amigo, el modelo y empresario Ante Garmaz, que era el representante del club ante la AFA; y quien suscribe. Habíamos ido a pedirle a Bittel que intercediera ante el titular de la ANSeS, un tal Schulstein, por una deuda (inventada años antes por un malnacido coimero) a raíz de la cual la institución corría serio peligro de quiebra. De eso conversábamos, cuando entró un empleado y le anunció al Chacho que estaba en la antesala Enrique Cadícamo. Al oír ese nombre, le pregunté a Bittel por el motivo de la visita (me dijo que se le estaba por hacer un homenaje en el senado, que al final se realizó recién cinco años después) y le manifesté mi deseo de quedarme, pues obviamente, quería conocer a esa relevante personalidad que la suerte ponía tan cerca. Al final, nos quedamos todos. Entró Cadícamo, y a mí se me hizo que aquel hombre tenía reflejadas en su rostro toda la poesía y toda la bohemia...


Un señor en mayúsculas. Estuvo alrededor de una hora, en el transcurso de la cual (cuando lo permitía el parloteo tenaz del querido Ante, que como era habitual en él, hablaba hasta por los codos) tuve oportunidad de preguntarle cómo le había surgido la letra; y me respondió que en 1928, en su primer viaje a París y siendo él gran admirador de Paul Verlaine y Rubén Darío (por entonces Cadícamo adscribía al modernismo, a punto tal que un par de años antes había editado en Buenos Aires un libro con poemas suyos que se inscribían claramente en esa tendencia literaria: Canciones grises), nada más llegar, lo primero que hizo fue frecuentar Montmartre y el barrio Latino y relacionarse con los círculos de la bohemia. Y así le llegaron las mentas de Clarisse "Yvonne" Roger, protagonista de aquellos sucesos parisinos de 1893 (click en este enlace para acceder a mi artículo Sarah Brown, la Cleopatra del escándalo).
Alrededor de aquella Yvonne, transmutada en "mamuasel Ivonne", tejió Cadícamo la historia de la "pebeta" que con su "pinta brava de alegre griseta" (griseta -del fr. grisette-: así se les decía en París a las costureras y obreras de la industria del vestido por las ropas grises que usaban, y luego se aplicó el término a las jóvenes de condición social humilde, que llevaban una vida alegre e independiente y ejercían la libertad sexual), "animó la fiesta de Les Quatre Arts" (es decir, el bal des quat'z' arts, que organizaban los estudiantes de Bellas Artes) y que era "la papusa del barrio Latino que supo a los puntos del verso inspirar" (aludiendo a las poesías que por aquel tiempo dedicaron algunos poetas parisinos a las grisettes que fueron procesadas por "escándalo", entre ellas, Yvonne).



Cadícamo decidió reservarle en su poesía un destino de infelicidad a su Ivonne; por eso en la última estrofa nos la pinta cuando ya no es "mamuasel" sino "madam"; cuando "ya nada le queda, ni aquel argentino", y bebiendo su "champán" con "ojos muy tristes" mientras añora su juventud en Francia; a pesar de la pobreza en que vivía ("mistonga florcita de lis"). Julio Sosa, en cambio; se atuvo en su glosa a la historia real de Clarisse Yvonne Roger (quien murió tísica), y entonces nos relató en ella su sino trágico con preliminares de anemia y ojeras violetas
Y a partir de ahora, cuando escuche ese tango, ya sabe usted, querido lector, quiénes fueron las dos Ivonne: aquella honesta y esforzada mujer de una pensión montevideana que fue la musa de Pereyra; y la griseta parisiense, la papusa del barrio Latino que inspiró lo imaginado por Cadícamo.

-Juan Carlos Serqueiros-

Portada: "Madame Ivonne", cuadro de Jorge González Badiali

domingo, 26 de octubre de 2014

ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LA HISTORIOGRAFÍA DEL PARAGUAY. CUARTA Y ÚLTIMA PARTE








































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

¿Así que tienen ustedes aquí una corriente histórica "revisionista"? Qué extraño... la historia es revisionista por naturaleza. (Arnold Toynbee)

