martes, 10 de febrero de 2015

PEDRO SARMIENTO DE GAMBOA, ENTRE LA CIENCIA, LA TENACIDAD Y LA MALA SUERTE. TERCERA PARTE
















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Sus tan leales y constantes vasallos que por servir a V.M. se han quedado en regiones tan remotas y espantables. (Pedro Sarmiento de Gamboa, Memorial a Su Majestad Felipe II, 21 de noviembre de 1591)

De ciento doce hombres entre marinos y soldados (todos y cada uno de ellos cuidadosamente seleccionados por el propio Sarmiento de Gamboa) se componía la expedición. 
Las instrucciones que le impartió Alvarez de Toledo abarcaban, desde el mandato de realizar un reconocimiento profundo y la descripción detallada de las regiones del estrecho, hasta el de la clasificación taxonómica, pasando por el de entablar relaciones con "los de la tierra" (los indios que hallare); sin perder de vista el objetivo principal: la determinación de los puntos del estrecho que habrían de fortificarse de modo de impedir el paso de navíos piratas ingleses a través del mismo. Luego de concluida la empresa, uno de los dos barcos volvería al Perú; mientras que el otro se dirigiría a España a dar cuenta de todo al rey y preparar la segunda expedición, esta vez, colonizadora, que fundaría en esos puntos que se hubiesen elegido, los reales y ciudades. Y obviamente, se le ordenaba confeccionar la crónica de todo. En virtud de lo antedicho, fue que escribió Sarmiento de Gamboa su excepcional Viage al Estrecho de Magallanes por el capitán Pedro Sarmiento de Gamboa en los años de 1579 y 1580 y noticia de la expedición que después hizo para poblarle, obra que fue editada en Madrid recién en 1768.
No debe extrañar que hayan transcurrido casi dos siglos hasta su publicación por primera vez; pues obviamente, el relato de Sarmiento de Gamboa estaba dirigido a la corona española, es decir, el rey y sus funcionarios, por constituir una cuestión de estado y por lo tanto, secreta. El diplomático e historiador chileno José Miguel Barros descubrió en Filadelfia, Estados Unidos, el manuscrito original redactado de puño y letra por Sarmiento de Gamboa, rubricado por él, con las firmas, además, de todos los tripulantes del Nuestra Señora de Esperanza y autenticado por el escribano real Juan de Esquivel. Con posterioridad a la edición de 1768, hubieron varias, entre ellas, una de 1987 de Juan Bautista González, a cuya versión digital en el sitio web Artehistoria puede accederse aquí: http://www.artehistoria.com/v2/contextos/11491.htmDel texto se infiere un Sarmiento de Gamboa que se vio obligado a poner en caja a su segundo, Juan de Villalobos (quien iba al mando de la nave almiranta y que tenía tendencia a adelantarse siempre), ordenándole, so pena de la vida, que la almiranta no se apartase de la capitana ni de día ni de noche; a sofocar un motín ejecutando a su promotor y cabecilla, el alférez Juan Gutiérrez de Guevara, a quien mandó dar garrote por traidor; y a poner en fuga un barco francés, pese a la superioridad de éste en hombres y cañones. Su ego estaba por las nubes: mandaba, como general en jefe, una armada del virrey del Perú, se hallaba resuelto a cumplir su misión a pesar de cualquier contingencia y no estaba dispuesto a tolerar debilidades. Se arrogaba el descubrimiento (descubrimiento formal, quiere significar, pues dispone de escribano) del estrecho, al cual puso el nombre de Madre de Dios (y agregaba: "antes llamado de Magallanes").
 El 15 de agosto de 1580, a diez meses de haber zarpado del Callao, cruzado el estrecho en sentido oeste-este y después de afrontar innumerables vicisitudes y privaciones; un macilento pero exultante Sarmiento de Gamboa llegaba a España con sus hombres e inmediatamente solicitaba audiencia al rey, quien a fines de setiembre lo recibió en Badajoz.
Allí expuso al monarca su proyecto, el cual consistía en fundar y poblar en el estrecho dos ciudades con fortificaciones artilladas, ciudades esas las cuales, sostenía, "podían bastecerse por sí solas", pues "las regiones inmediatas a esos mundos eran ricas ('hay perlas de mixillones muchas, que serán de provecho beneficiándose') y fértiles", y también que "hay otras cosas de mucho provecho, que andado el tiempo se verá (?), y será España muy aprovechada y la Real Hacienda acrecentada y la Iglesia de Dios guardada", convencimiento este en el que descansaba y que debíase, además de a la fantasía a la que su índole soñadora lo inclinaba; a las leyendas y mitos que habían surgido a partir del relato atribuido a un capitán de Gaboto, Francisco César, en tiempos de aquél, y que circulaban profusamente por las Indias. Luego de escucharlo, Felipe II se mostró interesado en el asunto y encargó su planificación al Consejo de Indias. El duque de Alba, Fernando Alvarez de Toledo; y el general de la Armada de la Carrera de Indias, Cristóbal de Eraso, estimaron que era más efectiva la creación de una gran flota que vigilase la costas de Chile y Perú y las protegiese de los piratas; antes que una dificultosa y más que problemática erección de fortalezas en el estrecho. El tiempo demostraría que era ese un consejo atinado; pero prevaleció la opinión favorable al proyecto.
Una vez aprobado el plan, el propio rey intervino activamente en él. A propuesta del Consejo de Indias (y contra la opinión de Eraso), designó general de la armada que se formaría, a Diego Flores de Valdés, quien gozaba del favor de importantes personajes de la corte. Tal nombramiento cayó como un mazazo sobre Sarmiento de Gamboa, que esperaba ser él quien condujera la expedición y que, dolido al enterarse; en carta del 6 de marzo de 1581 pidió al rey que le concediera licencia para regresar al Perú "a mis casas de Lima y el Cuzco" y se le reintegraran los gastos en que había incurrido durante el viaje desde el estrecho. 
Para desagraviarlo, Felipe II no se la dispensó y le confirió una suerte de adelantazgo, nombrándolo gobernador del Estrecho y otorgándole el cargo -más nominal que efectivo- de "general adjunto de la Armada", fijándole como retribución de la corona la suma de cien ducados de entretenimiento al mes por el tiempo que durare el viaje, y dispuso que se le diesen tres mill ducados de renta que al Consejo pareció y otros tres mill de salario con el gobierno en los frutos de la tierra y dos mill ducados de ayuda e costa, ordenando que se le librase de inmediato el pago de la mayor parte o por lo menos, de la mitad. La pesada, asfixiante burocracia española inclumpiría la disposición real.
El nombramiento de Flores de Valdés por parte del Consejo y Felipe II fue absolutamente desacertado y desafortunado. El asturiano era un bueno para nada, irresponsable, flojo, indolente, pusilánime, altanero, negligente, indiscreto, antipático, inescrupuloso y corrupto, y más temprano que tarde, se malquistó con todo el mundo.
La empresa colonizadora y militar, de las más costosas, formidables y ambiciosas que encarara la corona española (veintitrés navíos que transportaban casi tres mil personas entre hombres, mujeres y niños), resultó en desastre.


