sábado, 19 de diciembre de 2020

ROMPAN TODO

 
















Escribe: Juan Carlos Serqueiros


Amor... sabés? / los sesenta fueron tres putos años nomás! (Carlos Solari)


Mirando “Rompan todo” por Netflix, acabo de desperdiciar miserablemente 4 horas de mi vida (lo cual a esta altura, con ya casi 65 pirulos por el lomo, es no sólo irresponsable de mi parte, sino además; imperdonable).
Y lo más triste es que no le puedo “echar la culpa” a nadie más que a mí mismo por haber incurrido en semejante estupidez. Si cualquier persona de 65 años sabe sobradamente que no existe nada que pueda ser llamado "rock latinoamericano", ¿cómo carajo, entonces, me di el lujo de despreciar la primera sensación de rechazo, la que experimenté cuando vi que lo anunciaban como algo que “documentaba” eso que yo conocía como imposible?
No estoy instando a nadie a abstenerse de mirarlo, eh; no soy quién para bajar línea. Lo que quiero significar es que YO (perdón por las mayúsculas; las uso sólo para resaltar que me refiero exclusivamente a mí mismo) no puedo perdonarme el haber caído en mirar eso, máxime, cuando soy perfectamente consciente de que el rock es mucho más que un género —por otra parte, agotado como tal hace ya medio siglo, y hoy por hoy acotado exclusivamente a versiones vintage—; es per se una cultura universalista (por eso lo de rock “latinoamericano" es un disparate) que a partir de los movimientos iniciados en las grandes urbes de Inglaterra y Estados Unidos; los beatniks; los hippies y los yippies, se nutre, crece, progresa, con el aporte de elementos musicales, poéticos, teatrales, literarios y plásticos de todas partes del mundo. En Latinoamérica, el alba de colores que representó el rompimiento de la cultura rock se dio, en y a partir de, Buenos Aires (y en menor medida —lo cual en modo alguno significa menor importancia y mucho menos inferior calidad—, Montevideo) y Rosario, y desde allí se irradió al resto de los países de la región. 
Que en un pretendido documental historiográfico sobre el rock se soslaye a dúos como Pastoral, Vivencia, Pedro y Pablo; a bandas como Soluna, Alma y Vida y La Renga; a figuras como Carlos Bisso (dicho sea de paso, raleado por “grasa”, y a quien —justo cuando tanto se cacarea acerca de la relación del rock con la política—… ¡ni siquiera se lo nombra!), Juan Carlos Baglietto y Deborah Dixon (a todos quienes cito simplemente como ejemplos extraídos de entre una larguísima lista de etcéteras), es lisa y llanamente una barbaridad.
Ah, y si a pesar de todo, igual se quiere sostener a como dé lugar esa pretensión de rock “latinoamericano" que se postula en el documental; pues entonces ignorar a figuras de enorme trascendencia como Vinicius de Moraes, Toquinho y Chico Buarque (entre otras muchas de las que constituyen el riquísimo aporte lírico-musical brasilero), es directamente demencial. Latinoamericano… sin Brasil. De locos.
Y… ¿puede concebirse un documental de rock sin considerar la concatenación entre la música, el teatro, el cine, las letras y las artes plásticas? ¿Se puede hablar de rock ignorando olímpicamente a Miguel Grinberg, Pipo Lernoud, Nacha Guevara, Batato Barea y Marta Minujín (entre otros)? Carlos Castaneda... ¿sabrán los capitostes de Netflix quién fue? ¿Lo habrán leído?
Por último, ¿de verdad creerán quienes idearon y produjeron la miniserie que los 2 minutos que dedicaron a los Redonditos se corresponden con la relevancia de la banda? Hacer un documental de rock soslayando al Indio Solari es como hacer un documental de historia soslayando a Belgrano o a San Martín, ¿no? Se notó demasiado, chicos. 
Los motivos, por otra parte, están más que claros si uno lee, en Recuerdos que mienten un poco. Memorias en conversaciones con Marcelo Figueras, lo que Solari tiene para decir con respecto a los Redo en el contexto latinoamericano:

Indio: En nuestro caso, hubo dos motivos por los cuales decidimos no aventurarnos en América Latina. Para empezar, no teníamos una oficina en cada capital: había que averiguar quién era confiable y quién no, tenías que bancarte ir a un programa tipo Susana Giménez, hacer playback y sumarte a festivales vale todo donde tocabas después de Paloma San Basilio. Muy Viña del Mar. Además el público latino no le reconoce prestigio alguno al rock, para ellos es lo mismo que la bachata o el bachoto. Y nosotros queríamos vincularnos con gente que estaba en la cultura rock.
Soda Stereo y los Enanitos Verdes tenían una corporación detrás, que primero los hacía sonar en las radios y después los vendía como representativos de un país importante. Pero a nosotros no nos pasaba más que una radio underground, con suerte. 

Marcelo Figueras: Así como los argentinos somos raros en el contexto de Latinoamérica —el tango no es el merengue—, tu música tampoco era pop con letras biodegradables. 

Indio: Si copiabas a The Cure, The Police o algo así, sonabas reconocible. En cambio nosotros… Salvo algún grupo elitista que nos conociese, no teníamos chances.
Para ir a hacer otra vez la rutina de las rutas y la combie… Ya no tenía ganas. ¡Íbamos a terminar tocando en la casa de algún narco!

"Tenían una corporación detrás"... ¿entendiste? Claro, ¿cabía esperar que tan luego las corporaciones hagan justicia a quien jamás transó con ellas? Sólo un gil como quien suscribe podía no darse cuenta de una. Mordí el anzuelo una vez más (siempre un iluso)... 
En fin… Mejor la corto acá y me voy a tomar una bolsa de medio kilo de uvasal, a ver si así puedo calmar la acidez que me dejó la bronca de haber sido tan p...oco avisado, digamos.
Al ponerme a mirar semejante engendro, caí como un nabo marca ACME. Merezco flagelarme con 240 azotes, 60 por cada una de las 4 horas perdidas en un documental marketinero.

-Juan Carlos Serqueiros-

lunes, 7 de diciembre de 2020

CUANDO RIVERA SE OFRECIÓ A RAMÍREZ PARA ASESINAR A ARTIGAS




















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Sor. D. Franco. Ramirez
Montev.o, Junio 13 de 1820
Hayer recibí su carta del 31 por El Capitán D. Laureano Marques q. sale ahora mismo con la presente.
Hace dos días q. escribí a V. instruyendolo de mi actual situación, y al mismo tiempo, del estado de esta Provincia, indicandole lo interesante q. sería para Esa y esta establecer relaciones de amistad y comercio para cuyo medio lo ponia (sin comprometer a la q. gobierna) en estado de reparar los males q. ha causado la guerra.
Todos los hombres, todos los Patriotas, Deben sacrificarse hasta lográr destruir enteramente a D. Jose Artigas; los males q. ha causado al sistema de Libertad e independencia, son demaciado conocidos p.a nuestra desgracia y parece escusado detenerse en comentarlos, quando nombrando al monstruo parece q. se horripilan. No tiene otro sistema Artigas, q. el de desorden, fiereza y Despotismo; es escusado preguntarle cual es el q. sigue. Son muy, son muy (Nota mía: repetición del escribiente, que puso dos veces “son muy”) marcados sus pasos, y la conducta actual q. tiene con esa patriota Provincia justifica sus miras y su Despecho.
El suceso de Correa me ha sido sensible y puedo asegurarle q. todos han sentido generalm.te que hubiese conseguido Artigas este pequeño triunfo. Yo espero y todos q. V. lo repare, y para q. V. conosca mi interes diré lo q. he podido alcanzar en favor de V. de S.E. el S.or Baron de la Laguna, (Nota mía: a continuación de la coma, hay un tachón sobre una palabra indescifrable. Al parecer, el escribiente iba a continuar la frase, y posiblemente, siguiendo el dictado de Rivera, tachó la palabra que había escrito, y siguió abajo, como si hubiese habido un punto y aparte).
S.E. apenas fue instruido p.r mi de sus Deseos me contestó que habia sido enviado por S.M. (Nota mía: “S.M.” -Su Majestad- era el monarca del reino unido de Portugal, Brasil y Algarve, Juan VI) p.a protegér las legitimas autoridades, haciendo la guerra, a los anarquistas, en tal caso considera a Artigas, y como autoridad legítima de la provincia de Entre Rios á V., por consig.te para llevar a efecto las intenciones de S.M me previene, q. avise a usted q. están prontas sus tropas para auxiliarlo, y apoyarlo como le convenga, y para esto puede usted mandar un oficial de confianza, con credenciales bastantes al Rincon de las Gallinas, donde se hallará el Gener.l Sal (finaliza aquí la primera página de la carta, que consta de dos).

