sábado, 8 de marzo de 2014

FIGURITAS: LA REVISTA ESCOLAR PATRIÓTICA


Escribe: Juan Carlos Serqueiros

A mediados de 1936 salió el primer número de Figuritas, revista de 56 páginas, bicromática (al principio; luego incluiría páginas a todo color), de frecuencia semanal (los viernes) y formato de 20 x 28 cm (hasta 1941, en que cambió al de 26 x 33 cm). Duró sólo hasta el año 1943, pero dejó en muchos argentinos recuerdos imborrables, de esos que suelen añorarse con el hondo y emocionado respeto de los grandes afectos de la infancia.
En general, se ha aceptado que su editor, Roque Livieri, buscaba disputarle a Billiken el sitial de privilegio que ocupaba en el segmento de revistas dirigidas a la niñez (el cual por otra parte, si exceptuamos las importadas -fuera del alcance de la mayoría-; estaba circunscripto a esa sola publicación). Particularmente, y más allá de que apuntaban al mismo sector de mercado y los precios de tapa eran idénticos (20 centavos); no me parece que las cosas hayan sido así, o por lo menos, no tan así. Billiken -tal como se declamaba en su propio postulado editorial- era La Revista de los Niños:


Mientras que Figuritas llevaba por lema La Revista Argentina del Escolar:


Y no era esa una diferencia menor, en modo alguno. Hasta bien entrados los años treinta, Billiken no traía en sus contenidos material didáctico; era toda historietas, cuentos y publicidad.  Por su parte, Figuritas traía asimismo historietas y aventuras, pero a diferencia de Billiken; se declaraba revista argentina y la mayoría era de producción nacional, de artistas locales como por ejemplo Manuel Alejandro Martínez Parma, Rosario Marino, Carlos Clemen, Federico D'Aloisio, Emilio Cortinas, Pedro Gutiérrez, Carlos Linares Quintana, Juan Oliva, etc.:








Y también contenía publicidad, dirigida tanto a los niños (bicicletas, útiles escolares, productos de higiene personal), como a sus madres (cremas, por ejemplo); porque al fin y al cabo, una revista, por más escolar que sea, en tanto editorial es una empresa, es decir, una asociación de capitales y personas que como tal, debe obtener su justa y razonable ganancia de modo de consolidarse, evolucionar y reinvertir para hacer cada vez mejores productos y generar más empleo, ¿no?:



 
La misión, el cometido, la razón de ser de Figuritas, era la publicación de material didáctico escolar destinado no sólo a los niños de nivel primario, esto es, los educandos; sino también a sus educadores, las maestras y los maestros que lo utilizaban de apoyo para impartir sus clases:




Pero la característica distintiva de Figuritas era su impronta decididamente patriótica. La veneración de los símbolos nacionales, la exaltación de los valores argentinos y la celebración de las fechas trascendentales de nuestra historia constituían en ella la prédica constante. 


Asimismo, la revista dedicaba amplios espacios a virtudes como la honestidad, el aseo, el ahorro, etc.; y en los relatos y aventuras que incluía, invariablemente el bien triunfaba en su lucha contra el mal, la pluralidad sobre el despotismo, la justicia vencía a la arbitrariedad, la nobleza se imponía frente a la ruindad, la rectitud derrotaba a la venalidad, la ilustración campeaba victoriosa ante la estulticia, lo local primaba  por sobre lo foráneo y el orgullo del deber cumplido aniquilaba a la molicie.


Y esa línea editorial se acentuaría aún más con la llegada a la revista de Manuel Alejandro Martínez Parma en 1938. Este ilustrador, especializado en láminas didácticas, era muy nacionalista, estaba particularmente consustanciado con la causa Malvinas y en 1935 hacía para el diario La Razón una historieta que se titulaba Cosas de negros en la cual aparecía un simpático personaje llamado Alelí, que se convertiría en el protagonista principal de la tira, al punto de merecer una propia en Figuritas
El negrito Alelí, además de su tierno y reo humor, se distinguía y destacaba por una particularidad: pintaba en los muros la frase Las Malvinas son argentinas:



La afirmación de los derechos argentinos sobre las Malvinas fue en Figuritas una norma y no se limitaba sólo a las pintadas de Alelí y a notas al pie de la historieta; sino que era proclamada en todas las secciones de la revista:




Asignarle a Figuritas una postura pro fascista asimilada a los postulados del nacionalismo católico de la tercera década del siglo XX es tan ridículo como quienes acuñaron esa "interpretación". Y asimismo lo es la crítica que se le hace desde el presente, en el sentido de que "limitaba el rol de la mujer al ámbito doméstico" y que "dejó incólume la galería de próceres del liberalismo". Juzgar severamente a una revista destinada a la escolaridad y entretenimiento de niños de entre 7 y 12 años por no proclamarse feminista y no encarar la revisión de nuestro pasado histórico es lisa y llanamente un delirio. Aberración agravada, si encima se lo hace desde los paradigmas vigentes en la actualidad.
Figuritas, en tanto publicación vinculada al quehacer pedagógico y dirigida a educandos primarios y sus maestros, era lógicamente subsidiaria de los contenidos curriculares que prescribía el ministerio; y en tanto semanario orientado a la lectura y entretenimiento infantil, era un producto de su época; un buen producto, por otra parte. Tan sencillo como eso, "un negocio tan pequeño y simple como vos" (Solari dixit).
En un país "aluvional" como lo era la Argentina post Caseros y Pavón, asimilar a esta nacionalidad (para colmo, naciente) a todas las identidades foráneas que llegaban a nuestra tierra; fue una de las responsabilidades delegadas en la enseñanza pública, obligatoria y gratuita diseñada en la ley N° 1420. Y en ese orden de ideas, el aporte de Figuritas sin dudas excedió largamente el consabido granito de arena. Creo que si pusiéramos en una gran mesa revistas infantiles editadas en todas y cada una de las naciones del mundo, previamente quitados de ellas los textos y cualquier otra indicación del idioma en que fueron publicadas, simplemente con sólo hojear su contenido gráfico; resultaría patente que Figuritas era de Argentina. Innegable y fuertemente argentina, además.
Impregnada de patriotismo, preconizando el ideal de una identidad colectiva (que aún estamos buscando consolidar), un mal día de 1943 Figuritas dejó de salir. Vaya este emocionado recuerdo en su homenaje.

-Juan Carlos Serqueiros-


sábado, 1 de marzo de 2014

KY CHORORÓ: CUANDO DIALOGAN HOMBRE Y AVE























Escribe: Juan Carlos Serqueiros


Los pájaros cruzan de un lado a otro; muchos comen en Uruguay y por la noche las bandadas van al otro lado del río y ahí duermen. Esas aves no tienen cédula de identidad, no las detienen las aduanas, ni las banderas... ni a mis canciones. (Aníbal Sampayo)

Del genio creativo de Aníbal Sampayo (Aníbal Domingo Sampallo Arrastúe, n. 06.08.1926, Paysandú, Uruguay - m. 10.05.2007, id., id.) surgió, allá por la década de 1950, este sobrepaso o rasguido doble:

Ky chororó

Pasa mi río...
caminito de cristal.
Mi dulce río...
canto azul que busca el mar.
Tataupá...
Ky chororó,
ky chororó,
ky chororó.

Rema que rema...
palita de iguïratá.
La luna llena...
medallón en el palmar.

Potro del agua...
canoíta que te vas.
Camino que anda...
hombre, río y soledad.

Sampayo nos transporta a un mundo al cual pinta en frases cortadas en brevedad de rara belleza y, que al mismo tiempo de definir un marco; sugieren, atisban, y que tienen una sonoridad propia tan poderosa, que aún sin la melodía; impactan en los sentidos y en el espíritu tal como lo hace una eufonía perfecta.
Sin embargo, el juglar no se queda anclado a ese universo minimalista;  sino que en su pasión creadora lo trasciende, introduciendo en el mismo al hombre, contextualizado allí en una mímesis inefable.
Ese hombre, obviamente un pescador, ha salido a ganar su sustento "galopando" enancado a ese potro del agua que es su canoa, por el río; ese caminito de cristal que se le antoja un canto azul que busca el mar. Tiende su mirada sobre la orilla y ve la luna pendiendo como un medallón en el palmar. Se siente cansado y deja momentáneamente esa palita de igüiratá, es decir, el remo; y entonces, en la quietud de la canoa, el río discurre como un camino que anda... hombre, río y soledad
Sampayo conjuga así lo visual y lo paisajístico, con lo metafórico; pero va aún más allá, agregando lo fonético: en la silente soledad, el pescador busca alivio a la misma dialogando. Y... ¿con quién dialoga? Pues, con un ave. "Tataupá...", la llama, y le llega la réplica de ésta, que en su silbo pareciera instarlo a seguir bogando a pesar de la fatiga: "ky chororó".
El tataupá (que en idioma guaraní significa fuego apagado) es un ave de la familia de los tinámidos, que debe su nombre al tono grisáceo ceniciento, de su plumaje. Emite un silbo en tres notas, y de allí que Sampayo en su lírica lo asimile a ky-cho-roró.
En cuanto a la melodía, dejemos que sea un músico (¡y qué músico!) quien nos ilustre al respecto: Leopoldo Polo Martí, extraordinario guitarrista, compositor, director, arreglador y docente que de muy joven integrara el conjunto de Sampayo. Esto es lo que tiene para decirnos al respecto:
  
Esta canción, con ritmo de sobrepaso (o rasguido doble), incorpora muy pocos elementos melódicos, de extracción modal: solo tres notas para el motivo inicial (si-sol-la), agregando la nota mi al final: “Pasa mi río / caminito de cristal; mi dulce río / canto azul que busca el mar”. Luego, al decir “Tataupá; ky chororó, ky chororó, ky chororó”, incorpora otro giro netamente modal (con las notas fa#-mi-fa#-re-mi). La armonía incluye dos acordes para la primera frase, Mim–Lam, y ReM–Mim para la siguiente. Son relaciones armónicas modales, sin sensibles tonales, ni melódica ni armónicamente.
En el libro “El canto elegido”, Sampayo nos dice: “El río (…), como todo elemento natural, tiene su propio ritmo: pausado y ondulante, factor preponderante que determina en el hombre de las riberas, en este caso el compositor, su influyente fuerza creadora…”.
Por eso en esta obra encontramos una sonoridad que nos suena como más “antigua”, que otorga en su melodía una sensación de blandura y ondulación que nos remite al ondular del río, de ese “camino fluvial”, como dice el propio compositor.
Además, es probable que Sampayo haya incorporado esos pasajes modales (presentes en muchas de sus obras) desde su vinculación con el arpa, instrumento diatónico que, cuando se toca música en modo menor (como el caso de Ky chororó), le imposibilita incluir sensibles (salvo la utilización de alguna llave especial que algunos arpistas han incorporado). En el caso del “Ky chororó”, la melodía y armonía pueden tocarse perfectamente en el arpa (afinada en SolM o Mim).


