jueves, 6 de octubre de 2022

EN CIERTAS CIRCUNSTANCIAS, HASTA LAS ANTÍPODAS PUEDEN CONFLUIR



Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Decía el general Perón que todo aquel que luchara por la misma causa que el peronismo era un compañero, pensara como pensase. 
Si buceamos en nuestra propia historia, encontraremos varios ejemplos de cómo hombres que se encontraban en las antípodas del pensamiento los unos de los otros, supieron oportunamente dejar de lado sus diferencias cuando entraron a tallar cuestiones humanitarias o percibieron el llamado de un interés que atinaron a comprender como trascendental a todos los demás: el del país.
Así, el ultraliberal y antirrosista Nicolás Avellaneda no trepidó en designar en el ministerio de Relaciones Exteriores primero, y después en la cartera de Interior, al doctor Bernardo de Irigoyen, quien no sólo jamás renegó de su rosismo; sino que además hasta tenía el salón de su casa pintado de rojo punzó. Y cuando Avellaneda tuvo que responder a las feroces críticas de los diarios por "tener el tupé" de nombrar canciller a "un mazorquero", al "albacea de Cuitiño"; quien salió a defender a Irigoyen fue nada menos que Héctor Varela, hijo de Florencio, rabioso unitario.
Y ya que mencioné a don Bernardo de Irigoyen, cabe agregar que su adhesión a Rosas y a su política, no le impidió estimar y valorar a Sarmiento, nada menos; quien por otra parte, cuando fue presidente no dejó que su antirrosismo visceral lo privase de nombrar a Irigoyen procurador del Tesoro, para defender el interés de la nación frente a las pretensiones de la corona española que pretendía que la indemnizáramos por los perjuicios económicos que sus súbditos habían debido sufrir en tiempos de la revolución de Mayo y la guerra por nuestra independencia.
Más cerca en el tiempo, cada vez que así lo demandó el provecho del país, dos ilustres estadistas argentinos tuvieron la grandeza de hacer a un lado sus profundas, abismales, diferencias, y de subordinar cualquier oportunismo político a los supremos intereses de la patria: a mediados de 1912, Roque Sáenz Peña, por entonces presidente de la República, designó a Julio A. Roca ministro plenipotenciario ante el Brasil, en el marco del convenio al que se había arribado con dicho país para limitar ambas naciones la adquisición de nuevos acorazados, luego de superar una etapa especialmente difícil y de gran tensión en las relaciones bilaterales. Así, no vacilaron el uno en llamar a su mayor enemigo político para encomendarle una alta misión; y el otro, en aceptarla y cumplirla porque así lo requería el deber para con la nación. Y cuando en 1913 Sáenz Peña, ya muy aquejado de la enfermedad que lo llevaría finalmente a la tumba, pidió al congreso licencia por tiempo indeterminado; Roca, en un gesto que enaltecerá por siempre su memoria, pidió a los senadores y diputados que respondían a su orientación política que la concedieran, destacándose incluso el discurso en tal sentido de su propio hijo, a la sazón diputado por Córdoba. El 9 de agosto de 1914 falleció el presidente Roque Sáenz Peña y en sus funerales, que se realizaron el 11, uno de los que llevaban los cordones de la cureña que transportaba el féretro, era el general Roca.
Y diré más: el propio Perón no vio inconveniente alguno, por lo contrario; en elegir a un otrora enconado crítico suyo y tenaz opositor a su gobierno: el doctor Vicente Solano Lima, para acompañar en la fórmula a Cámpora. Y después, durante su última presidencia, lo designó como su secretario general. Idéntico criterio siguió Perón cuando hizo ministro de Economía de Cámpora y luego suyo, a José Ber Gelbard, que era comunista.
Contrastando con lo antedicho, hay que recordar que en 2012 los partidos de la oposición rechazaron la invitación que se les hizo para acompañar a la por entonces presidenta de la República, Cristina Fernández de Kirchner, a la reunión del Comité de Descolonización de las Naciones Unidas en que se trató la cuestión Malvinas. Y por estos días, al perpetrarse un atentado contra la vida de la actual vicepresidenta, esos mismos no sólo se negaron a repudiar y condenar semejante aberración, sino que además; todo parece indicar que han sido los instigadores y financistas del intento de magnicidio.
Imagino, estimado lector, que coincidiremos en que la causa Malvinas hace al supremo interés nacional, y en que la pretensión de suprimir mediante el asesinato a la principal figura política del país es lisa y llanamente miserable, ¿no? Bueno, algunos no lo entienden así, y prefieren mostrar la peor de sus aristas, la más ruin, privilegiando conveniencias partidarias en procura de oscuros intereses sectoriales.
Que lo parió, dijo Mendieta.