(Continuación, segunda página)
daña, con quien combinará el punto o puntos por donde le conbenga hacer presentar fuerza e igualm.te la clase de movimientos q. deven hacer.
V. persuadase que los deseos de S. E. son q. V. acabe con Artigas y p.a esto contribuira con cuantos auxilios Están en el Poder.
Con respecto a que yo vaya á ayudarle, puedo asegurarle que lo conseguiré, advirtiendolé q. devo alcanzar antes permiso Especial del Cuerpo Representativo d. la Provincia para poder pasar á Otra, mas tengo fundadas esperanzas de que todos los Sres. q. componen este Cuerpo no se opondrán á sus deseos ni los mios cuando ellos sean ultimar al tirano d. nuestra tierra.
No deje V. de continuar dandonós sus noticias, mucho nos interesa la suerte d. Entre Rios; p.a q. V. le asegure una paz solida, todos estos Señores. S. E. el Sor. Barón, y yo trabajaremos.
En todos casos quiera contar con la amistad de su atento So. Sor. y amigo Q. B. S. M. (Nota mía: “So. Sor. y amigo Q.B.S.M.”: "Seguro servidor y amigo que besa su mano").
Fructuoso Rivera
(sic)

Hallándome circunstancialmente en Corrientes, se dio la oportunidad de tener en mis manos y a la vista el original de esta carta de Fructuoso Rivera a Francisco Pancho Ramírez. 
Debo reconocer que en principio, estuve inclinado a pensar que el documento era apócrifo. La letra, como pueden apreciar en las imágenes, se corresponde con la de alguien que denotaba cierta instrucción; no era en modo alguno la trabajosa caligrafía de un cuasi iletrado como Rivera, que a duras penas si sabía leer y escribir —y aún eso, con grandes limitaciones—, y no tiene, pese a algunos errores en que incurrió el escribiente; las faltas habituales en Rivera al querer expresarse por escrito (lo cual sé y me consta porque vi, en los archivos uruguayos, algunas cartas de su puño y letra: verdaderos galimatías prácticamente ilegibles y plagados de horrores ortográficos).
Pero al concluir con la lectura, se me disiparon instantáneamente los reparos que tenía y albergaba, porque fue como si el espíritu del Pardejón surgiera, desde la noche de los tiempos, de ese par de amarillentos papeles. En ellos está expresado fielmente Rivera en los ribetes de acomodaticio, taimado, astuto y mendaz que había en su índole. 
Además, cuando posteriormente requerí el dictamen de una amiga experta en grafología: Betina Passon, pude saber con absoluta certeza que la firma era de él.
Seguramente, le dictó la carta a algún secretario suyo letrado (letrado... hasta por ahí nomás, pero que al menos, sabía escribir de corrido, lo cual para Rivera representaba una ímproba tarea) y luego la firmó, despachándola a Ramírez a través del tal Laureano Marques citado en la misma.
De ella puede extraerse una serie de conclusiones, además del “gentil y desinteresado” ofrecimiento que Rivera le hacía al entrerriano de encargarse personalmente de asesinar a Artigas. Pero veamos primero, sintéticamente, cuáles eran los sucesos principales que definían el contexto general de ese momento:
1) La Banda Oriental estaba invadida por las fuerzas luso-brasileras de Juan VI, al mando del general Carlos Federico Lecor, barón de la Laguna.
2) Los principales jefes artiguistas (Andrés Guacurarí y Artigas, Juan Antonio Lavalleja, Fernando Otorgués, Manuel Francisco Artigas, Bernabé Rivera y Leonardo Olivera) estaban prisioneros en Ilha das Cobras, frente a Río de Janeiro (ver mi artículo ¿DÓNDE ESTÁ ANDRESITO?), y los que no fueron apresados o muertos; habían defeccionado.
3) El 22 de enero de 1820, las fuerzas luso-brasileras al mando del conde de Figueira habían sorprendido y derrotado completamente en Tacuarembó a las tropas artiguistas dirigidas por Andrés Latorre y Pantaleón Sotelo. Este último (que era lugarteniente de Andrés Guacurarí y Artigas, y que cuando éste cayó prisionero, lo reemplazó al mando del ejército guaraní) murió en la acción. El desastre de Tacuarembó se tradujo en el virtual cese de la resistencia de los Pueblos Libres a la invasión portuguesa (tolerada por el Directorio e instigada por Rivadavia, Manuel José García y parte del Congreso).
4) El 1 de febrero de 1820, las fuerzas de Entre Ríos y Santa Fe, dirigidas por Francisco Ramírez y Estanislao López respectivamente, batieron en la cañada de Cepeda a las tropas directoriales de José Rondeau (quien en junio de 1819, había sucedido como Director a Pueyrredón). 
5) Poco después, en marzo y abril Rivera escribió a los gobernadores de Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos: Juan Bautista Bustos, Estanislao López y Francisco Ramírez, respectivamente, solicitándoles auxilio en la lucha contra el invasor de la Banda Oriental. Lo cual, por otra parte, es indicativo a las claras de que ni Rivera ni López ni Ramírez ni Bustos tenían intención de tolerar indefinidamente el dominio brasilero en la Banda Oriental. Y dicho sea de paso, la carta viene a probar que la imputación de traición que, luego de Cepeda, Artigas hacía a Ramírez, era injusta. Y que la respuesta de este último, responsabilizando a aquel de los fracasos en lo militar (en lo cual no se equivocaba) y asegurándole que pensaba continuar, llegado el momento, la lucha contra los brasileros, era sincera.
6) Cepeda significó la caída definitiva del Directorio, pero luego de la “batalla” (en realidad, no la hubo; el suceso se limitó a la carga de los federales, a la cual inmediatamente siguió la desbandada de los directoriales), Manuel de Sarratea consiguió arrancarles a López y Ramírez la firma del tratado del Pilar, celebrado el 23 de febrero, el cual significaba la pública defección del artiguismo de ambos jefes (que en realidad, ya había comenzado a producirse cuando aceptaron integrar a Carlos de Alvear y José Miguel Carrera, notorios enemigos de Artigas éstos). 
A partir de allí, Ramírez —que no López, quien no llegaría a tales extremos— combatiría con saña feroz (no hay rencor más enconado que el de un apóstata) a Artigas; a quien conseguiría derrotar en una rápida sucesión de acciones militares, forzando el asilo de éste en el Paraguay del doctor José Gaspar Rodríguez de Francia (ver mis artículos LUCES Y SOMBRAS DE FRANCIA y POLÍTICA Y NEGOCIOS EN 1820).
Fue en aquel statu quo que Rivera le escribió a Ramírez la carta transcripta (que estaba precedida de otras fechadas: 4 de marzo, 4 de abril y 5 de junio), ofreciéndose para asesinar él mismo a Artigas e instigando al entrerriano a unirse a los portugueses. Era una obsesión para Rivera el constituir un estado integrado por la Banda Oriental, Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes y las Misiones; de manera tal que, colocado entre la Argentina y el Brasil (y gobernado por él, obviamente), le permitiera sacar ventajas ora de la una, ora del otro.
Pero decía precedentemente que pueden derivarse del análisis del documento algunas inferencias y hasta ciertas conclusiones, como por ejemplo:
Fue Ramírez quien buscó el concurso del Pardejón para asesinar a Artigas; ya que Rivera le escribía en respuesta a “su carta del 31” (de mayo). Infiero que quien instó al entrerriano a escribirle al oriental, debió de ser uno de estos dos: Sarratea o López. Y si bien era este último el que conocía personalmente a Rivera, lo cual a priori lo sindicaría como el más probable para indicárselo al otro; particularmente me inclino por la hipótesis de que debe haber sido Sarratea. Al pato se lo conoce por la cagada, suele decirse, y el pato era Sarratea, en tanto enemigo declarado y mortal de Artigas, partidario por entonces de la segregación de la Banda Oriental y en connivencia con los luso-brasileros. Asimismo, esas referencias al “despotismo”, a la “fiereza”, al “sistema de libertad e independencia”, y al “monstruo”, eran expresiones de empleo habitual en Ramírez, quien por esa época se creía poco menos que Aníbal Barca enfrentado a los romanos. Y tiene que haber sido Sarratea —por sí o por interpósita persona— quien se las transmitió a Rivera, y éste, de manera sibilina, las debe de haber volcado en su carta buscando halagar al Supremo Entrerriano (cuyo lado flaco conocía —¡y cómo no!— de sobra Sarratea).
Por otra parte, días después de Cepeda, el 29 de febrero, Ramírez había escrito a su medio hermano, Ricardo López Jordán, instándolo a entablar "relaciones amistosas con el general Rivera".
En cuanto al “pequeño triunfo” obtenido por Artigas sobre Ramírez, del cual se conduele Rivera en su carta, esperando que éste “lo repare”, alude al enfrentamiento de Arroyo Grande, que se produjo entre las fuerzas artiguistas al mando del Comandante General de las Misiones, Francisco Javier Sití (quien luego se pasaría a Ramírez); y las tropas de este último al mando de Gregorio Correa (ex directorial, devenido luego del Tratado del Pilar en acérrimo partidario del Supremo Entrerriano).
Los restantes párrafos de la carta son más que elocuentes. Nos muestran a un Rivera haciéndole el canto de sirena a Ramírez, a quien le aseguraba que el monarca de los macacos lo consideraba la “autoridad legítima” de Entre Ríos, etc. (no hay que olvidar que en el Tratado del Pilar, Ramírez se había arrogado el título de "gobernador" de Entre Ríos, cuando en realidad, sólo había sido hasta entonces uno más entre los tenientes de Artigas). ¡Cómo debe haberse henchido de orgullo aquel entrerriano soberbio y pagado de sí mismo al que las luces malas del centro —by Sarratea— le hicieron meter la pata, al sentirse "aprobado" por el rey de los portugueses y brasileros!
Y terminaba Rivera la carta ofreciéndose para ir él mismo a asesinar a Artigas. 
¿Era sincero el ofrecimiento? ¿Quería y se proponía, en verdad, el Pardejón ultimar a Artigas? Es esa una cuestión que aún debaten los historiadores orientales y un secreto que Rivera se llevó a la tumba. 
Particularmente, me hallo inclinado a inferir que no; creo que lo que intentaba era salir del brete en que lo había metido Ramírez al requerirlo para tal cometido (consecuencia que el Pardejón no previó al escribirle él mismo tanto al entrerriano como también a López y Bustos), tratando de zafar con eso del "permiso especial del Cuerpo Representativo de la Provincia" (el cual, por otra parte, nunca pidió, y eso, algo debe significar, ¿no?).
La correspondencia entre Ramírez y Rivera me parece más bien el intercambio epistolar entre dos potenciales aliados que se desconfiaban mutuamente (para lo cual tenían, ambos, más que sobradas razones). Ramírez actuaba sin percatarse de ello al hallarse obnubilado por su megalomanía exacerbada como una marioneta que otros, más poderosos (Sarratea y Alvear) y astutos (Rivera) que él, manejaban a su antojo. 
En fin…