Teníamos entonces que, a fines del siglo XIX estaban dadas las condiciones como para que despuntara una historiografía del Paraguay escrita por paraguayos y no por extranjeros como hemos visto que hasta allí venía sucediendo.
Le correspondió a Blas Garay ser el iniciador de la misma, elaborando su propia interpretación del pasado, la cual había inducido a partir del exhaustivo estudio y el prolijo análisis de las fuentes documentales. Campeaba en ella un acendrado patriotismo pero no exento de sentido crítico, basándose en una justa valoración y hasta exaltación del ser nacional paraguayo; sin dejar al mismo tiempo de tomar acabada consciencia de que tanto causa como efecto y solución, no debían atribuirse a ni buscarse en, la otredad y el afuera; porque ellos residían en el propio Paraguay y en los hijos de ese suelo. 
En apretada síntesis, la mirada de Garay sobre la historia se posaba sobre: a) La sustentación del mito fundacional que le asigna al Paraguay un origen indigenista: el de los hermanos Tupí y Guaraní llegados "desde el otro lado del mar" y el diluvio universal del que Tupá salvó sólo a Tamandaré y los suyos. b) Una valoración negativa del período jesuítico, endilgándole a la Compañía de Jesús el haber implantado un comunismo despótico el cual, so pretexto de fines religiosos; habría acarreado "la ruina del Paraguay" y reportado "ningún beneficio para los indios". c) La etapa independentista, iconizada en la figura histórica del doctor Francia; a la que subsiguió una época dorada, la cual situaba en el período de gobierno de Carlos Antonio López y a la que identificaba como el breve lapso que duró el estado de bienestar, lo que en su visión, estaba asociado a un respetable poderío militar y al progreso representado por la creciente cantidad de escuelas, el ferrocarril y el florecimiento del comercio. d) La guerra contra la Triple Alianza en condiciones de manifiesta inferioridad, sostenida heroicamente por el pueblo paraguayo sin auxilio alguno desde el exterior, contra enemigos muchísimo más poderosos, dirigida por Francisco Solano López, a quien le adjudicaba ser acreedor legítimo a la gloria de esa "resistencia empeñadísima, sobrehumana"; pero que a la vez -afirmaba-, "no está exenta, desgraciadamente, de las manchas que sobre ella arrojan sus inauditas e innecesarias crueldades".
Blas Manuel Garay Argaña (n. Asunción, Paraguay, 03.02.1873 - m. Asunción, Paraguay, 18.12.1899), abogado, político, diplomático y periodista; fue, sin dudas ni quizás, el más lúcido y eminente de los pensadores paraguayos, un hombre excepcional, un genio con un portentoso intelecto de finísima y aguda percepción, aunado a un corazón inflamado de patriotismo. Maestro a los 11 años, telegrafista a los 14, estudió en el Colegio Nacional de Asunción y después en la Facultad de Derecho de la Universidad de Asunción para recibirse de abogado a los 21, luego de lo cual fue designado por el presidente Juan Bautista Egusquiza director de Correos, luego subsecretario de Hacienda, y en 1896, secretario de la legación paraguaya en Londres y París y encargado de negocios en España con la misión de relevar y copiar del Archivo de Indias toda la documentación atinente al Paraguay y en especial, la que se refería a sus derechos sobre el Chaco. En el transcurso de tan sólo unos meses entre 1896 y 1897, publicó en Madrid cuatro libros: Compendio Elemental de Historia del Paraguay; El comunismo de las Misiones de la Compañía de Jesús en el Paraguay; La revolución de la Independencia del Paraguay y Breve Resumen de la Historia del Paraguay.






