Pero el mundo no perdona a los que no se ocultan tras la máscara de la duplicidad y se niegan a esconder los sentimientos de su corazón. Así que muchas personas se ven obligadas a ocultar sus sentimientos. Pero, pero... la verdad, ¿dónde está el crimen? (Luisa de Bélgica, 1923)
La princesa Luisa María Amelia de Sajonia-Coburgo-Gotha no era feliz.
Hija del rey de Bélgica, Leopoldo II, y de la esposa de éste, la archiduquesa María Enriqueta de Austria; había nacido en Bruselas el 18 de febrero de 1858. Tuvo una infancia desdichada, signada por el desamor de sus padres hacia ella.
Hija del rey de Bélgica, Leopoldo II, y de la esposa de éste, la archiduquesa María Enriqueta de Austria; había nacido en Bruselas el 18 de febrero de 1858. Tuvo una infancia desdichada, signada por el desamor de sus padres hacia ella.
Se hace difícil hallar una virtud (suponiendo que la haya tenido) en alguien de tan execrable memoria como Leopoldo, que fue tirano, codicioso, avaro, esclavista y genocida. Bajo su reinado, perpetró a través de sus esbirros en su dominio del Congo asesinatos en masa en los que murieron cientos de miles de personas, y de las depredaciones que allí causó con sus explotaciones de marfil y caucho provenía la fortuna que lo convertió en el monarca más rico de Europa.
El suyo es de esos casos en los que al narrar la historia, uno procura encontrar en el personaje algo bueno para destacar, de manera de contraponerlo a sus muchas falencias y no tener que presentarlo como una escoria; pero es tarea imposible, un trabajo de Hércules. El despreciable Leopoldo II está situado sin duda muy alto en la escala de los grandes hijos de puta de la historia universal. Fue, además de un sujeto deleznable; un mal rey, un pésimo marido para su esposa y un peor padre de familia.
Para desgracia de Luisa, por el lado de su madre las cosas no iban mucho mejor. María Enriqueta era una mujer fría que imponía a sus hijos una férrea disciplina apelando a los peores métodos; su relación con Leopoldo era más que distante, inexistente; una en la cual el amor era el gran ausente y limitada sólo a la obligación del débito conyugal de modo de "darle" a Leopoldo el hijo varón que tanto anhelaba (Luisa tenía dos hermanas: Estefanía y Clementina -a las que su padre despreciaba al igual que a ella, que era la primogénita-, y un hermano, obviamente también llamado Leopoldo, que era a quien se dirigían exclusivamente las simpatías del rey; pero en 1869 el joven se cayó en un estanque, contrajo pulmonía y murió; de manera que el monarca -y también su esposa, a la que éste le reprochaba ser incapaz de concebir otro varón- volcaban toda su frustración en las niñas). Un diario publicó que "Leopoldo tenía una piedra en lugar de corazón" y otro fue aún más allá: "El corazón de Leopoldo es de oro: más duro que una piedra".
Al cumplir Luisa 14 años, su padre comenzó a ocuparse del "grave asunto de estado" de con quién la casaría. Había dos pretendientes: el príncipe de Prusia, que fue descartado por razones de "equilibrio político" (Francia podía tomarlo como una provocación o malquerencia de Bélgica); y un primo de Leopoldo, el parisino Felipe de Sajonia-Coburgo-Kohary, de la rama húngara de la familia, que en un principio también fue rechazado pues Leopoldo sospechaba que más que en su hija, estaba interesado en la fortuna que suponía heredaría ésta cuando él muriese (lo cual en efecto, era así tal cual; pese a ser inmensamente rico también). Felipe reiteró sus aspiraciones y al fin, Leopoldo terminó por consentir. La ceremonia de casamiento entre Luisa, que era una adolescente de 17 años; y Felipe, que ya cargaba 31, se celebró en Bruselas el 14 de febrero de 1875. El matrimonio resultó en desastre.
