Escribe: Juan Carlos Serqueiros
El más profundo de los agradecimientos a mi esposa y amiga, la licenciada en Psicología Gabriela Borraccetti, sin cuyos inestimable asesoramiento e invalorable ayuda no habría podido plasmar en este artículo determinadas ideas las cuales yo mismo ignoraba que tenía.
Decía en la cuarta parte de esta serie de artículos UNA MITAD DEL PAÍS CONTRA LA OTRA, que muchos historiadores han dado su explicación acerca del "divorcio político" Roca-Pellegrini y de los motivos que tuvo el primero para provocar el hecho que (según ellos) materializó dicha ruptura. Y dije también que iba a dar la mía propia, porque a mi juicio esas explicaciones omiten la ponderación de ciertos elementos clave de la heurística, como así también prescinden de la consideración del factor humano, y además parten desde presupuestos erróneos.
Uno de ellos lo constituye la tan difundida aseveración de que "Roca traicionó a Pellegrini". Para que una traición se produzca, es condición sine qua non que exista un compromiso previo entre traidor y traicionado, que haya sido incumplido por el primero, ¿no? Digo, no se puede traicionar lo que nunca se acordó; y... ¿existió un pacto entre Roca y Pellegrini en virtud del cual el Zorro arregló con el Gringo que influiría decisivamente al término de su período para que este último lo sucediese en la presidencia de la Nación? La respuesta es no, rotundamente no. Que muchos (y Pellegrini el primero entre esos muchos) hayan creído que porque había sido su renuncia a la candidatura presidencial por el PAN el factor determinante para que Roca accediera nuevamente a la primera magistratura del país, "obligaba" a éste a la reciprocidad; no significa que el Zorro lo entendiese así. Y de hecho, la cosa era al revés: precisamente porque le debía la presidencia a Pellegrini; Roca necesitaba sacárselo de encima para así tener paz consigo mismo, porque a un hombre con una índole como la suya, el tener que admitir ante su consciencia (lo que los demás pensaran, no le importaba en absoluto) que había llegado a su segundo mandato a través de la resignación de sus aspiraciones por parte del Gringo; le resultaba intolerable. Él podría decir, como el escorpión de la fábula, "es mi naturaleza".
Por otra parte, la sociedad política Roca-Pellegrini había sido siempre como esos matrimonios mal avenidos que se tiran con los platos y después se acuestan juntos. No existía entre ellos comunidad de ideas y no los unía el amor sino el espanto; porque ambos tenían la misma visión sectaria de la política. ¿O por qué creen ustedes que en el artículo anterior cité lo que La Tribuna, de Roca y El País, de Pellegrini opinaban con respecto a los "descamisados", esos "sujetos" a quienes tanto el Zorro como el Gringo ninguneaban? Era precisamente para que notaran que a los dos les repugnaba por igual la idea de que "esa gente" reclamara su derecho a participar. Siendo ministro de Guerra del presidente Nicolás Avellaneda, cierto día contemplando el desembarco de los inmigrantes que arribaban a Buenos Aires, Roca dijo: "Qué lindo es verlos llegar... El problema vendrá cuando a los hijos de estos les toque gobernar el país". Y Pellegrini creía lo mismo, sólo que el Zorro no tenía empacho en decirlo, y en cambio; él... sí. El Gringo entendía menester propiciar ciertas reformas de modo de abrir el juego, pero no tanto, claro; no sea cosa que por abrir el juego, se terminaran colando... esos "descamisados". Quería que el país se industrializara, pero ingenuamente (ingenuidad inadmisible en un político ducho en camándulas y manejos electoralistas como él) estimaba posible hacerlo sólo de la mano de sus amigos los banqueros extranjeros. La paradoja no dejó de ser percibida por Caras y Caretas en la tapa de su edición del 20 de abril de 1901, en la cual aparece caricaturizado Pellegrini como un Don Quijote, al lado de Ernesto Tornquist:
También había consignado yo en el artículo que precedió a este, que la idea de la unificación de la deuda había sido de Pellegrini y no de Roca, quien se limitó a estar de acuerdo porque le posibilitaba un notorio desahogo financiero a su gobierno. Tan así era, que el 18 de septiembre de 1900, en el diario La Nación aparecía un artículo con "noticias de París", en el cual se mencionaba que "el Dr. Carlos Pellegrini ha venido a Europa con el objeto de cooperar en proyectos del Sr. Ernesto Tornquist para la conversión de la deuda argentina. Cree el Sr. Tornquist que la operación produciría efectos inmediatos, y que la mayor parte de los tenedores actuales de la deuda argentina la aceptarían. Este plan encuentra muchos incrédulos, que se preguntan cuándo se lograría terminar la operación". El Gringo había concebido lo de la unificación de la deuda como la plataforma en la cual basaría su propia candidatura presidencial en 1904. Creía que así como al Zorro su famosa "Campaña al desierto" lo había catapultado a dirigir los destinos del país; el prestigio que él ganaría con esa compleja operación financiera lo llevaría sin escalas a la primera magistratura. Y así lo grafica Caras y Caretas en su tapa del 15 de setiembre de 1900, en la cual aparece junto a Tornquist diciéndole a éste que hay sólo "dos hombres capaces de salvar la situación": uno, el propio Tornquist; y el otro, se sobreentiende que es... él mismo. Aunque "está mal que yo lo diga", afirma con falsa modestia:
Y así dadas las cosas, Roca no estaba dispuesto a jugarse en beneficio de las ambiciones de Pellegrini al extremo de sostener a todo trance un proyecto que, si bien podía darle un siempre ansiado y saludable oxígeno financiero a su gobierno; también lo malquistaba con la mitad del país (es decir, con la "mitad del país" que a Roca -y también, ya que estamos, a Pellegrini- le importaba, y en la cual desde ya, no entraban esos tipos "descamisados" y "andrajosos", o sea; los hijos de aquellos inmigrantes que él mismo había previsto que un día tendrían pretensiones de gobernar el país). Todos creían que el Zorro estaba en una encrucijada; todos... menos él mismo.
Roca procedía en la política como un consumado ajedrecista que es capaz de "ver" varias jugadas adelante. Necesitaba sacudirse de encima a Pellegrini -lo cual no significaba que quisiera hacer de él un cadáver político, no; él no buscaba matarlo; lo único que quería Roca (casi nada) era librarse en su psique del "tormento" de sentir que le debía la presidencia al Gringo, y una vez logrado eso; entonces hasta lo apoyaría (si es que Pellegrini hacía méritos, obvio) en su candidatura.
Aún desde antes del inicio mismo de su mandato, entraba en los cálculos del Zorro acercarse al mitrismo (un poco, eh; no mucho; nada más que lo suficiente como para que don Bartolo dirigiera los tiros de La Nación a otro blanco), y por eso, como ofrenda de paz, sacrificó en el altar de Mitre una víctima propiciatoria. En mi artículo ¿POLÍTICA, SEXO Y CUERNOS; O AMOR AL PODER? (y si no se acuerdan; pueden leerlo en este ENLACE) sostuve que, a contramano de lo que afirmaba toda la historiografía; a quien buscó Roca alejar no era a Guillermina (esposa de Wilde y amante suya) sino al propio Wilde; y he aquí el motivo por el cual lo hizo: Wilde, furioso antimitrista, era para La Nación lo mismo que Lucifer para un cura; entonces el Zorro, como muestra de buena voluntad hacia Mitre, no tuvo empacho en apartar de la escena a su amigo (lo cual también le representaba perder a Guillermina) destinándolo a un exilio dorado. Wilde jamás hubiera aplaudido que Roca y Pellegrini escribiesen en sus diarios espantándose de los "descamisados", toda vez que ese era precisamente un término acuñado por el mitrismo y cuyo uso él había criticado acerbamente 27 años antes, en 1874.
Pero ahora ya no estaba su "incómodo" amigo Wilde, y entonces, ante la situación creada en torno al proyecto de ley de unificación de la deuda externa; cuando Roca se reunió con Mitre y después de eso resolvió desistir de sostenerlo, podía tranquilamente abundar en detalles con el "patricio de la calle San Martín" sobre esos "andrajosos" y "descamisados" que tan preocupado lo tenían (o mejor dicho, los tenían; porque en eso de ser sectarios, corrían parejitos Mitre, Roca y Pellegrini).