Regresado a Asunción, fundó el diario La Prensa, en cuya edición del 20 de junio de 1899, publicó una extensa nota: "A pasado de gloria, presente de ignominia", en la cual con admirable poder de síntesis, analizaba la historia resumida del Paraguay desde la independencia hasta esos días, y citaba las acciones de los gobiernos del doctor Francia y de los López, los cuales, aunque tiránicos, tal como los reconocía y calificaba Garay; habían no obstante actuado con firmeza y patriotismo en defensa de los derechos e intereses paraguayos, y las comparaba con las producidas por los de la posguerra, a los que reputaba de claudicantes, entreguistas y corruptos pese a sus presuntas condiciones de democráticos y liberales; para concluir en un lapidario: "Tal es nuestro pasado. Es el pasado de los tiranos; pero nos consuela de nuestra abyección presente... Grande desgracia, pero glorioso, fue el aniquilamiento de la nación en la guerra; desgracia mayor es su envilecimiento, que la destruye moralmente. Y para consolarnos, triste cosa, no podemos mirar el porvenir: ¡da de sí tan mezquinos frutos la juventud! ¡Hay que buscar consuelo en el pasado, en los hechos de la tiranía, que son nuestra única gloria! ¡Pobre Paraguay!".
Adscripto al Partido Colorado, no por ello Garay permitía que su pertenencia a un signo político determinado afectara ni su independencia de criterio y actitud, ni el pluralismo que evidenció al llamar a colaborar en su periódico a hombres pertenecientes a otras corrientes de opinión. En tal sentido, había manifestado claramente: "Afiliados al Partido Republicano porque sus hombres y sus obras nos merecen más confianza, como pueden a otros merecerla mayor los del partido contrario, nos reconocemos sujetos a la disciplina que en toda asociación bien regida es esencial para la consecución de sus fines. Mas, no llevamos nuestro sometimiento a las decisiones de la mayoría a tal punto que anonademos en su obsequio nuestro criterio propio". 
Persuadido de que el gran mal del Paraguay radicaba en la corrupción, Garay la combatió con denuedo denunciando públicamente a quienes incurrían en ella (es decir, casi todos quienes estaban en la política, fuesen colorados o liberales, lo cual por otra parte; le era indiferente porque jamás hizo distinciones ni se paró en pelillos de banderías partidarias llegada la hora de enrostrales sus criminales conductas). Había escrito: "Seremos firmes defensores de la ley y celadores rigurosos de la moralidad pública; y aunque llegáramos a ejercer cualquier función política, nunca habrá de ser este un motivo para que abdicásemos de nuestra independencia ni mitigáramos el rigor de la censura cuando debamos pronunciarla". Eso le costaría perder la vida.
En su diario La Prensa, Garay había acusado al ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública, Mateo Collar, de defraudación al fisco en la adquisición de libretas para las escuelas de todo el país; y éste a su vez, había manifestado por diversos conductos que se vengaría. El 16 de diciembre de 1899, el ministro de Guerra, Juan Antonio Escurra, celebró en su quinta de Villa Hayes una fiesta a la cual invitó a distintas personalidades entre las cuales estaba Blas Garay. En el transcurso de la misma, un joven de 17 años, Néstor Collar -hijo del que había sido denunciado públicamente por Garay- increpó e insultó a éste. Garay se limitó a propinarle un cachetazo y darle la espalda en muestra elocuente de profundo desprecio, y Collar, extrayendo un revólver de entre sus ropas, le disparó un balazo hiriéndolo gravemente. Pese a que fue trasladado de urgencia a Asunción y asistido por los mejores médicos; Garay falleció el 18 de diciembre a las 16 horas. Tenía tan sólo 26 años y su muerte fue una pérdida irreparable no sólo para el Paraguay, sino para todo el mundo hispanoamericano. Su país, por el que lo dio todo, hasta su vida; ni siquiera le brindó justicia póstuma: apenas nueve meses después, el 20 de setiembre de 1900, su asesino fue absuelto de culpa y cargo en una parodia de juicio amañada por el padre del criminal (que en esos momentos integraba nada menos que la Superior Cámara de Apelaciones), en la cual ni se preocuparon por disimular que el "proceso" era sólo una patraña en la que hasta el fiscal, sobornado, evidenció una conducta escandalosa como jamás se ha visto, absteniéndose de acusar al reo convicto y confeso. 
Decididamente, la corrupción en el Paraguay era (y lo sigue siendo) un flagelo endémico.
Tras el vacío que dejó la muerte de Garay, el debate en torno a la historia tomó cuerpo con la polémica que desde octubre de 1902 hasta febrero de 1903 sostuvieron a través de los diarios asuncenos El Cívico y La Patria, Cecilio Báez y Juan O'Leary respectivamente (este último bajo el pseudónimo Pompeyo González).

Cecilio Báez (n. Asunción, Paraguay, 01.02.1862 - m. Asunción, Paraguay, 18.06.1941), abogado, docente, político, periodista e historiador, estaba considerado como uno de los máximos referentes intelectuales. Positivista spenceriano, adhería al Partido Liberal, del que era uno de sus más conspicuos integrantes, y fue diputado, senador, ministro de Relaciones Exteriores y presidente provisional de su país desde fines de 1905 hasta noviembre de 1906. Sustentaba la tesis de que el pueblo paraguayo, inmerso en la miseria, estaba cretinizado, lo cual achacaba a la tiranía, (es decir, el doctor Francia y los López), a España y "su legado aplastante, terrible" del período colonial, y a la guerra contra la Triple Alianza, de la cual hacía responsable a Francisco Solano López. Frente a eso, afirmaba que la solución pasaba por la educación "para que al rebaño humano lo reemplace un pueblo consciente de sus derechos" y "por decir la verdad" (verdad esta que para él, pasaba por su propio punto de vista, claro). Escribió: "Yo digo que la verdad debe decirse aún contra el crédito del propio país, porque esa es la manera de servirle y de corregir sus errores. ¿Qué mal hay en decir que el despotismo ha embrutecido al pueblo anulando su sentido moral y su sentido político? ¿Qué mal hay en decir que el tirano López ha acometido al Brasil y la Argentina sin causa justificada, acarreando al país su ruina y el exterminio de sus habitantes?... Debemos educar al pueblo para no volver a caer bajo el yugo del despotismo. Sólo los pueblos embrutecidos son pasto de las tiranías… Es necesario multiplicar las escuelas… por falta de instrucción, el pueblo no tiene todavía costumbres democráticas".

