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lunes, 29 de julio de 2024

IR AL PSICOANALISTA




















Escribe: Gabriela Borraccetti *

Nadie abre la puerta de su casa con la llave del vecino. (Gabriela Borraccetti)

La empatía es la posibilidad de colocarse, no sólo en los zapatos del otro; sino en sus heridas y sus sonrisas. Es un don —hasta cierto punto— que poseen las personas de tipo sensible, y aunque todos crean ser propietarios de esta cualidad; son realmente muy pocos los que pueden utilizarla al extremo de despojarse de toda su carga de prejuicios, y también de sus sentimientos y valores, para poder adoptar los del otro en un 100%.
En ese sentido, ser empático es una especie de "despersonalización" y algo que está lejos de ser favorable tanto para el que intenta sanar como para quien dirige su cura.
Por otra parte, empaparnos de la personalidad del otro no significa poder acceder a transformar el dolor de quien nos consulta; pues lo que menos debemos hacer cuando alguien está decidido a entrar en su interior, es comprenderlo, y mucho menos; aconsejarlo o decirle qué es lo que tiene que hacer (algo que se suele adjudicar al psicólogo, pero que nunca debería ser esperable en un psicoanalista).
Comprender y empatizar es traspasar nuestras barreras y límites para entrar en el otro. Y esa "entrada" lleva necesariamente a una identificación que vuelve a los problemas imposibles de ser vistos con suficiente perspectiva. Por esta razón, un psicoanalista jamás aconseja como lo haría un pariente, compañero, amigo o par.
Lejos de dirigir la vida de nadie, la función de un psicólogo no tiene que ver con convertirse en un aliado en el dolor, pues en ese caso, la relación terapéutica se estaría transformando en vínculo amistoso, siendo ésta una hermosa compañía, pero no una guía para el autoconocimiento.
El psicólogo, en cambio, necesita constituirse en un lugar convocante para la palabra, en un espacio donde su silencio, atraerá aquello que debe ser dicho para comenzar a escarbar en las profundidades. En ese espacio sin más condición que la de "hablar", aparecerán las huellas de aquello que nos ha llevado a la senda del dolor, y desde allí, se podrá desandar el conflicto.


Todos creemos hacer lo mejor con nuestras vidas, pero muchas veces olvidamos (e incluso amputamos mediante represión) aquello que hemos resignado y extirpado de nuestro mundo, con tal de ser aceptados, aprobados, queridos y reconocidos. En ese esfuerzo por ser quienes no somos, se ha ido nuestra salud, nuestro equilibrio, nuestra alegría y nuestro empuje para seguir viviendo. La vida se ha transformado en una prisión, y el dolor ya no nos deja seguir adelante como si nada.
Entonces, nos ponemos en movimiento e intentamos muchas maniobras, entre ellas, las de encontrar aliados. El problema es que nadie puede resolver lo que no resolvemos nosotros, y siempre, indefectiblemente, somos el tesoro y el recipiente que guarda tanto el saber, como la clave de acceso al mismo.
Allí, en las cavernas de lo inconsciente, debajo de una piedra custodiada por un monstruo, se encuentra nuestra llave. Y guiarnos en el camino es la función del psicoanalista.


Recuerda: nadie puede darte una llave nueva, ni prestarte la suya. Tienes que recuperar la tuya si es que quieres ser "dueño" de tu vida.

Lic. Gabriela Borraccetti
Psicóloga Clínica
M. P. 16814

* Gabriela Borraccetti (n. 1965, Vicente López, Buenos Aires), es licenciada en Psicología por la Universidad Argentina John F. Kennedy. De extensa trayectoria profesional, ejerce como psicóloga clínica especializada en el diagnóstico y tratamiento de la angustia, el estrés, los temas de la sexualidad y los conflictos derivados de situaciones familiares, de pareja y laborales. Es, además; poetisa, cuentista y artista plástica. 
Para contactar con ella por consulta psicológica o terapia psicoanalítica, enviar e-Mail a licgabrielaborraccetti@gmail.com o Whatsapp al +54 9 11 7629-9160.