-Juan Carlos Serqueiros-
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REFERENCIAS DOCUMENTALES Y BIBLIOGRÁFICAS

Abella, Gonzalo. Artigas, el resplandor desconocido. Editorial Betum San, Montevideo, 1999.
Archivo General de la provincia de Corrientes, Sala 2, Correspondencia Oficial años 1810 a 1921, Tomo 09, folios 053 al 055.
Gómez, Hernán F. Corrientes y la república entrerriana, 1820-1821. Imprenta del Estado, Corrientes, 1929.
Reyes Abadie, Washington; Melonio, Tabaré y Oscar H. Bruschera. Documentos de Historia Nacional: el Ciclo Artiguista, t. II. Editorial Medina, Montevideo, 1951.
Salteraín y Herrera, Eduardo. Rivera: caudillo y confidente. Talleres Gráficos Al Libro Inglés, Montevideo, 1945.

domingo, 29 de noviembre de 2020

LO QUE NO SE PUEDE DEJAR PASAR

 



Escribe: Juan Carlos Serqueiros

La omisión (que raya directamente en lo demencial y es culpa de todos: dirigentes —a quienes, dicho sea de paso, les cabe la máxima responsabilidad—, manager deportivo, staff técnico y jugadores), de realizar un homenaje a Diego Maradona en el partido disputado con los All Blacks es imperdonable. No es que "retrocedimos 10 casilleros", como con una liviandad inadmisible se afirma en la muletilla que circula hasta el hartazgo en las redes, porque no se trata de un juego de mesa destinado a pasar el rato sobre un tablero para que un dado o una perinola decidan. La Secretaría de Deportes de la Nación ya debería estar tomando cartas en un asunto que es gravísimo. Y tendrían que rodar cabezas (las de la dirigencia de la UAR entre las primeras).
Ya les ganamos a los All Blacks en la cancha; ahora deberíamos poner más alto la vara y superarlos fuera de ella. Lo cual, por supuesto, es mucho más difícil que la obtención de un triunfo deportivo meramente circunstancial.
A quienes no siguen el rugby y no lo juegan o hayan jugado, les cuento: las diferencias culturales existentes entre las potencias rugbísticas y la estructura profesional del juego en nuestro país son siderales. Reitero: sólo en lo que taxativamente consigné, esto es, lo cultural, y no en lo deportivo, ya que de hecho, los Pumas integran por derecho legítima e incuestionablemente adquirido en la cancha, la élite mundial de selecciones (estamos entre las ocho o nueve mejores); porque no debe perderse de vista que un seleccionado o un exponente individual, sea del deporte que fuere, está representando integralmente a su país, es decir, lo encarna no sólo en lo simbólico: bandera e himno, sino también en los valores de la sociedad en que nació y vive.
Por ejemplo, el mejor árbitro de rugby del mundo, el galés Nigel Owens, es homosexual; los All Blacks viajan sin utilero: cada uno carga su propio bolso, ellos mismos, antes de abandonar el estadio en que jugaron, limpian el vestuario que hayan utilizado, y tienen un riguroso protocolo traducido tanto en reglas escritas como no escritas, al que deben atenerse estrictamente: nunca se los ve en actitudes inconvenientes o vergonzantes, nunca emiten declaraciones altisonantes, desubicadas u ofensivas, deben interiorizarse aunque más no sea someramente, sobre la historia del país que visiten, y nunca se encuentran envueltos en escándalos tales como evasión impositiva o en aberraciones tales como violencia contra las mujeres. El mundo entero pudo comprobar cómo Jonah Lomu rechazó ocupar un lugar de privilegio entre quienes necesitaban un trasplante de riñón; cómo Sonny Bill Williams le regaló su medalla de oro a un pibito que se había metido en la cancha sólo para abrazarlo; cómo el tipo llega a nuestro país e inmediatamente se va a las cárceles a dar clínicas de rugby y a los barrios desangelados (Solari dixit) donde habita la niñez desvalida; cómo Dan Carter, Ma' a Nonu y Richie McCaw, entre otros muchos, continúan siendo virtuales embajadores volantes de su país vayan donde vayan; y, en fin, todo el mundo vio cómo Sam Cane, capitán de los All Blacks, homenajeaba a Diego Maradona, ante la mirada atónita de nuestros jugadores, que impasibles, no atinaron a nada (y eso es lo que dolió más, infinitamente más, que los 38 puntos que nos comimos).
En cambio, en nuestro país siguen vigentes, por desgracia, actitudes sectarias, hay tilinguería, machismo, soberbia y costumbres repugnantes como el tristemente célebre "rito de iniciación". Y todavía está fresco en el colectivo nacional el recuerdo de los inmundos, asquerosos y cobardes asesinos que mataron a golpes a Fernando Báez Sosa. En todo eso no hay casualidades; hay causalidades. 
Ya a esta altura, el gobierno nacional debería intervenir en la cuestión, exigiendo la renuncia de toda la mesa directiva de la UAR e imponiendo a rajatabla el cumplimiento efectivo de los valores que propugna el rugby y que constituyen el sustento del juego. La batalla no es deportiva, esa ya la dimos; ahora tenemos que librar la otra, la más difícil: la cultural. 
Y la manera de arreglar el entuerto no era disfrazarlo con una enmienda peor que el soneto, poniéndose de apuro un pedazo de cinta aisladora negra en señal (improvisada, mentirosa, hipócrita y pour la gallerie nomás) de luto (duelo nacional que, por otra parte, se había establecido por decreto del presidente de la República y en el que esos tipos se cagaron olímpicamente). 
La omisión de un homenaje puma a Diego Maradona no es en modo alguno un hecho menor y anecdótico, antes bien; se trata de algo grave, gravísimo, en tanto exponente claro y evidencia patente de todo lo que está mal en nuestro rugby y que resulta imprescindible y urgente corregir. 

-Juan Carlos Serqueiros-

jueves, 15 de octubre de 2020

TAPA DE LA REVISTA "EL GRÁFICO", 1936

 



Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Una tapa de El Gráfico finísima y graciosamente humorística con sana picardía de barrio, y elocuentemente hermosa en su simbolismo, que nos convoca a la añoranza de un tiempo en el que éramos clásico y no enemigos, como lamentable y deplorablemente algunos se empeñan que ocurra en esta degradante, espantable, actualidad "gracias" al accionar odioso y violento de grupúsculos nefastos integrados por lúmpenes desaforados y energúmenos que nada tienen de hinchas y sí todo de delincuentes. 
En la imagen aparecen dispuestos al "duelo" dos de los ídolos máximos de quemeros y cuervos, respectivamente: Herminio Masantonio, delantero ("centroforward" o “centrofobal”, como se le decía popularmente al 9) de Huracán; y Diego García, delantero ("entreala izquierdo" como se citaba al 10) de San Lorenzo de Almagro. 


García, representado como un gaucho de Boedo, con su facón quiere pincharle el globo a un nenito hincha del quemero: “Se lo dije al gurí bobo / que le iba pinchar el globo, / entonces ¿por qué lo trujo?”; y Masantonio caracterizado como un guapo de la Quema, salta a defender a la criatura y se arremanga, aprestándose a pelearlo al desafiante García: “Aquí no admito retobo, / y eso de pincharle el globo / ¡se lo va a pinchar si es brujo!”.
Aquel año 36, Huracán y San Lorenzo se enfrentaron dos veces, ganando cada uno un partido: el 3 de mayo triunfó el Globo 1 a 0, y el 13 de setiembre ganó el Ciclón 2 a 1. 


Eran épocas de una limpia y sana rivalidad —que incluso trascendía lo deportivo y abarcaba lo artístico, lo cultural; porque ambos barrios eran caldos de cultivo del que surgían figuras muy altas de la inteligencia nacional—; épocas en las cuales en cada familia de Parque de los Patricios, Pompeya, Soldati, Boedo y Almagro, había simpatizantes de uno y otro club. Y los sembradores del odio y de la xenofobia aún no se habían adueñado de la fiesta del fútbol "obsequiándonos" con su funesta presencia. 
Como canta el Indio Solari, bebamos de las copas lindas, brindando por la vuelta de las familias a las canchas. Y recordá siempre que para huracanenses y sanlorencistas, el más ansiosamente esperado de los cotejos es... EL clásico; porque somos eso: RIVALES CLÁSICOS; NO ENEMIGOS. 


No comulgo ni comulgué jamás con el tan mentado todo tiempo pasado fue mejor; pero eso no debe ser confundido con cerrar los ojos a una triste realidad: la de que el hiper profesionalismo ha traído aparejadas secuelas que nada tienen de auspiciosas, y que de no ser combatidas con una batería de antibióticos en forma de ética, moral, principios, honestidad y racionalidad; persistirán hasta devorarlo todo, no sólo ajando y degradando la belleza y la magia en lo lúdico, sino también la pasión por la divisa deportiva, que en ciertos sectores ha degenerado en una violencia demencial cuya escalada preanuncia no tener fin.
Lo popular es invariablemente alegre y festivo; no conoce de odios. No dejemos que nadie nos robe la felicidad. 