Juan Emiliano O'Leary (n. 13.06.1879 - m. 31.10.1969), periodista, poeta, político e historiador, estudió Medicina en Buenos Aires y Derecho en Asunción; pero no finalizó ninguna de estas carreras. Al principio adhirió al Partido Liberal, condenó al gobierno de Francisco Solano López (a quien por entonces llamaba "el tirano" y hacia quien proclamaba su "odio eterno"; pues su madre había sido perseguida y desterrada a los confines del Paraguay por aquél, y sus hijitos -O'Leary era fruto del segundo matrimonio de ésta- habían muerto de inanición durante esa marcha forzada) y declaró su admiración por Cecilio Báez (al que consideraba su maestro); pero después, cuando empezó a trabajar en el diario de Enrique Solano López (uno de los hijos que el mariscal había tenido con Elisa Lynch), varió de opinión, convirtiéndose en el principal panegirista del que antes tildó de tirano, y se volcó al Partido Colorado (sin que molestara a su conciencia el aceptar todos los importantes y bien remunerados cargos que desempeñó durante los gobiernos liberales). Su visión del pasado (la difusión de la cual se constituía en su apostolado, dicho en sus propias palabras), según la cual López habría sido un héroe y la guerra tendría causales en la "voracidad" argentina (?) y brasilera; le había sido inspirada a partir de la influencia que en él tuvieron las ideas del francés Charles Maurras. 
Para colmo, terció en la polémica, en apoyo a O'Leary, Manuel Domínguez, con su disparate acerca de la "raza superior paraguaya", delirio este que "fundamentaba" en su "alta estatura promedio", su "mayor capacidad mental" y una serie de virtudes que le atribuía, traducidas en ventajas, todo lo cual según él, la hacían "superior a sus vecinos en lo intelectual y en lo físico". En síntesis, un mamarracho de conferencia que, para su fama póstuma, más le hubiera valido abstenerse de pronunciar.
¿Quién tenía la razón, Báez u O'Leary? Ni uno ni otro, pues lo cierto es que la polémica, que aparentaba girar sobre la historia; era en realidad una puja por la primacía en la construcción del relato de la memoria histórica que habría de imponerse y luego impartirse al colectivo, antes que por la investigación seria del pasado a través del análisis de la heurística. Se tiraron con Garay y con Alberdi (a quienes no entendieron ninguno de los dos, dicho sea de paso), se tildaron recíprocamente de "mistificador", "farsante" y "traidor", se imputaron mutuamente de incoherencia y de incurrir en contradicciones y mudanzas de criterios, y de todo, resultó ganancioso O'Leary; pues con el correr de los años, fue su historia amañada la que se impuso como oficial (aunque la "victoria" de éste no se haya obtenido a expensas de Báez; sino del pueblo paraguayo, que continúa debatiéndose entre las tinieblas sin poder echar luz sobre su pasado). 
Fue aquella una lid entre dos extremos: el cinismo (Báez) y la hipocresía (O'Leary), pero sin que ninguno haya atinado a situarse en el justo medio (el cual por otra parte, tenían disponible en el sendero que empezó a recorrer Garay; sólo que no lo comprendieron). 
Y sin embargo, ese debate absurdo, inconducente y estéril; marcó el clivaje historiográfico paraguayo que hoy por hoy, sigue dividiendo aguas y que a priori, pudiera ser tomado como el mismo que exhibe la Argentina, porque al fin y al cabo, nuestra historiografía se identifica, la erigida en oficial, con la postura sustentada por Báez; y la revisionista, con la que sostuvo O'Leary. 
Claro que sólo en apariencia; pues -extraña paradoja- en el Paraguay es revisionista lo que en nuestro país es oficial. Tal vez sea llegada la hora en la cual debamos convenir en que en aquella guerra del Paraguay contra la Triple Alianza, que fuera muy a menudo llamada de la triple infamia, esta condición ha sido en rigor de verdad, cuádruple; pues a las infamias de Bartolomé Mitre, Pedro II y Venancio Flores, hay que adicionar la de Francisco Solano López, un tiranuelo megalómano, violador, dipsómano, ladrón, paranoico, fratricida y cuasi matricida, al que se intentó (y en cierta medida se logró) transmutar en héroe, un héroe tan falso como falsos fueron el nacionalismo impuesto por el mitrismo, la bonhomía del emperador brasilero, la cruzada libertadora del inicuo Flores, la civilización que llevaron al Paraguay los aliados y el liberalismo de los gobiernos que allí implantaron a sangre, fuego, exterminio y saqueo. 
Después de todo, la diferencia entre la historia (Garay) y la literatura (Báez, O'Leary y demás etcéteras) es lo que pueda quizá justificar que João Ubaldo Ribeiro haya expresado este sacrilegio: "Toda la historia es falsa o medio falsa y cada generación que llega resuelve lo que aconteció antes de ella y así la historia de los libros es tan inventada como la de los diarios". 
El caso del Paraguay -y ya que estamos, también el de Argentina- parecieran desmentirlo, al menos; en cuanto a eso de "cada generación que llega".