-Juan Carlos Serqueiros-

lunes, 3 de octubre de 2022

QUINTETO DE BUENOS AIRES













































Escribe: Juan Carlos Serqueiros


Otra novela del gran Manolo Vázquez Montalbán. Y también de la serie Carvalho, el detective gallego afincado en Barcelona, que vive en el coqueto barrio de Vallvidrera, tiene un ayudante ex presidiario: Biscuter, y una novia call girl: Charo, y ya sea que haga un frío de helarse o un calor de morirse; igual mantiene el rito de encender religiosamente la chimenea de su casa, quemando en ella cada noche un libro, hasta agotar su biblioteca.
En esta oportunidad, Pepe Carvalho accede al pedido de un "tío de América" (como sabrá usted, mi querido lector, todo español que se precie de tal, necesaria y obligatoriamente tiene que tener un tío en América, desde luego), quien recurre a sus cualidades detectivescas en pos de encontrar a su hijo (y por ende, primo de Carvalho), quien se salvó de morir a manos de los genocidas de la tiranía cívico-militar que asoló la Argentina desde 1976 hasta 1983, para terminar desapareciendo en plena democracia.
Así, Pepe llega a esa Buenos Aires post dictadura, arrullada ahora por los tangos que canta la Gata Varela, y entre sus infaltables y consabidos deleites de gourmet se van sucediendo los personajes: ex guerrilleros y ex represores, en una melange que nos pinta la situación de aquella Argentina recientemente vuelta al orden constitucional.
Carvalho está más cínico y escéptico que de costumbre (lo cual no es poco decir). Se siente cansado y abrumado por una vejez que se le antoja inminente, y para colmo; Charo lo abandonó.
En fin, para quienes somos compulsivamente adictos a Carvalho, se trata de una novela imperdible —como todas las que protagoniza—. Y para quienes no lo son, si no leyeron aún el libro, entonces háganlo; les aseguro que no se van a arrepentir.

-Juan Carlos Serqueiros-

miércoles, 28 de septiembre de 2022

DE TRANSMISIONES PRESIDENCIALES TRAUMÁTICAS







































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

El 12 de octubre de 1922, el presidente saliente, Hipólito Yrigoyen, aguardó en la casa de gobierno al entrante, Marcelo T. de Alvear (electo tras haber ganado, in absentia, los comicios nacionales del 2 de abril y ser proclamado por los colegios electorales el 12 de junio), quien venía dirigiéndose a la Casa Rosada para la tradicional ceremonia de traspaso de los atributos presidenciales, luego de haber jurado el cargo ante la Asamblea y pronunciado su discurso inaugural en el Congreso.



El mes anterior, Yrigoyen, rompiendo el protocolo, había ido al puerto a recibir en persona a Alvear, que regresaba al país en el buque Massilia, estrechándolo en un abrazo. Una abigarrada y entusiasta multitud saludó al electo y lo aclamó hasta el delirio.


Parecía que la estima y el afecto profundo que mutuamente se profesaban, había primado por sobre las antiguas diferencias habidas entrambos, limándolas definitivamente. 
Resulta difícil imaginar extremos tan opuestos, antípodas tan distantes, como Alvear e Yrigoyen, conviviendo en armonía en un mismo espacio político. Aristócrata, mundano, conciliador, expansivo, generoso, temperamental, enfant terrible, el uno; enigmático, inflexible, desconfiado, tenaz, personalista, intransigente, caudillo, el otro.
Retomando la ilación, decía entonces que parecía que los pretéritos desencuentros entre ellos, habían llegado a su fin. Parecía. Más temprano que tarde se vería que no era así.
Aquel 12 de octubre, un Yrigoyen circunspecto, grave, adusto, al frente de su gabinete en pleno, aguardó en el Salón Blanco a un Alvear exultante, le colocó la banda (correctamente, quiero decir; luego de enmendar el fallido de ponérsela al revés, tal como se ilustra en la caricatura de Caras y Caretas que oficia de portada de este artículo), le entregó el bastón, le estrechó la mano y se retiró inmediatamente. Poco menos que en andas, lo sacaron a la plaza de Mayo, desbordada de radicales enfervorizados que coreaban su nombre. Dificultosamente, consiguieron que accediera a meterse en un automóvil, del cual descendió en la avenida de Mayo para entregarse al delirio de la gente que lo aclamaba. A partir de ese momento, se torna nebuloso determinar exactamente cómo siguió el día de Yrigoyen después del traspaso presidencial, porque algunos cronistas consignaron que "por fin, después de inmensos esfuerzos se consigue que suba" (al automóvil con un neumático de repuesto en el techo que podemos observar en la imagen, se refieren); mientras que otros afirmaron que "tomó un tranvía rumbo a Palermo, dispuesto a pasear" (el que también aparece en la foto, con una publicidad de anís Flor de Siria).


