lunes, 25 de febrero de 2013

SEXO Y CORRUPCIÓN EN LA INGLATERRA MEDIEVAL







































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

En la primera década del siglo XIV, más precisamente en 1307, accedía al trono de Inglaterra Eduardo II, de la casa Plantagenet, tras la muerte de su padre Eduardo I, acaecida el 7 de julio de ese año.
Ya desde su adolescencia el nuevo y joven rey (que no se distinguía precisamente por su inclinación a tareas, juegos y distracciones muy... varoniles, digamos) venía evidenciando sus preferencias sexuales orientadas inequívocamente hacia personas de su mismo género.
Por el año 1298 se había enamorado de Pedro Gaveston (Piers Gabastone), que tenía aproximadamente su misma edad (14 años) y era uno de los funcionarios favoritos de la corte de su padre y a quien éste tenía en gran consideración. Consideración largamente merecida, porque en efecto Gaveston, de origen plebeyo (era hijo de un fiel servidor, oficial y funcionario del rey), exhibía un juicio ilustrado, criterioso y atinado, y poseía excelentes aptitudes tanto en lo militar como en lo administrativo, debido a lo cual el monarca lo incluyó entre las compañías de su hijo, del cual se convertiría Gaveston en inseparable.


Eduardo I The Longshanks (el Zanquilargo) lo había calculado y previsto todo para el futuro reinado de su hijo una vez que él muriese; pero claro, todo... excepto que el príncipe se enamoraría de Gaveston. Cuando el rey se percató de ello, convocó al Parlamento y en presencia de la nobleza, dispuso que aquél debía ser desterrado (un destierro en condiciones más que benignas, ya que lo mandó a Francia y le señaló a Gaveston una significativa pensión que percibiría mientras durase el mismo), ordenó que en adelante no podría verse con el príncipe sin autorización suya, y en cuanto a su hijo, después de darle una (nunca mejor aplicado el término) soberana paliza (lo tomó de los cabellos, lo arrojó al piso y lo pateó hasta quedar exhausto), lo obligó a acompañarlo en lo que consideraba sería la etapa final para el sojuzgamiento de Escocia por parte de Inglaterra.


Pero sorpresivamente Eduardo I enfermó de disentería y falleció. Antes de expirar, alcanzó a llamar a su lado a su hijo y heredero, le reiteró todo lo que se esperaba de él y le prescribió que a su muerte no enterrase su cadáver; sino que hirviéndolo hasta que quedaran sólo los huesos, los portase hasta concluir la guerra con Escocia y sólo en ese momento les diese sepultura.
El hasta entonces príncipe de Gales y ahora rey de Inglaterra, Eduardo II, lejos de proceder según los últimos deseos de su padre; hizo que sus restos fueran inhumados en la abadía de Westminster, lo cual se verificó el 27 de octubre, se apresuró a abandonar la campaña de Escocia y dispuso que su amado Gaveston regresara de su exilio en Francia para incorporarlo inmediatamente a su corte (y de paso, a su lecho) y colmarlo de cargos -por ejemplo, lo nombró nada menos que earl (conde) de Cornualles- y honores. Asimismo, hizo casar a Gaveston con una sobrina suya (y nieta del fallecido Eduardo I), Margarita de Clare, celebrándose la boda en la mismísima residencia de la que había sido hasta allí la reina consorte: su madrastra Margarita, principiando así una serie de festejos con ningún sentido de la oportunidad; ya que los acontecimientos tenían lugar paralelamente a la terminación de los funerales del extinto Eduardo I. Todo esto, demás está decirlo, malquistó al flamante rey con la nobleza; además de que el odio hacia Galveston creció exponencialmente.
A principios de 1308, Eduardo II se casó en Boulogne-sur-Mer con Isabelle Capet (Isabel -o, indistintamente, Isabela- Capeto de Francia), una boda que había sido previamente pactada entre el padre de Isabel, Felipe IV el Hermoso, rey de Francia; y el de Eduardo, que como hemos visto, era Eduardo I, rey de Inglaterra; en un convenio que, después de diez años, zanjaba un litigio entre ambas coronas con respecto a las tierras de Gascuña, Anjou, Aquitania y Normandía. Hay unanimidad en cuanto a los atributos físicos de Isabel, de extraordinaria hermosura (considerada la mujer más bella de su tiempo); aunque no la hay en cuanto a la edad que tenía al casarse con Eduardo, ya que se desconocen la fecha, el mes y el año de su nacimiento (situado entre 1292 y 1295); generalmente se acepta que al momento de su boda tenía 12 años.
En el ínterin de su viaje de dos semanas para casarse, Eduardo había dejado a cargo de su reino, en calidad de regente a Gaveston, lo cual por supuesto, llevó al paroxismo las iras de los nobles hacia el valido del rey.
Más temprano que tarde, Isabel pudo notar que su flamante esposo, lejos de buscar su compañía y de cumplir sus deberes maritales; pasaba todo el tiempo con Gaveston.