En suma, Ky chororó es una canción arrobadora, ensoñadora, que conmueve nuestros sentidos y nos lleva a un mundo de realismo mágico en el que hombre y ave pueden conversar. Y es, sin dudas, una de las grandes creaciones de Aníbal Sampayo.
En este ENLACE pueden escuchar la canción versionada por el propio Sampayo con su conjunto.
Y en este otro ENLACE, disfruten el cover (para mí, hermoso) que hicieron Los Olimareños.

-Juan Carlos Serqueiros-

domingo, 16 de febrero de 2014

CUANDO EL CHUBUT QUISO SER BRITÁNICO. TERCERA Y ÚLTIMA PARTE































Escribe: Juan Carlos Serqueiros


Las escuelas nacionales y las vías de comunicación operarán un cambio notable en el corto espacio de veinte años. Ocupémonos, pues, de establecer unas y otras con prudencia y perseverancia. (Raúl B. Díaz, Informe al Consejo Nacional de Educación, 1895)

Los territorios del sur no están bien gobernados. Los gobernadores son personas gratas; pero sus administraciones no responden a su complicado objeto, ni a los anhelos de los vecinos. Es un error mandar militares, por honestos que sean, a gobernar ingleses, de tradiciones eminentemente civiles. (Estanislao Zeballos, 1899)

El viernes 20 de enero de 1899 el presidente Roca subió en la estación Constitución al tren que lo trasladaría a Bahía Blanca, donde estaban anclados el acorazado Belgrano que lo llevaría en su viaje al sur del país y Chile, y el crucero Patria que transportaría a los corresponsales de prensa encargados de la cobertura periodística de la gira presidencial.
En la primera parte de este artículo comenté las críticas que los principales diarios y semanarios hacían al viaje del Zorro sin atinar a comprender las motivaciones que lo guiaban. Caras y Caretas, por ejemplo, en su edición del 25 de febrero de 1899, bajo el título La Vuelta del Descubridor mostraba a Roca caricaturizado por José María Cao, que lo representaba asimilado a Cristóbal Colón en la forma en que aparece ilustrado éste en las láminas escolares, orlado de laureles (ironía para referirse a las glorias personales que se le achacaba al Zorro buscar), llevando en una mano un pliego que reza "Petición de los galenses" (por esa época se escribía galenses por galeses) y en la otra, a modo de caduceo en el que el olivo ha sido reemplazado por el laurel; un poste de telégrafos (había anunciado durante el viaje que se prolongarían las líneas telegráficas hasta los confines sureños), y al brazo un rollo de cable del que cuelga una etiqueta que dice "Cable a Tierra del Fuego", queriendo significar con mordacidad que el presidente necesitaba de un cable a través del cual mandar a tierra la "carga eléctrica" de coraje inútilmente exhibicionista que se le atribuía; pero no a cualquier tierra sino a una en especial: la del Fuego, en obvia alusión a la riesgosa navegación por los canales fueguinos. Todo entre dos mástiles con discos en los que pueden seguirse los puntos tocados por Roca en su gira: Bahía Blanca, Puerto Madrid (refiriéndose con sarcasmo a Puerto Madryn), Santa Cruz, Ushuaia, Canal de Beagle y Punta Arenas:


Y después, en la edición del 4 de marzo, Cao esbozaba otra ácida viñeta: bajo el título The British Chubut (por el pedido de independencia de Chubut bajo el protectorado británico que mencioné en las partes primera y segunda de este artículo) y con el epígrafe "Lo que desean los galenses", los dibujaba como unos gauchos anglicanizados que danzan y zapatean al frente de una "Whisky Pulpería Store Limited" en la cual flamea la bandera de la Union Jack, levantando mucha polvareda (aludiendo a la gran conmoción que había provocado la noticia en la opinión pública), algunos con sombrero de explorador, otro fumando en pipa y con una botella de whisky al cinto, al compás de la música ejecutada por un guitarrero mientras una galesa toma mate a su lado; todo en medio de un ambiente que aparece confuso, difuso: 


Y una sutileza de Cao: la rastra del guitarrero en vez de monedas, luce lo que son inequívocamente atributos masónicos como la escuadra, el compás, etc., tal como podemos apreciar claramente en este detalle ampliado del dibujo, con símbolos de la francmasonería debajo, de modo de poder resaltar mejor la similitud:


Sin embargo, esa que transmitía la prensa no era la realidad real, tangible, sino una realidad virtual; porque ni el viaje presidencial perseguía los propósitos que se le asignaban, ni los colonos galeses (al menos, no todos y ni siquiera la mayoría de ellos) querían ser británicos, tal como expondré a continuación.
El 23 de enero el Belgrano y el Patria fondeaban en Puerto Madryn, que era en 1899 lo que pueden observar en la imagen siguiente: seis edificaciones en total (el galpón de la subprefectura -desierto, porque dos años antes había sido suprimida por razones presupuestarias y recién después del viaje presidencial sería reactivada-, otro pequeño galpón para oficina del telégrafo -que se estaba instalando por entonces-, el galpón grande del ferrocarril a Trelew, dos casas y un almacén):


El martes 24 por la mañana, el presidente Roca y su comitiva desembarcaron en Puerto Madryn donde los aguardaba un grupo de vecinos del valle encabezados por uno de los pioneros galeses llegados en 1865: John Murray Thomas; para dirigirse en tren desde allí a Trelew. El momento fue captado por Carlos Foresti, el fotógrafo viajero:


Para la visita presidencial los galeses habían tirado la casa por la ventana, refrendando con hechos lo que antes habían expresado en un telegrama dirigido a Roca: que no todos estaban de acuerdo con la pretensión de autonomía ni con la actitud confrontativa respecto al gobierno nacional. Llegada la comitiva a Trelew, se le había preparado en el hotel El Globo un pantagruélico almuerzo, tras el cual el Zorro y sus acompañantes fueron invitados a dirigirse a Gaiman en los carruajes de los colonos.
Arribado a esa localidad, al apearse frente al hotel Gayman el presidente, recibió una cerrada ovación de los galeses que se habían concentrado allí con sus familias para entonar en su presencia el himno nacional argentino (momento muy emotivo y cargado de significado, ya que lo habían aprendido en tiempo récord pues eran pocos los que hablaban el castellano). Seguidamente, en el hotel se sirvió una merienda tras la cual el Zorro pasó el resto de la tarde cabalgando por los alrededores y departiendo con los colonos. En la chacra de Edward Owen, John Murray Thomas captó la imagen que sirve de portada al presente artículo.
A lo largo de ese martes Roca, con maneras muy amables y diplomáticas pero a la vez no exentas de firmeza, recordó personalmente a los galeses la decisión irrevocable del Estado de asimilarlos al resto del país,  hizo de su propio peculio una donación de 500 pesos para la escuela que se estaba construyendo, anunció que enviaría dos maestros argentinos para Trelew y Gaiman, comprometió el incremento en la frecuencia de los transportes marítimos, la extensión de las líneas telegráficas, el establecimiento de una sucursal del Banco de la Nación Argentina y la instalación de una guarnición militar. Antes de concluir su período presidencial, había cumplido todos y cada uno de los puntos a los que se obligó, empezando por el que constituía todo un símbolo en sí mismo: treinta y dos días después de la promesa presidencial, esto es, el 25 de febrero de 1899, llegaban a Puerto Madryn los maestros Eduardo Alderete y José Vicente Calderón, acompañados por el inspector del Consejo Nacional de Educación Raúl B. Díaz.
La adopción por parte de esos esforzados galeses -quizá inconsciente en algunos casos o en todos, vaya uno a saber- de la nacionalidad argentina mediante la comunión psíquica entre la geografía local y sus corazones y cerebros; quedaría sellada definitivamente por la acción de la escuela pública. Esto aparecía inserto ese año en El Monitor de la Educación Común, órgano oficial del CNE:




Al año siguiente los colonos le escribían al inspector Raúl B. Díaz (debería haber, hasta en los pueblos más remotos de la República, en homenaje a este hombre ilustre una estatua suya y una calle que lleve su nombre):

Los que suscriben... en su mayoría padres de familia, a Ud. respetuosamente piden quiera interponer su influencia ante el Consejo Nacional de Educación para crear una escuela de ambos sexos en esta apartada colonia... La necesidad de una escuela, señor Inspector, se hace sentir teniendo en cuenta que la mayor parte de los pobladores somos extranjeros que quieren inculcar  a sus hijos el amor a esta patria que nos da albergue. Conociendo su acendrado patriotismo y su amor por el proceso educacional, no dudamos que dará los pasos necesarios para acceder a nuestro pedido.

No obstante, no todo el campo era orégano; también habían malezas y ortigas: el sector más radicalizado de los galeses en cuanto a sus ridículas aspiraciones de independencia y aislacionismo, tenaces en su rencor hacia las autoridades nacionales por supuestos agravios e insatisfechos reclamos; llevó a que en mayo de 1902 más de 200 de ellos se fueran al Canadá.
En 1900 Roca relevó de su cargo de gobernador del Chubut al poco dúctil coronel Carlos O'Donnell, cuya sola "culpa" en toda la cuestión había sido la de poner en caja a unos pocos gringos levantiscos e ingratos; pero bueno, ¿quién dijo que la vida es justa? Los tiempos y las circunstancias demandaban para ese puesto un civil con más cintura política y mejor comprensión de la realidad del medio; por eso el Zorro lo reemplazó por Alejandro Conesa, quien cumplió una excelente gestión y avanzó en algo que a esa altura resultaba urgente e impostergable: la integración de los argentinos nativos de la región, es decir, los indios, al proceso de desarrollo de los territorios nacionales; y quien ya en 1892 siendo secretario de la Gobernación, había señalado al ministerio la necesidad de ocuparse de la defensa de la familia indígena que tanto derecho tiene a un pedazo de esa tierra que se le concede a cualquier extranjero que llega mientras esos seres desgraciados viven hasta hoy errantes, convertidos en los bohemios de la Patagonia, según sus propias -y admirables- palabras, e impulsado un proyecto de colonia pastoril enmarcado en la ley 1501 del 2 de octubre de 1884 llamada del Hogar.
Por su parte, en 1900 en su Mensaje al Congreso, el presidente Roca expresaba:

Hay hechos que debían habernos iluminado... Aquel valeroso núcleo de colonos galenses... demostrando lo que puede dar en aquellas regiones el esfuerzo perseverante del hombre, aún sin el auxilio eficiente de los gobiernos.
No es menos necesario ocuparse de la suerte del indígena... cuya aptitud para todos los trabajos físicos se ha comprobado suficientemente.

Pero el mejor reconocimiento a la prudente y eficaz política del Zorro en relación a la delicada cuestión con los colonos galeses, lo daría el mismísimo periódico de éstos: Y Drafod (o sea, El Mentor en galés) en su edición del 23 de octubre de 1914, esto es, cuatro días después del fallecimiento de Roca:

El territorio del Chubut y especialmente el Valle, debe al eminente político su estado actual de adelanto y prosperidad. A raíz de su visita... obtuvimos la instalación del Banco de la Nación Argentina... la instalación del telégrafo que nos unió con la metrópoli... el Regimiento 6 de Infantería que se destacó a Trelew fue el punto de arranque de la prosperidad local.  


A confesión de parte, relevo de pruebas. Dicen, ¿no?

-Juan Carlos Serqueiros-

domingo, 9 de febrero de 2014

CUANDO EL CHUBUT QUISO SER BRITÁNICO. SEGUNDA PARTE


Escribe: Juan Carlos Serqueiros
 

Los colonos son profundamente argentinos y no se debiera perseguirlos por su lengua; ella es un don de Dios. (Lewis Jones, 1898)

No es necesario que nosotros por aprender el español perdamos nuestro idioma y ganancias, sólo los tontos lo harían. No pudieron los ingleses ahogar el galés y no lo podrán los argentinos. (Lewis Evans, 1899)

Los primeros 153 colonos galeses habían llegado al Chubut el 28 de julio de 1865 a bordo del clipper Mimosa, luego de suscribir un contrato con el gobierno de nuestro país (por entonces, Bartolomé Mitre).
Sintiéndose oprimidos (y lo estaban) por los ingleses (con la connivencia y complacencia de los poderosos de su propio país), emigraban por una serie de motivos que iban desde lo religioso (y esto, ligado a una idea de identidad nacional, educativa y cultural) hasta lo económico; pasando por una esperanza de realización. Buscaban la bíblica tierra prometida, que al principio creyeron hallar en los Estados Unidos; para caer después en la cuenta de que el gigantesco país del norte los había absorbido y asimilado. Volvieron entonces sus ojos a la Patagonia, con la ilusión de que dejando atrás su patria, encontrarían allí un sitio en el que habitar y trabajar; pero en el que al mismo tiempo se les permitiese la conservación de sus costumbres, lengua y religión y se les tolerase en el propósito de mantenerse como una comunidad cerrada, sin admitir en ella individuos de otra etnia que no fuera la suya propia. Querían, en suma, fundar y afianzar una nueva patria para ellos y su descendencia: la soñada Nueva Gales del Sur.
A ese grupo de galeses que hablaban en galés y eran liberales radicales en lo político y protestantes metodistas, inconformistas en lo religioso; a diferencia de sus compatriotas ricos y terratenientes que hablaban en inglés y eran tories, esto es, conservadores y conformistas, es decir, anglicanos, que transaban en lo confesional (y en todo lo demás también) con la dominación inglesa, los movilizaba lo irrealizable, lo utópico; porque ningún estado del mundo, ni siquiera ese pseudo estado mitrista emergente de Caseros, Pavón y la secesión de Buenos Aires iba a consentir en atraer y cobijar en su seno a una comunidad extranjera otorgándole en propiedad una porción de lo más rico y bello de su geografía, para después admitir que se cercene e independice la misma.
Si lo del mitrismo fue una estafa a esos galeses (y lo fue, porque les ocultaron que el Congreso argentino había rechazado el contrato tal como estaba suscripto y lo había modificado sustancialmente hasta convertirlo en lo que razonablemente debía ser: un convenio de inmigración entre los colonos y el estado de un país que los acogía bajo su bandera y sus leyes); también debe decirse que quienes lideraban a esos recién llegados habían sido perfectamente conscientes (y en muchos casos, partícipes) de las mentiras a designio de la prensa. Y tampoco pudieron desapercibirse, ya que estaban presentes en él, del acto más que elocuente de izamiento de la bandera argentina el 15 de setiembre de 1865 en la fundación de Rawson.
Los galeses vinieron pues, a nuestro país en busca de lo que las autoridades del mismo les negaba a sus propios naturales, en síntesis; salieron de su tierra natal con el sueño de fundar en el sur una Nueva Gales y se dieron con que ésta ya existía, porque en lo sustancial, la Gales británica que gemía bajo el yugo inglés no tenía mayores diferencias con la Argentina de Mitre, tan obediente a los designios extranjeros como el céltico país del mítico dragón rojo y el eisteddfod.
Así las las cosas, la relación entre esos inmigrantes galeses y el estado argentino tenía necesariamente que ser lo que en efecto fue: una bolsada 'e gatos.
Sólo la inteligente y eficaz política de la primera presidencia de Julio A. Roca (1880-1886) con el Tratado de Límites con Chile de 1881, la ley 1532 de Territorios Nacionales de 1884 y la designación en noviembre de ese mismo año del teniente coronel Luis Jorge Fontana como gobernador del Chubut, consiguió morigerar y atemperar esa siempre conflictiva situación.