La cosa empezó mal, seguiría peor y terminaría en calamidad. Baste con decir que la flota zarpó de San Lúcar de Barrameda el 25 de setiembre de 1581 y, ni bien salió del puerto, un terrible temporal se abatió sobre las naves, naufragando cinco de ellas y pereciendo ahogados ochocientos hombres. Volvió a partir desde Cádiz el 9 de diciembre, y después de arrostrar grandes peligros, mil desgracias, tempestades, epidemias, motines, padecimientos indecibles, hambre, desnudez y las manifiesta ineptitud y declarada enemistad de Flores de Valdés (quien desertó y regresó a la península, donde en 1588, en el marco de la guerra hispano-inglesa de 1585 a 1604, se le imputó cobardía y fue encarcelado); Sarmiento de Gamboa llegó al estrecho el 1 de febrero de 1584, fundando solemnemente, cerca del cabo Vírgenes el 11 de ese mes, la ciudad Nombre de Jesús y seguidamente, cerca de Punta Arenas, el 25 de marzo, la ciudad Rey Don Felipe, dando así cumplimiento al mandato de la corona. Ninguna de las dos podría perdurar.


El 26 de mayo, estando a bordo de su nave anclada junto a Nombre de Jesús, un temporal cortó las amarras y lo arrastró hasta el Atlántico. Ante la imposibilidad de volver a cruzar el estrecho, se dirigió al Brasil, y luego de enviar muchas cartas a España en procura de socorros para las colonias sin obtener respuesta (Felipe II había ordenado el envío de ayuda, el cual sufrió indecibles demoras en esa maraña que era la exasperante burocracia española, pero claro; eso no podía saberlo Sarmiento); decidió ir él mismo a la península a reclamarla. 
Durante el viaje fue atacado, el 11 de agosto de 1586 cerca de las islas Terceras, por tres barcos piratas ingleses, tomado prisionero y llevado a Plymouth (Plemut, escribió Sarmiento en su Relación a Felipe II del 15 de setiembre de 1590). Allí se enteró que Telariscandi (es decir, el pirata Thomas Cavendish) había partido desde dicho puerto para el estrecho. Fue trasladado a Güinsar (Windsor), "donde estaba la reina Elisabet" (Elizabeth I de Inglaterra) y donde fue muy bien recibido y mejor tratado por Guaterales, que era "gentilhombre de la reina y señor de los baxeles que me prendieron" (Walter Raleigh, que en efecto, era el armador de los barcos que lo habían apresado, favorito de la reina y quien habló a ésta en favor de Sarmiento, con el que llegó a trabar amistad al punto de obsequiarle mil escudos en piezas de oro y perlas de la India). Elizabeth I quiso conocerlo y se reunió con él en Londres, manteniendo un "coloquio que duró más de hora y media, en latín". La reina quedó tan impactada con sus personalidad, trato y vastedad de conocimientos; que ordenó ponerlo en libertad, le dio mensajes verbales para Felipe II ("para más particular relación para V.M. solo", escribió Sarmiento, ofreciéndose, de paso; como eventual diplomático: "volver a Inglaterra, si fuese necesario") y un pasaporte y salvoconducto. Partió de Londres el 30 de octubre y el 21 de noviembre estaba en París con el ministro español ante la corte de Francia, Bernardino de Mendoza, quien le entregó pliegos para Felipe II. En el trayecto entre Burdeos y Bayona, en la madrugada del 9 de diciembre, fue apresado por los hugonotes, en el marco de la guerra de religión en Francia, quienes solicitaron por él un rescate a Felipe II, caso contrario; sería "echado en el río", "enviado al degolladero" o "tapiado en tinieblas infernales".
Era la burla más cruel del destino: el antes perseguido por la Inquisición católica; era ahora un secuestrado con grandes probabilidades de ser muerto ¡por católico! Si eso no es colmo de la desgracia...
Después de tres años de espantoso cautiverio en un húmedo calabozo ("un infierno increíble, sin luz ni día ni claridad", consignó) y tras muchas y arduas negociaciones en medio de la angustia terrible del prisionero, que rogaba en cartas a su monarca que lo liberase de aquellos tormentos; Felipe II firmó, en diciembre de 1589, una cédula ordenando el pago de su rescate: "seis mill ducados y cuatro caballos escogidos". Un espectral Sarmiento de Gamboa flaco, en los huesos mismos, desdentado, blanco como la nieve el escaso cabello que le quedaba y en parihuelas, pues había quedado inválido ("de la humidad tullido") volvía a su patria, estableciéndose en El Escorial, a la espera de ser recibido por Felipe II.
¿Qué pasó con las gentes de las ciudades que fundó me pregunta, estimado lector? Desembarcaron y quedaron en el estrecho trescientas treinta y siete personas, (sin contar al propio Sarmiento de Gamboa). Todas ellas murieron allí, menos una que fue rescatada por el pirata inglés Thomas Cavendish.

Algunos, los menos, murieron en combates con los indios o ajusticiados por orden de Sarmiento de Gamboa (como por ejemplo, cuatro soldados que fueron degollados por la nuca por amotinarse y planear asesinarlo -aunque él, en su relato, dice que hizo ejecutar sólo al cabecilla, Juan Rodríguez; perdonando a los otros-) o los oficiales que quedaron después de su involuntaria partida del estrecho; y el resto, falleció de enfermedades, frío y sobre todo, hambre; excepto un soldado: Tomé Hernández, natural de Badajoz, quien fue rescatado el 7 de enero de 1587 por el pirata inglés Thomas Cavendish. A esa fecha, sólo quedaban con vida quince hombres y tres mujeres que, escuálidos y desfallecientes, vagaban por la costa buscando marisco. Hernández logró evadirse de los ingleses el 30 de marzo en la bahía Quintero, y recién treinta y tres años después, el 21 de marzo de 1620, por disposición del virrey del Perú Francisco de Borja, príncipe de Esquilache, se le tomó declaración para que narrara lo sucedido a las gentes de Nombre de Jesús y Rey Don Felipe; gracias a lo cual hoy lo sabemos. Fíjese usted, querido lector, lo que precedentemente citaba yo de la burocracia española...
En 2003, 2005 y 2006 un equipo de científicos argentinos encabezado por la historiadora y antropóloga doctora María Ximena Senatore, realizó estudios y excavaciones que permitieron determinar el lugar exacto donde se situaba Nombre de Jesús, descubriéndose su iglesia (y cementerio) con cinco enterratorios que contenían los esqueletos de cuatro individuos adultos jóvenes (tres masculinos y uno femenino, con evidencias de patologías relacionadas con el estrés nutricional) y de un niño-adolescente; y hasta la moneda de plata, las dos planchas de hierro y la botija que el propio Sarmiento de Gamboa refirió en su relato haber puesto en un hoyo: "... puso en el hoyo la primera piedra en el nombre de Jesucristo nro. Sr. en nombre de V. mag. puniendo vna gran moneda de plata con las armas y nombre de V. mag. con año y dia testimonio i ynstrumento scripto en pergamino en vn breado entre carbón por ser yncorrutible en vna botija con el testimonio de la possesion...".