Por esos días le escribía a su padre, Felipe IV: "No existe en la tierra mujer más desgraciada que yo. Mi esposo es un completo extraño en mi cama". Y Cristopher Marlowe en su obra Eduardo II, le atribuye estas palabras: "¡Ni Zeus enloqueció por Ganímedes tanto como el rey por el maldito Gaveston!". No obstante asignársele a Eduardo el ser esquivo a frecuentar el lecho de su esposa; debe decirse que tuvieron cuatro hijos, entre ellos el primogénito, llamado también Eduardo y que sucedería a Eduardo II en el trono, tras la abdicación forzada de éste.
La imprescindible brevedad a la que debe necesariamente ceñirse un artículo me inhibe en esta oportunidad para abundar en detalles sobre el complejísimo proceso de las guerras intestinas en la Inglaterra de Eduardo II. A quienes le interese el tema, me permito sugerirles la lectura de la abundante y variada bibliografía que hay al respecto: Edward of Carnarvon, 1284-1307 y The place of the reign of Edward II in English history: based upon the Ford lectures delivered in the University of Oxford in 1913, ambos de Hilda Johnstone; Edward II, de Seymour Phillips; The Greatest Traitor: The Life of Sir Roger Mortimer, 1st Earl of March, Ruler of England, 1327–1330 y The Death of Edward II in Berkeley Castle, ambos de Ian Mortimer; The Tyranny and Fall of Edward II, 1321–1326, de Natalie Fryde; Edward II, 1307-1327, de Mary Saaler; y por supuesto, la crónica más antigua existente sobre el particular, ya que fue escrita en 1326: Vita Edwardi Secundi, de autor anónimo.
Consecuentemente, me limitaré a consignar que la guerra civil, atizada por las intrigas y las ambiciones en el seno de la baronía sin que la débil y fluctuante voluntad de Eduardo bastara a evitarla (antes bien; contribuyó a enardecerla) se encendió, y luego de una enconada lucha entre las facciones, con la nobleza y el clero repartidos en sus preferencias por uno u otro de los bandos, Gavestone fue asesinado, según algunos historiadores, o ejecutado tras un breve juicio según otros.
Eduardo juró venganza contra aquellos a quienes reputaba como culpables de la muerte de su amado favorito; aunque después les concedería la gracia del perdón real (no obstante lo cual haría ejecutar a Tomás Plantagenet, conde de Lancaster, al que consideraba el máximo culpable).
La guerra civil trajo aparejada la pérdida ("pérdida" para Inglaterra, quiero significar) de Escocia, que se independizó en 1314.
Tras la muerte de Gaveston, Eduardo eligió como favorito (otra vez y al igual que la anterior, "favorito" en la corte y también en la cama) a sir Hugo Le Despenser, que "casualmente" era concuñado de Gaveston (estaba casado con una hermana de Margarita, la esposa -ahora viuda- de Gaveston: Leonor de Clare).
Las aberraciones cometidas por el déspota Despenser (por ambos Despenser, en realidad; pues el nuevo amante del rey era hijo y tocayo de sir Hugo Le Despenser, llamado el Viejo para distinguirlo de aquél al cual se lo conocía como el Joven) desatarían nuevamente la lucha interna, que involucraría además, a la reina consorte, Isabel; quien ayudaría a fugar de la Torre de Londres donde había sido recluído, a sir Rogelio Mortimer, conde de March, el principal opositor a la tiranía de los Despenser, quien se asilaría en Francia, donde reinaba ahora el hermano de Isabel, Carlos IV.
Y precisamente con éste se desataría un nuevo conflicto para Eduardo, por las tierras de Gascuña. A través de la sugerencia del papa Juan XXII, en 1325 Isabel convenció a Eduardo de destacarla ante la corte francesa para resolver el litigio. Isabel, en París, llegó prontamente a un acuerdo con su hermano Carlos IV, en virtud del cual se declaraba la paz y se le devolvería Gascuña a Eduardo. Para legitimar dicho tratado, Eduardo II debía rendir homenaje a Carlos IV, pero el primero, temeroso de que si se separaba de Despenser, los barones asesinaran a éste, reeditando lo ocurrido a Gaveston; prefirió enviar a su hijo y heredero, Eduardo de Windsor, que así se reunió con su madre en Francia.
A todo esto, Isabel se había reencontrado con Mortimer y se habían hecho amantes. 
Como era de esperar, Eduardo II reclamó a Carlos IV que hiciera que Isabel volviese inmediatamente a Inglaterra, y éste le respondió educada pero secamente, que su hermana había ido a Francia por propia voluntad y que asimismo, podía regresar a Inglaterra cuando quisiera; pero que si deseaba permanecer en Francia, no le correspondía a él echarla. Eduardo II recurrió entonces al papa, quien escandalizado ante el adulterio más que evidente, aconsejó a Carlos IV que la expulsase de su corte. Éste entonces, lo hizo, pero sólo en apariencia, pour la gallerie; mientras la seguía apoyando. La reina consorte de Inglaterra, que hasta entonces despertaba simpatía y compasión por estar casada con un rey mariquita que gustaba de los hombres; se vio así considerada como una puta adúltera.