viernes, 26 de julio de 2024

UNO DE ESOS DÍAS












































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

El tipito se despertó temprano. Muy temprano. Atenaceado por la urgencia del deseo elocuentemente manifestada en la erección de su sexo. Y se masturbó pensando en Ella.
No obstante, el efecto placentero del sucedáneo al que obligadamente tuvo que recurrir; fue efímero, tanto, que nada más levantarse de la cama supo, aún sin poder explicarse cómo y porqué; que ese iba a ser uno de esos días.
Entonces, la inmediatez se le trocó bruscamente en morosidad, como si percibiera que su cielo amenazaba con ennegrecer. Se dirigió cansinamente al baño y se miró en el espejo. Esa arruga —otra más— no estaba ayer. Al menos, eso le parecía a él (o quizá, prefería y elegía creerlo así). Se afeitó cuidadosamente, se bañó, se perfumó y se vistió. Y mientras tanto, sin concederle tregua, un dejo de tristeza se le fue ganando en el corazón, despacio pero firme y sostenidamente. Lo que había sido meramente un presentimiento, un pálpito; fue tornándosele una certeza: sí, indudablemente todo pintaba para que ese fuera uno de esos días.
En el teléfono, la cantarina voz de Ella, la mujer amada, le llegó acariciándole el alma y mitigando su esplín. Pero sólo brevemente: ni bien cortó la comunicación; la insatisfacción lo aguardaba de nuevo, tenaz e implacable. 
—La distancia es una mierda —musitó para sí, frustrado. Miró el reloj: las 8. Sacó la cuenta de los días que faltaban para que Ella llegara: once. ¡Aún faltaban once días! Misturada con la ansiedad, la tristeza se le fue haciendo enojo. Un enojo que adentro suyo, crecía y crecía.
Después, ya en franca iracundia, el tipito dio un par de gritos en soledad, puteando por cosas de nada que se empeñó en considerar importantes como si en realidad lo fueran. Cerró la puerta ruidosa, furiosamente, salió al pasillo y apretó impaciente e insistentemente el botón para llamar el ascensor. Una vez en la calle, sin cuidarse y a viva voz, comenzó a lanzar imprecaciones contra dios, el clima, el tránsito, el ruido, el mundo, la gente… contra todo. —¡Vida puta! —exclamó a voz en cuello. —¿Y vos qué mirás, pelotudo? —le espetó trascartón a un infeliz que cruzaba y que (creyó notar él) contemplaba la escena con extrañeza.
Ya sentado ante una mesa en el bar de costumbre, ordenó su frugal desayuno de siempre (cuya composición, a esa altura de su vida, bien podría estar grabada en una placa de bronce): un café y dos medialunas de grasa. Y como el mozo —consideró él— demorara en alcanzarle el diario (al que por otra parte, reputaba de pasquín inmundo), le enrostró un reproche tan agrio como arbitrario. —Y bueno… al fin de cuentas ¿acaso no es injusta la vida? —se dijo el tipito, indulgente consigo mismo.
Decididamente, ese no “iba a ser”, sino que de hecho, ya lo era…uno de esos días.

-Juan Carlos Serqueiros-


martes, 23 de julio de 2024

EXAMEN DE EXISTENCIA





























Escribe: Gabriela Borraccetti *

Antes era usual decir que al final del día, previamente a dormir, había que hacer un examen de conciencia. El tono imperativo, culpógeno (sí, culpógeno, por más que la RAE se empeñe en no admitir el término), oscuro y punitivo, generaba miedo antes que una clara y abierta auto observación. Con el tiempo, de tanto repetir "por mi culpa, algo debo haber hecho", uno se cansa y ya no piensa en qué invirtió sus minutos. Uno no examina nada; cree que ya se recibió de santo a fuerza de confesiones sin culpa y de culpas inconfesables.
Sin embargo; hay un momento en que naturalmente —o no tanto—, uno debería evaluar si está donde quiere, haciendo lo que desea y viviendo según su pulso. Algo así como un examen; pero de existencia.
En esa instancia, se supone que ya hemos aprendido —o al menos es de desear que lo hayamos hecho— a no perder el tiempo. Sabemos que cada tic tac se va encaminando a un fin y que depende de nuestras elecciones saber si estamos viviendo o solamente transcurriendo. Cuando me doy cuenta de que transcurro, es porque no hice nada ni por mí ni por nadie, o porque teniendo problemas, decido esperar a que el tiempo se encargue de resolverlos o el olvido los borre.
Y resulta que eso es algo que jamás se cierra, por lo contrario; son las semillas de una herida que en la oscuridad se abren, largan raíces y un tallo que a medida que salga a la luz, crecerá con las ganas de empujar fuera de uno todo lo que intentó esquivar o dejar irresuelto.
No hay nada, ya sea para bien o para mal, que el tiempo borre. Antes bien; exacerba el sentimiento a expensas de la memoria.
No lo olvides.