La noche de bodas fue para Luisa una tragedia que la marcó para siempre. Espantada, huyó de la cámara y el lecho nupciales y aterrada, buscó refugio en los invernaderos del palacio real de Laeken. Pasó que ni su madre y mucho menos sus institutrices le habían informado absolutamente nada acerca del sexo, y su flamante esposo, en lugar de atinar a manejar adecuadamente la situación, con ternura y caballerosidad; no tuvo mejor ocurrencia que hacerle ingerir alcohol para "desinhibirla" e intentar "motivarla" forzándola a contemplar las imágenes de su colección privada de pornografía. Llevada Luisa a presencia de su madre, María Enriqueta, ésta apeló a sus métodos de siempre: a los gritos, le "explicó" en qué consistían los deberes maritales de una esposa en la cama, y no se le ocurrió otra manera que "graficarle" la situación con un "ejemplo" propio: abundar en detalles de cuánto a ella misma también le asqueaba tener que soportar el sexo con Leopoldo. Imaginemos el efecto de todo eso en la psique de una adolescente, adolescente esta que después, aseguraría que su madre y su esposo eran amantes. Y me pregunto: ¿Por qué no creerle?
Entre su madre que la "obligaba" y su esposo que la "instruía" con su arsenal de material erótico, Luisa aprendió las artes amatorias. Y cómo de bien las aprendió...
Trasladada a la deslumbrante corte vienesa del emperador Francisco José I, se transformó en una mujer mundana. Joven, bella, perteneciente a la realeza y despertada en ella una voracidad sexual que parecía no hallar satisfacción nunca; sus amantes fueron incontables, digamos que no dejó títere con cabeza. Incluso se comentó que ni siquiera se salvaron de sus acosos el prometido (y luego esposo) de su hermana Estefanía, el príncipe de Austria Rodolfo de Habsburgo, hijo del emperador Francisco José y compañero de francachelas de Felipe; ni el propio hermano de éste, Fernando; ni el hermano del emperador, Luis-Víctor. Sin embargo, el tiempo demostraría que -por lo menos en el caso de estos dos últimos- los chismes no eran más que eso, y que Luisa los había rechazado a ambos. Y mientras, dilapidaba el dinero a manos llenas.
El estilo disipado y rumboso que había impreso a su vida más temprano que tarde llamó la atención de la prensa austríaca, que comenzó a criticarla asiduamente por los escándalos que protagonizaba. Y también su conducta preocupó a su madre, que le escribía largas y frecuentes cartas instándola a la moderación; cartas estas que desde luego, Luisa se las pasó por el... cutis. Convengamos en que la reina se acordó muy tarde de "preocuparse" por su hija. Y en realidad, más que por "su hija"; lo que en verdad afligía a la hipócrita María Enriqueta era la mala reputación de su hija en tanto ésta rozara a la familia real belga. Pero claro, en su estrechez de miras (y de sentimientos), esa infeliz y estúpida mujer no percibía que lo que afectaba a la familia real no era sólo la promiscuidad de Luisa; sino también la de su yerno, huésped permanente de cuanto prostíbulo hubiera por ahí; las muchas y costosas amantes que tenía su esposo el rey Leopoldo, y sobre todo; el régimen esclavista que este último había implantado en el Congo y el genocidio que allí se perpetraba.
Por su parte, al indigno Felipe no le preocupaba mayormente que su esposa anduviera saltando de cama en cama y tuviera cuantos hombres se le antojasen; en tanto lo dejara a él disfrutar de las putas a las que era tan afecto, y con tal que de vez en cuando, en las raras y escasas oportunidades en que ambos coincidían en el lecho conyugal, Luisa le demostrase cuántas acrobacias había aprendido a partir de las "lecciones" que él mismo le había impartido a través de su colección de pornografía.
Tuvieron dos hijos, un varón, nacido en 1878 al cual en homenaje a esa joyita de abuelo materno llamaron Leopoldo; y una niña, Dorotea, nacida en 1881.
Una vez nacidos y criados los hijos, la relación entre Luisa y Felipe se volvió más distante aún y limitada sólo a estrictas cuestiones de protocolo. Era una "situación de equilibrio": él seguía frecuentando prostíbulos y acrecentando su colección de pornografía, y ella divirtiéndose con amantes ocasionales. En el verano de 1889, la princesa se enredó con el edecán de su esposo, Nicolás Döry de Jobbahaza; con el cual anduvo en amoríos hasta 1891.