A los aspectos y detalles arqueológicos y antropológicos puede accederse a través de este enlace:





Volvamos a nuestro biografiado. Felipe II lo recibió en audiencia, negándole (con buen criterio, por más duro que resulte reconocerlo) los socorros que pedía para los infelices que habían quedado en el estrecho; pero premiando su tesón, lealtad a la corona y devoción a su persona real, con el cargo de Censor Literario primero (seguramente a la espera de su restablecimiento físico hasta donde el mismo fuera posible -recordemos que había quedado tullido-), y de esta época datan sus poemas, y después, el 30 de noviembre de 1591; el de Almirante de la armada que custodiaba los barcos que llevaban a España el oro y la plata de las Indias. Navegaba cerca de Lisboa, cuando el 14 de julio se sintió muy indispuesto y fue llevado a esa ciudad, en la cual concluyeron sus días, el 17 de julio de 1592, ignorándose la situación de su tumba.
El ilustre Benito Pérez Galdós en La vuelta al mundo en la Numancia, lo caracterizó como "más terco que la misma terquedad", mencionó su "insana testarudez" y lo definió como "un héroe loco, un explorador animoso y exaltado hasta el delirio, que hizo creer a Felipe II en la conveniencia de establecer, en medio de todas las desolaciones de la Naturaleza, una colonia fortificada".
Metafóricamente hablando, incurrió Sarmiento de Gamboa en la hybris y los dioses lo castigaron abatiendo sobre él todas las sucesivas desgracias que le acontecieron, haciendo de sus viajes, para él una odisea y para quienes, voluntaria o involuntariamente lo siguieron en ellos; un calvario.
Ecce homo, presentado en apretadísima síntesis. ¿Un genio, un loco o qué? Estará en cada uno el discernirlo. Para este servidor que escribe, fue ambas cosas; además de héroe, científico y hombre de letras y de espada. Una personalidad tan compleja y multifacética como su vida misma, la cual quemó en aras de su utopía. Y al fin y al cabo, como reza un proverbio ruso, "las grandes obras las sueñan los genios locos, las ejecutan los luchadores natos, las disfrutan los felices cuerdos, y las critican los inútiles crónicos". 
Y tenía un alto grado de consciencia de su propio valer, por decirlo así. Tan alto, que hasta el más ególatra de los ególatras que hemos tenido por estas tierras: su homónimo (una homonimia cojitranca, parida con fórceps y precariamente sostenida con plasticola, clips y banditas elásticas, pero bueno; vaya y pase) Faustino Valentín Quiroga, alias Domingo Sarmiento; lo admiraba tanto, que lamentó, en Recuerdos de provincia, no poder vincular el origen de su familia con tan noble linaje como el de Sarmiento de Gamboa.
Ah!, casi me olvido: el 21 de noviembre de 1591, le escribía un memorial a Felipe II rogándole ordenara al Consejo de Indias hiciera las cuentas para que se le abonen las deudas de años y años que con él se mantenían, pidiendo incluso que se le descuente el importe del rescate que por él se había pagado ("de la suma que se le debiere, se descuente el dicho rescate, y la resta se le mande pagar"). Pues bien (o mal), la severa contabilidad española procedió a descontarle "la suma" del rescate, pero... nunca le fue pagada "la resta".
En fin, Pedro Sarmiento de Gamboa: ¡ni el tiro del final te va a salir! (Cátulo Castillo dixit).

-Juan Carlos Serqueiros-
  

sábado, 31 de enero de 2015

PEDRO SARMIENTO DE GAMBOA, ENTRE LA CIENCIA, LA TENACIDAD Y LA MALA SUERTE. SEGUNDA PARTE


























Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Ninguna cosa puse de mi cabeza más de traer ejemplos de propiedades de piedras y yerbas naturales, y por no ser conocidas vulgarmente de todos causan admiración, y aun vienen a ser tenidas de algunos por sospechosas, siendo naturales. (Pedro Sarmiento de Gamboa a la Inquisición, 1575)

