Escribe: Juan
Carlos Serqueiros
Es un grave
error —y hasta diría que una estupidez— abjurar del nacionalismo en aras de un cacareado universalismo que, por desgracia y para vergüenza y oprobio de la humanidad, no
existe todavía traducido en una realidad tangible en tanto se trata (al menos,
hasta ahora y —previsiblemente— también en el futuro más o menos inmediato) de
un postulado, una aspiración. Noble, loable y deseable, claro, desde luego, pero de todos modos; sólo un mero anhelo.
Obviamente, me
refiero a nacionalismo en el estricto sentido del término, esto es, el
ejercicio efectivo y la defensa de, la nacionalidad; siendo ésta la convicción
y el sentimiento de que se pertenece a una comunidad determinada, la cual habita un
mismo territorio, utiliza los recursos que hay en él, y comparte con sus
semejantes los valores, símbolos, idioma, tradiciones, usos y costumbres que la
distinguen entre las demás naciones del mundo.
Entonces, la nacionalidad
viene a ser así la consciencia plena de que, ya sea por haber nacido allí o por
haber optado por vivir en él e integrarse al mismo; ese país nos es propio, nos corresponde, en una proporción de uno sobre la cantidad de habitantes que lo
pueblen. Es decir, mi patria, la Argentina, es mía en proporción de uno sobre cuarenta y cinco millones. Y en ese convencimiento la siento y razono.
Asimismo, la
nacionalidad es perenne y no caduca ni siquiera en la extrema circunstancia de
haber desaparecido su expresión jurídica; porque es, en definitiva, nada menos
que la comunión entre el alma y las fuerzas telúricas en el altar del amor al
propio pueblo.
Y si es
repudiable (que lo es, sin duda) la exacerbación del nacionalismo hasta caer
en lo repugnante y odioso de la xenofobia, de lo declamatorio y estéril del
patrioterismo, y de lo patéticamente ridículo del chauvinismo; no lo es menos
el incurrir en el desprecio por la nacionalidad y en la infamia de negarla o traicionarla.
Hay una herida
a restañar. Hay una derrota a trocar en victoria. Hay una patria a la que le
falta una parte. Y por lo tanto; hay una porción de tierra nuestra, tuya, mía y de todos, a recuperar.
-Juan Carlos
Serqueiros-