Por su parte, este último, ante la inesperada salida del Zorro de dejar de propiciar el proyecto, podría haber adoptado una postura similar, pero no quiso hacerlo; prefirió en cambio, asumir el papel de traicionado y ponerle la proa al gobierno que él mismo había creado. Y optó mal, como lo demostrarían los hechos que sobrevinieron. Caras y Caretas se encargó prolijamente de resaltar el cambio de vereda del Gringo; devenido de roquista en opositor:
La estruendosa ruptura de Pellegrini con Roca, tuvo como consecuencia que el "acercamiento" al mitrismo de este último (que lo había concebido sólo como una mera conveniencia momentánea y pour la gallerie) se estrechara. El Zorro tenía la costumbre, cuando se hallaba sometido a enormes tensiones políticas, de escribir en papelitos sus reflexiones acerca de lo que lo preocupaba. Era un modo de ordenar sus pensamientos y a la vez, descargar de alguna forma lo que lo angustiaba, aquello que no podía hacer público y que se veía impedido de compartir con nadie; pues no tenía alguien en quien volcar sus más íntimas confidencias políticas (el poder es sinónimo de soledad y también de miedo a perderlo). Escribía sus pensamientos, dirigidos sólo a él mismo, y luego destruía el papel. Pero por algún azar del destino, alguno que otro de ellos se le olvidó; y así llegó al repositorio de Luis Peralta Ramos un borrador escrito a lápiz por el Zorro que reza: "Pellegrini mismo debe tener mucho en contra del disparate que ha sostenido ayer. Este hombre es una fuerza loca y explosiva que se manifiesta por espasmos sin tener en cuenta nada, ni aún los intereses y conveniencias de su ambición". Era una clara y exactísima descripción del Gringo, o por lo menos; de ese Gringo de julio de 1901.
Roca se vió obligado a reconfigurar su gabinete, dado que dos de sus integrantes se fueron con Pellegrini. Privado del colchón financiero que le hubiera significado la postergación de los pagos de la deuda externa, sus ministros se sacaban chispas por la distribución del exiguo resto que quedaba del presupuesto nacional una vez descontadas las obligaciones con los acreedores foráneos, tal como mordazmente lo ilustraba Caras y Caretas en un fotomontaje en el que aparecía el gabinete reunido en acuerdo de ministros (o más bien digamos, desacuerdo) "matándose" por un "cacho de presupuesto":
Lo que siguió es bien conocido: Roca terminó llamando al ministerio a Terry; el mismo que había dado aquella conferencia opuesta a la unificación y que adelantó la manifestación popular en su contra. Cambia, todo cambia... El conflicto con Chile terminó con la celebración de los "pactos de mayo" (de 1902) y el ahora opositor Pellegrini votó en el Senado a favor de su aprobación, pese a que los había suscripto el mismo gobierno de Roca con respecto al cual el Gringo había declarado "rotos todos los vínculos". ¿Y para eso había armado Pellegrini todo el cachengue que armó? Sí, lastimosamente sí. Caras y Caretas se burlaba tanto del Gringo como de Roca, dibujando a éste como una paisana triste, que es consolada por un Pellegrini "chileno":
A raíz del choque Pellegrini-Roca, originado sólo en una lucha de egos; el segundo profundizó tanto su "acercamiento" al mitrismo, que terminó siendo el diario La Nación el oráculo que dirigía la política nacional e internacional de la Argentina; y sería el Zorro quien -luego de darse el gusto de tirar abajo la candidatura del Gringo, tanto como para que éste aprenda que el agua no se masca- provocaría que se elija presidente de la República en 1904 al mitrista Manuel Quintana.
A todo esto, Pellegrini seguía en el papel de víctima de Roca, a quien acusaba de ser un adicto al poder (lo cual era cierto... como también era cierto que él mismo era otro adicto al poder, y que lo que criticaba en Roca no era otra cosa que su propia imagen que veía reflejada en el espejo del Zorro). Magistralmente, Caras y Caretas explicita la cuestión caricaturizando a Pellegrini al que muestra como señalando una protuberancia en el cráneo de Roca, la cual dice que indica su inmoderada afición al mando; pero "olvidándose".... de su propia y notable protuberancia:
La segunda presidencia de Roca contrasta inequívocamente con la primera, en la cual habíamos tenido un Zorro progresista e innovador. Tanto contrasta, que sirve para recordarnos (una vez más, y van...) a los argentinos que nunca segundas partes fueron buenas y que mejor harían los gobernantes en irse a sus casas una vez terminados sus mandatos; en lugar de querer perpetuarse en el poder.
Llegamos así al final de esta serie UNA MITAD DEL PAÍS CONTRA LA OTRA, y nos reencontraremos muy pronto para seguir charlando de esta nuestra historia argentina.
Espero que la hayan disfrutado. ¡Chau, hasta la próxima!
-Juan Carlos Serqueiros-
Esta buenisimo Graciass
ResponderEliminarMuy abueno... empece por el Final... pero se me Hizo interesante como para Leer los articulos Anteriores!!!
ResponderEliminar