Casimiro era negro, muy negro. Tanto así, que había nacido en 1840 en aquella Buenos Aires pintada de rojo punzó cuyo puerto en la puerta (Miguel Cantilo dixit) abría o cerraba con férrea mano el muy rubio señor de Palermo de San Benito; llevaba, como todo afroargentino, el apellido de la familia a la que sus abuelos habían servido como esclavos: Alcorta; y de niño lo había mecido el son de los candombes federales en homenaje a la Niña, a Manuelita.
Si Julio Verne escribió: "los yanquis nacen ingenieros, como nacen metafísicos los alemanes"; yo afirmo que los negros nacen músicos. Y Casimiro Alcorta era músico. Excelente músico, además. Violinista. Y popular, muy popular. Tocaba, a veces solo y otras veces formando dueto con uno que también se las traía: el Mulato Sinforoso (clarinetista el hombre); en las academias o en esos bailongos y algo más del barrio del Tambor y del barrio del Mondongo, y en las de extramuros, allá en los Corrales, en el barrio de las Ranas, en Barracas al sur, en la Boca del Riachuelo, y en fin; donde cuadrara.
De tanto yirar de musicante por esos bailes, el Negro Casimiro, tan pobre en dinero como rico en talento, amigos y amores, conoció en el Scudo d'Italia que quedaba en la calle Corrientes casi esquina con Uruguay; a la Rubia Paulina, una bellísima italiana de profesión bailarina y otras yerbas, a la que hubo de arrebatar de prepo al canfinflero que la explotaba. La Paulina (que fue en su tiempo una de las más famosas bailarinas del tango), desde ese momento formó pareja con el Negro hasta la muerte de éste en 1913.
El 15 de setiembre de ese año salió el primer número de Crítica, bajo la dirección de Natalio Botana y con el lema Diario ilustrado de la noche, impersonal e independiente. Exactamente una semana más tarde, en la edición del día 22 alguien, bajo el pseudónimo Viejo tanguero (que algunos sostienen fue utilizado por un periodista español y otros atribuyen a uno de los cofundadores del diario, el periodista, escritor y dramaturgo José Antonio Saldías (hijo del ilustre historiador Adolfo Saldías) publicó en Crítica una nota titulada El tango: su evolución y su historia. Quiénes lo implantaron, en la cual se ubicaba al Negro Casimiro en el sitial al que era más que justo acreedor por sus aptitudes y merecimientos musicales entre los pioneros de un género que empezaba a abandonar ese carácter e iba camino a hacerse cultura de todo un país; se lo reputaba como uno de los mejores ejecutantes de Academia y se lo sindicaba como el primero en hacer conocer sus tangos.
Pero si las mentas de Casimiro Alcorta nos llegaron a través de ese artículo periodístico; su música perdura en las obras de su autoría que se han podido rescatar hasta el presente: su tango La yapa, y otro que conocemos bajo el título Cara sucia, que tiene una historia muy especial, la cual voy a narrarles a continuación: En 1884, el Negro ejecutó durante un baile en el Politeama las notas de un tango que había compuesto a partir de algunos pasajes de la melodía de una habanera de autor anónimo titulada Dame más (y utilizando como base dicha pieza, muy popular por entonces; también Gabino Ezeiza había creado su famoso Saludo a Paysandú -el mismo que después sería grabado por el dúo Gardel-Razzano-, el cual pueden escuchar cliqueando en este ENLACE.
Atisbando a través del calamaco del tiempo y con escasa prueba documental, se hace difícil determinar cuándo la historia se confunde con la leyenda; pero la tradición oral que nos ha llegado es unánime en cuanto a que al Negro el tango se le inspiró a partir de un reproche dirigido en el ámbito de algún queco de la ribera a una pupila de nombre Enriqueta, la cual parece que no se distinguía precisamente por contarse en las filas de las más fervorosas militantes de la higiene íntima: "¡Tenés la concha sucia y peluda!", se le habría endilgado, se ignora si por parte de algún cliente, o bien del cafishio o de la madama que cuidaba de la señorita en cuestión y le contabilizaba las latas.
Y de la inventiva de Casimiro para la picaresca (o mejor dicho, para lo francamente soez) a partir de los comentarios burlones que circularon acerca de la falta de aseo de la susodicha Enriqueta, emergió (según dicen los memoriosos) una copla que decía aproximadamente esto: "Concha sucia, concha sucia, concha sucia; / te has venido con la concha sin lavar. / Melenuda, melenuda, melenuda; / esa concha que tenés sin afeitar. / Esa concha tan sabrosa y picarona / que me tiene encajetado hasta el ojal". En fin, como puede apreciarse, muy edificante todo, realmente de salón. De salón... de prostíbulo, claro.