Mientras todo esto ocurría, Alvear dispuso para sí un alto en los actos protocolares (los cuales se hallaban en el punto de los plácemes, felicitaciones y buenos augurios que, con un apretón de manos, era de estilo brindar al flamante mandatario), para poder contemplar a través del ventanal del despacho presidencial, el espectáculo de la plaza con la gente rodeando a Yrigoyen. Y José María Rosa agrega un comentario: "Tal vez en lo íntimo comparará la cola escueta de quienes felicitaban al que entraba con la eclosión desbordante a quien se va". 
Puede que así haya sido, chi lo sa; pero particularmente, no coincido con esa percepción del venerable maestro don Pepe: Alvear no era envidioso, la cola de los que estrechaban su mano de ningún modo era "escueta"; sí estaba, lógicamente, limitada por la capacidad del salón, y entre los que ovacionaban a Yrigoyen, seguramente no se contaban los familiares de las víctimas de la tristemente célebre Semana Trágica.
Volvamos a Alvear: lo sacó de su contemplación desde los ventanales la urgencia apremiante del escribano de gobierno que lo instaba a proseguir con los actos oficiales, tomando juramento a los ministros de su gabinete. 
Y es hora de consignar que la asunción presidencial de Alvear fue la primera en nuestro país en ser transmitida en vivo por aquella Radio Argentina, propiedad del iniciador de la radiodifusión nacional, Enrique Susini, quien había sido elogiado y felicitado por Yrigoyen un par de meses antes.
Existe la creencia, por tradición oral principalmente, de que concluidas ya todas las ceremonias, sobre las 20 hs., el presidente que acababa de asumir el cargo llamó por teléfono a su esposa Regina Pacini, quien lo aguardaba en el palacio Fernández Anchorena (actual sede de la Nunciatura Apostólica), en el 1605 de la avenida Alvear, que había sido cedido para Residencia Presidencial provisoria, avisándole que se proponía "ir a cenar a lo de Hipólito para charlar a solas con él". 
¿Comieron juntos Yrigoyen y Alvear esa noche en la mítica cueva del Peludo situada en Brasil 1039 del barrio de Constitución? Es probable que así ocurriera; por lo pronto, la objeción formulada acerca de la supuesta imposibilidad de ello en razón de que los actos oficiales de asunción presidencial implicaban la asistencia del nuevo mandatario a la tradicional velada de gala en el teatro Colón, no tiene asidero: la misma se realizó, sí, y concurrieron Alvear y su esposa; pero dos días después, en la noche del 14 de octubre, ocasión en que se representó la ópera Aida, de Verdi. 
Sea como fuere, lo real y concreto es que más allá del tradicional acto de transmisión del mando; aquel 12 de octubre volvieron a reunirse en algún momento, tal como en sus Memorias Íntimas lo cita el ministro de Relaciones Exteriores de Alvear, Angel Gallardo. Narra éste que ese día Yrigoyen le pidió de favor a Alvear que lo dejara rubricar una serie de decretos de nombramientos diversos que "no había tenido tiempo" (?) de firmar antes, los cuales se publicarían en el Boletín Oficial con fecha antedatada al 12 de octubre. La natural bonhomía de Alvear lo impulsó a consentir en ello, y -siempre según Gallardo- "con ese pretexto constituyó Yrigoyen un segundo gobierno en la casa de Salaberry, desde donde pretendía seguir manejando el país".
Lo del gobierno paralelo que había instalado Yrigoyen (y que Alvear desmontó con mano firme) es un hecho histórico absolutamente comprobado y significó, si no una fisura insoldable en la relación entre ellos; sí el nacimiento de una marcada desconfianza hacia el primero por parte del segundo, la cual incluso se exacerbó, si tenemos en cuenta los relevos y cambios que introdujo el último en Campo de Mayo a partir del rumor que corría acerca de una conspiración militar yrigoyenista. 
La ruptura del radicalismo en personalistas (yrigoyenistas o peludistas) y antipersonalistas (alvearistas o azules, después llamados "contubernistas" por los yrigoyenistas, por su acercamiento a los conservadores) comenzaba a ser notoria. Y pasaría a evidenciarse como una realidad tangible.


