lunes, 11 de noviembre de 2024

LA HIJA DEL FLETERO (REPUBLICACIÓN)














Escribe: Juan Carlos Serqueiros

LA HIJA DEL FLETERO
(Beilinson-Solari)

La hija del fletero, linda infinita
volvió a Madrid, donde parece que es feliz
ese día me mandó al descenso
recuerdo como su mirada me volteó.
Pero dos que se quieren se dicen cualquier cosa
Ay! si pudieras recordar sin rencor.
En mi buzón hay un par de cartas tuyas
fueron juntándose, y no tengo el valor...
Todavía su amor me da descargas
(nunca tuvo el higo seco junto a mí).
Pero a los ciegos no le gustan los sordos
y un corazón no se endurece porque sí.
No calentás la misma cama por dos noches
me reclamaba y no la quise oír
hice de todo por impresionarla
y dejé huérfano todo su penar.
No me gustó como nos despedimos
daban sus labios rocío y no bebí.
Sopa de almejas es todo lo que como
(siempre fui menos que mi reputación).

Bueno, una letra armada por el Indio a partir de algunas anécdotas y vivencias, tanto propias como ajenas.
Los Redondos encargaban el transporte de los equipos hasta el lugar donde ensayaban, siempre al mismo taxi-flet, del cual eran clientes habituales. Un día, el fletero se presentó en el lugar acompañado de su hija, y al parecer, la chica era un minón infernal, de una belleza que sorprendió a Solari.  A partir de allí, vincular ese suceso casual con ciertas situaciones por las que atravesó su ex amigo Enrique Symns, fue coser y cantar para el Indio, quien ideó esta letra combinando todo.
En la primera estrofa, mezcla el impacto que le causó la gran belleza de la hija del fletero (“linda infinita”, la ve); con un amor circunstancial (y trunco) que tuvo Enrique Syms en su periplo por Europa: había vivido un romance con una mina que después lo abandonó y se volvió a Madrid, de donde provenía (“ese día me mandó al descenso, recuerdo como su mirada me volteó”, dice aludiendo al momento en que la mina lo deja).
Seguidamente, trata de reflexionar sobre los factores que provocaron que la mina le dé el espiante: “pero dos que se quieren se dicen cualquier cosa”, consigna, aludiendo a la etapa inicial de un romance (en algunas personas es habitual que se hagan promesas sin fundamento sólido y sin pensar demasiado). Y trascartón, espera que a ella no le haya quedado una imagen demasiado pobre de él y no le guarde resquemor (“Ay! Si pudieras recordar sin rencor”).
Después, se refiere a las demandas y advertencias que la mina le hacía y a las que él no les dio pelota (“en mi buzón, hay un par de cartas suyas, fueron juntándose y no tengo el valor...”, rememora, reconociendo su “culpa”). Y admite también que aún la recuerda (“todavía su amor me da descargas”), e intenta revalorizarse a sí mismo, aludiendo a que por lo menos durante un tiempo y en algún aspecto la satisfizo (“nunca tuvo el higo seco junto a mí”, dice, en referencia -bastante poco caballeresca, dicho sea de paso- a su pasión).
Luego, con resignación, explica lo ocurrido para que el romance terminara: “pero a los ciegos no les gustan los sordos, y un corazón no se endurece porque sí”, anota, aludiendo a que la mina era como un ciego que no percibía como era él en realidad; y a su vez, él era un sordo que no oía los reclamos de la mina. Así dadas las cosas, era lógico que el breve idilio se rompiera.
Seguidamente, rememora los planteos que le hacía la mina respecto a sus infidelidades (“no calentás la misma cama por dos noches, me reclamaba y no la quise oír”), y a continuación, se acuerda de que a su modo, él intentó suplir esas falencias poniendo el acento en los aspectos en los cuales era hábil (“hice de todo por impresionarla”). Pero todo fue inútil; él era incapaz de darle a la mina lo que ella buscaba, de estar a su lado cuando ella lo necesitaba (“y dejé huérfano todo su penar”).
Luego se lamenta de que la relación haya terminado en malos términos (“no me gustó como nos despedimos”). Él hubiera querido que las cosas finalizaran mejor, pero bueno… no fue así.
Y cierra la letra con un recuerdo poco feliz: “sopa de almejas es todo lo que como (siempre fui menos que mi reputación)”, dice, aludiendo a la circunstancial impotencia sexual que aquejaba a Symns de resultas del abuso que hacía del consumo de cocaína. Ante eso, se veía obligado, por la imposibilidad de tener erecciones, a tratar de satisfacerla recurriendo al cunnilingus. O sea, y para ser gráfico: sólo le chupaba la concha, bah (en España se le dice "almeja" al órgano sexual femenino), convirtiendo así al sexo oral, que habitualmente es un preliminar o un complemento; en práctica única de su actividad sexual.

Y concluye con un lapidario “siempre fui menos que mi reputación”, significando que, pese a la fama de mujeriego que tenía Symns; en la realidad efectiva no era tan así, ya que sufría de impotencia por su adicción a las drogas.


-Juan Carlos Serqueiros-