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sábado, 30 de marzo de 2024

EL NOBEL DE CARLOS SAAVEDRA LAMAS










































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

A veces, nos encontramos frente a coincidencias sorprendentes que, lejos de ser casualidades; en cuanto comenzamos a reflexionar en ellas, descubrimos que son, en realidad, causalidades.
Sin ir más lejos, en la noche del miércoles 27 de marzo pmo. pdo., buscando imágenes para ilustrar un artículo que estaba escribiendo, me topé con esta de la tapa de la revista Caras y Caretas correspondiente a su edición del 3 de diciembre de 1932, alusiva a Carlos Saavedra Lamas, un argentino notable quien fuera descendiente de Hernandarias, bisnieto de Cornelio Saavedra, nieto del gobernador de la provincia de Buenos Aires Mariano Saavedra, discípulo dilecto de Joaquín V. González, yerno del presidente Roque Sáenz Peña (estaba casado con Rosa “la Nena” Sáenz Peña González), ministro de Justicia e Instrucción Pública del presidente Victorino de la Plaza, ministro de Relaciones Exteriores del presidente Agustín P. Justo y primer Premio Nobel argentino y latinoamericano por sus contribuciones a la paz mundial a través de su Pacto Antibélico y su mediación entre Paraguay y Bolivia que puso fin a la guerra entre ambos países.
Normalmente, ocurre que encontrarme con algo que me despierta una evocación histórica, provoca en mí interés y las más de las veces júbilo; pero extrañamente, en esta oportunidad experimenté una sensación de inquietud, como de pesar, de amargura, sin saber a qué atribuirla. Entonces, me puse a cavilar sobre el asunto, a darle vueltas en el magín; hasta que mi memoria (siempre endeble, un mil veces maldito talón de Aquiles) dio al fin con el motivo: era por el destino de la medalla conferida (además del premio en efectivo, equivalente hoy a unos 900.000 dólares, según afirma esa plaga azote de la humanidad llamada los economistas) a Saavedra Lamas.
Sucedió que su hijo (un insano mental, psicótico y violento, misógino y misántropo, adicto a las armas, enjuiciado por la comisión de un doble homicidio por el que resultó, condenado y encarcelado), empeñó la medalla (de oro de 18 quilates) y a partir de eso, durante décadas se perdió el rastro de la misma. Hasta que hace diez años, justamente el 27 de marzo de 2014 (y de allí el porqué me sonaba la fecha y me provocaba una sensación de desasosiego), fue subastada en Baltimore, Estados Unidos, por 1.116.000 dólares, ante el desdén y la indiferencia de nuestro gobierno nacional, que no evidenció interés alguno en la cuestión, cual si se hubiese tratado de una distinción dada a un extranjero, en lugar de una obtenida por un compatriota, lo cual prestigió a nuestro país ante el mundo.
Digo, se me ocurre: ¿no será llegado el momento en que quienes somos peronistas (hoy dispersos, inermes, sin rumbo y acometidos por una especie de autocrítica histérica y febril llevada hasta el extremo de la autoflagelación constante, y pareciera que ya sólo nos falta inmolarnos a lo bonzo), nos dediquemos seriamente a evaluar las nefastas consecuencias del empeño puesto desde los 70 hasta el presente, en la construcción caprichosa y antojadiza de un relato histórico sesgado, infectado de mentiras, plagado de buenos y malos, con pretensiones de único que algunos de los nuestros han procurado imponer a como dé lugar?

-Juan Carlos Serqueiros-


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