-Juan Carlos Serqueiros-

martes, 13 de octubre de 2020

LA GARCHETA Y SU CLUB DE FANS

 



Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Quedate con el vuelto, / mula de la enfermedad. / Pobrete que sos tropa / de la guita y chimpancé. (Carlos Indio Solari, "Queso ruso")

El diario La Garcheta (copia, reflejo y virtual sucursal —desde la “línea editorial” hasta el formato, pasando por los gases mefíticos que emanan de sus páginas— del repugnante pasquín La Nazión) es un libelo inmundo orientado a "lectores" de un segmento social desgraciadamente vasto, cuyas características más distintivas son su bajo cociente intelectual, su paupérrimo nivel de inteligencia emocional, su propensión al odio, su estrechez de miras y su prácticamente inagotable capacidad para absorber todo cuanto de patógeno provenga del pseudo periodismo ejercido desde ese periodicucho infecto.
El lector promedio de La Garcheta es, en síntesis, bruto, tilingo, sectario, prejuicioso e impermeable a toda virtud. Además, con llamativa y alarmante frecuencia, también suele ser un borderline y un misógino. Y es fundamentalmente gorila y oligarca, más allá del estrato social del que provenga y del poder adquisitivo alto o bajo que detente.
Es que el efecto residual del veneno que a diario inocula La Garcheta en sus "lectores" es tan, pero tan letal, que logra que un comemierda cuasi esclavo que a duras penas malvive a costa de dejar los riñones durante doce o más horas manejando el taxi de otro, cobrando dos mangos con veinte y encima en negro, salga a manifestarse en contra de los derechos laborales y de los planes sociales, lleno de odio visceral contra esos a los que llama "negros vagos" y a los cuales espeta “agarrá la pala”, mientras él, ufano en su estulticia, se considera a sí mismo un "emprendedor". 
O que una ridícula piruja ordinaria como inodoro 'e porlan y devenida en rubia a fuerza de peróxido, con raíces indisimulablemente oscuras, (ese “rubio” amarillo caca de hepatitis mal curada, viste), que atiende un kiosco pedorro en su casa o vende Avon y que en toda su miserable existencia leyó otra cosa que no fuera la revista Hola ni asistió jamás a ninguna manifestación cultural como no fuesen los nauseabundos programejos de la momia Legrand o de la hetaira jubilada Gusana Gipenes, vomite su desprecio sobre esas a las que llama "negras choriplaneras" y les enrostre el consabido “se embarazan para cobrar un subsidio”; mientras ella se ve a sí misma como el arquetipo de la mujer “de éxito”. 
O que un repulsivo lumpen, parásito portador de apellido “de abolengo", badulaque experto en explotar gente, ducho en artilugios y camándulas para pagar salarios de hambre, evasor impositivo consuetudinario y crónico que “administra” la quincuagésima sexta quiebra de un ingenio azucarero que hogaño está obsoleto y en ruinas, y que antaño fundara su tatarabuelo, se la pase con el culo en los bares boqueando contra la "excesiva presión tributaria que nos está matando a los industriales que forjamos la riqueza de este país" y clamando en favor de la "flexibilización laboral"; mientras presume de ser el más fidedigno exponente de una “meritocracia” a la que adscribe sin reservas y se considera un "esforzado empresario". 
Así como La Nazión es el lado oscuro de la luna porteña proyectada sobre todo el país a través de la imposición del odioso, cipayo y sectario centralismo mitrista a sangre, fuego, destrucción y muerte; La Garcheta es la cara oculta de la luna tucumana (y no precisamente aquella de la bellísima y arrobadora zamba de Don Ata). 
¿Sabés qué? Dan mucho asco.
Damas y caballeros que frecuentan este ghetto, lo hasta aquí enunciado es ficción. El problema radica en que siempre esa... ficción... se ve superada por una realidad que espanta.

-Juan Carlos Serqueiros-

martes, 22 de septiembre de 2020

EL ÚLTIMO MALÓN


























Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Se cumplen 103 años del estreno (que se produjo en Rosario) de "El último malón", película silente de Alcides Greca, rodada en 1917, que trata acerca de la sublevación mocoví en San Javier, provincia de Santa Fe, en 1904.
Pero hay una particularidad que estimo importante destacar: la copia (en 16 mm; el original era en 35) de la misma que se conserva, que es una reconstrucción de 1968 a cargo de Fernando Vigévano, del Cine Club Rosario (más abajo pego el enlace a Youtube para quien desee verla) incluye, casi al inicio, a partir del minuto 2:36 exactamente, un texto en el cual se menciona al "Exmo. Gobernador del Chaco señor Fernando Centeno" (sic). Y a continuación de eso, hay imágenes donde aparecen Greca y el mencionado personaje; junto a otro político radical: Juan Luis Ferrarotti, y luego, otro texto que reza: "El señor Centeno opinaba que el último malón está por darse todavía" (sic).
 


Lo curioso del caso, es que la película se estrenó, como consigné precedentemente, en 1918, pero Centeno, que aparece en la misma aseverando que "el último malón está por darse todavía" y en su carácter de "gobernador del Chaco"; recién lo fue... ¡a partir de junio de 1923! (nombrado por Marcelo T. de Alvear, ya que por entonces, el Chaco estaba aún en su etapa territoriana y el gobernador era designado por el presidente con acuerdo del senado). ¿Cómo, entonces, podía ser que apareciera Centeno como gobernador en una película estrenada cinco años antes de que ocupara ese cargo (que ejerció hasta junio de 1926)?
La explicación al evidente anacronismo la dio oportunamente la socióloga e historiadora Alejandra Rodríguez, catedrática de la Universidad de Quilmes y también de la Universidad de Buenos Aires, en el N° 8 de la publicación PolHis, edición del segundo semestre de 2011: Greca, años después del estreno, modificó el inicio de su película (designado en la misma como "Presentación"), agregando los textos referidos a Centeno. 
Pero ¿por qué hizo tal cosa Greca? Porque Centeno (un politicastro ruin, despreciable y corrupto) fue quien ordenó, el 19 de julio de 1924, la espantosa matanza de indios conocida en la historia como Masacre de Napalpí (Greca había tenido destacadísima participación en el radicalismo santafesino, en el que también actuaba —o, más apropiadamente expresado; delinquía— Centeno).
No obstante —y sin desmedro de su excelente investigación acerca del film—, a mi humilde entender Alejandra Rodríguez no acierta en sus conclusiones acerca de los desgraciados y trágicos hechos de Napalpí, porque circunscribe la responsabilidad de los mismos al ministerio del Interior del gobierno radical de Alvear, a Centeno, a la policía y a los terratenientes.
Por mi parte, creo que la cosa no se agota allí; tengo otra mirada sobre la cuestión, la cual me propongo detallar en el último de una serie de artículos que bajo el título "El cacique blanco" vine escribiendo, tomando como eje la figura histórica de Juan Samuel Mac Lean, y que aún no me ha sido posible concluir; pero seguramente lo haré en algún momento.
Ocurre, querido lector, que para subsistir debo atender prioritariamente mi actividad profesional, dado que como todos sabemos, en este nuestro bendito país nadie puede vivir de narrar el pasado nacional. A menos, claro, que uno sea Felipe Pifia, PaNcho O'Donnell o Cipayín Romerito, y le venda el alma al diablo; entonces se llenará de oro comiendo de la mano de los poderes negros que manipulan la historia argentina.
En fin...

Enlace a "El último malón" (película completa) en Youtube:

-Juan Carlos Serqueiros-

martes, 18 de agosto de 2020

LOS QUE VEN LA PAJA EN EL OJO AJENO, PERO NO LA VIGA EN EL PROPIO

 



Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Abájese nomás, no tenga miedo, / que es mejor abajarse que lo abajen. (José Larralde)