En 1895 la vida de la infeliz Luisa, que se desenvolvía rumbosa, parasitaria y sólo "matizada" aquí y allá con sexo extramarital, tendría un vuelco: por primera vez y con 37 años, se enamoraría de un joven croata teniente de hulanos que tenía diez menos que ella: el conde Geza Mattachich-Keglevich.
Si la relación se hubiese mantenido en un plano de discreción, aún cuando trascendiera al público, nada hubiese pasado; porque al fin de cuentas al "bueno" de Felipe no le preocupaban mayormente los cuernos que le metía su esposa, y además, él también se los ponía a ella; así que le alcanzaba con mantener la ficción del matrimonio y aguardar a que a Leopoldo y Dorotea les llegase la hora de heredar a su riquísimo abuelito Leopoldo II y vivir todos juntos bajo la apariencia de una familia feliz por siempre jamás.
Pero sorpresivamente para todos, Luisa no estaba dispuesta a guardar las apariencias; había encontrado por fin el amor y no pensaba renunciar al hombre que lo despertó en ella. En 1897 abandonó a su marido y llevándose consigo a su hija Dorotea, se dirigió a Bélgica a pedirle a su padre, Leopoldo, su real permiso para divorciarse y su ayuda para conseguir la anulación de su matrimonio; a lo cual, desde luego, el "buen padre" se negó de plano.
Todo estuvo en su contra. Su esposo, Felipe (que sabía, por haber estado allí, lo que en verdad había ocurrido cuando lo del suicidio de Rodolfo, el hijo del emperador, a quien no le convenía que aquel escándalo siguiese dando pábulo a las habladurías); su cuñado, Fernando; y el hermano imperial, Luis-Víctor, despechados y resentidos por su rechazo, convencieron a Francisco José de que había que "poner en caja" a Luisa. Asimismo, su propio padre dijo que no quería saber más nada con ella, y llegó a prohibirle a su esposa, la infeliz María Enriqueta, todo contacto con su hija. Para completar su desdicha, su hijo Leopoldo (con el que jamás había tenido buena relación), que ya tenía 19 años y estaba convertido en un réplica fiel de su padre en cuanto a vicios, molicie, malas costumbres y apego al dinero; la culpó de que a raíz del "escándalo" peligrarían su posición en la realeza y tal vez, la fortuna que esperaba heredar. Leopoldo nunca más quiso ver a Luisa, y siendo tan degenerado como su padre Felipe, moriría a los 38 años en un lupanar de resultas del ácido que una prostituta le arrojó a la cara.
Luisa se dirigió a Niza, donde se reunió con Mattachich. Una artimaña urdida entre el kaiser Guillermo II; el miserable Felipe y el prometido de su hija, el duque Ernst Gunther Schleswig-Holstein posibilitó que con engaños, Dorotea fuese separada de su lado. El emperador Francisco José presionó a Felipe para que defendiera su honor (si es que semejante cornudo tenía algo a lo cual llamar así) retando a duelo a Mattachich. El lance se verificó poco después, en febrero de 1898. Felipe tiró dos veces, a matar, errando los disparos; y Mattachich, caballerescamente, a su turno en las dos oportunidades tiró al aire. La cosa prosiguió a espada y el conde, empeñado en no matar a su rival, se limitó a herirlo levemente en una mano, de modo que los padrinos parasen el duelo. No le habrán alcanzado los días de vida que le quedaban para arrepentirse de no haber acabado con el despreciable Felipe; porque el cerco que éste tendió alrededor de Luisa y Mattachich se estrechaba cada vez más.
La confluencia de poder, intereses y prejuicios en contra de los amantes llevó a que la primera, luego de rechazar la posibilidad de volver con su esposo, fuese declarada loca y recluída en una "institución mental"; y que al conde le fraguaran una causa en la que se le atribuía haber falsificado la firma de la princesa Estefanía, hermana de Luisa, por lo cual fue condenado en un juicio inicuo a 6 años de prisión en la fortaleza de Moellersdorf.
La princesa fue encerrada en un manicomio de Purkersdorf, pero como la gente manifestaba simpatía por ella e inquietud por la situación en que estaba; al tiempo la trasladaron a Lindenhof.