Lic. Gabriela Borraccetti
Psicóloga Clínica
M. P. 16814

* Gabriela Borraccetti (n. 1965, Vicente López, Buenos Aires), es licenciada en Psicología por la Universidad Argentina John F. Kennedy. De extensa trayectoria profesional, ejerce como psicóloga clínica especializada en el diagnóstico y tratamiento de la angustia, el estrés, los temas de la sexualidad y los conflictos derivados de situaciones familiares, de pareja y laborales. Es, además; poetisa, cuentista, artista plástica y astróloga. Para contactar con ella por consulta o terapia, enviar e-Mail a licgabrielaborraccetti@gmail.com o Whatsapp al +54 9 11 7629-9160.



miércoles, 17 de julio de 2024

ROCK YUGULAR























Escribe: Juan Carlos Serqueiros

ROCK YUGULAR
(Beilinson-Solari)

Dame... dame tu vida
dame y tendrás mi piedad
dame la sed de tus ojos acorazados
y dame tu insolencia también.
Rara vez esta vida tiene sentido, amor
y así ves que hasta mi sombra brilla
en esta ciudad.
Caen, caen al fin, caen los disfraces
caen desnudándote
mientras unos fantasmas, fieles amigos
ríen de vos y se roban tu fe.
Vas copiando tu herida sobre un pañuelo rojo
y ya sabés que jugando al borrego te van a carnear.
Risas en el taller del diablo
trampas para tu soñar
no vas a ser esclava del paraíso
vas a bailar en un rock yugular.
Te ves en el pequeño espejo del mundo de hoy
y no querés que la lima del tiempo lo muerda otra vez.
Dame... dame tu vida
dame y tendrás mi piedad
dame la sed de tus ojos acorazados
y dame tu insolencia también.

