Escribe: Juan Carlos
Serqueiros
El
martillo de las brujas (Malleus Maleficarum)
(Solari)
Muere hoy la vida en
falsedad
De cuna a tumba siempre
en falsedad
Y te dejás llevar así
Con tus tonterías vos te
entregás.
Tu san Ernesto de La
Higuera cargás
Y todo su mundo vos
replicás
Con lo bueno bueno nunca
te cruzás
En las vidrieras no lo
vas a encontrar.
Hacemos otro usted para
usted
(Un bello clon)
Los mejores vinos que
hay
En el súper nunca están.
Los dueños de la leyenda
ellos son
Los que joden tu placer
Tu cuerpo falso se ve
mal
Como casi todo hoy.
Posters de obras de arte
vos comprás
Y cargás tu pesada
bijouterie
¿No será pecado aguantar
Que decidan de una vez
derramar?
Barrio bonito barrio cuidado
La moderna soledad
Barrio sereno y
custodiado
La compasión allí no
está.
Marea brava marea oscura
Y la guardia ¿dónde
está?
Track número 6 de El ruiseñor, el amor y la muerte, con el que Protoplasman nos
bendice, conmoviendo nuestros sentidos y endulzándonos esos adminículos
naturales -si me es permitido el oxímoron- que llamamos orejas y nos
posibilitan captar los sonidos, entre ellos y especialmente, los que están encadenados
en melodías que, como en este caso se convierten en caricias al corazón. Y cuya
poesía cala el alma, después de entrar por los ojos y lograr una atención extra
y teñida de complicidad de quien la lee, apelando al recurso de suprimir en
estos versos (de una musicalidad propia y rotunda) los signos de puntuación (salvo los puntos que indican la finalización de cada estrofa; pero hasta esos quiero comprobar por mí mismo si están en el original, para lo cual deberé aguardar hasta que el disco salga a la venta), tal
como supieron hacer Joyce en su Ulises,
Proust en su En busca del tiempo perdido
y Benedetti en su Testigo de uno mismo.
Y también al empleo de efectistas y punzantes licencias poéticas como ese
“bueno bueno” o esos “vos comprás” y “vos replicás”, por ejemplo y entre otros.
A
fe cierta que el hombre que habita Luzbulo no nos tiene acostumbrados precisamente
a las baladas, y por ello, estimo de mi deber advertirte que es eso,
exactamente, lo que vas a encontrar: una balada… ¡sublime!
Para
el título (invariablemente, de capital importancia en la lírica solariana), el
Mister apela en esta oportunidad al de un libro autoría de dos monjes dominicos:
Heinrich Kramer y Jakob Sprenger, que fuera editado allá por 1487, cuando América
estaba a punto de aparecer providencialmente al paso de Colón, decretando la expiración
del Medioevo: Malleus Maleficarum (en
latín; El martillo de las brujas en
español castellano). Para desgracia, vergüenza y oprobio de la humanidad, ese
libro fue durante más de dos siglos una terriblemente eficaz herramienta que
los poderes de turno de por entonces (la iglesia íntimamente concatenada a los
estados europeos emergentes de la fusión de los feudos) emplearon a discreción
para perseguir a las hechiceras, o sea, las mujeres que no se sujetasen resignada
y mansamente a los dictados de un injusto orden sociopolítico-eclesiástico que
las reputaba como seres inferiores y como naturalmente inclinadas al mal, al pecado,
a la concupiscencia, a la lujuria y a la brujería.
Como
tratamos acerca de una canción, ergo, de arte; entonces puedo permitirme el
navegar libremente por las aguas de la subjetividad (frecuentemente procelosas,
cierto es); con total prescindencia del rigor que necesaria y obligadamente implica
la historia, cuya narración debe ser siempre tan objetiva como lo permita la
honestidad intelectual de quien la aborde. Así, pues, diré que Malleus Maleficarum fue un libro contrarrevolucionario en tanto mefítico
miasma opuesto a la renovadora, saludable y fresca corriente que el Renacimiento
representó para las ciencias y las artes. Y es en ese orden de pensamientos en
el que Solari, con un dominio magistral hasta el floreo de su lírica, asimila
aquella abyección pretérita al statu quo
de nuestros días, dirigiéndose a alguien -a quien en adelante llamaré tilinga- que habita en una de esas
excrecencias sociales revestidas de odioso privilegio, denominadas y clasificadas
como barrios privados.