Seis años después, el 12 de octubre de 1928, la escena de transmisión de la presidencia se repitió, y con los mismos actores, pero invertidos sus roles: el presidente entrante era Yrigoyen (que había ganado el 1 de abril las elecciones en todo el país excepto en San Juan -donde se abstuvo-, y que había sido proclamado por los colegios electorales el 12 de junio); y fue Alvear quien tuvo que hacerle entrega de los atributos.
Y una vez más la ceremonia fue traumática: luego de colocarle la banda a Yrigoyen y depositar en sus manos el bastón; Alvear se retiró por la explanada que da a Rivadavia. Allí lo esperaba una nutrida concurrencia de radicales peludistas que se habían convocado (por propia iniciativa o vaya uno a saber instigados por quién) para "saludarlo" con una estruendosa silbatina y "bendecirlo" con el grito de "¡traidor!". Alvear, que no era de los que se arrean con el poncho, se les fue encima como chancho a la batata. Sólo la oportuna intervención de sus ministros que lo acompañaban, evitó que aquella tragicomedia ridícula se tornara drama.
El que no pudo eludir el drama fue nuestro país, porque usted bien sabe, estimado lector, que lo que comienza mal, suele terminar peor: menos de dos años duró el gobierno de Yrigoyen que fue derrocado por la revolución del 6 de setiembre de 1930. Ni él pudo concluir su mandato, ni Alvear (que si bien no aplaudió la destitución de Yrigoyen; sí la entendió como esperable y lógica -"tenía que ser así", dijo- y no se privó de abundar en consideraciones sobre la ineptitud del Peludo y de emitir un lapidario "gobernar no es payar") pudo coronar su anhelo de volver a ser presidente.
Pese al agua que corrió bajo el puente, después de muchos desencuentros traducidos en tantos mandobles como se cruzaron Alvear e Yrigoyen; el primero visitó al segundo tres días antes de su muerte, el 3 de julio de 1933, y a su fallecimiento, presidió los actos populares de su entierro.
No por nada el sagaz e irónico Matías Sánchez Sorondo había pronunciado en 1925 aquella frase ferozmente mordaz: "Los radicales son como los esposos mal avenidos: se pelean todo el día, para acostarse juntos de noche".

-Juan Carlos Serqueiros-

viernes, 23 de septiembre de 2022

URGENCIA Y CALMA
























URGENCIA Y CALMA
(Poema de Juan Carlos Serqueiros)

Nos desnudamos entre besos
Ya avanzada una mañana
Para satisfacer esa urgencia
Que la distancia postergara
Y me conocí por fin tuyo
Y pude al fin sentirte mía
Por esa magia que nunca supo
De temores ni de dudas.

Se borraron los ayeres
Los callejones, los fantasmas
Y al viento esparcimos cenizas
De dolores que atormentaban.

¡Cuántos años han pasado
Vieja y fiel amiga mía
Desde aquella mañana avanzada!…
Pero es hoy la misma magia
Cuando la sangre se enciende
Y el deseo nos arrebata
Cuando en tu puerto de ensueño
Se queda anclada mi barca.

Luego apoyas tu cabeza en mi hombro
O la mía descanso en tu seno
Y celebramos con besos calmos
Este milagro de amor perpetuo.

-Juan Carlos Serqueiros-

lunes, 19 de septiembre de 2022

ESCRITO EN CELESTE Y BLANCO






















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Es un grave error —y hasta diría que una estupidez abjurar del nacionalismo en aras de un cacareado universalismo que, por desgracia y para vergüenza y oprobio de la humanidad, no existe todavía traducido en una realidad tangible en tanto se trata (al menos, hasta ahora y previsiblemente también en el futuro más o menos inmediato) de un postulado, una aspiración. Noble, loable y deseable, claro, desde luego, pero de todos modos; sólo un mero anhelo.
Obviamente, me refiero a nacionalismo en el estricto sentido del término, esto es, el ejercicio efectivo y la defensa de, la nacionalidad; siendo ésta la convicción y el sentimiento de que se pertenece a una comunidad determinada, la cual habita un mismo territorio, utiliza los recursos que hay en él, y comparte con sus semejantes los valores, símbolos, idioma, tradiciones, usos y costumbres que la distinguen entre las demás naciones del mundo.
Entonces, la nacionalidad viene a ser así la consciencia plena de que, ya sea por haber nacido allí o por haber optado por vivir en él e integrarse al mismo; ese país nos es propio, nos corresponde, en una proporción de uno sobre la cantidad de habitantes que lo pueblen. Es decir, mi patria, la Argentina, es mía en proporción de uno sobre cuarenta y cinco millones. Y en ese convencimiento la siento y razono.
Asimismo, la nacionalidad es perenne y no caduca ni siquiera en la extrema circunstancia de haber desaparecido su expresión jurídica; porque es, en definitiva, nada menos que la comunión entre el alma y las fuerzas telúricas en el altar del amor al propio pueblo.
Y si es repudiable (que lo es, sin duda) la exacerbación del nacionalismo hasta caer en lo repugnante y odioso de la xenofobia, de lo declamatorio y estéril del patrioterismo, y de lo patéticamente ridículo del chauvinismo; no lo es menos el incurrir en el desprecio por la nacionalidad y en la infamia de negarla o traicionarla.
Hay una herida a restañar. Hay una derrota a trocar en victoria. Hay una patria a la que le falta una parte. Y por lo tanto; hay una porción de tierra nuestra, tuya, mía y de todos, a recuperar.