A ciertos sujetos metidos a historiadores, que proclaman a gran estrépito y con suelta de globos incluida, perogrulladas tales como “resulta imprescindible estudiar nuestro pasado con seriedad”, y se empeñan en presentarse como altamente indignados contra quienes —según ellos—, no proceden así; es harto probable que los veamos después, incurriendo a su turno en lo mismo que antes condenaban. Pero eso sí: condenaban... en otros, claro; porque ven la paja en el ojo ajeno, más nunca perciben la viga en el propio.
Tal es el caso del auto definido como “abogado, docente y escritor” Julio C. Borda, quien en una nota periodística publicada en el diario correntino Época, se dedica, con encomio digno de mejor causa, a atacar y descalificar a aquellos a quienes sindica como integrantes de una nueva corriente de ficción “histórica” (sic), atribuyéndoles, parado sobre vaya uno a saber qué pedestal, perseguir el objetivo de “desacreditar el heroísmo de aquellos hombres que pelearon por la independencia” (sic) e imputándoles el propugnar “un punto de vista diferente” (sic). 
Detengámonos un minuto en esa suerte de lapsus-confesión (involuntaria, claro está, en tanto sincericidio surgido de su inconsciente): ese “punto de vista diferente”, o sea, el proponer una mirada sobre el pretérito que sea distinta a la canónicamente estipulada (¿estipulada por quién o por quiénes vendría a ser?), constituye para Borda, en sus propias palabras, una “deformación de la historia” (sic). Lo cual en su opinión, “ya forma parte de la decadencia de nuestra patria” (sic). 
Patria esa de la cual, desde luego, Borda se erige —tal vez por mandato expreso de alguna divinidad— en guardián insobornable e inclaudicable; porque él se cree asignado a la sagrada misión de “advertir a las nuevas generaciones que no deben acercarse a esas obras dañinas que, sin ningún rigor científico, sólo buscan imponer la ficción” (sic). Si el Can Cerbero cuidaba las puertas del Hades; Borda, por su parte, ha de asegurarse que no sean traspuestas las de la Historia, negándoles a los muertos la salida del inframundo y a los vivos la entrada al mismo. Una construcción del pasado que ha de ofrecerse —e imponerse— escrita en piedra al colectivo, para que no pueda masticarla ni asimilarla. Y mucho menos, objetarla. 
De semejante amenaza "subversiva" como la representada por esos a los que tilda de “historiadores de pacotilla” (sic) que son “los que confunden, los que engañan, los que falsean de manera irresponsable; son los que, en busca de notoriedad, realizan afirmaciones disparatadas y sin sentido” (sic), ¿quién podrá salvarnos? ¡Pues claro que el Chapulín Borda! No contaban con su astucia. 
De no ser por el gorilismo visceral que en vano procura disimular recurriendo a alusiones (que él presume veladas cual metáforas, pero que a la postre resultan tan evidentes como la marca que lleva en el orillo), como esa de “la Argentina que hoy sufrimos” (sic); uno hasta podría reírse de los patéticamente ridículos dislates que ese tipo “sustenta” en su mesianismo. 
Veamos ahora, estimado lector, los puntos que a la hora de narrar él mismo la historia argentina, calza ese Borda que se arroga el derecho de achacar a los demás escribir “obras repletas de inexactitudes y datos falsos” (sic). 
En la edición correspondiente al mes en curso de la revista Histopía, ese tipo publica un opúsculo en el que hace una sucinta biografía de Martín Miguel de Güemes, consignando, en los párrafos finales: “Al día siguiente de su muerte, un diario de Tucumán se regocijaba de su desaparición escribiendo con una enorme falta de respeto ‘Ya tenemos un cacique menos que atormente al país’.” (sic). 
Se ve que para Borda, en junio de 1821 ya existía en Salta el telégrafo (o el telex o el teléfono o el fax o el automóvil), únicos medios por los que podría haber llegado la noticia a Tucumán a tiempo de ser publicada allí “al día siguiente” de la muerte de Güemes. Digamos también que por entonces no había en Tucumán ningún “diario”; todo lo que había —y habría hasta la segunda mitad del siglo XIX— eran unas hojas que se editaban en la imprenta encargada por Belgrano en 1817 (de la cual se había incautado Bernabé Aráoz en 1819, luego de elegirlo gobernador el cabildo, tras el derrocamiento de Mota Botello por parte de Abraham González) y que reunidas en formato de periódico se publicaban mensualmente todos los 14: El Tucumano Imparcial
Es decir, el supuesto “diario de Tucumán” que según Borda festejó la muerte de Güemes, sólo existe en su universo onírico. Y seguramente, la noticia la deben de haber recibido allí por whatsapp.
Pero seamos buenos, querido amigo lector, e ilustremos al tal Borda: el que hizo lo que ese pseudo historiador cita tan errónea e irresponsablemente, fue el periódico (semanario; no diario, y porteño; no tucumano) Gazeta de Buenos Ayres, en su edición del jueves 19 de julio de 1821. 
¡Y ése es el sujeto que se asigna a sí mismo la potestad de imputar a los demás carencia de rigor científico! Mala cosa es criticar el rancho del vecino cuando se tiene el propio lleno de alimañas y tapado por el yuyal. 
Pero no debemos desesperar: puede que a partir de ahora, el susodicho tenga motivos para mostrarse en adelante más humilde y para aprender que siempre se es dueño de lo que se calla y esclavo de lo que se dice. Quizá hasta tengamos, en esta nuestra tierra bendita, la suerte de que se le pase el berretín de historiador. Más le valdría dedicarse a la abogacía y a la docencia (y eso último, siempre y cuando la materia que “enseña” no sea Historia, claro; porque si no, pobres alumnos...). 

-Juan Carlos Serqueiros- 
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REFERENCIAS 

BNMM. Gazeta de Buenos Ayres, edición de fecha 19.07.1821. 
Diario Época. Edición de fecha 28.11.2012. 
Nanni, Facundo. El primer periódico tucumano. Bernabé Aráoz y la reutilización de la imprenta belgraniana (en Americanía. Revista de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Pablo de Olavide n° 4 jul-dic. 2016, Sevilla). 
Revista Histopía. Año II n° 9, agosto 2020, ps. 48 a 57.

miércoles, 12 de agosto de 2020

GUARDA CUANDO TE DICEN QUE SOS BUEN ANFITRIÓN

 

Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Hete aquí que el pibe este, Anfitrión, era un general tebano que fungía de rey de Tirinto. El chabón, en tanto nieto del semidiós Perseo, era nada menos que bisnieto de Zeus, es decir, el capo di tutti capi en el Olimpo; así que en orden a su ilustre prosapia e imitando a Mambrú, se fue a la guerra. Guerra esa de la que regresó victorioso y con muchas ganas —en todos los sentidos— de reencontrarse con su esposa, Alcmena, que lo esperaba muy ansiosa. 
Esta chica Alcmena era, según la mitología, un minón que rajaba la tierra. Hermosa y con un lomazo infernal. 
Zeus —que parece que era bastante golfo y le gustaban todas, si era mujer, mejor— estaba en el Olimpo watcheando la tele, y en eso vio en la pantalla que Anfitrión se aproximaba a su casa. Cambió de canal y se enfocó en Alcmena, y cuando la vio, dijo: "¡Zás, esta es mía, muejejejeeee!". Adoptó la figura y la forma de Anfitrión, y se presentó ante Alcmena. Ésta, que estaba caliente como pava 'e lata y ya re podrida de usar su vibrador, obviamente encantada se lo llevó pa' la zapie, creyendo que era el dorima. Zeus, que no era ningún gil, hizo que el sol se ocultara durante 72 horas, para tener más tiempo de solazarse con Alcmena, y de ese modo se fabricó una "noche" que duró... ¡tres días! Tres días de meta y ponga con Alcmena. No te puedo contar lo que fue eso... Ni todas las películas juntas del canal Venus te darían una idea. Al fin satisfecho, Zeus rumbeó pa'l Olimpo. Y en eso, llegó Anfitrión, que con la prolongada abstinencia que traía encima, la cazó de la cintura a Alcmena, y de una, se la llevó a la catrera. Ésta, después del trajín de la "noche" de tres días que había pasado con Zeus, estaba más fría que el interior de una heladera Siam de los 60. Extrañado, Anfitrión le preguntó qué joraca le pasaba, y Alcmena le contestó: "¿Después de la sesión que tuvimos anoche todavía tenés ganas? No jodas, querés, que tengo la chichi hecha flecos y el orto me quedó haciendo pucheros". Enfurecido, Anfitrión prendió una hoguera para quemar en ella a Alcmena, pero Zeus, que desde el Olimpo vizcacheaba todo, hizo llover, apagando la hoguera, y bajó para explicarle a Anfitrión que el que se había trincado a su esposa era él, el jefe de los dioses. Anfitrión, lejos de ofenderse; se sintió muy honrado y le dijo a Zeus que en adelante, podía encamarse con Alcmena cuantas veces quisiera. Así armaron un ménage à trois que te la voglio dire, y vivieron felices un toco; hasta que se enteró Hera, la jermu de Zeus, y armó terrible bardo. Pero esa es otra historia que algún día te voy a contar. 
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. De ahora en más, cuando alguien te diga que sos buen anfitrión, ojo al piojo, porque en realidad; lo que te quiere decir es que sos flor de cornudo, y además, te está saltando el tapial. 
Sabelo.

-Juan Carlos Serqueiros-

sábado, 25 de julio de 2020

EL CONGRESO DE ORIENTE Y LOS CAZADORES DEL ACTA PERDIDA







































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Por muchas razones y causas, conviene y es necesario que del mandar y obedecer participen todos de la misma manera, a veces mandando y a veces obedeciendo. (Francisco Martínez Marina)