Al concluir en 1572 la segunda parte (de las primera y tercera -suponiendo que efectivamente las haya escrito- nunca se supo nada ni a la fecha han podido hallarse) de su Historia, Sarmiento de Gamboa contaba 40 o 42 años y estaba, pues, en una edad meridiana, por así decirlo. Atrás habían quedado las travesuras cuasi adolescentes como aquel remedo de "auto de fe" que le significó su primer problema con la Inquisición, las aventuras galantes, las prácticas esotéricas y los arrebatos juveniles. Pero tenía su personalidad características que permanecían inalterables: escasa ponderación, tendencia a la fantasía, más temeridad que arrojo, compulsión a pleitear, arrogancia, predisposición a la indiscreción, insaciable curiosidad, férrea voluntad y cierto grado de paranoia.
Algunos de sus biógrafos han hecho hincapié en que tendría una supuesta propensión a agrandar en demasía sus propios méritos. Particularmente, creo que no hubo tal cosa y que esa percepción emana de no tomar en cuenta un factor que con mucho detalle ha analizado Ana María del Carmen Ribeiro Gutiérrez: el de la lealtad de los súbditos en el contexto de una monarquía absolutista. Y por más difícil que se torne hacerlo en este siglo XXI; se tiene imprescindiblemente que considerarlo, si es que se quieren comprender adecuada y cabalmente las acciones producidas por un personaje histórico de aquella época. En el mundo hispano-indiano del siglo XVI regía un sistema de soberanía concentrada en el monarca, y éste (que reinaba por derecho divino) y sus súbditos configuraban el corpus político, la res publica. Amar al rey era amar la patria, y las Indias no eran colonias; sino reynos, esto es, tan propiedad del monarca era el reyno del Pirú, por ejemplo; como lo era el de Castilla. Asimismo, el virrey era un álter ego del rey, alguien que reemplazaba a éste por razones de distancia, y por eso, no dependía "de España"; sino del propio monarca, y gobernaba tal "como si la misma Persona Real lo hiciera y cuidara si se hallara presente", estampando en sus disposiciones y ordenanzas el sello real. Acertadamente consigna José María Rosa: "El poder de una provisión sellada con las armas reales era tan grande, que un virrey podía empezar una guerra, como lo hizo Pedro de Cevallos contra Portugal". Consecuentemente, el amor al rey se demostraba con la lealtad que se evidenciase, la exaltación de la cual era, además del mérito que en sí mismo conllevaba su observancia estricta; la manera usual de ascender en el prestigio social y en la consideración del monarca. Por ello, cuando Sarmiento de Gamboa pone de manifiesto su valía, sus merecimientos y sus virtudes en sus relaciones y memoriales a Felipe II y Alvarez de Toledo, no debe verse en ello una intencionalidad manifiesta de exagerarlos (o, como decimos los argentinos, de hacer autobombo) ni una propensión al orgullo vano; sino un modo corriente (y legítimo) de reclamar para sí y legar a su posteridad el eventual fruto de sus esfuerzos. 
Tal parecía que empezaba a favorecerlo la buena estrella: era un encumbrado funcionario del virrey y gozaba de la confianza de éste, había logrado un resonante triunfo militar en la guerra entre los españoles y los incas que terminó con la captura y ejecución de Túpac Amaru I (el historiador inglés Clements Markham, le ha imputado el ser "cómplice del delito atroz de asesinato jurídico"), la fama le sonreía y su prestigio iba in crescendo. Y volvió a ser fácil presa de dos de sus obsesiones: la de demostrar a como diese lugar que, a pesar de la nula relevancia y fortuna que había tenido en vida su padre; él provenía de familia de ilustre linaje, y la de descubrir para España la Terra Australis Incognita a la que no había podido llegar por impedirlo (según él) Mendaña; para lo cual parece que estaba en tratativas con el piloto Juan Fernández (quien sería después el descubridor de las islas que llevan su nombre) y con algunos armadores y capitalistas de Chile.
Pero la sociedad de aquella Lima del siglo XVI, en la cual las intrigas, el favoritismo, el tráfico de influencias y las luchas intestinas por los espacios de poder y la obtención de privilegios y canonjías eran las reglas corrientes, no representaba por cierto el escenario más adecuado y propicio para la exhibición y aún la ostentación del éxito, la fama y sobre todo; la erudición. Las inteligencia e ilustración de Sarmiento de Gamboa en aquel ambiente de mediocridad, boato inútil y corrupción, era una provocación y a la vez una invitación a dañarlo. 
En el marco del proceso inquisitorial que culminaría con la quema en la hoguera de fray Francisco de la Cruz, alguien se acordó de sus problemas con la Inquisición en México y de aquella condena al destierro de 1565 no cumplida, y lo denunció, de resultas de lo cual en noviembre de 1573 el Tribunal del Santo Oficio volvió a perseguirlo, agregándole a los cargos que sobre él pesaban de antes; los de practicar la quiromancia y haber dicho en público que "no podía pretenderse que el Evangelio estuviera acabadamente divulgado en el Pirú si aún no lo estaba en España". Pese a que el virrey Alvarez de Toledo intentó sustraerlo a la Inquisición informando a ésta que tenía dél necesidad para la jornada contra los chiriguanes (guerra contra los indios chiriguanos); a mediados de 1574 fue a dar con sus huesos en las lóbregas mazmorras y fue condenado, a fines de 1575, a las mismas penas que se le habían impuesto diez años antes; agravadas con la humillación adicional de "salir a la vergüenza". Tal como lo había hecho allá por 1565, Sarmiento de Gamboa apeló, con buen éxito, la sentencia y también logró evitar que se lo desterrara del Perú. 
Fue decisiva la influencia del virrey, quien lo protegió. El terrible inquisidor Serván de Cerezuela (quien permanecería doce años en Lima, durante los cuales condenó a la hoguera a muchísimos herejes) mantenía con Alvarez de Toledo una añeja amistad (habían sido condiscípulos en España y el primero debía a la recomendación del segundo su nombramiento como inquisidor). Es conjeturable que entrambos hayan cambiado figuritas: el objetivo principal de Cerezuela (que era el único firmante de la sentencia contra Sarmiento de Gamboa) en el proceso, era fulminar (y lo consiguió, pues como consigné precedentemente, lo hizo quemar) al infortunado fraile Francisco de la Cruz; para lo cual había requerido originalmente a Sarmiento de Gamboa (lo de resucitar los cargos contra éste y la condena emergente de ellos, tiene que haberse debido más a celos, inquina y envidias del comisario y/o demás personajes influyentes; que a otros factores). La instalación formal y real del Tribunal del Santo Oficio en Lima fue una medida del virrey, que fue quien la propició (y se estableció por real cédula de Felipe II en 1569); como así también lo fue el deslinde de poderes entre el suyo y los de la Inquisición y la Audiencia. Así, gracias al alto concepto en que lo tenía Alvarez de Toledo, consiguió zafar Sarmiento de Gamboa. Y por añadidura, el virrey le fijó la cantidad de 1.000 pesos anuales por sus servicios.
Previsiblemente -quizá debido a una "sugerencia" de Alvarez de Toledo para evitarle males mayores; ya que la Inquisición quería que saliese desta tierra a cumplir destierro y reputaba como cosa peligrosa dejalle en ella-, mantuvo un perfil sorprendentemente bajo durante tres años, en el transcurso de los cuales es poco y nada lo que de él se sabe. Entretanto, había llegado a las Indias una real cédula de Felipe II, por medio de la cual mandaba se observase el eclipse de luna que habría de producirse en 1578. Y por descontado, el astrónomo que haría la observación era Sarmiento de Gamboa. Equipado con el instrumental necesario y en compañía de un piloto matemático y de un cura (lo de este último es fácilmente explicable por aquello de que el que se quemó con leche, ve la vaca y llora; no fuera el caso que a la Inquisición se le ocurriese que se trataba de hechicería) que oficiarían de testigos, observó el eclipse desde el cerro Quipaniurco, cercano a Lima, y desde la comparación con la observación que a su vez hizo Rodrigo Zamorano en Sevilla; determinó que había entre ambos puntos una diferencia de cinco horas menos cuatro minutos, lo cual representa 74 grados de longitud. "Y esto es lo que hay entre el meridiano de Sevilla y el de Lima", afirmó. Teniendo en cuenta la época en que Sarmiento de Gamboa realizó el cálculo y los elementos con que contaba, debemos convenir en que se aproximó notablemente a la exactitud; pues hoy por hoy sabemos que Lima está a 77° al oeste del meridiano de Greenwich y Sevilla a 5° 58', es decir, sólo 2° 58' menos que lo que él había estipulado.



Los españoles, en su búsqueda de la mitica ciudad de Trapalanda, se habían percatado de que los piratas ingleses podrían eventualmente pasar al Pacífico por el estrecho de Magallanes y robar y asolar en las aguas y costas de Chile y Perú. Ingenuamente, supusieron que bastaba con esparcir la noticia de que el paso se hallaba cerrado por "una mole de piedra o isleta arrastrada por las tempestades", para hacer desistir a quienes tuvieran esa intención. Vana ilusión y craso error el de descansar en ella.
En 1577 el traficante de esclavos y pirata inglés Francis Drake (Francisco Draquez para los españoles) partió del puerto de Plymouth al mando de una armada integrada por cinco barcos, y luego de atravesar, a mediados de 1578, el estrecho; entró en el Pacífico atacando y robando los buques cargados de oro y plata surtos en Valparaíso, Coquimbo y Arica.


Al filo de la medianoche del 13 de febrero de 1579, Drake arribó al puerto de El Callao, que estaba absolutamente desguarnecido, donde se hizo con la presa más codiciada: el galeón Nuestra Señora de la Concepción, con sus bodegas repletas de metales preciosos, y donde, después de saquearlos; hundió algunos barcos españoles de pequeño calado y cortó a otros las amarras dejándolos al garete, a fin de que no pudieran emplearse en su persecución; tras lo cual huyó a toda vela.