Una canción de amor que lleva un impactante título como síntesis de la poética que viene a continuación de él. Y además; atinadísimo, porque es, en efecto, un rock yugular en tanto salta al nudo de la cuestión, sin vueltas ni prolegómenos, va "a los bifes", directo a la yugular, digamos. ¡Ah!, y también porque es sanguíneo e impuro a la vez (la yugular es una vena, y las venas son las que conducen la sangre impura; a diferencia de las arterias, por la cuales circula la sangre pura).
Con el vocablo rock en el título, el Indio no se refiere al género musical, sino al rock como cultura, y como tal, impregnada de lo mejor y lo peor que hay en el ser humano. Es como una reiteración del convencimiento (ya expresado por él en otras canciones) de que el bien y el mal coexisten en el hombre, de que nadie es total ni permanentemente bueno o malo; sino que cada uno de nosotros es capaz de la extrema bondad y también de la extrema maldad. Un concepto bastante difícil de expresar, aún en prosa; imaginemos lo que será en poesía... Por ello, esta letra es de esas que "no se interpretan", sino que "se sienten" (como toda la lírica solariana, bah). Decía que es una canción de amor (de AMOR en serio, AMOR en toda la acepción de la palabra; no amor de romance cursi). Pero bueno, no hay ninguna garantía, así como no hay garantías de y en nada. Igual, se sabe: acá estamos para cometer el sacrilegio de interpretar, y por eso lo hacemos... y por eso brindamos, ladrón de mi cerebro! 
"Dame... dame tu vida / dame y tendrás mi piedad / dame la sed de tus ojos acorazados / y dame tu insolencia también": Le canta a alguien en quien deposita el amor IDEAL, pero no ideal en el sentido de perfecto, inmaculado, así casi como una abstracción; sino como algo concreto, y de hecho, alejado de lo excelso, algo que es maravilloso aún pese a sus faltas o fallas. "En el principio fue la compasión, y el principio es la mitad de todo", dice el texto de Lupus que viene en el disco Lobo suelto; y acá en "Rock yugular", el Indio comienza la letra con esa idea expresada en un disco anterior a Luzbelito. Puesto en el papel de Luzbel en tanto hablante lírico de la poesía, le pide a ese amor ideal que le dé su vida, que se la consagre, y a cambio; él le dará su piedad. Y eso es el "principio de todo". E insta a confiarle sus peores visiones del mundo, lo más malo que haya percibido (de allí lo de "ojos acorazados", blindados porque ya contemplaron lo peor, lo más abyecto e infame que podía ser visto). Y también habilita a la "insolencia" (en el sentido de que no quiere barreras; sino que la cosa vaya directo a la yugular), y porque Luzbel no pide una lealtad obsecuente (remember lo de "un par de culos va a patear, de los que le juran más lealtad") como lo hace el dios de todas las religiones; sino que demanda hasta que seas insolente con él. Y... ¿cuál sería el punto más alto de esa insolencia? Claro está: el de rebelarte contra Dios. Tu libertad llega hasta ese punto...
"Rara vez esta vida tiene sentido, amor": En muy pocas ocasiones logramos ser felices, o mejor dicho; experimentamos la sensación de felicidad. Son instantes brevísimos, fugaces, y es en ellos cuando la vida pareciera adquirir algún sentido. El resto de la existencia es una lucha perdida de antemano, algo a lo cual a menudo no le encontramos sentido, sencillamente porque —como alguna vez me atreví a escribir en uno de los poemitas de los cuales me reconozco culpable— "está cantado el final", ya que partimos de una sola certeza absoluta, de algo que sabemos positivamente: vamos a morir. ¿Entonces? Ya lo dijo Cátulo Castillo, un poeta a quien Solari admira muchísimo: "la vida es una herida absurda".
"Y así ves que hasta mi sombra brilla / en esta ciudad": El Indio pretende que esta noche sea para ese alguien a quien le canta, una de esos instantes fugaces en que la vida tiene algún sentido. Quiere que aunque sea por esa noche, la sombra de él "brille en esta ciudad". Por supuesto que no en un contexto de soberbia o autoestima exagerada, exacerbada, sino todo lo contrario; está diciendo que es lo mejor que puede darle: una canción de amor. Y por eso lo de "hasta mi sombra brilla", como expresando "hasta un nabo como yo puede brillar esta noche". En síntesis, la fama es puro cuento.
Debo decir que me resulta inexplicable que esta letra (sublime) no haya tenido entre los redonditos del abajo, por lo menos el mismo impacto que "Juguetes perdidos"; porque también el amor que contiene está dirigido a esos chicos que vienen de "barrios desangelados". Pero bueno, es imposible determinar por qué una canción que reputamos como bella de toda belleza, no alcanza el mismo grado de preferencia que otras. En fin...
"Caen, caen al fin, caen los disfraces / caen desnudándote / mientras unos fantasmas, fieles amigos / ríen de vos y se roban tu fe": Cuando la poesía de una canción logra traspasarte, influir todo tu ser; "caen los disfraces". Ahí ya no hay vueltas, es una pulsión (el pulso de la yugular), y si la lírica no es capaz de traspasarte, de hacerte sentir por un momento que la vida tiene, aunque más no sea por ese instante, algún sentido; entonces quiere decir que no valió la pena, que era algo que sólo estaba en tus "fantasmas, fieles amigos", es decir, en tus rollos, en los mambos que están en tu psiquis.
"Vas copiando tu herida sobre un pañuelo rojo": Vas reiterando tus errores. Si aplicás sobre una herida sangrante, un pañuelo de color rojo, difícilmente puedas ver la sangre que manó de ella y absorbió el pañuelo; obviamente, porque no hay contraste de colores entre el rojo de la sangre y el rojo de la tela.
"Y ya sabés que jugando al borrego te van a carnear": ¡Basta de inocencia! Si asumís como actitud general de vida la proverbial mansedumbre de un cordero, te van a pasar por arriba. Luzbelito no quiere tu bondad ingenua ni tu lealtad; sino tu insolencia, tu rebeldía.
"Risas en el taller del diablo / trampas para tu soñar": La vida es así, injusta, pródiga en dolor, un valle de lágrimas, y el diablo (sí, el mismo, ese de “Juguetes perdidos” que mea en todas partes) te tiende trampas a cada rato.
"No vas a ser esclava del paraíso / vas a bailar en un rock yugular": Al menos por esta noche, la persona a quien va dirigida la canción, no va a ser "esclava del paraíso", es decir, no va a vivir en el limbo, en la inocencia y en la eternidad prometida por las religiones en un paraíso al que supuestamente llegará después de la efímera existencia terrenal, no; va a adquirir consciencia, a asumir la realidad de su vida, se va a hacer cargo, y aunque sea por esa noche, va a bailar en el rock yugular de una misa redonda ¿Qué tal te queda el moño, eh?
"Te ves en el pequeño espejo del mundo de hoy / y no querés que la lima del tiempo lo muerda otra vez": Impresionante metáfora, la lírica solariana alcanzando uno de sus puntos más altos. "El pequeño espejo del mundo de hoy" es esa noche de misa redonda en la que el Indio te cantó al oído, pero... es sólo un instante, uno en el que la vida parece tener sentido. Por eso querés atesorarlo, guardarlo, y no querés que el tiempo transcurra, sino que se detenga, para que no lo borre, pero a la vez; sos consciente de que eso es imposible, porque la vida ¡ay! es injusta y —ya lo vimos— rara vez tiene sentido. Somos seres incompletos que persiguen la quimera de una completud que —otra vez: ¡ay! — jamás tendremos. Y por eso es esta una canción de amor, porque lo único que nos aproxima (y sólo NOS APROXIMA) a la completud, o, mejor dicho; a la ilusión de completud, es el amor.
"Dame... dame tu vida / dame y tendrás mi piedad / dame la sed de tus ojos acorazados / y dame tu insolencia también": Y termina la canción con esa estrofa ya interpretada.