Con la ayuda de amigos de confianza que estaban al tanto de los preparativos para la huída y alistaron un carruaje, ella y el conde llegaron a una pequeña estación ferroviaria en la cual pudieron abordar el tren a Berlín y después, dirigirse desde allí a Francia en el Expreso de Oriente. Se radicaron en París y la princesa conseguiría, por fin, el divorcio en 1906 tras la sentencia en tal sentido del tribunal de Gotha. Por su parte, el papado se negó a la anulación de su matrimonio con Felipe de Sajonia-Coburgo-Kohary.
La novelesca fuga de Luisa concitó la atención de la prensa en todo el mundo y la de nuestro país no fue la excepción: Caras y Caretas en su edición N° 314 de octubre de 1904, publicó una extensa nota ilustrada acerca de la cuestión.
A continuación, pueden ver fotografías de 1906, en París, de la princesa Luisa y del conde Mattachich:
Entre su madre que la "obligaba" y su esposo que la "instruía" con su arsenal de material erótico, Luisa aprendió las artes amatorias. Y cómo de bien las aprendió...
Trasladada a la deslumbrante corte vienesa del emperador Francisco José I, se transformó en una mujer mundana. Joven, bella, perteneciente a la realeza y despertada en ella una voracidad sexual que parecía no hallar satisfacción nunca; sus amantes fueron incontables, digamos que no dejó títere con cabeza. Incluso se comentó que ni siquiera se salvaron de sus acosos el prometido (y luego esposo) de su hermana Estefanía, el príncipe de Austria Rodolfo de Habsburgo, hijo del emperador Francisco José y compañero de francachelas de Felipe; ni el propio hermano de éste, Fernando; ni el hermano del emperador, Luis-Víctor. Sin embargo, el tiempo demostraría que -por lo menos en el caso de estos dos últimos- los chismes no eran más que eso, y que Luisa los había rechazado a ambos. Y mientras, dilapidaba el dinero a manos llenas.
El estilo disipado y rumboso que había impreso a su vida más temprano que tarde llamó la atención de la prensa austríaca, que comenzó a criticarla asiduamente por los escándalos que protagonizaba. Y también su conducta preocupó a su madre, que le escribía largas y frecuentes cartas instándola a la moderación; cartas estas que desde luego, Luisa se las pasó por el... cutis. Convengamos en que la reina se acordó muy tarde de "preocuparse" por su hija. Y en realidad, más que por "su hija"; lo que en verdad afligía a la hipócrita María Enriqueta era la mala reputación de su hija en tanto ésta rozara a la familia real belga. Pero claro, en su estrechez de miras (y de sentimientos), esa infeliz y estúpida mujer no percibía que lo que afectaba a la familia real no era sólo la promiscuidad de Luisa; sino también la de su yerno, huésped permanente de cuanto prostíbulo hubiera por ahí; las muchas y costosas amantes que tenía su esposo el rey Leopoldo, y sobre todo; el régimen esclavista que este último había implantado en el Congo y el genocidio que allí se perpetraba.
Por su parte, al indigno Felipe no le preocupaba mayormente que su esposa anduviera saltando de cama en cama y tuviera cuantos hombres se le antojasen; en tanto lo dejara a él disfrutar de las putas a las que era tan afecto, y con tal que de vez en cuando, en las raras y escasas oportunidades en que ambos coincidían en el lecho conyugal, Luisa le demostrase cuántas acrobacias había aprendido a partir de las "lecciones" que él mismo le había impartido a través de su colección de pornografía.
Tuvieron dos hijos, un varón, nacido en 1878 al cual en homenaje a esa joyita de abuelo materno llamaron Leopoldo; y una niña, Dorotea, nacida en 1881.
Una vez nacidos y criados los hijos, la relación entre Luisa y Felipe se volvió más distante aún y limitada sólo a estrictas cuestiones de protocolo. Era una "situación de equilibrio": él seguía frecuentando prostíbulos y acrecentando su colección de pornografía, y ella divirtiéndose con amantes ocasionales. En el verano de 1889, la princesa se enredó con el edecán de su esposo, Nicolás Döry de Jobbahaza; con el cual anduvo en amoríos hasta 1891.
En 1895 la vida de la infeliz Luisa, que se desenvolvía rumbosa, parasitaria y sólo "matizada" aquí y allá con sexo extramarital, tendría un vuelco: por primera vez y con 37 años, se enamoraría de un joven croata teniente de hulanos que tenía diez menos que ella: el conde Geza Mattachich-Keglevich.