Catorce días después, el 27 de febrero, el virrey Alvarez de Toledo, dolido y furioso con los de Chile que no habían atinado a avisar al Perú de las correrías de Drake, envió dos naves con 120 hombres entre los cuales iba Sarmiento de Gamboa (contrariamente a lo que en general se afirma, éste no estaba al mando, el cual era ejercido por Luis de Toledo; sino que fue como sargento mayor), en seguimiento del pirata para que lo atrapasen; pero no pudieron lograrlo, pues Drake consiguió regresar a Plymouth con su cuantioso botín, tras haber circunnavegado el globo convirtiéndose en el segundo en hacerlo, más de medio siglo después de la epopeya de Juan Sebastián Elcano.
Vicente Fidel López, en su novela histórica (debo confesar que jamás pude entender eso de "novela histórica"; para este servidor, o es novela o es historia; ambas cosas a la vez, no) La novia del hereje o La Inquisición de Lima, escrita en 1846 en su exilio en Chile, incurre en el pecado original de nuestros historiadores liberales: la creencia ciega en la leyenda negra de la conquista española con sus curas corruptos y sus conquistadores sanguinarios; que no les permite saber lo que realmente sucedió ni mucho menos interpretarlo. Así, en esa novela romántica nos presenta a un caballeresco Drake, cuyo odio hacia España estaría justificado por el oscurantismo católico ibérico atacando a los buenos protestantes; que burla a un Sarmiento de Gamboa al cual se muestra poco menos que como un fanático estúpido, inepto y resentido. En fin, cosas del bueno de López, que en eso de escribir fantasía y no historia, era sin dudas un consumado experto.
La verdad es que aquellos hechos no están para nada claros, y no contribuye a conocerlos mejor la Relación de lo que el corsario Francisco Draques hizo y robó en la costa de Chile y Pirú, y las diligencias que el Virrey Don Francisco de Toledo hizo contra él, que acerca de ellos escribió Sarmiento de Gamboa en 1583, es decir, cuatro años después de producidos. 
En su relato, abunda en consideraciones acerca de las gentilezas de Drake (tu quoque Brute fili mi!) para con los españoles del navío abordado y saqueado, y en quejas del autor contra quien capitaneaba la expedición, porque éste no había seguido sus consejos (que era lo habitual en Sarmiento de Gamboa, por otra parte: quejarse de todo y de todos y criticar todo y a todos).
Lo real y concreto es que Drake en esa incursión pirata robó tesoros españoles por valor de 250.000 libras y pudo escapar sano y salvo. Lo cual, lógicamente, generó en Alvarez de Toledo la necesidad imperiosa de poner sobre el tapete la cuestión referida al estrecho de Magallanes. En consecuencia, resolvió el virrey enviar a la zona una armada integrada por dos barcos, el Nuestra Señora de Esperanza y el San Francisco, al mando de la cual iría ¡por fin! como capitán general Pedro Sarmiento de Gamboa, con el mandato de explorarla a fondo y determinar los sitios más aptos para erigir en ella fortificaciones. La misma zarpó de El Callao el 11 de octubre de 1579.
En la tercera y última parte de este artículo veremos, estimado lector, cómo llegó nuestro biografiado a la cima de su gloria... y también a la sima de su desgracia.

Continuará

viernes, 16 de enero de 2015

PEDRO SARMIENTO DE GAMBOA, ENTRE LA CIENCIA, LA TENACIDAD Y LA MALA SUERTE. PRIMERA PARTE







































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Y porque el talento que Dios me comunicó, que aspira a estas cosas, no se me demande de él cuenta estrecha. (Pedro Sarmiento de Gamboa)

Pedro Sarmiento de Gamboa, geógrafo, astrónomo, quiromante, matemático, alquimista, cosmógrafo, astrólogo, poeta, cartógrafo, historiador, militar y navegante; nació en 1530 (hay otros quienes sostienen que en 1532), en fecha y mes que no han podido ser precisados (Ernesto Morales cita -sin pruebas- el 18 de agosto), en Alcalá de Henares, como lo declarara él mismo; o (lo que aparece como más probable) en Pontevedra, como afirman otros de sus biógrafos, ciudad esta última en la cual transcurrieron sus infancia y adolescencia. Fueron sus padres Bartolomé Sarmiento, gallego de Pontevedra; y María de Gamboa, vasca de Bilbao. 
A los 18 años ingresó al ejército, al servicio del emperador Carlos I, dirigiéndose después, en 1555, al por entonces virreinato de Nueva España. 
Allí tendría la primera de sus muchas cuestiones con la Inquisición: se burló de los "autos de fe", haciendo en la ciudad de Puebla de los Ángeles (México) la parodia pública de uno, a raíz de lo cual fue condenado a ser azotado en la plaza y enviado de vuelta a España. De alguna manera, se las ingenió para eludir la sentencia y fugitivo, pasó a Guatemala primero, y al Perú después, en 1558. 
Fue en Lima donde Sarmiento de Gamboa, mientras se ganaba el sustento desempeñándose como preceptor de gramática; se dedicó con esmero y ahínco a la alquimia y la astrología, lo cual le acarrearía nuevos problemas con la Inquisición, que lo reputó de "mago" y atribuía a "la posesión de un talismán para tratar con mujeres y tener gracia con ellas" el éxito que cosechaba aquel osado y cultísimo joven entre el género femenino, pese a no ser "hombre de posición".


En 1558 el rey de España, Felipe II, había nombrado visorrey del Pirú a Diego López de Zúñiga y Velasco, conde de Nieva, quien llegó a Lima recién en 1561, año en el que tomó a su servicio a Sarmiento de Gamboa. Agradecido, éste le confeccionó al nuevo virrey su carta natal y le suministró unos "anillos mágicos con los que lo favorecerían, Venus en cuestión de amores; y Júpiter, que lo mantendría alto en el concepto del monarca. Otro astrólogo, por su parte, había prevenido al virrey acerca de las consecuencias fatales que le acarrearían su afición a frecuentar el trato (y sobre todo, la cama) de mujeres casadas.





Tal predicción se cumpliría inexorablemente: el conde de Nieva -que hizo caso omiso de las prevenciones, la astrología y el horóscopo, y que persistió en sus escándalos al punto que Felipe II, cansado de las quejas que sobre la conducta de él le llegaban, por real cédula del 27 de febrero de 1563 lo emplazó a "vivir más recatadamente"- andaba en amoríos con su prima, Catalina López de Zúñiga, casada con un caballero llamado Rodrigo Manrique de Lara.


El marido cornudo, que en la especialmente tórrida madrugada del 19 de febrero de 1564 había visto a Zúñiga descender por una cuerda o una escala desde la alcoba de su esposa infiel, mandó a sus criados que le dieran una paliza, y éstos, sea debido a un exceso o porque esas eran las órdenes que les había impartido su señor, le propinaron tantos golpes con cachiporras hechas con bolsas de arena, que de resultas de la feroz tunda el virrey fue encontrado agonizante en la calle y falleció poco rato después.


