Escribe: Juan
Carlos Serqueiros
Nuestra enseña patria fue izada por primera vez a orillas del Paraná, en la Villa del Rosario, el 27 de
Febrero de 1812.
Pues bien, cada
27 de Febrero —y también cada 20 de Junio, fijado como Día de la Bandera por el
paso a la inmortalidad de su creador—, se repite hasta el hartazgo la cantinela
"Belgrano tomó para nuestra bandera los colores de la casa de los
Borbones". Y también los hay quienes hasta llegan al delirio de proponer
que sea esa una "verdad" (?) que "hay que enseñar en la
escuela". ¡En la escuela, nada menos!
Es completamente
temerario afirmar como verdad que el general Belgrano eligió "los colores
de la casa de Borbón". Y todavía más aún lo es —aparte de irresponsable,
inconveniente y pernicioso— la pretensión de que eso se enseñe en las escuelas
como si se tratase de una verdad comprobable y comprobada, cuando no hay ninguna base
documental para sostener tal cosa.
Es decir, se
trata sólo de una presunción sin sustento alguno, la cual corre por cuenta
exclusiva de quienes la inducen.
Y por
supuesto, cada quien tiene derecho a elucubrar la hipótesis que se le ocurra;
pero a lo que no tiene derecho nadie, es a imponer como verdad histórica
indubitable algo que carece absolutamente de elementos probatorios.
En primer
lugar, hay que aclarar que el azul celeste y el blanco —en ese orden— no son
"los colores de la casa de Borbón" (dinastía esa cuyo escudo tiene
fondo azur con flores de lis doradas) como erróneamente se cree e
insensatamente se propaga; sino que son los de la Orden de Carlos III, lo cual
es, claro, algo muy distinto: se trata de una orden de caballería instituida en
1771 por el rey Carlos III para condecorar a quienes hubiesen prestado
señalados servicios a la corona española, y la cinta y la banda llevan esos
colores por ser los de la iconografía de la Inmaculada Concepción de María, dogma
del cual era ferviente devoto aquel monarca.
Lo cierto es
que Belgrano, en su comunicación al Triunvirato, dice inequívocamente:
"...la mandé hacer blanca y celeste, conforme a los colores de la escarapela
nacional".
Hay que prestar especial atención al orden en que el prócer
consigna los colores: primero cita el blanco y después el celeste. ¿Por qué
primero el blanco? Sencillamente porque lo reputaba como el color principal, ya
que éramos por entonces las Provincias Unidas del Río de la Plata y es el blanco el
representativo de la plata en heráldica, el cual, junto al celeste (producto
del desvaído por la acción de la intemperie en el campo azur original), eran los
colores que tenía el escudo de Buenos Aires, donde se produjo la Revolución de
Mayo que marcó el inicio de nuestro proceso independentista.
Los países
jóvenes —como el nuestro, que lleva apenas dos siglos— y que no tienen aún su
nacionalidad consolidada —tal como ocurre con la argentinidad—, no pueden darse
el lujo de asignar (y muchísimo menos tomando como si fuera un hecho comprobado aquello que no
es más que una mera presunción) a la adopción de sus colores patrios
un origen atribuible precisamente al yugo que supo sacudirse de encima.
¿O de quién
creen que nos independizó el ínclito general Manuel Belgrano, si no fue,
precisamente, de la tiranía oprobiosa de los borbones?