-Juan Carlos Serqueiros-

viernes, 16 de septiembre de 2022

DESENCANTO



































DESENCANTO
(Poema de Juan Carlos Serqueiros)

Yo sabré acallar mis pasos
Para que de ellos no llegue
Ni tan siquiera un eco sordo
Denunciando que me marcho
A mis labios pondré candado
Por no pronunciar un “te quiero”
Y adelgazaré mis palabras
Hasta volverlas silencio.

Que no se guarde de lo que fui
Ni jirones de algún recuerdo
Cuando me adentre en la noche
Más helada de este invierno.

Cerraré fuerte los ojos
Si los quiere anegar el llanto
Para que sean los sentimientos
Mi secreto mejor guardado
De mi sangre sujetaré las ansias
No manifestaré deseos
Y un espeso manto de niebla
Tenderé sobre lo que pienso.

Me volveré todo de piedra
Y me pondré un corazón de acero
Para no traslucir emociones
Aunque yo... muera por dentro.

-Juan Carlos Serqueiros-

domingo, 11 de septiembre de 2022

QUIERO









































QUIERO
(Poema de Juan Carlos Serqueiros)

Quiero que ardan mis versos
En la hoguera de mis anhelos
Quiero que surja una flor
De la tumba del pensamiento
Quiero habitar un universo
Hecho todo de sentimientos
Quiero vivir para siempre
Siendo esclavo de mis sueños
Quiero arrebatarle a un fantasma
La caricia que no me ha dado
Quiero borrar la memoria
De la noche de mi pasado
Quiero que rompa la aurora
Con todo lo trajinado.