A pesar de que Lope García de Castro, quien asumió el gobierno en reemplazo del virrey muerto (nombrado por Felipe II el 16 de agosto de 1563, aún antes del fallecimiento de Zúñiga, pues el monarca, harto de las corruptelas, la inmoralidad y la ineficacia de éste, había resuelto suplantarlo) ordenó suspender las investigaciones sobre la muerte de su antecesor; el 2 de diciembre de 1864 el arzobispo, puesto a inquisidor, la tomó contra Sarmiento de Gamboa (que había sido denunciado por unos amigos suyos), a quien acusó de "hechicero", "nigromante", "proporcionar filtros amorosos y tintas para escribir misivas de amor que hacían rendir a las damas aún las más difíciles", de construir "anillos mágicos, hacer sortilegios y poseer ciertos cuadernos con signos de la Qaballah". Fue condenado el 8 de mayo de 1565, a ser encerrado en una celda del convento de Santo Domingo y luego "desterrado a perpetuidad destas Yndias". Pero él presumía de ser infinitamente más inteligente y hábil que los inquisidores: apeló la sentencia al papa y logró convencer al arzobispo, el fraile dominico Jerónimo de Loayza, de que se le permitiese quedar provisoriamente en Lima sin más consecuencia que la de "ser forzado a oír misa con candela de penitente", hasta que seis meses más tarde, solicitó su traslado al Cusco.
A continuación, vamos a conocer al Sarmiento de Gamboa aventurero y navegante, pues regresado a Lima; interesó a Lope García de Castro en preparar una expedición a la mítica Tierra de Ofir, donde según la biblia se situaban las legendarias minas de oro, plata y piedras preciosas del rey Salomón. 
El gobernador se entusiasmó con la iniciativa y pidió al arzobispo que dejara sin efecto la condena a Sarmiento de Gamboa, pues lo precisaba como cosmógrafo en dicha empresa. Así, fue nombrado en el cargo de capitán de una de los dos naves, Los Reyes (otros biógrafos ponen en duda este cargo, afirmando que no le confería el mandar la nave; sino que el mismo era sólo aparente: "capitán de Su Majestad" -como efectivamente consta en el rol de la expedición-), y consejero de derrota, pero la dirección de la empresa le fue confiada (por sugerencia del propio Sarmiento de Gamboa según escribiría éste después; pues esperaba con ello interesar aún más al gobernador en el negocio), como capitán general al sobrino de García de Castro; Alvaro de Mendaña; mientras que la capitanía del otro barco, Todos los Santos, la detentaría Pedro de Ortega; oficiando de piloto mayor Hernando Gallego. Sería esa expedición, compuesta por 157 hombres que partieron desde el puerto de El Callao el 19 de noviembre de 1567, la que descubriría (para Europa, se entiende) las islas Salomón.
Más temprano que tarde surgieron disidencias entre Mendaña y Sarmiento de Gamboa, pues el primero, al no hallar el tan preciado oro, quería volver a Lima; mientras que el segundo insistía en cumplir el mandato de la corona española: fundar una ciudad en las islas descubiertas y continuar después navegando en busca de lo que por entonces se denominaba Terra Australis Incognita, la cual él aseguraba que existía: una "grande Tierra" (que no era otra que Australia, la cual -después se comprobaría- estaba... ¡donde él decía que estaba!). Lamentablemente (lamentablemente para la gloria de Sarmiento de Gamboa, que perseguía algo más trascendental que la riqueza, quiero significar), la pulseada la ganó Mendaña y la expedición regresó al puerto del Callao el 22 de julio de 1569.