-Juan Carlos Serqueiros-

jueves, 23 de octubre de 2014

ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LA HISTORIOGRAFÍA DEL PARAGUAY. TERCERA PARTE


















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

A aquellos que han apagado los ojos del pueblo, reprochadles su ceguera. (John Milton)

Decía, retomando la ilación, que en 1863 Francisco Solano López encaró la revisión de la historia paraguaya. La tarea se la encomendó, como consigné precedentemente, al austro-húngaro Franz Wilhelm Edgar von Morgenstern, sobre la base del repositorio que a instancias de Carlos Antonio López había reunido y organizado desde 1855 José Falcón, y los relatos orales de los paraguayos que aún vivían de entre quienes habían conocido al Dictador Perpetuo. Los cuales por otra parte eran cada vez menos, porque al fin de cuentas, morir es una costumbre que sabe tener la gente (Jorge Luis Borges dixit); debido a ello -si quería contarse con esos testimonios-, ya era llegada la hora de apurar el trámite.
¿Por qué no acometió el viejo López la cuestión en lugar de dejarla a quien lo sucediera en el gobierno? No pudo, tan simple como eso. A la muerte del doctor Francia en 1840, no habían ni diarios, ni libros, ni quienes pudieran escribirlos; y muchísimo menos había un historiador capaz de narrar el pasado más reciente (salvo el mencionado José Falcón, pero a éste se lo necesitaba en el ministerio y además; ya estaba sobrecargado de trabajos con la actividad extra que le demandaba el archivo).
No obstante, comisionó para ello al coronel belga Alfred Du Graty, quien en 1862 editó en Bruselas su Le Rèpublique du Paraguay, en el que hacía el panegírico del gobierno de López e instaba a sus compatriotas a dirigirse al Paraguay como inmigrantes. Es menester aclarar que hacía apenas cuatro años había publicado en París, a expensas del gobierno argentino -al servicio del cual estaba por entonces-, su Le Confederation Argentine, en el que calificaba de "déspotas" tanto al doctor Francia como a López, el mismo a quien en 1862 reputaba de "magistrado inteligente e instruído". No puede incluirse lo de Du Graty en la historiografía (lo cual es admitido por él mismo con sus propias palabras: "eminentemente práctico, sin pretensión ninguna de hacer una obra literaria o científica"); lo suyo era publicitario, destinado a difundir en Europa ambos países, y él era simplemente un profesional, un mercenario que actuaba en función de quien le pagase; antes era Urquiza y ahora ("ahora" en 1862, me refiero) López.  
En cambio, Francisco Solano López necesitaba hacerlo. No tenía nada que temer en el frente interno, porque era el suyo un régimen despótico y arbitrario en el cual no cabían ciudadanos, sino sujetos sociales sometidos por completo a un poder que se ejercía sin limitaciones, no se admitía más pensamiento que el sustentado por el gobierno ni se toleraba objeción alguna (y si no, que lo digan los pocos que osaron oponerse a su designación como presidente en aquella parodia de congreso "convocado" a ese fin, a los cuales hizo encarcelar); pero igual le era precisa la construcción de un relato histórico que, a la par que instalase en el imaginario colectivo una continuidad (ficticia, tal como consignaré más adelante) entre su propio gobierno y la dictadura del doctor Francia; le sirviera para rebatir las fuertes críticas que se le hacían desde el exterior.
Von Morgestern se aplicó a cumplimentar admirablemente el encargo, pero resultó (quizá inconscientemente y por estar libre -dada su condición de extranjero- de prejuicios) ser más amigo (al menos, por entonces) de la verdad histórica, que lopista.
Franz Wilhelm Edgard Wisner von Morgenstern, ingeniero militar, cartógrafo e historiador, nacido el 31 de julio de 1804 en Szaszowa, Hungría, tuvo una vida de leyenda. Se vio envuelto en un escándalo -se dijo que de pederastia- y tuvo que huir de la corte de Viena, recalando en el Brasil. Allí conoció al general José María Paz y se integró como oficial al ejército que éste había formado para combatir al gobierno de Rosas desde Corrientes. Tras la derrota de Paz, se radicaría definitivamente en el Paraguay. Vuelto al favor de los López después de haber caído en desgracia al involucrarse en un negociado de armas con los brasileros, se le confiaron importantes obras de fortificaciones militares y se le encargó escribir la historia del período francista. Finalizada la guerra del Paraguay contra la Triple Alianza, cumplió funciones munícipes en Asunción y fue designado al frente de la Oficina de Inmigración. Falleció mientras realizaba prospecciones mineras en el Alto Paraná, el 12 de mayo de 1878.