-Juan Carlos Serqueiros-

jueves, 8 de septiembre de 2022

EL INCENDIO Y LAS VÍSPERAS


































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Tal es el título de este librejo parido en algún mal día de un peor mes de un pésimo año de la década de los sesenta por Beatriz Guido.
Curiosamente —o no tanto, según se mire—, este engendro literario se convirtió, para vastos segmentos de las clases medias argentinas, en un ícono parangonable a otro pesado e indigerible mamotreto de similar laya: Amalia, de José Mármol, en tanto ambos bodrios fueron escritos para denostar a los dos "tiranos de nuestra historia": el primero y el segundo (el cipayaje considera tiranos a Rosas y a Perón, pero reputa como democráticos a Mitre, Aramburu y Videla; en fin...).
Este soporífero panfleto que su autora, con empeño digno de mejor causa insistió en denominar pomposamente novela, presuntamente se inscribe en la corriente llamada realista (por mi parte, debo confesar que por más enjundia que puse en buscarle el realismo, no se lo pude encontrar).
La trama gira en torno a una familia de la oligarquía porteña: los Pradere, cuyos integrantes dividen su tiempo entre la mansión en que residen, situada en la calle Schiaffino (¡qué paquetería!), su estancia "Bagatelle" (pavada de nombrecito le fue a poner la Guido), los salones del Jockey Club de Buenos Aires, y las playas del Uruguay, desarrollándose la acción en los días previos a aquel 15 de abril de 1953 en que las "hordas peronistas", también llamadas "aluvión zoológico" (Sanmartino dixit), incendiaron el Jockey Club.
Los Pradere son: don Alejandro, un riquísimo terrateniente con algunas poquitas (30.000 nada más) hectáreas de los mejores campos, quien en un alarde de fetichismo —un psicólogo a la derecha, por favor— se enamora de... ta tan ta tan... ¡una escultura! (la marmórea Diana, de Falguière, que Monsegur había adquirido en 1891 en París para regalársela a Aristóbulo del Valle, y que después Pellegrini, en 1897, adquirió a la viuda de éste para exhibirla en el Jockey Club); su esposa, doña Sofía, que, pobrecita, tuvo mala suerte: le tocó un marido cornudo, y entonces esta buena señora no se coge hasta los sapos simplemente porque no sabe distinguir el macho de la hembra; y los dos hijos de ambos: José Luis, un badulaque bueno para nada a quien cuando anda medio depre, el papito le regala una cupé Mercedes Benz, tanto como pa' que se le cure el esplín, e Inesita, quien de puro aburrida nomás que está la pobre, garcha hasta con los maniquíes de las vidrieras.
A todo ese guisote mal cocido, la Guido lo condimenta con otros personajes tales como Antola, la fiel sirvienta de los Pradere, con quien también don Alejandro tuvo sus entreveros eróticos, dicho sea de paso (porque como todo el mundo sabe, cogerse a la "doméstica" es algo que está tácitamente entendido en toda familia de nuestras clases acomodadas, ¿no?).
Y hay otro ñato, también furioso antiperonista, obviamente: el "izquierdista" Pablo Alcobendas, a quien la delirante imaginación de la autora atribuye ser sobrino del anarquista Di Giovanni, y que es un personaje a través del cual ella intenta representar algo así como la "reserva moral" del pueblo argentino en medio de la corrupción, el parasitismo crónico y la decadencia de la oligarquía vernácula. Como buen zurdo, Alcobendas se espanta ante la sola mención del apellido Pradere, lo cual no le impide culearse a Inesita (o mejor dicho, ella se lo culea a él, bah, tanto como para demostrar —por si algún poco avisado todavía no se dio cuenta— que entre los gorilas de derecha e izquierda, las diferencias están muy lejos de ser insalvables).
Los Pradere andan muy enojados con Perón y su régimen (?), porque al "segundo tirano" se le ocurrió darles derechos laborales a los sirvientes —también... imagínese, es 17 de Octubre, San Perón, y la familia no tiene quién le cocine y le sirva la comida, pobres, y para colmo de la desgracia; se van a tener que conformar con medialunas de ayer, suministradas por la elegantísima confitería París (en su desvarío que no reconoce límites, la autora las llama croissants y cree que la oligarquía vernácula desayuna todas las mañanas con medialunas de la París, che, recién sacaditas del horno)— y sobre todo; porque pende sobre ellos, como la consabida espada de Damocles, la amenaza de expropiación de su adorada "Bagatelle".
El gran Arturo Jauretche situó a la Guido como "marginal a la literatura" y la definió certera y magistralmente como "una escritora de medio pelo para lectores de medio pelo" (sic); además de señalar con perspicacia que El incendio y las vísperas es un libro que "no pudo suscitar ningún interés, sino todo lo contrario, en la clase alta a la que se pretende cortejar ignorando las pautas de la misma y la falsedad injuriosa de las que le atribuye la autora" (sic), y que su lectura "requiere un público en que se dé en las mismas medidas que en su libro, la ignorancia y la petulancia intelectual, la falsedad en la posición y el aplomo para actuar del que la ignora, y que participe de una visión del país completamente sofisticada a través de una lente de convenciones deformantes y tenidas por ciertas" (sic).
Dicho en criollo, El incendio y las vísperas vendría a ser más o menos como la pedorrísima revista yanqui en su versión en español Selecciones del Reader's Digest, vio, esa que ciertos segmentos de nuestras clases medias, en su arribismo estulto y guarango, consumen como sucedáneo de la cultura. Se necesitaría tener la portentosa imaginación de Verne o de Bradbury para figurarse a un aristócrata de verdad o a un auténtico trabajador, leyendo con interés el libro de la Guido y sintiéndose representado en él.
En fin, ya cumplí con mi deber de advertirle con qué clase de literatura se va a encontrar; ahora, si usted no tiene nada mejor que hacer y quiere reírse de los dislates en que incurre la autora, entonces léalo, pero después, cuando no pueda refrenar el vómito; no venga a culparme, eh.
Por mi parte, encontré, para el ejemplar que avergüenza a mi biblioteca, un fin más que útil: me viene de perillas para imitar a Pepe Carvalho usándolo para prender el fuego.

-Juan Carlos Serqueiros-

lunes, 5 de septiembre de 2022

A VECES MIS DEMONIOS...








































A VECES MIS DEMONIOS...
(Poema de Juan Carlos Serqueiros)

Tengo los dedos gastados
De tanto escribir sueños vanos
Mi alma olvidó la brújula
Para salir de este laberinto
Y se me ha agriado el aliento
A fuerza de masticar fracasos.

Tanto beso echado al viento
Tanta canción hecha silencio
He vertido lágrimas de sangre
Sobre el polvo del olvido
Entre ruinas de esperanzas
Cual un duende amanecido.

En ocasiones, desde las sombras
Pugna mi grito enfurecido
Y lo reprimo como a un verso
Que yo me niego a escribirlo
Cuando evoco algunas noches
Tus palabras como un bramido.

Algunas noches, decía…
Es que a veces mis demonios
¡Se parecen tanto a vos!