Isabel se dirigió a Holanda y allí celebró un convenio con su primo Guillermo I, de la casa Avesnes, comté de Hainaut (conde de Henao), por medio del cual se estipulaba el futuro casamiento de su hijo, el joven Eduardo; con Felipa, la hija de Guillermo, y a cambio éste se obligaba a financiar un ejército integrado por mercenarios franceses y holandeses, con el cual Isabel y Mortimer proyectaban invadir Inglaterra, acabar con la tiranía de los Despenser y derrocar a Eduardo II, colocando en el trono al adolescente Eduardo con ellos como regentes.
Y efectivamente, todo les salió de acuerdo a lo que habían planeado. En setiembre de 1326 ni bien desembarcados Isabel y Mortimer con su ejército en la costa inglesa, la mayoría de los barones, encabezados por Enrique Plantagenet (hermano de Tomás de Lancaster, quien había sido ejecutado por orden de Eduardo II, como vimos antes), tomó partido por ellos, y en sólo dos semanas la formidable coalición en torno a Isabel y Mortimer tomó Londres y provocó la caída de Eduardo II, quien en compañía de su amante Hugo Le Despenser el Joven huyó a Gales. Las turbas londinenses, enardecidas y sin control alguno, salieron a cazar a los partidarios de los Despenser; los linchamientos, violaciones y saqueos se sucedieron y la ciudad fue presa del terror. Enrique apresó en Bristol a Hugo Le Despenser el Viejo y lo condenó a ser ahorcado, decapitado y descuartizado, tras lo cual ordenó que sus restos fueran arrojados a los perros.
Seguidamente, procedió a capturar a Eduardo II, al que llevó personalmente a Kenilworth, y a Hugo Despenser el Joven, a quien envió prisionero a Hereford, donde se encontraban Isabel y Mortimer. La ejecución que éstos le tenían reservada era espeluznante. Despenser fue conducido a la plaza, donde se lo desnudó y se leyó el bando en el cual se enumeraban los crímenes de los que se lo tenía por culpable. A continuación, lo ahorcaron; pero justo antes de que llegara a morir, fue descolgado.

 
Luego fue atado a una escalera al pie de la cual se encendió una gran hoguera.

 
Y seguidamente el verdugo le cortó el pene y los testículos, lo desolló, luego lo evisceró y finalmente le arrancó el corazón, arrojando al fuego los órganos.


Los alaridos de dolor que daba Despenser eran festejados por la multitud enardecida, distinguiéndose las ruidosas carcajadas de Isabel, que disfrutaba intensamente del "espectáculo".
Allí se ganó el apodo de Loba de Francia por el cual se la llamaría en adelante, debido a la blancura de sus dientes (característica esta rarísima en la Edad Media) exhibidos en las risotadas que lanzaba y a su crueldad. Después, bajaron el cadáver de Despenser, lo decapitaron y descuartizaron.
En cuanto a Eduardo II, fue encerrado en la Torre de Londres mientras un consejo se reunía y resolvía qué hacer con él; ya que las opiniones estaban divididas entre quienes querían ejecutarlo y los que no. Después de diez días de deliberaciones, se decidió que fuera recluido de por vida. 


En enero de 1327, el Parlamento reclamó su abdicación por una larga lista de cargos que se le formulaban, la cual se produjo el 21 de ese mes en favor de su hijo Eduardo de Windsor, que fue coronado el 1 de febrero y que en adelante reinaría con el nombre de Eduardo III; pero con Isabel y Mortimer como regentes en razón de su minoría de edad (tenía 14 años). 