Durante las dos últimas décadas los argentinos hemos asistido a una re valorización del suceso histórico conocido como Congreso de Oriente (también llamado de los Pueblos Libres o de Arroyo de la China). Lamentablemente, tal circunstancia, que a priori se supone auspiciosa en tanto significa un avance en el trabajoso proceso de aprehender nuestro pasado; a menudo es miserable e inescrupulosamente manipulada en desmedro de la Declaración de Independencia dada el 9 de Julio de 1816 en Tucumán, en el seno del Congreso General Constituyente.
El “ataque” consiste en sostener que la primera declaración independentista se produjo el 29 de Junio de 1815 al inaugurarse el de Oriente, y que consecuentemente; la otra, la de Tucumán; ha sido impuesta por la historiografía oficial para ocultar aquella a la que reputan como única valedera. Fuego graneado al cual, desde la trinchera de los “agredidos”, se replica con munición gruesa alegando una falla de base por parte de los postulantes de eso que, a su vez, ellos no trepidan en calificar de mito cuando no de delirio: la carencia de documentación a la hora de avalar una pretensión que juzgan como ridícula. Y por supuesto, todo convenientemente acompañado de loas a Artigas y al Protectorado, y denuestos a Pueyrredón y al Directorio, por un lado; y de diatribas a los primeros y alabanzas a los segundos, por otro. En eso están entretenidos y sin atinar a salir del brete alevoso en el que unos y otros se metieron (o, más apropiadamente expresado, volvieron a meterse; porque la disputa actual no es sino un revival de la “batalla” historiográfica que en torno al tema se dio en la década de 1960 entre las corrientes oficial y revisionista).
Pero mejor, estimado lector, dejémoles enzarzados en discusiones estériles, y dediquémonos a procurar un aporte a la búsqueda de eso tan elusivo que llamamos verdad histórica. Aquellas dos asambleas representaron modos diametralmente opuestos de entender la Revolución de Mayo, y por ende; de concebir y proyectar el país emergente de ella que en cada una se propugnó. Veamos, pues, en qué consistió el Congreso de Oriente, por qué y para qué fue convocado, y qué resultó del mismo.
Principiemos por convenir en que debe considerarse detallada y exhaustivamente la evidencia de que en el campo federal-artiguista no existió unanimidad de ideas, criterios y propósitos (lo mismo aplica para el centralista-directorial, pero por ahora, limitados a la brevedad de este opúsculo, circunscribámonos al primero).
El sistema Pueblos Libres, en tanto coalición heterogénea —y por eso mismo inestable— e ideologema radical en su esencia, traía consigo una visión enfocada desde la atalaya de un sincretismo que incluía, además de las ideas cuya inducción le era propia a partir de la interpretación que hacía de la Revolución de Mayo, de la realidad tal como la percibía y de los objetivos que buscaba lograr; elementos y conceptos tomados del suarismo, del marinismo, del constitucionalismo norteamericano, del radicalismo painesiano y de las doctrinas rousseaunianas. Y partiendo del principio de retroversión de la soberanía a los pueblos, proponía: la confederación entre provincias-estado libremente determinadas, la integración entre grupos étnicos diversos —aún cuando fuesen ancestralmente antagónicos, incluso—, y un rasero igualador en el orden social.
El problema estribaba en que a la hora de la praxis, esto es, de tornarse realidad tangible en tanto orden sistémico efectivamente instaurado, pudo proteger —de ahí el título dado a Artigas: Protector de los Pueblos Libres— a las provincias que lo integraban, del poder pretenciosamente omnímodo que se arrogaba Buenos Aires, pero a la vez; se demostró como absolutamente incapaz de allanar las diferencias intestinas en cada una de ellas, de sustraerse a la lenidad y de lograr que las conveniencias sectoriales se subordinasen al interés común a toda la Liga Federal.
En Corrientes, la élite urbana, es decir el estrato blanco y culto de la población que tenía a las minorías indias y negras sujetas a la servidumbre cuando no a la esclavitud, en pos de sacudirse de encima el prepotente centralismo porteño, aceptó y adoptó, en un principio, el artiguismo para la consecución de dicho objetivo; pero bien pronto se revolvió contra él, en procura no solamente de mantener su hegemonía y sus privilegios de clase, sino además; el tráfico desde y hacia la antigua capital del virreinato (dicho sea de paso, no puede obviarse en el análisis, la consideración de que los intereses comerciales —no sólo de Corrientes, sino de todo el litoral— pasaban por el puerto de Buenos Aires; no por el de Montevideo). Y en el interior de la provincia, la base del artiguismo la constituían los actores sociales del comercio (bolicheros de campaña) y de la producción (artesanos, peones rurales, chacareros, y estancieros pequeños y medianos). Eran los tres últimos, además; quienes sostenían el costo económico de las milicias destinadas ora a sustraerlos (objetivo que nunca se logró alcanzar) del flagelo de los saqueos y demás delitos perpetrados por gavillas armadas integradas por desertores, indios sueltos, gauchos malos y demás elementos del lumpenaje que malvivía encharcado en la molicie, el crimen y el vicio; ora a la guerra exterior que se venía contra los portugueses (en la que no sentían fuera a jugarse algo suyo —los comandantes luso-brasileros tuvieron órdenes precisas de no atacar posiciones correntinas ni afectar sus intereses—, sino que por lo contrario; los privaba del pingüe negocio de pasar clandestinamente ganado a las Misiones Orientales, encima —se decían— para que “la indiada” misionera tuviese una provincia para sí, y para colmo de los colmos; en territorio que consideraban perteneciente a la suya). Con lo cual también ellos terminaron por revolverse contra los gobiernos artiguistas de Juan Bautista Méndez y José de Silva.
En síntesis, Corrientes consentía en integrar la Liga Federal, pero eso sí: no quería saber nada de pueblos libres, reparto de tierras y mucho menos de integración con los guaraníes. Y se mantendría artiguista… siempre y cuando se le permitiera comerciar con Buenos Aires y vender ganado al ejército portugués, claro. Hacía lo de aquellos que quieren el perro pero no las pulgas. Y así las cosas, el tan cacareado federalismo correntino era, propiamente, una bolsada ‘e gatos.
En 1815 el fiel de la balanza parecía inclinarse decididamente hacia el artiguismo. El 9 de enero, a consecuencia de un motín contra Rondeau en el ejército del Perú que se hallaba acantonado en Jujuy, renunció el Director Supremo, Gervasio Posadas, y la Asamblea eligió a su sobrino, Carlos de Alvear, para sucederlo en el cargo. Al día siguiente, en la batalla de Guayabos, tropas federales con Fructuoso Rivera a su frente, derrotaron a las directoriales que comandaba Manuel Dorrego.
A fines de enero una bomba cayó sobre Buenos Aires y Montevideo en forma de noticia: desde Cádiz se aprestaba a partir, al mando del general Pablo Morillo, una expedición española integrada por 60 buques transportando 12.000 soldados, con la cual, supuestamente, la corona española pretendía aplastar la revolución en el Plata. Eso fue lo que decidió a Alvear, en marzo, a entregar a Artigas la plaza de Montevideo (no sin antes incautarse de todo el armamento, poner la ciudad a saco y ofrecerle nada menos que la independencia absoluta de la Banda Oriental (que Artigas rechazó terminantemente). Desde el 26, flameaba en el fuerte el pabellón tricolor del federalismo.
En Córdoba, su gobernador, coronel José Javier Díaz (electo en cabildo abierto del 29 de marzo de 1815 luego de la mudanza —incruenta, felizmente— que significó la deposición del directorial Francisco Antonio Ortiz de Ocampo —después de intimaciones en términos desafortunados e inoportunos cursadas tanto a él como al cabildo por parte de Artigas—), guardaba un cuidadoso equilibrio entre la adhesión a éste y al director de turno. Conminado a definirse, por carta que el 8 de abril le dirigió el primero, se resolvió por colocarse bajo el protectorado del oriental e integrar la provincia a la Liga Federal; pero conservando, tanto en el propósito como en la práctica, la potestad de llevar adelante sus propias negociaciones con el Directorio, aún cuando eso significara hacerlas por cuerda separada de los Pueblos Libres. Díaz era federal, sí; pero —pequeño detalle— eso no quería decir que fuese artiguista.
En Santa Fe, entre el 10 y el 20 de marzo de 1815, los blandengues que protegían la frontera con los indios se sublevaron en conjunto con estos últimos y emprendieron la marcha hacia la ciudad, en la cual también entre los vecinos del centro y de las orillas había gran animosidad contra el teniente gobernador designado por el directorio: Eustoquio Díaz Vélez, quien capituló el 24, embarcándose el 28 para Buenos Aires con toda su tropa desarmada. El 2 de abril, el cabildo eligió gobernador a Francisco Antonio Candioti, siendo ese acto refrendado en asamblea popular el 26 del mismo mes. El 3 fue apoteótico en Santa Fe: flameó la bandera tricolor del federalismo en la plaza y se decretaron tres días de fuegos artificiales y luminarias. El 13, entraba Artigas a la ciudad. Santa Fe integraba la Liga Federal.
Un exultante Artigas creyó —erróneamente, como veremos a continuación— llegada la hora de avanzar sobre Buenos Aires para hacerla pueblo libre. Arribadas a Santa Fe tropas al mando de Hereñú y los mocovíes de San Javier conducidos por Manuel Francisco Artigas, dispuso que se dirigieran a San Nicolás, principiando así la invasión federal que venía proyectando. Era un triunfalismo excesivo que nubló su habitualmente aguda percepción: esas fuerzas no bastaban para imponerse al ejército de Alvear, ante lo cual, empecinado en llevar adelante su plan a como diese lugar, reclamó a Candioti el auxilio de Santa Fe para aumentarlas. Éste le hizo notar que la provincia, empobrecida al extremo, desguarnecidas sus fronteras con los indios hostiles y obligada a considerar la posibilidad de una reacción porteña, no estaba en condiciones para ello. Como el oriental insistió en su pretensión; el gobernador —leal y consecuente amigo suyo que se contaba entre los pocos que podían llamarlo Pepe—, tuvo que ponerse firme: “Así como el pueblo santafesino le aclamó como su Protector, también puede desafiar a usted si ve amenazada su independencia” (independencia en el sentido de autonomía, claro está), le dijo aquel venerable patriarca. Artigas se fue al mazo.
Hasta aquí hemos visto, entonces, que ni el federalismo correntino ni el cordobés ni el santafesino, eran necesariamente sinónimos de artiguismo.  