Pero sorpresivamente para todos, Luisa no estaba dispuesta a guardar las apariencias; había encontrado por fin el amor y no pensaba renunciar al hombre que lo despertó en ella. En 1897 abandonó a su marido y llevándose consigo a su hija Dorotea, se dirigió a Bélgica a pedirle a su padre, Leopoldo, su real permiso para divorciarse y su ayuda para conseguir la anulación de su matrimonio; a lo cual, desde luego, el "buen padre" se negó de plano.
Todo estuvo en su contra. Su esposo, Felipe (que sabía, por haber estado allí, lo que en verdad había ocurrido cuando lo del suicidio de Rodolfo, el hijo del emperador, a quien no le convenía que aquel escándalo siguiese dando pábulo a las habladurías); su cuñado, Fernando; y el hermano imperial, Luis-Víctor, despechados y resentidos por su rechazo, convencieron a Francisco José de que había que "poner en caja" a Luisa. Asimismo, su propio padre dijo que no quería saber más nada con ella, y llegó a prohibirle a su esposa, la infeliz María Enriqueta, todo contacto con su hija. Para completar su desdicha, su hijo Leopoldo (con el que jamás había tenido buena relación), que ya tenía 19 años y estaba convertido en un réplica fiel de su padre en cuanto a vicios, molicie, malas costumbres y apego al dinero; la culpó de que a raíz del "escándalo" peligrarían su posición en la realeza y tal vez, la fortuna que esperaba heredar. Leopoldo nunca más quiso ver a Luisa, y siendo tan degenerado como su padre Felipe, moriría a los 38 años en un lupanar de resultas del ácido que una prostituta le arrojó a la cara.
Luisa se dirigió a Niza, donde se reunió con Mattachich. Una artimaña urdida entre el kaiser Guillermo II; el miserable Felipe y el prometido de su hija, el duque Ernst Gunther Schleswig-Holstein posibilitó que con engaños, Dorotea fuese separada de su lado. El emperador Francisco José presionó a Felipe para que defendiera su honor (si es que semejante cornudo tenía algo a lo cual llamar así) retando a duelo a Mattachich. El lance se verificó poco después, en febrero de 1898. Felipe tiró dos veces, a matar, errando los disparos; y Mattachich, caballerescamente, a su turno en las dos oportunidades tiró al aire. La cosa prosiguió a espada y el conde, empeñado en no matar a su rival, se limitó a herirlo levemente en una mano, de modo que los padrinos parasen el duelo. No le habrán alcanzado los días de vida que le quedaban para arrepentirse de no haber acabado con el despreciable Felipe; porque el cerco que éste tendió alrededor de Luisa y Mattachich se estrechaba cada vez más.
La confluencia de poder, intereses y prejuicios en contra de los amantes llevó a que la primera, luego de rechazar la posibilidad de volver con su esposo, fuese declarada loca y recluída en una "institución mental"; y que al conde le fraguaran una causa en la que se le atribuía haber falsificado la firma de la princesa Estefanía, hermana de Luisa, por lo cual fue condenado en un juicio inicuo a 6 años de prisión en la fortaleza de Moellersdorf.
La princesa fue encerrada en un manicomio de Purkersdorf, pero como la gente manifestaba simpatía por ella e inquietud por la situación en que estaba; al tiempo la trasladaron a Lindenhof.
Asimismo, causó gran revuelo en toda Europa la injusticia manifiesta que se había cometido con Mattachich. En el Reichsrath, el 17 de abril de 1902 el diputado socialista Daszynski pronunció un célebre discurso en el cual probó acabadamente que los cargos incoados en su contra habían sido burdamente amañados y reclamó su excarcelación. Por su parte, un primo del conde, tenor de ópera, Koloman Mattachich; dirigió una carta al ministro de Guerra pidiendo que se lo pusiera en libertad; lo cual efectivamente ocurrió.
Ni bien fue indultado y liberado en 1902, Mattachich no tuvo otro objetivo en su vida que emprender la tarea de rescatar a Luisa. En 1904, publicó un libro titulado Loca por razón de Estado. La princesa Luisa de Bélgica. Memorias inéditas del conde Mattachich.