-Juan Carlos Serqueiros-

lunes, 15 de julio de 2024

DOS FOTOS QUE DUELEN

































Escribe: Gabriela Borraccetti *

De entre los millones de fotos de sí mismas que las personas suben a internet en sus perfiles de las redes sociales, son dos las que más duele ver insertas en esos sitios públicos: una, la de la soledad posando sugerente o exhibiéndose incitante y desnuda, como clamando desesperadamente a gritos por alguna compañía; y otra, la del narcisismo seductor que sólo busca y pretende convertirte en un espejo-objeto para así poder brillar en tu superficie.
En el mundo de las imágenes se atraen los similares, y quien vive detrás de ellas, obviamente atraerá a quien también lleve puesta una máscara. Alguien que sabe quién es y se acepta en su integridad, con todos los matices de la personalidad (incluyendo los oscuros); no precisa exhibir públicamente aquello que pertenece al ámbito de su privacidad y su intimidad. Será feliz esté donde esté, en compañía... pero también, y sobre todo; cuando se encuentre en soledad.
Recuerda: si el exceso en los límites construye una personalidad rígida; la falta de ellos impide una clara identidad. En el medio, se encuentra la personalidad sana.

Lic. Gabriela Borraccetti
Psicóloga Clínica
M. P. 16814

* Gabriela Borraccetti (n. 1965, Vicente López, Buenos Aires), es licenciada en Psicología por la Universidad Argentina John F. Kennedy. De extensa trayectoria profesional, ejerce como psicóloga clínica especializada en el diagnóstico y tratamiento de la angustia, el estrés, los temas de la sexualidad y los conflictos derivados de situaciones familiares, de pareja y laborales. Es, además; poetisa, cuentista artista plástica y astróloga. Para contactar con ella por consulta o terapia, enviar e-Mail a licgabrielaborraccetti@gmail.com o Whatsapp al +54 9 11 7629-9160.