El prolijo trabajo que había efectuado José Falcón en las recopilación y clasificación de documentos, lo ayudó mucho en su tarea, y su fino intelecto y la aguda percepción que tuvo para captar y relatar, adecuada y verazmente, un pasado histórico que, al no ser remoto, traía la dificultad adicional de la falta de una perspectiva que sólo puede dar el tiempo, hicieron el resto. En el transcurso de 1864 (año en el que también se produjo, casualmente, su ascenso a coronel), Von Morgenstern había concluído el manuscrito de lo que sería su libro El Dictador del Paraguay, José Gaspar Francia, en el cual narraba ese período con objetividad. Pero ocurrió que cuando iba a publicarse el mismo, estalló la guerra entre el Paraguay y la Triple Alianza, con lo cual el tema quedó más que pospuesto; olvidado, incluso hasta por el mismo Von Morgenstern. Ya bien entrado el siglo XX, su manuscrito fue re descubierto y a partir de eso sí pudo editarse al fin el libro, pero recién en 1923.
Un espíritu como el de López (el hijo, digo) instalado en una autocracia, indefectiblemente debía tender a crear un epos allí donde no lo había. El relato fundacional de una nación que hasta entonces era todavía comunidad, pueblo; se le convirtió en una obsesión. Para la culminación del proceso identitario, tenía una lengua autóctona y distintiva: el guaraní; pero a esa patria que anidaba en su psique le faltaban los patres, los héroes (entre los cuales -daba por descontado- estaba él mismo, por supuesto), y asimismo; le restaba aún fijar en la memoria colectiva la narración de las hazañas primigenias. Poco o nada le interesaba a López la historia, eso vendría después, cuando llegase el momento de hacer de las glorias que esperaba alcanzar, el basamento de la historia: la del líder esencial, es decir, la historia de sí mismo; de manera que por entonces, le bastaba con literatura "histórica" como sucedáneo (en tanto y en cuanto reflejara lo que quería que reflejase: el mito tal como él lo concebía, claro).
Truncada que fue en 1870 la proyección de ese epos allende las fronteras, con el triunfo de los aliados en el conflicto bélico y la pérdida para el Paraguay de casi el 80% de su población; se estableció un modelo impuesto -y al principio, controlado- por Argentina y Brasil, el cual se basaba en la atracción de inmigrantes desde Europa y el aporte de capitales desde el exterior. 
Lo primero fracasó desde el vamos: el censo de 1900 arrojó que la población total había trepado de los aproximadamente 220.000 habitantes que habían quedado después de la guerra, hasta 635.000; de los cuales sólo 20.000 eran extranjeros y de éstos, más de la mitad eran argentinos y brasileros, siendo el resto europeos. En cuanto al flujo de activos financieros, al no poder cumplirse con los servicios de la deuda contraída por empréstitos que se tomaron de la banca inglesa, el mismo cesó más rápido de lo que había tardado en llegar. Ante esa situación, se recurrió al peor de los "remedios": vender la tierra pública. La sola actividad económica era el cultivo y exportación de yerba y tabaco, con lo cual el único ingreso fiscal era el constituído por los gravámenes a dicha comercialización. Era un país pauperizado, el atraso y la miseria reinaban por doquier y la corrupción, flagelo habitual desde los tiempos de la independencia y que sólo había encontrado un freno durante el gobierno del doctor Francia, quien logró erradicarla; había vuelto con los López, quienes se enriquecieron (ambos, pero especialmente Francisco Solano) notoriamente durante sus gobiernos, recrudeció a partir de la posguerra, tornándose la regla corriente. En ese contexto nacieron los dos partidos políticos del Paraguay: el 10 de julio de 1887, el Centro Democrático, que a partir de 1890 sería el Partido Liberal; y el 11 de setiembre de 1887, la Asociación Nacional Republicana o Partido Colorado.
El fracaso del modelo configuraba un statu quo agobiante, en el que la desesperanza llevó a que algunos buscaran, a través del análisis del pasado y de las figuras históricas que lo habían protagonizado (y regido), la explicación a los males de ese presente.
En la próxima entrega de este artículo veremos, estimado lector, cómo nació el proceso de la historiografía nacional del Paraguay.