-Juan Carlos Serqueiros-

lunes, 29 de agosto de 2022

HIELO ESTIVAL

















































HIELO ESTIVAL
(Poema de Juan Carlos Serqueiros)

El sol y el río hermanados
En el atardecer se abrazaban
Y volvían igual a cero
La distancia que los separa.

En el preámbulo del ocaso
Por un ardiente sendero de arena
Tu paso ligero que de mí alejaba
El gris cobalto de tus ojos
De tus cabellos la llamarada
Las pecas en tu rostro
De tus labios la cereza
Y el hielo de tus palabras.

Guarecido en mi orgullo idiota
Tan sólo alcancé a musitar
“Buena suerte”, dos palabras
Entre dientes pronunciadas.

Mientras abajo en la playa
Tempranos fogones se encendían
Entre acordes de rocanroles
Maltratados en guitarras
Un camalote pasaba burlón
Como si mi pena festejara
Y yo mascando la ira
Viendo la lancha que te llevaba.

Victoria que fue derrota
Y una lágrima vertida
Sobre un pañuelo de piedra
Cuando mi estío... se helaba.

-Juan Carlos Serqueiros-


lunes, 22 de agosto de 2022

ODISEO Y PENÉLOPE. EL MITO, LA LEYENDA Y LA HISTORIA FRENTE AL RELATO DE LA FIDELIDAD EN EL DEVENIR DE LOS SIGLOS























Escribe: Juan Carlos Serqueiros

¡Calipso, ah, Calipso! Pienso muchas veces en ella. Amó a Ulises. Vivieron juntos durante siete años. No sabemos cuánto tiempo compartió Ulises su lecho con Penélope, pero seguramente no fue tanto. Aun así, se suele exaltar el dolor de Penélope y menospreciar el llanto de Calipso. (Milan Kundera, “La ignorancia”)