viernes, 12 de julio de 2024

LA NOCHE DE LOS SIGLOS























LA NOCHE DE LOS SIGLOS
(Poema de Juan Carlos Serqueiros)

Y el mundo entero revolví,
Buceando, siempre buceando
En la noche de los siglos,
Por ciudades derruidas,
Por aguas procelosas,
Por civilizaciones perdidas.
Allané las montañas,
Crucé los desiertos,
En la selva abrí caminos,
Y a los vientos impuse
Que te llevaran mis ruegos.
A la calle del Tiempo puse ochava,
Al claro de luna ventana,
Y en el peregrinar la templanza
Endureció mi piel y no mi alma.
Al oráculo consulté,
Eché abajo cien palacios
Y en mi noche cuasi eterna
En mil chozas pernocté.
Todo fue por encontrarte
Y aunque no te conocía;
Pero lo que es mi intuición…
¡Esa sí que te sabía!
La fragancia de tu piel
Fue mi estrella y fue mi guía,
Y cuando parecía que mi sueño
Iba a quedarse en quimera;
Volvió de pronto a ser luz
Y me hice todo consciencia.
Entonces al fin te encontré,
En tu fábrica de perfumes,
Allá en el viejo Egipto,
Por aquel tiempo primordial
En que celebramos un acuerdo:
Encontrarnos en esta vida
Para juntos aprender algo.

-Juan Carlos Serqueiros-


martes, 9 de julio de 2024

MI HOGAR, MI PATRIA























Escribe: Gabriela Borraccetti *

Nadie es la patria, pero todos lo somos. / Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante, / ese límpido fuego misterioso. (Jorge Luis Borges)

Hoy, muy temprano, me levanté a estrenar mi nueva pala de jardín. Trasplanté cuatro rosales más una hortensia, ya que en verano el sol pulverizaría sus flores en menos de 24 horas. Saqué un cerco, puse otro, junté las cortezas de pino y diseñé otro cantero. Contra una pared, sigo guiando a una Santa Rita que desorientada, florece y lanza hojas del tamaño de la palma de mi mano. Cada color, cada maceta, cada rincón, es una visión del cuadro que contemplo extasiada al abrir mis ojos por las mañanas.
Sin querer, o al menos; sin habérmelo propuesto, reciclo, remodelo, decoro y recorro ese pequeño mundo que he ido creando y que seguiré expandiendo en el ámbito de ese pañuelo tan chiquito pero sin embargo; infinito, que es mi casa.
Me asombra que todas las personas que la visitan, coincidan en definirla con una misma palabra: acogedora. Parece que ha cobrado alma e invita a cada uno a dedicarle una palabra. No es lujosa, no es amplia, no es costosa, no es imponente; pero es cercana, es cálida, y es, en síntesis; lo que todos dicen (y yo también): acogedora.
Los cuadros que he pintado, las artesanías que hice, los muebles que reciclé, nuestros tres perros corriendo, nuestra gata haciendo un pozo, mi marido escribiendo o leyendo, un mate caliente, las hojas desprendidas del inmenso árbol de enfrente paseándose por mi pasillo, los pájaros cantando, mi trabajo que cruza fronteras llegando a lejanos países, todo, todo eso, parte de este punto mínimo en el mapa.
Y como extensión de ese paisaje cercano y amado; mi patria con mi bandera, esa casa grande que jamás pensaría en dejar. Podrán ofrecerme utopías, rascacielos, facilidades; pero aquí sé lo que tengo y lo que vale. Sé de su riqueza y de su potencial, sé de sus habitantes, mis compatriotas, mi gente y sus luchas. Sé de su música, de su acento, de sus esquinas… Entonces, ¿cómo podría pensar que haya en la tierra un lugar mejor para mí?
¡Feliz Día de la Independencia, querido hogar de mi corazón azul celeste y blanco!