Continuará

lunes, 13 de octubre de 2014

ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LA HISTORIOGRAFÍA DEL PARAGUAY. SEGUNDA PARTE
























Escribe: Juan Carlos Serqueiros

De estas escorias se nutren las historias, las novelerías de toda especie, que escriben los tordos-escribas tardíamente. (Augusto Roa Bastos)

El Francisco Solano López que asumió el gobierno del Paraguay en 1862 era en buena medida la resultante del viaje a Europa como embajador plenipotenciario que había realizado por disposición de su padre en 1853. 
Convencido de que la transformación de su país (que en su concepto estaba concatenada a lo de perpetuar su régimen de modo de hacer del Paraguay una nación gendarme, celosa custodia de lo que él consideraba el equilibrio en el Plata) implicaba no sólo la modernización del estado y sus estructuras; sino también el "conocimiento de su pasado" (entendido como la instrucción e instalación de un relato histórico amoldado a los criterios dogmáticos que se querían difundir, esto es, la conquista y colonización españolas -con Asunción como madre de ciudades y eje central, desde ya- y la imbricación del lopismo al período revolucionario-independentista-francista desde 1811 hasta 1840); ya en 1863 encargó a Von Morgenstern (quien había sido, a instancias del viejo López, reincorporado al ejército -y restituido a la confianza de Francisco Solano- en 1854) la tarea de reescribirla. 
Pero había un problema: la etapa del doctor Francia (click en este ENLACE para acceder a mi artículo Luces y sombras de Francia). 
En general, poco se sabía en el mundo acerca del Paraguay, pero muchísimo menos aún se conocía sobre la historia transcurrida a partir de su revolución y autonomía en 1811, etapa esta a la cual se denominaba en bloque de una sola manera, como un rubro único: tiranía; para luego hacer la pretendidamente detallada crónica en la que se narraban los horrores ya sea verdadera o supuestamente cometidos por el Dictador Perpetuo, doctor José Gaspar Rodríguez de Francia. La historiografía disponible hasta esos momentos era en su totalidad debida a extranjeros, quienes en algunos casos efectivamente habían vivido en el Paraguay y en otros ni siquiera eso; pero casi todos coincidían en la condena y execración del tirano. Veamos:
El primer antecedente era un muy extenso artículo (de cuyo autor no se consignó su nombre), bastante apologético, de un diario inglés: The Morning Chronicle, que bajo el título Paraguay se había publicado en 1825.
Después, en 1828, dos médicos suizos: Johann Rudolf Rengger y Marcelin Longchamp, quienes habían estado en ese país entre 1819 y 1825, escribieron en 1827 y editaron en 1828 en París, su obra titulada Ensayo histórico sobre la revolución del Paraguay. 


En realidad, el narrador fue sólo el primero, pero ambos se habían puesto de acuerdo (y así lo aclara Rengger en el libro) sobre lo que publicarían, y por ello, la autoría se firmó en conjunto. Fueron quienes inauguraron la leyenda negra sobre el dictador, a quien, desde una perspectiva más bien psiquiátrica, por llamarla de algún modo, describieron como un tirano hiponcondríaco y paranoico quien sufría frecuentes accesos de demencia, exacerbados por el calor y el viento norte, y quien en su locura (la cual tendría, según afirman ellos, los antecedentes familiares de un hermano encerrado por loco y una hermana que también lo había estado), implantó el miedo en una sociedad en la cual campeaban la miseria e incultura y el atraso, y rompió todo vínculo entre sus integrantes. Enterado el doctor Francia del libro y su contenido, lo calificó en un periódico de Buenos Aires, El Lucero, en su edición del 21 de agosto de 1830, de "ensayo de mentiras". Ah, casi lo omito: el bueno de Rengger se "olvidó" de consignar en su "fidedigna obra histórica" una "minucia": la de que había pedido al doctor Francia dispensa para casarse con una damisela asuncena a la que cortejó tres años, a lo cual se negó el dictador; ya que regía en el Paraguay una ley que impedía los casamientos entre mujeres del país y extranjeros. ¿Será malevolencia mía el querer buscar en esa "involuntaria" omisión del suizo otra de las razones para su malquerencia?
En 1838, los hermanos escoceses John y William Parish Robertson, quienes habían andado (sobre todo el primero) por aquel país comerciando y habían conocido y tratado al dictador hasta 1815, publicaron Cartas sobre el Paraguay. El éxito de ventas del libro (es decir, el proverbial utilitarismo británico) los movió, trascartón, a editar en 1839 El reinado del terror del doctor Francia
Si Cartas podía, en algunos pasajes, resultar incluso hasta amena (siempre y cuando uno obviase toda pretensión de lectura histórica); El reinado era simplemente una novela gótica, una (mala) copia del Frankenstein o el nuevo Prometeo de Mary Shelley. Lo de los Robertson (otra vez: que no es historia sino literatura), nos pintó, en una imagen sin dudas estereotipada, la ficción de un monstruo abominable que bebía la sangre del pueblo paraguayo.
Otro escocés, Thomas Carlyle (quien no conocía, más allá de algún mapa, el Paraguay ni mucho menos sus gentes), escribió en 1843 El doctor Francia.