Por su parte, Alvear se jugó el todo por el todo. Con su ejército acantonado en Olivos, fuerte de 8.000 hombres perfectamente armados y pertrechados, más su aspiración a la gloria y su vocación de poder; parecía tener asegurado el triunfo. Pero… parecía nomás; porque como bien escribió Enrique Cadícamo, “la vida es una carpeta”: resuelto a liquidar al artiguismo y reconquistar para el directorio Santa Fe —y también Córdoba, porque desconfiaba de Díaz—, destacó una vanguardia de 1.600 hombres al mando del coronel Ignacio Álvarez Thomas; pero ésta se sublevó en la posta de Fontezuelas, cercana a Pergamino. Inmediatamente, Álvarez Thomas y Artigas abrieron negociaciones con miras a la concordia.
El 15 de abril se produjo una revolución en Buenos Aires, y dos días después, Alvear renunciaba. Fue reemplazado por Rondeau, como director de Estado —no ya “Supremo” como lo habían sido Posadas y Alvear— titular (nunca asumiría, pues se negaba a abandonar la jefatura del ejército del Perú), con Álvarez Thomas como interino. Su gobierno estaría supervisado por una junta de observación y se regiría por un estatuto provisional “para la dirección y administración del Estado” (que en su articulado incluía la convocatoria a un congreso general, tanto de Buenos Aires como de “todas las ciudades y villas de las provincias interiores”, a realizarse en Tucumán  —en lo cual se hallaban previamente contestes Artigas y Álvarez Thomas—). El 17 de abril de 1815, Antonio Luis Beruti izó en el fuerte de Buenos Aires la bandera azul celeste y blanca  enarbolada en Rosario tres años antes por Belgrano.
Invitadas las provincias, por circular del cabildo de Buenos Aires fechada el 21, a aceptar el nuevo gobierno y el estatuto, y a confirmar la asistencia al congreso, sólo Tucumán y las del Alto Perú (éstas por intermedio de los patriotas emigrados de ellas, porque se hallaban bajo el dominio realista) se pronunciaron por la afirmativa; Cuyo (gobernaba San Martín) aceptó solamente lo referido a la formación del congreso, lo mismo que Salta y Córdoba (que como vimos, fluctuaba entre Artigas y el Directorio). Paraguay (provincia que había resistido la Revolución de Mayo y que aislada en sí misma bajo la dictadura del doctor Francia, sin poner ni un centavo ni un solo hombre mientras las demás se desangraban en la guerra de la independencia; no sólo disfrutaba de los cuantiosos beneficios que le reportaba su comercio con ellas, sino que además; procuraba expandirse a sus expensas ocupando territorios pertenecientes a Corrientes y Misiones) correspondió al convite “obsequiando” la callada por respuesta.
En cuanto a la Banda Oriental, Corrientes, Entre Ríos, Misiones y Santa Fe; el 29 de abril respondieron, por intermedio de Artigas, en oficio de éste desde su cuartel general en Santa Fe, dirigido al cabildo de Buenos Aires, que sometería el asunto a un “congreso de los pueblos que se hallan bajo su mando y protección” (sic).
Artigas venía madurando la idea de llamar a una asamblea de las provincias federales a fin de dar forma más o menos jurídica a la alianza entre ellas, y sentar las bases socioeconómicas para el sistema. La turbulencia política en Corrientes, el triunfo obtenido por sus armas en Guayabos, y la incorporación de Córdoba y Santa Fe a la Liga Federal, ya eran motivos suficientes como para llevarla a la práctica. Y la amenaza representada por la expedición española, el abandono de su propósito de invadir Buenos Aires a partir de las expectativas de un arreglo pacífico con ésta que albergaba desde la caída de Alvear, y la necesidad de pronunciarse con respecto al pedido del cabildo porteño, de reconocer al nuevo director y al estatuto que regiría su gobierno; fueron los factores que lo decidieron a ello.
“Conducidos los negocios públicos al alto punto en que se ven, es peculiar al pueblo sellar el primer paso que debe seguirse a la conclusión de las transacciones que espero formalizar. En esta virtud, creo ya oportuno reunir en Arroyo de la China un congreso compuesto de los diputados de los pueblos”, rezaba su circular.
Y por aquello de “a Dios rogando y con el mazo dando”, despachó comunicaciones solicitando —en algunos casos; en otros, directamente ordenando— que eligieran y enviaran a la Villa de Arroyo de la China (Concepción del Uruguay), diputados al congreso a realizarse en dicho punto:
Al cabildo de Corrientes (dispuso “dos por ese pueblo y uno por cada cual de los pueblos de la campaña”, resultando electos Juan Francisco Cabral y Ángel Mariano Vedoya por la ciudad capital, el propio Artigas por San Roque, Juan Bautista Fernández por Itatí y Sebastián Almirón por Santa Rita de la Esquina); a los cabildos indios de los pueblos misioneros de Apóstoles, Concepción, San Carlos, San Javier, San José, Santa María la Mayor y Santos Mártires, el 29 de abril (sólo se tiene el dato de uno de los electos: Andrés Yacabú, sin poder precisarse por cuál de los cabildos lo era, si bien hay certeza de que no lo fue por el de Concepción); a Santa Fe, el 29 de mayo (resultaron electos Pascual Diez de Andino y Pedro Aldao, representación luego acotada al primero en razón de las penurias del erario); a Córdoba (por intermedio de José Roque Savid —el cabildo cordobés no quiso intervenir, ante lo cual se eligió, por parte de los cuarteles en que estaba dividida la ciudad, a José Antonio Cabrera—). Por la Banda Oriental, sabemos de Miguel Barreiro y de otros tres diputados: uno por Santa Lucía (del cual se desconoce su filiación), uno por San Carlos: el médico Francisco Dionisio Martínez (lo consigna él mismo en su autobiografía escrita en 1859 y publicada en 1913); y Pedro Bauzá (por el Diario de viaje, de Dámaso Larrañaga, quien lo menciona en ese carácter, pero sin aclarar por cuál de los pueblos fue diputado). Por Entre Ríos lo fueron José Simón García de Cossio representando a la Comandancia General, y Pedro Hereñú a Nogoyá.
Pero.... ocurrió algo que vino a dar al traste con sus planes.
Aquellas “transacciones que espero formalizar”, eran las negociaciones con Álvarez Thomas. El 11 de mayo, éste informó a Artigas que enviaba al coronel Blas José Pico (directorial que en 1814 había sido partidario de la guerra a muerte contra el artiguismo, y sugerido a Posadas que “debía desterrar 500 familias y fusilar a todo el que se tome prisionero”) y al doctor Francisco Bruno de Rivarola (quien mantenía con Artigas una antigua amistad), para convenir con él “los pactos de unión que deben vincular a ambos territorios” (sic).
Llegados éstos a Paysandú en el falucho Fama, el 16 de junio Artigas les entregó las bases que proponía para el acuerdo, las cuales sintéticamente consistían en: Estipular (remontándose dos años atrás al remitir al congreso del 5 de Abril, también llamado de Tres Cruces) que la Banda Oriental formaba con las demás provincias una alianza ofensiva y defensiva que se traduciría en un Estado a organizarse en torno a la constitución que dictara el congreso general,  todo lo cual se hacía extensivo, además, a Córdoba, Corrientes, Entre Ríos, Misiones y Santa Fe “hasta que voluntariamente quieran separarse de la protección de la provincia Oriental y de la dirección del Jefe de los Orientales”; Buenos Aires devolvería a la Banda Oriental la mayor parte del armamento extraído de ella por Alvear, y la indemnizaría por las confiscaciones y contribuciones impuestas durante la actuación de éste.
Al día siguiente, los comisionados contra propusieron: Buenos Aires reconocería la independencia de la Banda Oriental; se dejaría a las provincias de Entre Ríos y Corrientes —nada se decía de Misiones, porque Buenos Aires la consideraba perteneciente a la segunda— libres para resolver por sí mismas a cuál de los dos bloques adherir; se obligaba, en caso de llegar la expedición peninsular al Plata, a ayudar a la Banda Oriental, la cual se obligaba recíprocamente; se declaraban compensados los gastos y auxilios de la guerra contra la dominación española en la Banda Oriental; y se entregarían a ésta 1.500 fusiles, 12 cañones “de campaña”, 30 cañones “de grueso calibre, sables y municiones.
La cuestión terminó a los gritos entre Pico y Artigas (no así entre éste y Rivarola, por la amistad que se profesaban). El intento de acuerdo fracasó, y al día siguiente los comisionados emprendían el regreso a Buenos Aires. Artigas escribió a Álvarez Thomas haciéndolo responsable de que no se hubieran podido conciliar las diferencias y acusándolo de reproducir en su gobierno “los principios detestables que caracterizaron la conducta del anterior” (sic). El director respondió que reputaba injurioso el cargo que le hacía, y que por su parte, se limitaría a girar el asunto al congreso general para que cuando éste se reuniera, se pronunciase al respecto.
¿Por qué no pudo conciliarse? Formará usted, querido amigo lector, su propia opinión. Por mi parte, estimo pertinente hacer notar que Artigas, al oficiar a Álvarez Thomas el 18, consignaba taxativamente que entendía “la situación de miseria de esa capital y su caja” (sic), y trascartón agregaba: “pero sobre artículos de armamento yo no he visto la menor razón” (sic). Ergo, era consciente de por dónde pasaba la cuestión principal. Entonces, ¿para qué tensó la cuerda al extremo de romperla, obstinándose en exigencias que a priori sabía que no habrían de ser aceptadas, y además; agraviando a un gobierno acerca de cuyo reconocimiento se había obligado a pronunciarse, imputándole nada menos que ser igual al que había derrocado? Un político hubiera aprovechado la oportunidad, tomando lo que la ocasión le ofrecía. Pero él no era un político; sino un caudillo llamado a cumplir una misión mucho más alta y ambiciosa que asirse a una coyuntura presuntamente ventajosa en el corto plazo. Así y todo, creo que debió haber aceptado la última propuesta de los comisionados y cerrar trato, porque al rechazarla, Artigas se vio colocado en una posición delicadísima.
Sin el armamento, ya no podría asegurar la región misionera equipando al ejército de Andresito para mantener a los paraguayos fuera de los pueblos al este del Paraná, escarmentar a los portugueses que asolaban las misiones occidentales y, tomando la ofensiva, traspasar el río Uruguay para recuperar las orientales y avanzar desde ellas hasta Porto Alegre. Y tampoco contaría con el poder disuasivo suficiente para desalentar el probable intento que en pos de reconquistar Santa Fe haría el Directorio —que de hecho, ya preparaba la expedición militar que mandaría a fines de julio— para sustraerla a la Liga Federal e integrarla nuevamente a Buenos Aires. Por eso —ya fuera que lo percibió per se o se lo hiciese notar algún diputado—, tuvo que recoger el barrilete.