En el imaginario popular se ha conseguido instalar la figura de Penélope como arquetípica de la fidelidad conyugal. Pero hete aquí que al igual que en esta nuestra bendita patria la gloriosa República Argentina; los antiguos griegos también tenían una escuela "revisionista" de la historia. Sí, mi querido amigo lector, así tal cual; aunque cueste creerlo. 
Como Homero no nos cuenta qué carajo pasó después de los diez años que duró la guerra de Troya y de los otros diez que tardó Odiseo en regresar a Ítaca y matar a los pretendientes de Penélope para reinstalarse en el trono —y de paso, en el lecho matrimonial—; todo el mundo sacó como conclusión que de ahí en más, los esposos vivieron felices y comieron perdices.
Bueno, parece que no fue así la cosa, o al menos; no tan así, porque entraron a tallar los "revisionistas" y se elucubraron otras versiones, que distan mucho de esa tan idílica, rosa y edulcorada que tanta vigencia ha tenido y tiene.
El primero fue Hesíodo, quien determina que Odiseo la había guampeado a Penélope con Circe, engendrando en ésta tres hijos. Y otro, Eugamón, fue más allá todavía, y nos cuenta que Telégono (uno de esos tres hijos habidos de la unión entre Circe y Odiseo), fue quien mató a este último, ignorando que él era hijo suyo, tras lo cual se lleva a la isla de Eea a su hermanastro Telémaco (que estaba caliente como pava 'e lata y muy chinchudo con Odiseo porque éste lo había desterrado, creyendo —luego de consultar con el oráculo— que lo iba a asesinar para usurparle el trono), y a la recientemente estrenada como viuda (y esta vez, viuda en serio, eh; nada de grupo y argucias), Penélope. Y allí en Eea, según Eugamón, Circe (que dicen las chusmas del barrio, era bastante promiscua la susodicha, y además, una jodida de aquellas, ya que venía ocultándole obstinadamente a Telégono cuál de los incontables tipos con que había garchado era su padre) se enamora de Telémaco y se casa con él, mientras que Telégono la consuela a Penélope casándose con ella. Y colorín colorado, todo queda en una gran y hermosa familia, che: al mejor estilo Hollywood, las dos ahora ya bastante jovatas y otrora rivales en el amor de Odiseo (que a todo esto, era un petiso retacón, zambo, paticorto y más feo que apretarse las pelotas con una morsa), transan diferencias y llevan a sus trajinadas camas las carnes frescas y jóvenes de nada menos que sus respectivos hijos. Y felices por siempre jamás, porque Circe se vale de sus poderes para hacerlos inmortales a los otros tres (obviamente, ella en tanto divinidad, ya lo era), así que imagínese: los espera toda la eternidad de disfrute a full morfando, escabiando y cogiendo. En síntesis, y para hacerla corta, los "revisionistas" idearon una trama que lo tiene todo: ambición, lucha de poder, lujuria, sexo, muerte, cuasi incesto... (y si quiere, sáquele el "cuasi").
Pero no para allí la cosa, porque resulta que otros "revisionistas" dieron versiones distintas de lo acontecido: la supuestamente fiel Penélope, que según Homero pasó 20 años esperando a Odiseo, le habría puesto los cuernos con uno de los pretendientes (o con varios o con todos), ante lo cual Odiseo cuando regresa, la mata, según algunos, o la repudia y devuelve a su padre, según otros.
Y por supuesto, como no podía ser de otro modo, no faltan los "revisionistas" actuales, que afirman que lo de Odiseo abnegado patriota y ejemplar padre de familia, y lo de la presuntamente fiel a ultranza Penélope, es todo machismo berreta y que ni ella era tan pura y casta, ni Helena (su prima, por si usted, mi apreciado y paciente lector, ignoraba el parentesco entre las dos) era tan... voluble, digamos (casi escribo putarraca) como para haber desencadenado nada menos que una guerra. En suma, hicieron lo que diríamos una resignificación de ambas figuras femeninas históricas (o míticas o de leyenda, como más le guste).
Así las cosas, nada queda claro. ¿Fue Odiseo un responsable, insigne y sacrificado patriota, el mejor, más inteligente, astuto y eficaz de los generales aqueos, nostálgico y amantísimo marido hasta el punto de preferir el regreso a su tierra, a reinar sobre ella nuevamente y a estar junto a su esposa y a su hijo; al ofrecimiento de lujo, bienestar e inmortalidad que le hace la hermosa ninfa Calipso, o fue, en cambio; un machista aventurero que se va en procura de gloria, tesoros y conquistas dejando atrás una esposa y un hijo más o menos recién nacido? ¿Fue Penélope el súmmum de la mujer virtuosa a ultranza, sumisa y relegada por un injusto y odioso régimen patriarcal a quedarse en su casa y ejercer, a lo sumo, el "poder" de controlar a la servidumbre doméstica, o por lo contrario; frente a la circunstancia de irse a Troya el pelotudo de su marido a jugar a los soldaditos y demorar éste veinte años en retornar, se transa a uno, varios o todos los pretendientes, pero sin quedarse con ninguno, porque termina demostrándose resuelta a mantener a todo trance y férreamente una independencia descubierta como realidad tangible tras el abandono de que fue objeto por parte de su esposo? ¿Encarnan ambos, Odiseo y Penélope, cuando vuelven a estar juntos después de 20 años de ausencia del primero, la reedición de un amor verdadero y trascendental que más allá de los avatares nunca murió, o por lo contrario; se odian y se desprecian, pero son ya un par de viejos que mantienen un matrimonio, sea por conveniencia o porque no hay otra "solución", cual si fuesen predecesores de los Edgar y Alice de Strindberg en "La danza de la muerte"? 
En fin, dijo Serafín, sea como haya sido, tal parece que el paradigma legítimo y comprobado de la fidelidad, en verdad fue sólo el pobre Argos, el perro de Odiseo, que esperó 20 años a que su amo retornara a Ítaca y fue el único que lo reconoció a su regreso, para inmediatamente morirse a sus pies.
Homero, la rep... madre que te parió, ¿cómo podés ser tan turro, que mientras contás que desde las plateas del Olimpo los dioses se mean de la risa haciendo pelear a troyanos y aqueos, Helena lo guampea a Menelao encamándose con Paris, Aquiles y Agamenón se sacan los cuernos por Briseida ante la desesperación de Patroclo quien, viendo peligrar su romance con Aquiles, empieza a travestirse con la armadura de éste (hoy por hoy sería con la tanguita, el portaligas y las medias de red), Odiseo se la trinca a Circe y convive 7 años con Calipso (otra a quien ese "ejemplar padre de familia" también abandona so pretexto de la añoranza), y Penélope pasa el tiempo entreteniendo a los pretendientes rascándose la cachufla y tejiendo y destejiendo con el culo entre almohadones cual si fuera la virtud inmaculada; al único fiel y leal, que es Argos, lo hacés cagar muriendo sin pena ni gloria? Sos peor que Mitre, el más acabado de los mitómanos a la hora de narrar la historia.
Y en cuanto a los "revisionistas", qué decir... son como el delirante y pesetero Felipe Pifia o el veleta Pa"N"cho O'Donnell o la chismosa alimaña inmunda Canale o el huele braguetas, voyeurista y lame calzones Andahazi, amañando la historia a su gusto y piacere para vender más libros y programas de TV.
¡Cuánta razón tuvo León Felipe cuando escribió aquello de "¿Quién lee diez siglos en la Historia y no la cierra / al ver las mismas cosas siempre con distinta fecha?"!

-Juan Carlos Serqueiros-