A partir del libro (que tuvo gran suceso y que ese mismo año sería prologado y traducido al castellano por la célebre escritora española Carmen de Burgos, Colombine; y al francés por Charles Raymond) y de las investigaciones de un periodista galo (que se empeñó en mantenerse en el anonimato y pidió expresa reserva de su identidad) publicadas en el diario Le Journal de París; la opinión mundial volcó masivamente su simpatía hacia la princesa a la que debido a los enjuagues políticos y conveniencias de una realeza degenerada, un marido ruin, un padre déspota y una madre estúpida y descariñada mantenían presa. El 31 de agosto de 1904, por fin Mattachich pudo coronar con éxito la fuga de Luisa.
La novelesca fuga de Luisa concitó la atención de la prensa en todo el mundo y la de nuestro país no fue la excepción: Caras y Caretas en su edición N° 314 de octubre de 1904, publicó una extensa nota ilustrada acerca de la cuestión.
A continuación, pueden ver fotografías de 1906, en París, de la princesa Luisa y del conde Mattachich:
La pareja había logrado reunirse, pero sus dificultades económicas nunca pudieron resolverse. En 1909 el rey Leopoldo falleció, sin dejar herencia alguna no ya sólo a Luisa (había declarado antes "mi hija ha muerto para mí"); sino tampoco a sus hermanas Estefanía y Clementina. Y para aumentar las desgracias, durante la Primera Guerra Mundial, Mattachich fue apresado en julio de 1916 por los alemanes debido a su nacionalidad croata por la cual le imputaron simpatías por la Entente y lo recluyeron cerca de Budapest. Llegó a tal punto la pobreza de Luisa, que producida la revolución de 1919 en Hungría, su domicilio fue allanado y el funcionario comunista consignó en su informe: "Aquí vive la hija de un rey, pero ella es más pobre de lo que soy yo mismo".
Después, la princesa y el conde se fueron a vivir a París, donde Luisa empezó a escribir sus memorias.
Para 1923 ella las tenía concluídas y estaban próximas a publicarse; cuando el conde, con su salud ya muy deteriorada, enfermó gravemente y falleció. A la muerte de Mattachich la reina de Bélgica, Isabel de Baviera, mujer que era muy solidaria y que tenía ideas liberales y avanzadas, donó a Luisa una casa en Wiesbaden, a orillas del Rin; donde la princesa acabaría sus días apenas seis meses después, el 1 de marzo de 1924, recién cumplidos sus 66 años. No llegó a ver la primera edición de sus memorias, las que fueron publicadas luego de su muerte.
No es la de Luisa de Bélgica la historia de una heroína ni la de una estadista; pero es la de una mujer que condenada ya desde su niñez al desamor y desde su adolescencia a ser infeliz por un padre deleznable y una madre estúpida en pro de conveniencias dinásticas y políticas; supo sacrificarlo todo por el amor que anidó en su alma y que pese a las vicisitudes que debió pasar, le dió los únicos momentos dichosos que tuvo.
Y fue el suyo un amor que no pudieron vencer ni el dinero, ni la moralina hipócrita ni los complots siniestros de un esposo indigno y una familia despreciable. Y después de todo, como bien escribió y cantó el Indio Solari: "La buena felicidad dicen que no se nota".
Ojalá esta narración haya sido de vuestros agrado e interés. ¡Hasta pronto!
-Juan Carlos Serqueiros-
Una historia que marca el ritmo de un trayecto de vida y que a pesar de todo siempre aparece ese sentimiento que lo puede todo..el amor¡¡¡ me encantò la historia a pesar de sus visos dramàticos.Excelente estimado Juan Carlos.
ResponderEliminarMaria Agueda Miranda Iturre
Una mujer que quiso ser honesta a lo largo de su vida.
EliminarMuy bueno, le paso de todo a luisa.
ResponderEliminarPrecioso!
ResponderEliminarLa vida privada del rey Leopoldo II ha sido superada por la excentricidad, amoralidad y crueldad de la dinastía Julio-Claudia.
ResponderEliminar"El duque de Ocobamba" (?): Me pregunto qué cuernos tienen que ver las "excentricidad, amoralidad y crueldad" de la dinastía Julio-Claudia, que datan de dos milenios antes de la época de Leopoldo. Es un anacronismo tan improcedente y absurdo, como ridículo.
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