Que nuevamente se dificultó hasta hacerse crítica en 1895, con el nombramiento como gobernador de Eugenio Tello,  resistido por los colonos, y sobre todo en 1898 con el del coronel Carlos O'Donnell. La objeción principal (o más apropiadamente; excusa pueril para una disconformidad que tenía otras raíces) de los galeses estaba dirigida a la obligatoriedad de enrolarse en la Guardia Nacional (esto es, el ejército de línea) y de cumplimentar los ejercicios militares en día de domingo (esto último ya había sido corregido por el presidente Uriburu, pero O'Donnell se negaba a cambiarlo).
El 5 de setiembre de 1898 una asamblea de los colonos designó a dos representantes de entre ellos: Llwyd ap Iwan y Thomas Benbow Phillips, para que se dirigieran a Inglaterra a fin de plantear el caso al gabinete británico. Para mediados de enero de 1899, los diarios The Times, de Londres; The Guardian, de Manchester y Western Mail, de Cardiff, publicaron la noticia de que los delegados habían pedido entrevistarse con algunos parlamentarios para "exponerles quejas que aquellos colonos les habían transmitido sobre abusos cometidos con ellos por el Gobierno argentino, y reclamar el apoyo del inglés, o para ponerse bajo su protectorado, o para que les auxiliase a conquistar su independencia", tal como lo consignó la Revista Hispanoamericana en su edición del 1 de abril de 1899. El 28 de febrero presentaron ante el Foreign Office un "informe" (extrañamente, fechado dos semanas antes, el 14) en el que detallaban sus quejas por los "agravios" que según ellos las autoridades argentinas les infligían a los galeses. Pero no se detuvieron allí; porque llevaron las cosas al extremo de negar los derechos de la Argentina a la soberanía sobre la Patagonia, instar a Inglaterra a reclamarla como suya y proponer que fuera proclamada como país independiente, bajo el protectorado conjunto de Inglaterra y los Estados Unidos:

Soberanía. Es innegable que la posesión formal efectuada por Sir John Narborough, y la subsiguiente colonización por sujetos británicos hace el reclamo de Inglaterra a la soberanía sobre la Patagonia principalísimo.
El reclamo de la Argentina sólo puede basarse en la hipótesis de que como su usurpación no provocó protestas de parte de Inglaterra, el silencio de ésta se entendió como equivalente al abandono del reclamo británico.
Que ningún gasto incurrido por la Argentina en el gobierno de los establecimientos le da derechos de soberanía. Las expensas realizadas por ese estado han sido hechas a su propio riesgo, siendo premeditadamente gastadas en tierras pertenecientes a otra nación, mientras ha más que recuperado tales expensas por los gravámenes que ha impuesto y recaudado y los derechos con que ha gravado los bienes consumidos por los pobladores, consecuentemente se manifiesta:
Que la permanencia de las autoridades argentinas en la Patagonia, el tratamiento vejatorio de los sujetos británicos, y el fuerte intento de hacerlos renunciar a su nacionalidad, es una grave usurpación de los derechos soberanos de Inglaterra, y contrario a la ley internacional.
Eventualidades. Los abajo firmantes son conscientes de que ciertas eventualidades, adversas a las aspiraciones de los pobladores, pueden aflorar, tal por ejemplo la insignificancia de la Patagonia comparada con el hecho de poner en peligro los intereses británicos en el Río de la Plata, o el riesgo de chocar con la Doctrina Monroe, pero la última objeción a la intervención del Gobierno de Su Majestad puede ser refutada con la acción conjunta del gobierno británico y el de Estados Unidos. Ellos piensan que las circunstancias ciertamente justifican sugerir que la Patagonia o por lo menos las tierras ocupadas en el valle del Chupat sean organizadas en un estado independiente de la Argentina bajo el protectorado conjunto de esas dos potencias.


Era un completo delirio. Suponer a Inglaterra ajustando su política exterior según las "sugerencias" de dos presuntos representantes de los colonos galeses del Chubut, encima, compartiendo un eventual botín con los Estados Unidos, era un disparate que sólo podía entrar en los cálculos de un oscuro aventurero como Thomas Benbow Phillips (que ni siquiera era galés, por otra parte) o de un sujeto como Llwyd ap Iwan, que actuaban en beneficio propio. Como era previsible, la petición fue rechazada.
A fines de ese mismo enero una mañana de domingo, el coronel O'Donnell, que tenía neto el sentido de nacionalidad y era celoso de sus funciones de gobernador; hizo meter presos a todos los miembros del comité de colonos por traición, insulto a la dignidad de la nación y conspirar contra la seguridad pública, notificándolos de que se los iba a juzgar por esos cargos. Era sólo para asustarlos un poco: los tuvo detenidos en Rawson unas horas nomás, y después los largó. Tanto como para que aprendieran esos gringos desagradecidos que este país no es para los galeses ni los ingleses, sino para los argentinos; tal como les había dicho.
Más allá de todo eso, el presidente Julio A. Roca iría personalmente a visitar la colonia, como narraré en la tercera y última parte de este artículo.