Lic. Gabriela Borracceti
Psicóloga Clínica
M. P. 16814

* Gabriela Borraccetti (n. 1965, Vicente López, Buenos Aires), es licenciada en Psicología por la Universidad Argentina John F. Kennedy. De extensa trayectoria profesional, ejerce como psicóloga clínica especializada en el diagnóstico y tratamiento de la angustia, el estrés, los temas de la sexualidad y los conflictos derivados de situaciones familiares, de pareja y laborales. Es, además; poetisa, cuentista artista plástica y astróloga. Para contactar con ella por consulta o terapia, enviar e-Mail a licgabrielaborraccetti@gmail.com o Whatsapp al +54 9 11 7629-9160.

jueves, 4 de julio de 2024

LA PROYECCIÓN, LOS BUENOS Y LOS MALOS


























Escribe: Gabriela Borraccetti *

Solemos leer cada tanto, que lo que observamos en los demás como detestable, es algo que no toleramos ver en nuestro interior. Sin embargo, la pregunta que se sobrepone es: ¿Entonces qué hacer? ¿Podremos criticar lo que vemos? ¿Está mal juzgar? ¿Debemos considerarnos ladrones cada vez que destilamos ira contra alguno que ha robado a un anciano? O ¿sería acertado considerarnos violadores en potencia, cada vez que deseamos castrar a alguno que ha arremetido contra la inocencia de un niño?
Por supuesto, al reflexionar y equiparar situaciones, nos parece totalmente irracional vernos en el lugar del condenado, cometiendo alguna de esas aberraciones de las que nuestros educadores se han cuidado bien de no inculcar; y es por ello que muchas veces descartamos de plano un análisis un poco más exhaustivo, queriendo creer que esta aseveración es simplemente la exageración de un mecanismo psicológico llamado proyección.
No obstante (y aunque nos encantaría que se tratase de una forma de defensa utilizada por "los demás"); no solemos caer en la cuenta de que para desear cortar los genitales al violador o arrancar a un ladrón su botín a trompada limpia; necesitamos poseer el mismo tipo de energía de la que están hechas las acciones de quienes condenamos. El bien y el mal se rozan en sus métodos, y el problema es que por lo general, el argumento que esgrimimos para salir en nuestra propia defensa, se supone basado en la bondad y el bien, en tanto que adjudicamos la valoración negativa al otro.
En este caso, la castración de un violador o la trompada a un malhechor, son nuestros pensamientos automáticos e instintivos, y en lugar de preguntar si está bien o mal juzgarlos; deberíamos darnos cuenta de que ya los hemos sentenciado desde el momento en que pensamos instantáneamente: "a este habría que matarlo” o “a este habría que colgarlo de los genitales en un árbol".
Somos casi incapaces de darnos cuenta que podemos sentir la misma furia de un matón, con la diferencia de no animarnos a actuar. Pasar al acto, llevar una acción a término, implica que se han caído los "diques de contención" de las defensas, y que la consciencia de culpa, la responsabilidad y el miedo (sobre todo el miedo a la autoridad), han quedado desbordados por la furia.
Si hay algo que diferencia entonces al bueno del malo, no es ninguna esencia, sino la calidad de sus mecanismos de defensa que por supuesto, están en directa relación con la educación recibida. En sí, nada sería bueno ni malo, excepto los juicios de valor que respaldan nuestros fines. De hecho, un cirujano atraviesa los tejidos de alguien para salvarlo, en tanto que una navaja en manos de un delincuente se utiliza para dañar. Sin embargo, ambos precisan sangre fría, y es ese el hecho que salteamos a la hora de evaluar las diferencias entre buenos y malos.
Para pensarlo un rato, antes de seguir preguntando qué hacer, cuando ya nuestras vísceras han dado la respuesta instintiva y muchas veces, inconsciente.

Lic. Gabriela Borraccetti
Psicóloga Clínica
M. P. 16814

* Gabriela Borraccetti (n. 1965, Vicente López, Buenos Aires), es licenciada en Psicología por la Universidad Argentina John F. Kennedy. De extensa trayectoria profesional, ejerce como psicóloga clínica especializada en el diagnóstico y tratamiento de la angustia, el estrés, los temas de la sexualidad y los conflictos derivados de situaciones familiares, de pareja y laborales. Es, además; poetisa, cuentista, artista plástica y astróloga. Para contactar con ella por consulta o terapia, enviar e-Mail a licgabrielaborraccetti@gmail.com o Whatsapp al +54 9 11 7629-9160.