Así las cosas, el amplio temario a tratarse en el seno del Congreso de Oriente, quedó, por fuerza de las circunstancias, reducido a una sola cuestión: lograr un avenimiento con Buenos Aires. Llegado Artigas a Concepción del Uruguay el 27 de junio y ya encontrándose allí todos los diputados excepto los de Misiones y algunos de Corrientes, el 29 se comenzó a sesionar. Oído el informe del Protector relativo a la misión Pico-Rivarola, el congreso resolvió destacar ante Álvarez Thomas, una integrada por los diputados Barreiro, Cabrera, Diez de Andino y García de Cossio, con el cometido de retomar las negociaciones y llevarlas a buen término.
En esos cuatro comisionados estaban representadas las seis provincias integrantes de la Liga Federal: Santa Fe en Andino, la Banda Oriental en Barreiro, Córdoba en Cabrera; y Corrientes, Entre Ríos y Misiones en Cossio (a quien Artigas tenía, por entonces, preso por instigar y propiciar en 1814 el golpe dado en Corrientes por Perugorría al gobierno artiguista de Méndez, y era diputado al congreso en el carácter de “representante de la Comandancia General del Entre Ríos” —el empleo, en la redacción original, de la contracción del en lugar de la preposición de, indica a las claras que Artigas se refería no a la provincia propiamente dicha; sino al Continente de Entre Ríos, como se designaba en aquella época a la Mesopotamia: Corrientes, Entre Ríos y Misiones—, y en cuanto a lo de Comandancia General del Entre Ríos, era como decir Artigas, en tanto de hecho, quien fungía como comandante general de todas las provincias de la Liga era él mismo).
El 5 de julio partieron los comisionados en una balandra, arribando a Buenos Aires el 11. El 13, enviaron a Álvarez Thomas las bases que proponían para el acuerdo. Éste —sin recibirlos— les respondió por nota el 14, que las examinaría detenidamente y les contestaría en oportunidad. No sólo no los recibió —delegó la cuestión en su secretario de Estado, Gregorio Tagle—, sino que además; intentó, posiblemente a instancias de éste, recluirlos en la fragata Neptuno (Buenos Aires estaba preparando un ejército para lanzarlo sobre Santa Fe, lo cual, obviamente, procuraba ocultar a la vista de los comisionados —que de todos modos, lo supieron—). El 2 de agosto, Artigas ofició a Álvarez Thomas intimándolo a poner “en cualquier punto de esta banda a los diputados” y advirtiéndole que de no verificarlo así, daría “principio a las hostilidades del modo más escandaloso”. El director, a su vez, destacó ante los comisionados, en carácter de “autorizado por S. E.” al sacerdote Antonio Sáenz (que integraba la junta de observación), quien trató de persuadirlos de convenir en estos puntos principales: habría paz entre el gobierno de Buenos Aires y el Jefe de los Orientales, ambos territorios y gobiernos serían independientes el uno del otro, el Paraná sería el límite de sus respectivas jurisdicciones, ambos renunciaban a reclamarse indemnizaciones, y se obligaban a enviar sus diputados al congreso general (a realizarse en Tucumán). Los comisionados, si bien se habrían manifestado conformes (según Sáenz) con esas bases; se negaron a suscribirlas.
Ocurría que informado el Directorio (Artigas ya lo sabía) de que la expedición española finalmente no se dirigiría al Plata, y decidido a recuperar Santa Fe; ya no tenía interés en la concordia
El 4 de agosto, los comisionados (excepto Cabrera, quien quedó en Buenos Aires ocupado en tratativas entre Córdoba y el Directorio), se embarcaron de regreso. La misión del Congreso de Oriente (que fue clausurado por Artigas inmediatamente después de arribados éstos al puerto de Concepción del Uruguay, el 12)  había fracasado.
Volvamos, estimado lector, al ámbito específico de la susodicha asamblea. Cabe preguntarse: en lo que hace a logística e infraestructura, ¿cómo se las compusieron aquellos hombres?
Hemos visto que los diputados de Misiones y algunos de los de Corrientes, aún no habían llegado al momento de iniciarse las sesiones, con lo cual convendremos en que con respecto a lo primero, esto es, el transporte, se obró con bastante imprevisión, aún; considerando la situación político-militar, las dificultades derivadas de la geografía y de los factores climáticos, las limitaciones de los medios de la época y la cortedad presupuestaria. Y en relación a lo segundo, Concepción del Uruguay era por entonces una población que contaba con alrededor de 1.000 habitantes. Descartando los precarios ranchos de estanteo; las demás (pocas) viviendas que había, incluida la del comandante de la villa, José Antonio Berdún, eran del tipo de azotea, con una o a lo sumo dos, habitaciones con techos de caña y paja, paredes de adobe y pisos de ladrillo, adosadas a un rancho que servía de cocina y despensa; exceptuando una sola casona solariega: la erigida por la familia López-Jordán y que después fue adquirida por los Calvento, que en la actualidad se conserva tal como era originalmente (funciona en ella el museo Delio Panizza). ¿Dónde se alojaron y dónde sesionaron, pues, los diputados?
Estuve en no menos de diez oportunidades en Concepción del Uruguay, en procura de averiguarlo. En aquella época, era relativamente común que en las casonas solariegas se cedieran —o se alquilaran, de modo de engrosar los ingresos familiares— temporariamente habitaciones a los viajeros que arribasen al pueblo. En esa casa, hecha edificar por su padre, transcurrió parte de la vida de Ricardo López Jordán y de su medio hermano, Francisco Ramírez; allí residía la familia de la novia y prometida de este último, Norberta Calvento; y en ella se hospedaron: Belgrano, de regreso de la Expedición al Paraguay; Alvear, después de Ituzaingó; Balcarce (quien falleció en una de sus habitaciones); y Lavalle. Y hay registros del paso de todos y cada uno de ellos por esa casona, pero extrañamente; no hay ninguno, ni siquiera tradición oral, de que hubiera albergado a algún o algunos diputado/s al Congreso de Oriente ni de que en su sala principal se hayan realizado sesiones. Raro, ¿no?
Infiero como probable que se hayan hospedado, repartidos entre las casas de azotea, algunos; mientras que otros hayan pernoctado en las mismas embarcaciones que los habían transportado hasta allí. Y que hayan utilizado, para sesionar, la sala capitular del cabildo.
Pasemos al controvertido tema de la declaración de independencia dada en el Congreso de Oriente, la cual algunos aseguran que efectivamente se produjo, extraviándose o siendo sustraída después el acta; y otros sostienen lo contrario. Principiemos por aclarar que la falta de determinados elementos en el corpus documental, aún cuando éstos fueran centrales a la cuestión en tanto revistiesen una importancia superlativa, de ninguna manera constituye motivo valedero para rechazar la pertinencia de abordar historiográficamente el suceso del que se trate ni otorga razón suficiente para minimizarlo hasta el punto de hacer como que lo ocurrido… no ocurrió.
Particularmente, me hallo inclinado a creer que en el Congreso de Oriente no se labraron actas. Me conduce a ello el análisis de los oficios enviados en el lapso que abarca la producción del hecho histórico que nos ocupa, por parte de Artigas a los gobiernos y cabildos de las provincias que integraban la Liga, en los cuales les informaba acerca de lo tratado y resuelto en el inicio de la asamblea, para después, una vez conocido el fracaso de la misión enviada a Buenos Aires; comunicarles, en un texto más o menos uniforme para todos, que: “Regresa a su provincia el Sr. Diputado Fulano. Él impondrá a Ud. de los pormenores, etc., etc.”. Si se hubieran levantado actas, ¿para qué, entonces, iba Artigas a fatigar su secretaría redactando pliegos y más pliegos y desperdiciando papel (del que siempre andaba escaso); si le bastaba con enviar copia de éstas? Y de haberse labrado actas, ¿por qué iba a confiar en que la transmisión oral a través de un tercero (el diputado), fuera fidedigna, reflejara exactamente lo ocurrido y el relato no resultara tergiversado o incompleto; pudiendo evitar ese riesgo apelando al sencillo trámite de adjuntar una copia?
Asimismo, creo que no se produjo en el Congreso de Oriente una declaración formal de independencia, en tanto las provincias de la Liga, desde el momento de integrar la misma, la daban por sobreentendida, tanto a la absoluta (es decir, de España y de cualquier otra potencia) como a la relativa (de Buenos Aires). Hasta me atrevo, incluso, a ir más allá: si mis suposiciones fuesen equivocadas y resultare que sí se hubieran labrado actas; creo que al hallarse éstas nos daríamos con que la declaración de independencia no se encuentra estipulada en una ad hoc, sino que aparecería consignada en una frase como encabezado o, a lo sumo, como oración limitada a uno o dos renglones en alguna referida a cualquier otra cuestión, sea esta política, militar o económica. Y estimo como probable, además; que en tal caso no figuraría el término independencia, sino la palabra soberanía. Ocurre que a partir del conocimiento que tenemos de la Declaración de Independencia del 9 de Julio de 1816 en Tucumán, hemos ido, inadvertidamente, naturalizando el concepto de que otra proclama igual o similar que pudiera haberse dado, tenemos que esperarla y aún exigirla expresamente formalizada en un acta específica y exclusivamente dedicada a ese punto. ¿Por qué damos por sentado que debe ser forzosamente así, toda vez que, bien pensada la cosa no hay ninguna razón para ello?
El Congreso de Oriente y el Congreso de Tucumán (o, más apropiadamente, Congreso General Constituyente, porque empezó sesionando en Tucumán y acabó haciéndolo en Buenos Aires) fueron antagónicos, sí, en tanto significantes de proyectos sustancialmente diferentes de país. Pero que lo fueran al momento de los hechos, no implica que deban seguir siéndolo en la argentinidad de hoy en día, porque tanto usted, querido lector, como quien suscribe, venimos derivados de ambos, simplemente porque las cosas fueron como fueron y eso no podemos cambiarlo; tenemos que aceptarlo tal como sucedió, aprehenderlo y elaborarlo, pues no existe nada llamado máquina del tiempo que nos posibilite modificar lo pretérito.
Quienes pretenden, partiendo desde concepciones ideológicas y posiciones políticas vigentes en la actualidad, instalar en el colectivo la idea de “primera independencia en Arroyo de la China”; y quienes, reaccionando desde el anquilosamiento de un conservadurismo oxidado, se obstinan en negar que en 1815 en Concepción del Uruguay se quebró algo, sólo buscan prolongar in eternum el Buenos Aires vs. Interior, el Moreno vs. Saavedra, el Artigas vs. Pueyrredón, el Rosas vs. Sarmiento, el Mitre vs. Roca y todos los demás versus que a usted o a mí se nos ocurran. Reeditar el clásico futbolero Concepción del Uruguay 1815 vs. Tucumán 1816 es anti argentino; levantar todos juntos la copa Concepción del Uruguay 1815 y Tucumán 1816 es consolidar la nacionalidad.
Hasta la próxima.

-Juan Carlos Serqueiros-
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