El 21 de setiembre, Eduardo Plantagenet (ex Eduardo II) moría en el castillo de Berkeley en circunstancias que se desconocen. Hay quienes afirman que falleció por enfermedad, quienes sostienen que fue un estrangulamiento, quienes creen que fue asfixiado con una almohada, quienes se atienen a la versión más difundida: la de que fue asesinado por orden de Isabel y Mortimer por empalamiento (le habrían introducido un cuerno en el ano, haciendo pasar a través de él un hierro al rojo vivo), y hasta los hay quienes creen que no murió en ese entonces; sino que consiguió escapar y mantenerse oculto, falleciendo muchos años después de muerte natural. Particularmente, me hallo inclinado a suponer que murió de resultas de la combinación entre las condiciones de extrema insalubridad del sitio de reclusión y el abatimiento espiritual. Su cadáver fue embalsamado y sepultado en la abadía (hoy catedral) de Gloucester.
Isabel y Mortimer (especialmente éste), como regentes, actuaron con el mismo despotismo que había ejercido Le Despenser, reiterando sus prácticas de corrupciones, persecuciones y exacciones y sembrando el terror en beneficio propio y en el de sus esbirros.
El 24 de enero de 1328 Eduardo III, que contaba por entonces 15 años, se casó con Felipa de Henao, que tenía 13. El 15 de junio de 1330 nacería el primero de los 14 hijos que tendrían: Eduardo, el Príncipe Negro. El 19 de octubre de 1330, estando aún sujeto a la regencia de su madre y de Mortimer y percibiendo que la tiranía que éstos habían implantado era tan funesta y terrible como la anterior; se presentó sorpresivamente en el castillo de Nottingham donde estaba la pareja de regentes y apresó a Mortimer, al cual hizo encerrar en la Torre de Londres y ahorcar por traición un mes después, y proclamó su autoridad real, sin aceptar ya tutela alguna; a pesar de no haber llegado aún a la mayoría de edad. 



Obligó a su madre a retirarse y le fijó una pensión considerable. Isabel murió a los 67 años en su castillo de Rising, en Norfolk. Había tomado el hábito de clarisa.
De unos años a esta parte se han hecho tantos esfuerzos para reivindicar la figura histórica de Eduardo II, como los que desde el siglo XVI en adelante se hicieron para denostarla. En líneas generales, puede decirse que los primeros exhiben un bagaje tan paupérrimo en cuanto a la hermenéutica, que los argumentos esgrimidos para desechar las imputaciones paradojalmente llevan a que el lector se incline a reafirmar las mismas, aún cuando a todas luces sean injustas; y que los segundos, que cojean del mismo pie, pongan tal énfasis en la descalificación, que caen en invenciones inútiles y en la manipulación de la heurística. Y así, ambos se alejan de la honestidad intelectual que debería guiarlos en pos de esa utopía llamada verdad histórica.
Opino que Eduardo II estuvo tan distante de ser el dócil instrumento exento de mayores culpas en las manos inescrupulosas de ambiciosos seres abominables que quieren mostrarnos los unos; como de ser el mariquita vicioso, sanguinario, amoral y tirano que nos presentan los otros.
En apretada síntesis, considero que fue un botarate inserto en un contexto de lugar, tiempo y circunstancias en el que no tenía posibilidad alguna de sobrevivir. Puesto a reinar sin tener la más mínima aptitud para ello y obligado a hacer la historia, a provocar los sucesos, invariablemente fue detrás de los mismos, siendo así una hoja en el turbión. Adhirió, ya en su adolescencia, a una especie de adelphopoiesis secreta y sin iglesia, para terminar cayendo en la cuenta de que ni siquiera su propia carne podía dominar. Y no fue su elección sexual el condicionante mayor a la hora de su inexorable, rotundo fracaso (fracaso reconocido por él mismo en su abdicación forzada, por otra parte); sino su absoluta inanidad. Para colmo de males, los hados del destino, tan putos como él mismo, no le tiraron ni un centro. Si por lo menos, en lugar de la hermosa y astuta pero ruin Isabel de Francia le hubiera tocado una esposa como Felipa de Henao; quizá las cosas hubieran sido distintas, o por lo menos, algo distintas. Pero los dioses esa mujer se la dieron a su hijo, a él ni siquiera eso...
Eduardo II no fue un puto bueno ni un puto malo sino que fue una calamidad que atrasó la historia. 
Y esa fue la gran tragedia.

-Juan Carlos Serqueiros-

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