La música de ese tango de Casimiro resonó por todo Buenos Aires, a la par que la letrilla que le adosó se hizo popular en el ambiente prostibulario. Y como no podía ser de otra manera, por supuesto en la calle se lo conocía bajo el título de Concha sucia.
Ya fallecido el Negro en 1913, Angel Villoldo grabó en 1915 una versión de Concha sucia con arreglos propios; pero desde ya, editada bajo un título presentable como para que la compañía discográfica lo aceptara: Cara sucia.
F. Elpidio y J. Caruso le escribieron sendas letras, siguiendo la línea de la letrilla que había hecho el Negro Casimiro; pero ya "aptas para todo público" y no acotadas a un par de coplas procaces. La de Elpidio estaba referida a un hombre, el cual aparece de galera y fumando un habano en una imagen de la tapa de la partitura; y la letra comienza: “Cara sucia, cara sucia, cara sucia / te viniste con la cara sin lavar / Melenudo, melenudo, melenudo / también llevas la melena sin peinar”. La de Caruso, que fue la más grabada y difundida, trata acerca de una mujer de rubia y ensortijada cabellera, que tiene un modo coquetón de caminar, y empieza: "Cara sucia, cara sucia, cara sucia, / te has venido con la cara sin lavar, / esa cara tan bonita y picarona / que refleja una pasión angelical".
Genaro Vázquez, con arreglos que le pertenecen, también lo versionó instrumentalmente; pero titulándolo La carterita. Por su parte, en 1916 Francisco Pirincho Canaro, que le había introducido también arreglos de su autoría, registró estos a su nombre y lo grabó, con la letra de Caruso, interpretado por el actor y a veces cantor Arturo Calderilla (quien fuera uno de los fundadores de la Sociedad Argentina de Actores, precursora de la actual Asociación Argentina de Actores), para la compañía de discos y gramófonos Atlanta.
Una anécdota curiosa: los registros acústicos se realizaban en un pequeño galpón, al fondo del local de Atlanta ubicado en la calle Esmeralda 274, en cera, la cual era luego enviada en barco a Hamburgo, Alemania, para que allí se hiciera el prensado y la impresión del sonido en discos de pasta de 25 cm. de diámetro a doble cara, cada una de las cuales contenía un tema musical. A raíz de la Primera Guerra Mundial y ante la imposibilidad de seguir enviando las grabaciones en cera a Alemania, el propietario de Atlanta, señor Alfredo Améndola, suscribió un convenio con un italiano llamado Saverio Leonetti, quien tenía una fábrica de discos en Porto Alegre, Brasil. Y hasta allí tuvo que viajar Canaro para grabar, y como él mismo cuenta en sus Memorias publicadas por Corregidor en 1999, por razones presupuestarias debió, a pedido de Améndola, ceñirse a que lo acompañaran sólo el bandoneonista Pedro Polito y el contrabajista Leopoldo Thompson, contratándose en Porto Alegre al resto de los músicos que compondrían la orquesta.
El viaje a Brasil lo hicieron en un vapor de carga, el Toro (que al año siguiente sería hundido por un submarino alemán, sin que hubiera que lamentar víctimas, pues su comandante ordenó recoger a todos los tripulantes del buque que había atacado, y nuestro gobierno nacional de por entonces -presidido por Hipólito Yrigoyen- mandó un ultimátum a su similar alemán exigiendo el inmediato desagravio a la bandera argentina, la indemnización por la pérdida del Toro y que en adelante los buques argentinos quedasen exceptuados del bloqueo germano, caso contrario, declararía la guerra a Alemania; y ésta, se allanó por completo a todos los reclamos). En la imagen aparecen (de izquierda a derecha) de pie: Emilio Marchiano, violinista; un flautista cuyo nombre se desconoce; Francisco Canaro, violinista, y Leopoldo Thompson, guitarrista (que también era contrabajista y por eso en su libro lo menciona Canaro en tal carácter), y sentados: Pedro Polito, bandoneonista; el hombre que ofició de técnico de grabación (que algunos dicen que se llamaba Francisco Schultz y otros afirman que se trataba de un hermano de Leonetti); Alfredo Améndola (propietario de la compañía Atlanta) y Saverio Leonetti (propietario de la compañía A Eléctrica, de Porto Alegre).
Se hicieron por lo menos dos matrices de la grabación de Cara sucia para el sello Atlanta, pues la realizada en Brasil, que figura en el catálogo de la compañía con el N° 3075, es sólo instrumental; mientras que como consigné más arriba, la que canta Arturo Calderilla está registrada con el n° 3047, como pueden ver en la imagen. En esa oportunidad, la orquesta fue un quinteto conformado por Francisco Canaro y Rafael Rinaldi en violines, José Martínez en piano, Leopoldo Thompson en contrabajo y Pedro Polito en bandoneón. A través de este ENLACE pueden escuchar la exclusivamente instrumental, es decir, la que se grabó en Porto Alegre.