Para Carlyle -en un marco de absoluto desprecio suyo por la otredad- el doctor Francia era una especie de fenómeno natural, alguien que se producía inevitablemente dado el contexto: hubo un Francia porque no podía ser de otro modo; porque no podía no haberlo, digamos. Alguien electo dictador en un congreso de patanes "que no sabían distinguir la mano derecha de la izquierda, que bebía inmensas cantidades de ron en las tabernas (?) y sólo tenía un anhelo: el de volver a montar a caballo camino de la chacra y la cacería de perdices. Los militares fueron los que apoyaron a Francia, porque el ladrón de palladiums constitucionales había logrado ganárselos". Lo comparaba con Dionisio de Siracusa y lo situaba entre "los grandes hombres de América del Sur", a la par que lo consideraba como diferente.
Ahora debo mencionar a Alfred Demersay, un médico y naturalista francés miembro de la Commission Centrale de la Société de Géographie que estuvo en el Paraguay desde 1844 (en realidad, en diciembre de 1844 se embarcó; pero a ese país llegó, luego de tocar primero en Río de Janeiro, en los primeros meses de 1845, es decir, más de cuatro años después de la muerte del dictador), hasta 1847. A intervalos y desde 1860 hasta 1864, publicó en París su Histoire physique, économique et politique du Paraguay, obra en dos tomos más un Atlas con dos mapas y catorce ilustraciones a color hechas por él mismo.



La última parte de esta obra de Demersay es su historia política del Paraguay, la cual narró a partir de la conquista española y concluyó con el análisis que hizo del gobierno del doctor Francia y el que subsiguió a éste, es decir, el de Carlos Antonio López. 
Claro que era la suya la hermenéutica emanada de los paradigmas de un médico y naturalista a mediados del siglo XIX, con lo cual era una interpretación hecha desde el cientificismo de la época: la frenología gallista y el determinismo biológico. Así, atribuyó al clima, la raza y la alimentación de la población paraguaya las razones para la docilidad extrema que en ella creyó percibir, y fundamentó en todo eso su sumisión prolongada durante veintiséis años a un régimen despótico, arbitrario y absolutista, condiciones estas que le adjudicó tener al del doctor Francia; a quien reputó como un tirano sanguinario, impiadoso, complacido en su crueldad y empeñado en imitar a Napoleón hasta caer en el ridículo, pero no exento de una buena dosis de astucia e inteligencia. 
Por otra parte, entiendo menester aclarar que a la imaginación de Demersay se deben nada menos que todos y cada uno de los retratos que existen del dictador; ya que fue el francés (que era un dibujante extraordinariamente hábil a la hora de captar y representar las fisonomías de los personajes históricos que reprodujo en sus ilustraciones: Juan Manuel de Rosas, José Gervasio Artigas, Aimé Bonpland y Carlos Antonio López, entre otros) el primero en crear la imagen del doctor Francia desde la cual se pintaron todas las demás que de él se han hecho. Se me dirá: "¿Pero no era que Demersay no conoció al dictador y además, sabido y comprobado es que éste nunca se dejó retratar por nadie?". Responderé que en efecto es así; pero ocurre que la explicación a eso nos la dio el mismo Demersay en su libro, en el cual declaró que tomó como modelo a Petrona, la hermana del doctor Francia, la cual según ella misma era muy parecida a éste y quien accedió a posar; limitándose luego Demersay a darle al rostro la expresión que infería correspondiente con la índole y el carácter que él mismo le había asignado al dictador y las descripciones que de éste habían hecho quienes le conocieron. De allí entonces los ojos negros y profunda, terriblemente escrutadores; la frente prominente, el rictus de adustez, los finos labios contraídos en una mueca de fría, inexorable crueldad, en suma; el rostro de alguien deleznable en la maldad ominosa de su psique. Ese es entonces, el retrato que muchos, aún hoy, creen que es el del doctor Francia y que no lo es, o que por lo menos, es uno que lo representa... pero no tal como era; sino como se figuró Demersay que era:



Además, el científico francés no se limitó a condenar la etapa francista, sino que claramente consignó que, tal como él lo veía, tras la muerte del dictador en 1840; el Paraguay continuaba gimiendo bajo otro poder poco más o menos tan despótico como el suyo: el de Carlos Antonio López, a cuyo gobierno consideraba también una dictadura oprobiosa.

En la tercera parte de este artículo, estimado lector, veremos cómo siguió la cuestión que hemos abordado.

Continuará