Para entonces, el Perú contaba con un nuevo virrey designado por Felipe II: Francisco Alvarez de Toledo, quien asumió su cargo en Lima, el 30 de noviembre de ese año.
Muy pronto, la brillante inteligencia, la vasta cultura, el ardor que ponía en la defensa de sus convicciones, la tenacidad que evidenciaba y la desbordante personalidad de Sarmiento de Gamboa, despertaron el interés del virrey; quien lo favoreció con sus dos primeros nombramientos, en virtud de los cuales lo designaba "Historiador" y "Cosmógrafo Mayor destos reynos del Pirú". Adusto, grave y aún taciturno, Alvarez de Toledo no era precisamente generoso a la hora de pronunciar elogios sobre los demás; no obstante lo cual afirmaría de Sarmiento de Gamboa que era "el hombre más hábil de cuantos he conocido". 
No enuncio nada original si consigno que Alvarez de Toledo fue un enorme estadista y el hacedor del virreinato del Perú (que si bien preexistía en lo formal; en la realidad efectiva no era más que un montón de líneas en los mapas, una tierra que integraba el imperio español pero que era prácticamente desconocida en la península ibérica y en el resto del mundo, o a lo sumo; un sitio remoto al cual ir a correr la aventura -quimera, la mayoría de las veces- de enriquecerse); pero debo hacerlo inevitablemente si quiero (y en efecto, quiero) dejar estipulado que su visión geopolítica demandaba la construcción de un relato, tanto histórico como así también sobre la actualidad socioeconómica, de aquellas regiones que le había tocado gobernar.
De las responsabilidades que le confirió a Sarmiento de Gamboa (las mencionadas precedentemente, a las cuales debe agregarse la de alférez real, rango que tenía cuando ocupó militarmente Vilcabamba luego de derrotar a Túpac Amaru I en la guerra hispano-incaica de 1572), surgió su monumental Historia Indica.
La misma debía constar, según estaba previsto, de tres partes: la primera sería una detallada descripción geográfica del Perú; la segunda, la historia del imperio incaico o Tahuantinsuyo; y la tercera, la historia transcurrida desde la llegada de los españoles a las Indias hasta la actualidad (entendiendo como "actualidad" a 1572). Razones políticas (siempre lo urgente postergando lo importante) obligaron a nuestro biografiado a empezar no por el principio, sino por el medio, esto es, por la Historia de los Incas, la cual escribió luego de dos años de ardua investigación, recorriendo en compañía del virrey todo el territorio peruano.
Diré, sucintamente y con la imprescindible brevedad a la que me circunscribe un artículo, que Sarmiento de Gamboa postula en su Historia la tesis de que los incas eran extranjeros al Perú que habían sometido a los primeros pobladores de dicha región, ejerciendo sobre ellos una tiranía (a la que califica de "pésima y más que inhumana"), a la cual los españoles venían a poner justo término. 
La obra está dividida en 71 acápites, de los cuales los cinco primeros tratan acerca de lo geográfico y etnográfico, combinando elementos de lo bíblico y de los antiguos griegos: los primeros habitantes de las Indias descenderían de Noé, tal como el primer rey hispano; Tubal, y habrían pasado a esas tierras a través de la Atlántida descrita por Platón en sus diálogos Timeo y Critias. Así, pues, para Sarmiento de Gamboa los que poblaron "las Indias de Castilla" eran "descendientes de los Atlánticos" (es decir, de los atlantes); y los españoles (que según él, tendrían con ellos un origen común) les traían la divina palabra de Cristo y venían a rescatarlos de la tiranía de los incas opresores. Los capítulos sexto y séptimo se refieren a la "fábula del origen destos bárbaros indios del Pirú, según sus opiniones ciegas". El octavo lo dedica a describir el estado de los pueblos del Perú, previamente a la entrada en escena de los incas. Considera a esa etapa como behetria, o sea, behetría, población que vivía en el desorden y cuyos habitantes, como dueños absolutos de ella, gozaban de total autonomía: "antes (antes de los incas, quiere decir) todas las poblaciones, que incultas i disgregadas eran, vivian en general libertad, siendo cada uno señor de su casa i sementera", consigna Sarmiento de Gamboa. El capítulo 9 está referido al valle del Cusco y sus antiguos habitantes. Los capítulos que van desde el 10 hasta el 47 tratan de la historia de los incas propiamente dicha: sus organización, instituciones, hazañas, guerras intestinas, conquistas, etc. Los capítulos 48 al 69 narran la llegada de los españoles y la caída del imperio incaico, la cual para él está representada por la muerte de Guascar (Huáscar), el duodécimo Inca del Tahuantinsuyo (y al que el historiador considera el último), en 1533. El capítulo 70 es una síntesis de la tiranía de los incas, indudablemente destinada a dejar instalado en las mentes de quienes leyeran su Historia, el racconto de las violencias y crueldades que les atribuye haber cometido. Y el final, el 71, es lo que Sarmiento de Gamboa llama "computacion sumaria del tiempo que duraron estos yngas del Pirú", es decir, la cronología de los reinados incaicos. Nuestro historiador afirma que "fue todo el tiempo desde Manco Capac hasta el fin de Guascar novecientos y sesenta y ocho años" y que "comenzó la tiranía de los yngas capacs del Pirú que tuvieron su silla en la ciudad del Cuzco, el año de quinientos y sesenta y cinco años de nuestra reparación cristiana", es decir, resta de 1533 d.C., año de la muerte de Huáscar; el 565 d.C., año de inicio del reinado del primer Inca, Manco Cápac (equivocadamente, pues hoy sabemos que Manco Cápac gobernó a fines del siglo XII o principios del XIII), lo cual da como resultado los 968 años que según él, duró la tiranía incaica. Eso se ha tomado siempre, tanto en la propia época del historiador como en la actualidad, como una exageración.
Particularmente, opino que no es eso, sino que se trata de una cuestión de interpretación: creo que el período que consigna el cronista es congruente con su tesis; pues él postula que los incas eran extranjeros al Perú y entonces es perfectamente lógico que considere al inicio mismo de los reinados incaicos como el punto de partida de un estado que reputa como imperialista, expansionista e invasor; por más que la materialización efectiva de ello se haya dado recién a partir del noveno Inca: "Pachacuti" (Pachacútec). Por otra parte, el hecho mismo de atribuirle Sarmiento de Gamboa a la "tiranía inca" un período tan extenso, es la mejor prueba de su honestidad intelectual; pues manifiestamente eso se da de patadas con el propósito del virrey Alvarez de Toledo de presentar a los incas como usurpadores más o menos recientes del poder. Y los errores de datación y duración de cada uno de los reinados de los doce Incas en los que incurre, son los esperables (y entendibles, justificables y disculpables) en un cronista obligado necesariamente a abrevar en la sola fuente posible y disponible que tenía: la tradición oral, con todo lo que ello implica (y eso que ni siquiera tomo en cuenta que aún hoy en día sigue sin haber unanimidad al respecto; pese a la multiplicidad de fuentes y recursos con que se cuenta).
A continuación del último capítulo, hay una "Ffee de la Provança y Verificacion desta Historia", rubricada por el notario oficial del virrey Alvarez de Toledo: Alvaro Ruyz de Navamuel, "secretario de Su Excelencia y de la governacion y visita general destos Reynos y escrivano de Su Magestad", en la cual se hace constar que a petición de Pedro Sarmiento de Gamboa, el virrey convocó a una "junta de 42 yndios de los mas principales y de mejor entendimiento de los doze ayllos y decendencias de los doze yngas y otras personas que le paresciere, para que se les haga leer la dicha ystoria y se les declare por yntérprete y lengua de los dichos yndios, para que todos juntos vean y platiquen entre si, si es conforme a la verdad quellos saben. Y si ay alguna cosa que corregir y enmendar, y lo que paresciere questá en contrario a lo quellos saben, se enmiende y corrija". Seguidamente, está la enumeración de cada uno de los cuarenta y dos, con nombre, edad y linaje, y este texto: "Juraron dezir la verdad acerca de lo que supiesen de la dicha ystoria, y aviendo conferenciado entre si, declararon que solo avia que enmendar algunos nombres de personas y de lugares y otras cosas insignificantes; que por lo demas, la dicha ystoria estava buena y verdadera y conforme a lo quellos sabian y avian oydo dezir a sus padres y pasados".  
El 4 de marzo de 1572 en el Cusco, Sarmiento de Gamboa terminó de escribir su Historia (cuyo título completo es Segunda parte de la hisstoria general llamada yndica, la qual por mandato del Exmo. S. don Franco. de Toledo virrey gobernador y capt. general de los reynos del Piru y mayordomo de la casa real de Castilla compuso el capt. Po. Sarmiento de Gamboa), según consta en el memorial que éste dirigió al rey Felipe II; e inmediatamente la misma fue despachada al monarca por el virrey Alvarez de Toledo, quien la envió por conducto de uno de sus criados, Jerónimo Pacheco; conjuntamente con cuatro cuadros históricos pintados sobre tela por artistas indios. Está probado más allá de toda duda que Felipe II la recibió, pero la mala suerte que siempre tuvo Sarmiento de Gamboa, quiso que se extraviase y permaneciera perdida durante más de tres siglos; hasta que su original manuscrito, con la firma hológrafa del historiador, apareció en 1893 en Göttingen, Alemania, y se editó recién en 1906.


El hallazgo de 1893 se debe al lingüista, romanista e hispanista suizo Whilhelm Meyer-Lübke, encargado por el gobierno prusiano de confeccionar un catálogo de todos los manuscritos obrantes en las bibliotecas de las universidades alemanas; y la primera edición de la obra le correspondió al historiador alemán Ludwig Wilhelm Richard Pietschmann en 1906.
La Historia de Sarmiento de Gamboa se daba a conocer al mundo nada menos que ¡334 años después de haber sido escrita! Si eso no es tener suerte para la desgracia...

Continuará 

lunes, 24 de noviembre de 2014

CEREMONIA DURANTE LA TORMENTA











































Escribe: Juan Carlos Serqueiros


CEREMONIA DURANTE LA TORMENTA
(Solari)

La belleza atrae a malvados,
más que a cualquier cosa.
Hay de lavanda un bombón,
en mujeres con tibios manjares.
Y hay ceremonias en la tormenta...

Y hay también un topacio en Brasil,
que quita los dolores,
y un abundante buffet del hotel
esperando en tu suite por la cita.
Y hay ceremonias en la tormenta...

Fino cristal, licor de Ecuador,
en la copa refleja tu risa
y así ves que no alcanzarás
a calmar esa sed que afiebra.


Y siempre te sentís vulgar
si alquilás cruceros de amor.
Corazón encadenado y triste
que guardás en tu aburrida virtud.

Fuego prendés, un leño acercás,
paladeás castañas asadas
y mirás el mar y la vida se ve
demasiado gris... sin deseos
Y hay ceremonias en la tormenta...

Te bronceás y elegís
y querés atrapar esa linda piba de Borneo,
la corrés, la alcanzás... y el amor se te va...
otra vez escapa de tus manos.
Y hay ceremonias de piedad
en la tormenta...
No las ves?
Poderoso dios de amor,
enviá la tormenta ya!