Otro gran espaldarazo en cuanto a difusión para Cara sucia, fue el que en 1917 le dio la gran actriz y cantante Lola Membrives al grabarlo (también con la letra de Caruso). Si desean escuchar esa versión, cliqueen en este ENLACE. Y sería el maestro Carlos Di Sarli quien haría la mejor orquestación de Cara sucia: ENLACE.
No hay manera de saber (al menos, mientras no aparezcan nuevas fuentes documentales) cuántas y cuáles obras fueron las que compuso y/o arregló el Negro Casimiro más allá de las que hoy conocemos y sobre las que hay absoluta certeza de que son suyas; simplemente porque en ese entonces aún no había en nuestro país una entidad en la cual registrar la autoría de las piezas musicales, dado que la primera con ese propósito fue la Sociedad del Pequeño Derecho formada a instancias de Angel Villoldo a su regreso de París, adonde había sido enviado en 1907 con el patrocinio de la casa Gath y Chaves, para que hiciera conocer y grabar sus temas. Varios le adjudican, por ejemplo, a Casimiro Alcorta la autoría del tango Entrada prohibida, el cual fue registrado en 1918 por Luis Teisseire. ¿Habrá éste recopilado y arreglado un tema del Negro al que después inscribió como propio? Es imposible saberlo, y por lo tanto, resulta cuanto menos imprudente afirmarlo. Tanto, como aseverar (como hacen algunos) que Canaro le robó Cara sucia a Casimiro y lo inscribió a su nombre; siendo que el primero lo que hizo fue registrarlo como "Cara sucia arreglado por Francisco Canaro", y además; no hay que olvidar que el segundo compuso, por lo menos en forma parcial, la pieza a partir de una melodía preexistente, ¿entonces? Ah, y por las dudas, aclaro: no es Canaro objeto de mi especial devoción y son pocos, poquísimos los tangos suyos que me gustan. Lo consigno por si a alguien se le llegase a ocurrir la peregrina idea de que pudiera yo estar ensalzándolo en razón de una excesiva admiración, cuando de ningún modo es así. Pero por más que a mí no me guste mayormente Canaro; sería injusto y absurdo que intente por eso minimizar la relevancia de su obra.
Deploro las generalizaciones, pero hay circunstancias en las que es prácticamente imposible no apelar a ellas de modo de ilustrar lo que se quiere expresar. Los argentinos solemos exhibir cierta tendencia a exaltar personajes del pasado más remoto, pero paralelamente en desmedro y con ninguneo de los personajes del pasado más reciente. Ello se debe, en mi modesta opinión, a la combinación de dos factores: somos fundamentalmente nostálgicos; y cargamos con la mochila de una supina ignorancia con respecto a nuestra propia historia. Así, en cuanto nos enteramos de que existió un Casimiro Alcorta, nos apresuramos a transformarlo en una especie de padre del tango e inferimos que algunos lo cagaron apoderándose de temas que eran suyos, máxime si esos algunos a los cuales culpamos de haberlo cagado, alcanzaron un alto grado de reconocimiento. Más o menos lo mismo pasa con Tanguito (y no utilizo cursivas, como debería hacerlo al escribir "Tanguito", porque muchos de esos que tanto boquean acerca de él como si supiesen, si se les mencionara a José Alberto Iglesias (como se llamaba en realidad), se quedarían mirando cual si se les hubiera nombrado a un extraterrestre; así que mejor lo dejo en Tanguito sin cursivas). ¿Cuántas veces habremos oído pontificar el consabido "see, Tanguito... Litto Nebbia lo garcó con La balsa, que era autoría de él solo, y la registró a nombre de los dos". ¿Se habrán detenido a pensar que Tanguito, con suerte y viento a favor, hizo, cuanto mucho, una decena de canciones, encima, casi todas en coautoría y de las cuales sólo una fue un hit; mientras que Litto compuso, él solo, cientos de temas, TODOS éxitos y muchísimos de ellos, internacionales, además?
El Negro Casimiro (al igual que Tanguito para lo que se llamó música progresiva o rock nacional) fue uno de los pioneros del tango y un músico con toda seguridad, notable; pero vamos... tampoco la pavada; ni tan peludo que no se le vean los ojos, ni tan pelado que se le vean los sesos. Fue el Negro, reitero, un excelente ejecutante, merecedor de reconocimiento; pero no era Troilo, ni Piazzolla, ni Salgán, eh. Guarda, ojo al piojo; las cosas hay que contarlas como fueron; no como nos hubiese gustado a cada uno que fueran.