(Continuará) 

domingo, 2 de febrero de 2014

CUANDO EL CHUBUT QUISO SER BRITÁNICO. PRIMERA PARTE


Escribe: Juan Carlos Serqueiros

He buscado llevar a aquellos confines de la República, en momentos en que esperamos trazar las líneas definitivas de fronteras internacionales tan discutidas, la demostración más clara de que la distancia no los aleja de las garantías y de la protección del gobierno general. (Julio A. Roca, Mensaje Presidencial al Congreso, mayo de 1899)


Al asumir el 12 de octubre de 1898 la presidencia de la Nación por segunda vez, Julio A. Roca debía atender con premura un asunto que no admitía dilaciones: el conflicto limítrofe con Chile (otro, una vez más y van...). Con una eficaz e inteligente política exterior, prudente y a la vez no exenta de firmeza, sorteó el escollo.
El Zorro no era solamente un extraordinario militar -de los mejores de entre los nuestros-; era un astuto político con unas notables amplitud de miras y cabal comprensión de la realidad mundial. Perspicazmente había dicho: "Se quiere iniciar para la América el sistema de la paz armada, que consume a las naciones europeas las cuales, como los caballeros de la Edad Media, no pueden moverse casi bajo el peso de sus armas". El milico dejaba  paso al estadista y la metáfora que había empleado era por demás ilustrativa: él era consciente del poder disuasorio de un buen ejército y una importante armada; pero también se daba perfecta cuenta de los desastrosos efectos que tenía la carrera armamentista en la economía de las naciones. La situación financiera de nuestro país era asfixiante (ver en este ENLACE mi artículo Una mitad del país contra la otra. Cuarta parte: la deuda externa). Había que asegurar la paz; ya sea en lo inmediato por medio de la diplomacia o ya sea en el futuro una vez concluída (y ganada) la guerra que parecía avecinarse. No en vano había declarado por junio de 1898 antes de ser proclamado presidente: "Soy partidario de la paz, pero siempre que se haga decorosamente. Si contra nuestra voluntad y propósitos la guerra viniese, no nos tomará desprevenidos". Y después, cuando a mediados de 1900 las cosas se pusieron bravas y el conflicto parecía inminente, le enrostró al ministro chileno Carlos Concha Subercaseaux: "Si Chile construye un acorazado; nosotros construiremos dos". 
Alcanzada prácticamente la paridad en cuanto a poderío naval con el vecino país merced al equipamiento realizado durante el gobierno de Uriburu, ni bien recibido del cargo Roca inició con su par chileno Federico Errázuriz Echaurren un intercambio epistolar que culminó en el acuerdo de someter el asunto a una comisión bilateral integrada por cinco delegados por cada país (que después fracasaría en su -escasa, por cierto- voluntad de entenderse; y entonces se recurrió al arbitraje norteamericano), tras lo cual el Zorro invitó al chileno a sellar la paz con un encuentro a realizarse en Punta Arenas, convite que el mandatario trasandino aceptó.
Roca había dejado trascender en su diario Tribuna que se proponía encarar su proyectado viaje al sur. Inmediatamente La Nación, de Mitre (que como de costumbre, divorciada de los intereses argentinos, no entendía -ni quería entender- nada), en su edición del 2 de enero de 1899 expresó su disconformidad minimizando la importancia de la Patagonia y argumentando que era bueno propender al progreso y desarrollo de su territorio “mientras no se los haga gravitar excesivamente sobre el erario público”. Por su parte, el diario La Prensa lo acusaba de planear el viaje "como si se tratara de una excursión íntima a sus estancias". Es que se le criticaba que mientras el presidente chileno había formado una "brillante" y numerosa comitiva para la ocasión; la suya estaría integrada por tres diputados: Benito Carrasco, Eleazar Garzón y Mariano de Vedia; dos edecanes: por supuesto, el coronel Artemio Gramajo, amigo inseparable, leal y consecuente de Roca, y el mayor Constantino Raybaud; el ministro de Marina (cartera flamante creada en la última reforma constitucional del año anterior, en la cual el Zorro había sido convencional), comodoro Martín Rivadavia; y el ministro de Relaciones Exteriores, Amancio Alcorta (que viajaría por cuerda separada en otro barco). "Cuatro gatos", consignó Caras y Caretas que se había sumado al coro de reproches y dibujaba al presidente chileno de frac, galera en mano, a bordo de un imponente buque de guerra y acompañado de un nutrido séquito todos vestidos con sus mejores galas; y a Roca, de traje y sombrero comunes, en un barquito junto a cuatro gatos. Y al pie la leyenda: "Mientras el uno estiva / cien personas o más, según los datos, / fleta el otro, por toda comitiva, / tan sólo cuatro gatos".   
La crítica era injusta y además exagerada hasta rozar la mendacidad: Roca no viajó en un barquito cualunque sino en el acorazado Belgrano de 6.840 toneladas adquirido dos años antes durante el gobierno de Uriburu. Y la cortedad de la comitiva que había designado tenía más que justificados motivos:
1) El Zorro no quería darle a la ocasión un carácter excesivamente protocolar, antes bien, quería que en la Argentina la ciudadanía lo considerara como un asunto cuasi secreto de extrema relevancia y le otorgara a su participación la condición de clave (lo cual es lógico en cualquier político que se precie de tal), pero a la vez; que en Chile se lo percibiera como una reunión informal de dos mandatarios que amistosamente ponían todo de sí en pro de la paz entre sus países (y de paso, evidenciar ante los chilenos la importancia relativa que le adjudicaba al hecho, algo así como cuando una persona de alta posición y fortuna visita a otra de inferior condición social y no sobrada de recursos económicos: va con cierta informalidad, mientras que el dueño de casa se pone encima lo mejor que tiene y exhibe un boato que quizá después deba lamentar por lo inútilmente dispendioso).
2) Viajó en el Belgrano pues quería ostentar ante la comitiva trasandina el poderoso acorazado recientemente adquirido, pero además, lo hizo pilotar por el mismísimo ministro de Marina, comodoro Martín Rivadavia, navegando por el llamado camino del sudoeste, a través de los inextricables canales fueguinos, ruta peligrosísima y apenas esbozada en las cartas marinas. Era un tiro por elevación a los chilenos, como diciéndoles: "¿Vieron? En nuestra Argentina el ministro de Marina no es un burócrata de escritorio; es un consumado marino capaz de conducir personalmente con gran pericia y arrojo un buque de guerra a través de aguas cuasi desconocidas. Y yo, presidente de los argentinos, que soy un general de su ejército y no luzco los entorchados por haberlos obtenido en algún pasillo sino que gané cada uno de mis ascensos en los campos de batalla; confío en la profesionalidad y eficacia de mi ministro al punto de viajar yo mismo en el buque pilotado por él". La Nación criticó mucho ese aspecto y puso que "(el viaje presidencial) resulta así una exploración por tierras lejanas, desconocidas y aisladas del mundo", y que "han ocurrido sucesos de toda magnitud que podían haber reclamado la presencia o la comunicación con el primer mandatario, y sin embargo éste andaba extraviado en los desiertos del sur de la república". No era cierto; nada había pasado y además no había habido acefalía alguna pues había quedado  a cargo del Ejecutivo el vicepresidente Norberto Quirno Costa  (que era mitrista y a quien no debe haberle gustado nada el ninguneo). Por su parte,  Félix Luna sostuvo la opinión de que se trató de una "compadrada". Un yerro del autor de Soy Roca, que con eso no hizo más que evidenciar el no haber sido capaz de interpretar ni comprender la índole del Zorro, quien estaba lejísimos de incurrir en "compadradas"; ese suyo de llegar a Punta Arenas navegando por los canales, fue un acto de fría intencionalidad y estudiado cálculo, como todos los que producía. 
3) Lo escaso de la comitiva era porque no quería exponer a ministros ni legisladores a riesgos que él sí estaba dispuesto a afrontar como presidente de la Nación (otro mensaje que no fue comprendido por la prensa, pero bueno, era como pedirle a un nene de primer grado que desarrolle el teorema de Pitágoras).
También viajaron con el presidente corresponsales de los diarios, entre ellos Roberto Payró por La Nación, que sería a la postre el que más interesantes crónicas haría.
Roca pidió al Congreso la autorización para el viaje, y delegó el mando en Quirno Costa. El 20 de enero, después de clausurar las sesiones extraordinarias del Congreso, viajó por tren a Bahía Blanca, abordando allí el acorazado Belgrano para dirigirse a Punta Arenas. Por su parte, Errázuriz lo hizo en el O'Higgins. Se encontraron el 15 de febrero de 1899 en lo que se dio en llamar el "Abrazo del Estrecho", que se muestra en la fotografía que oficia de portada de este artículo.
Con su proverbial astucia, Roca no descansó sólo en el pacifismo (evidente, por otra parte) de su colega chileno; también se preocupó por estrechar vínculos con el presidente uruguayo Juan Cuestas, y muy especialmente con el brasilero: Manuel Ferraz de Campos Salles. Los belicistas de Chile (contrarios a Errázuriz y que no eran pocos, dicho sea de paso) se toparon así con la evidencia de que en una eventual guerra con la Argentina, no podrían contar con la ayuda de Brasil ni de Uruguay.
Pero no había sido, o por lo menos, no había sido solamente para confraternizar con Errázuriz y resolver el conflicto con nuestro expansionista vecino que el Zorro había emprendido tan largo y peligroso viaje; había cuestiones internas tanto o más graves aún que las externas, que reclamaban su urgente atención.
Por ejemplo, el Times de Londres publicó una nota periodística en la cual afirmaba que los colonos galeses que habitaban el Chubut argentino habían solicitado a la corona británica el protectorado sobre esa región, o bien la ayuda para erigirla en nación independiente; tal como veremos en la segunda parte de este artículo.

(Continuará)