Este, track número 3 del compacto El perfume de la tempestad, tiene una letra que es de las más explícitas —o "directas", como dirían aquellos creadores del mito (¿sandez?) de lo "críptico" (?) de la poesía solariana— que haya escrito el Indio. Pero ojo al piojo: que sea explícita no necesariamente significa que carezca de metáforas, por lo contrario; las tiene, y con mucha tela para cortar, además.
El tema está debidamente registrado en SADAIC el 23.03.2011 bajo el código de obra 1280018, con derechos exclusivos de composición y autoría reservados a favor de Solari, Carlos Alberto o cualquiera de sus dos pseudónimos artísticos: El Indio Solari y El Fisgón Ciego. Extrañamente —extrañamente para mí, quiero decir, que desconozco los procedimientos del registro de obras musicales—, no figura en los créditos el pseudónimo Caballo Loco, que fue el que utilizó para ese disco, en cuyo packaging se lee: "Música, letra e ilustraciones por Caballo Loco" (sic).
El título nos llama a sumergirnos en una tormenta de placeres desatados, mientras en medio de ella, alguien cumple una serie de rituales cuidadosamente preparados y que constituyen en sí mismos toda una ceremonia.
La temática de la letra aborda la angustia existencial de un chabón que lo tiene todo. Todo... menos el amor.
Es, en buena medida, la visión de Solari con respecto al hedonismo; pero sin que ello implique asumir una posición, sea esta contraria o favorable (¿se acuerdan de aquello de "sin un estandarte de mi parte" o de "vos gritás —¡no logo! / o no gritás —¡no logo! / o gritás —¡no logo... no!"?, bueno, eso), y en la cual campea ya en la primera estrofa, una tajante, rígida definición moral que bien podría haber suscrito el mismísimo Artaud —desde luego y como ya se habrán dado cuenta (me resisto a formular la pregunta: "¿son por acaso ustedes, hoy un público respetable?")—, la frase de éste incluida en el arte del disco no es casual): "La belleza atrae a malvados, más que a cualquier cosa".
El tipito goza de una envidiable posición económica, la cual le posibilita vivir en medio del confort y del boato, saltando de relación en relación, pero sin poder asistir al estallido de la tormenta verdadera: la del amor; la cual intenta suplir con el sucedáneo de una tormenta de placeres que encadena sin cesar, buscando hacer de cada disfrute una ceremonia que, más temprano que tarde, se le torna en una suerte de calma chicha que lo retrotrae indefectiblemente al mismo estado de insatisfacción que lo agobiaba.
En ese contexto, a los placeres carnales que obtiene en cada relación descomprometida que encara, asimilando a las mujeres que así va conociendo con "tibios manjares"; los alterna con el goce de una exquisitez cual lo es un "bombón de lavanda". Se trata de una metáfora de doble significación, pues además de lo rico de la confitura; a la lavanda se le asignan propiedades antioxidantes, lo cual nos indica que el chabón es alguien obsesionado con la cuestión de retrasar el envejecimiento y adepto a las terapias alternativas. Tanto así, que trascartón el Indio lo pinta usando el "topacio en Brasil que quita los dolores", en obvia alusión a que el ñato es adherente a la gemoterapia, la cual confiere al topacio la condición de piedra de la verdad y le otorga propiedades para combatir el envejecimiento, anti estrés y antidepresivas.
Después lo tenemos al quía instalado en la suite de un lujoso hotel que, entre otros servicios, ofrece a sus huéspedes el "de habitación" consistente en el "suministro" de call girls, putas a domicilio ("un abundante buffet del hotel, esperando en tu suite por la cita"), el cual se le antoja, luego, un sustituto del amor tan pobre como los demás a que suele apelar. 
Y es esa del amor, una "sed que afiebra" y que "no alcanzarás a calmar" ni aún paladeando un exquisito "licor de Ecuador" (país que se destaca por la excelsa calidad de sus licores) servido en una copa de "fino cristal" que "refleja tu risa".
Tampoco mitigan su angustia existencial esos cruceros para solos y solas que ofrecen las agencias de turismo y que lo hacen sentir "vulgar" y dejan "encadenado y triste" a ese corazón que guarda en su "aburrida virtud". Y es esa una metáfora —altísima, por cierto— que me impactó en esta letra, porque veamos: ¿qué es eso de "aburrida virtud"? El hedonismo consiste en la búsqueda del bien supremo y la anulación del dolor y la angustia por el camino del placer obtenido de la satisfacción de los deseos, basado en el postulado socrático de que la felicidad es un logro que deviene de la acción moral. Pero al personaje que pinta Solari en la letra, le ocurre que por más empeño que ponga en su honestidad; el placer que alcanza es efímero y se le traduce después en el sacrificio del bienestar pleno, y de allí lo del hartazgo de eso que el Indio menciona como "aburrida virtud". Un ejemplo concreto: en el caso de esos "cruceros de amor", los tipos y tipas que en ellos se embarcan, son virtuosos en el sentido de que no hay engaños mutuos; ellos consisten en disfrutar de la haute cuisine y excelentes bebidas, visitando paradisíacos lugares, todo matizado con buenas dosis de sexo descomprometido en los rounds de amor que mantengan las personas que se sientan atraídas entre sí. Son una variante simplificada y consumista del hedonismo y hasta, si se quiere verlo así, una especie de "degeneramiento" del mismo; por eso el chabón lo percibe como "vulgar". Terminado el periplo y ya atracado el barco en el puerto, se acabó el placer que se haya compartido: "—Lo pasamos bárbaro, ¿no creés?"; "—Sí, claro. Me encantó conocerte y muchas gracias por los momentos", y listo, chau. Nadie (me veo obligado a generalizar) va a ir en uno de esos cruceros buscando el amor, aunque claro, nadie... salvo el protagonista de esta letra, quien se ve otra vez sumido en su "aburrida virtud".
Ahora lo tenemos al tipo situado en alguna exótica playa donde alquiló una casa o cabaña con vista al mar. En ella, enciende el fuego en el hogar y pone a asar unas castañas (nadie puede negar que es un bon vivant, ¿no?), las cuales saborea mientras contempla el mar y piensa en esa vida que se le antoja "demasiado gris" y "sin deseos". Y es —para mí— precisamente eso de "sin deseos" la metáfora más sublime de esta letra; porque constituye, con ese genial poder de síntesis del que hace gala Solari, el meollo del asunto, la raíz de la angustia del personaje, al cual contemplamos ahora desprovisto de su disfraz de hedonista, pero no para presentarse con su verdadero ropaje, es decir, el del alma; sino travestido con el de una anhedonia que es, en realidad, tan engañosa como su hedonismo. Y simplemente se trata de que esa angustia que lo aqueja, no reside ni en su exacerbación del placer (hedonismo) ni en su incapacidad para experimentarlo (anhedonia); sino que ella anida en lo profundo de su psique. Y la cura para lo que sufre requiere, no de esas "soluciones" alternativas que busca en la gemoterapia, la fitoterapia, las putas de hotel, los cruceros de amor o los placeres de gourmet; sino de recurrir a la ayuda profesional, es decir, hacer terapia psicológica.
El problema es que no resulta muy probable que alguien con la índole y las características de ese chabón, vaya a darse cuenta de ello, y mucho menos que vaya a aceptarlo. Y así, lo vemos ahora bronceándose al sol y corriendo tras una nueva conquista, en este caso, una "linda piba de Borneo", la cual, como invariablemente le ocurre, luego de habérsela transado, lo deja tan vacío e insatisfecho como estaba antes; mientras espera otras "ceremonias de piedad" e invoca al "poderoso dios del amor" para que desate "ya" esa "tormenta" que él busca sin cesar —y erróneamente, además— en la exterioridad; cuando el mal que lo angustia está internalizado en su alma.


-Juan Carlos Serqueiros-