Particularmente, me gusta evocar con simpatía y emoción el recuerdo de un precursor como Casimiro Alcorta, y suelo divagar con la idea de que estará en alguna estrella, enamorando a la tana Paulina con su coraje y el embrujo de su violín. Estrella esa por la que también andará de seguro Enriqueta, que por ahí, quién te dice; quizá hasta se haya vuelto adicta al jabón... y a la prestobarba.
Amén.
Deploro las generalizaciones, pero hay circunstancias en las que es prácticamente imposible no apelar a ellas de modo de ilustrar lo que se quiere expresar. Los argentinos solemos exhibir cierta tendencia a exaltar personajes del pasado más remoto, pero paralelamente en desmedro y con ninguneo de los personajes del pasado más reciente. Ello se debe, en mi modesta opinión, a la combinación de dos factores: somos fundamentalmente nostálgicos; y cargamos con la mochila de una supina ignorancia con respecto a nuestra propia historia. Así, en cuanto nos enteramos de que existió un Casimiro Alcorta, nos apresuramos a transformarlo en una especie de padre del tango e inferimos que algunos lo cagaron apoderándose de temas que eran suyos, máxime si esos algunos a los cuales culpamos de haberlo cagado, alcanzaron un alto grado de reconocimiento. Más o menos lo mismo pasa con Tanguito (y no utilizo cursivas, como debería hacerlo al escribir "Tanguito", porque muchos de esos que tanto boquean acerca de él como si supiesen, si se les mencionara a José Alberto Iglesias (como se llamaba en realidad), se quedarían mirando cual si se les hubiera nombrado a un extraterrestre; así que mejor lo dejo en Tanguito sin cursivas). ¿Cuántas veces habremos oído pontificar el consabido "see, Tanguito... Litto Nebbia lo garcó con La balsa, que era autoría de él solo, y la registró a nombre de los dos". ¿Se habrán detenido a pensar que Tanguito, con suerte y viento a favor, hizo, cuanto mucho, una decena de canciones, encima, casi todas en coautoría y de las cuales sólo una fue un hit; mientras que Litto compuso, él solo, cientos de temas, TODOS éxitos y muchísimos de ellos, internacionales, además?
El Negro Casimiro (al igual que Tanguito para lo que se llamó música progresiva o rock nacional) fue uno de los pioneros del tango y un músico con toda seguridad, notable; pero vamos... tampoco la pavada; ni tan peludo que no se le vean los ojos, ni tan pelado que se le vean los sesos. Fue el Negro, reitero, un excelente ejecutante, merecedor de reconocimiento; pero no era Troilo, ni Piazzolla, ni Salgán, eh. Guarda, ojo al piojo; las cosas hay que contarlas como fueron; no como nos hubiese gustado a cada uno que fueran.
Particularmente, me gusta evocar con simpatía y emoción el recuerdo de un precursor como Casimiro Alcorta, y suelo divagar con la idea de que estará en alguna estrella, enamorando a la tana Paulina con su coraje y el embrujo de su violín. Estrella esa por la que también andará de seguro Enriqueta, que por ahí, quién te dice; quizá hasta se haya vuelto adicta al jabón... y a la prestobarba.
Amén.
-Juan Carlos Serqueiros-
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REFERENCIAS
Canaro, Francisco. Mis memorias: mis bodas de oro con el tango. Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1999.
El Tango: Su evolución y su historia. Historia de tiempos pasados. Quiénes lo implantaron, por "Viejo Tanguero" (pseud.), publ. en diario Crítica ed. 22.09.1913.
Selles, Roberto. El origen del tango. Academia Porteña del Lunfardo, Buenos Aires, 1998.
Selles, Roberto y Benarós, León. La historia del tango. Primera época. Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1977.
mmmmm ,todo un argumento històrico detràs de cada letra de tango,sera por eso que siempre me gustò escuchar muy bien la letra de algunos tangos para poder ubicar en que contexto y època se ajustaban.MUY BUENO Juan Carlos¡
ResponderEliminarHermosa nota ! Muy rica e interesante !
ResponderEliminarMuy buenos tus conceptos, hermoso.
ResponderEliminarGracias por tan intensa y documentada información. Saludos.
ResponderEliminarExelénte articulo, sobre la historia del tango. Disiento únicamente en el dato de la calidad de músico de Casimiro, el fue alumno de Amancio Alcorta, uno de los Decanos de la música Argentina. Casimiro fue profesor de música a los 16 años. Aparte del violín ejecutaba piano.
ResponderEliminarMuy buen artículo sobre la historia del tango por suerte le pusieron cara sucia sino sería imposible cantar ese título.. .
ResponderEliminarQué lástima que Edmundo Rivero no cantó el tango del negro Alcorta en su versión original. Tal vez alguien se anime ahora. No importa cómo impacte en el público tanguero, sería lindo escucharlo tal como lo hicieron hace 120 años.
ResponderEliminarAprendiendo, gracias.
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