La
canción es optimista desde principio (y, tal como veremos seguidamente) a fin.
Comienza expresando su convencimiento acerca de la caída inexorable de un perverso orden patriarcal en la humanidad (“muere hoy la vida en falsedad”) que viene desde el fondo de los siglos (“de cuna a tumba”), y hacia el cual la tilinga, inmersa en su necedad (“con tus tonterías vos te entregás”), permite que la arrastren (“te dejás llevar así”).
Comienza expresando su convencimiento acerca de la caída inexorable de un perverso orden patriarcal en la humanidad (“muere hoy la vida en falsedad”) que viene desde el fondo de los siglos (“de cuna a tumba”), y hacia el cual la tilinga, inmersa en su necedad (“con tus tonterías vos te entregás”), permite que la arrastren (“te dejás llevar así”).
Y
es que ella carga sobre sí cual karma, la reiteración (“todo su mundo vos
replicás”) de la felonía a su propio género: si en la Edad Media y hasta bien
entrada la Moderna, el oscurantismo y la superstición anulaban la conciencia popular
y provocaban que mujeres denunciaran como brujas a otras mujeres; así también
los campesinos bolivianos sumidos en el atraso y la miseria, en su estulticia
delataron a las fuerzas represoras la presencia de quien procuraba librarlos de
la opresión de que eran objeto: Ernesto Che
Guevara, santificado popularmente después
de ser apresado y muerto en La Higuera (“tu san Ernesto de La Higuera cargás”)
y reducido hoy a mera imagen para estampería de remeras.
En
ese contexto, la tilinga está limitada (y para peor, sin adquirir consciencia
de ello) a las tentaciones que el orden sistémico le ofrece exhibidas en “las
vidrieras” como la zanahoria puesta delante del burro, porque obviamente; jamás
le permitirá disfrutar de “lo bueno bueno”. Y es ese poder imperante el que
declara con el desparpajo que otorgan la impunidad y la presunción de creerse
invencible, el propósito, la finalidad, el objeto de su establecimiento:
producir clones y más clones de “usted para usted”, es decir, perpetuar por
siempre jamás el reinado de la inconsciencia, la banalidad y la ignorancia. Y
desde luego, “los mejores vinos que hay / en el súper nunca están”; porque podrás
comprarte -si milagrosamente te da el billete- el más caro y selecto de Viñas de
Don Robustiano Garchalonga; pero sabrá tan carente de alma como el más
ordinario de los tetrabrik.
Trascartón,
el Indio enuncia la asimilación entre los poderes fácticos del ayer y del hoy:
la iglesia y la Inquisición sostenían en el Malleus
Maleficarum (apoyado en una bula papal, nada menos) que la brujería derivaba
del apetito sexual de la mujer, siendo ésta licenciosa y caracterizada por la
lujuria (“los dueños de la leyenda ellos son / los que joden tu placer”);
mientras que en la actualidad se la cosifica, instándola a la exhibición de una
figura pretendidamente perfecta y lograda artificialmente a base de siliconas,
anabólicos y cirugías (“tu cuerpo falso se ve mal”).
Y
por supuesto, el velado reproche a esa tilinga que compra “posters de obras de
arte” y carga su “pesada bijouterie”, no debe ser interpretado como una incitación
a obtener pinturas y esculturas originales de artistas universalmente consagrados
(pues obviamente, no puede exigírsele que vaya a adquirir algo tan prohibitivo
como un cuadro de Da Vinci, una escultura de Buonarrotti o una joya de Tiffany);
sino que está referido a la falta de creatividad propia del medio pelo patán,
la cual intenta suplir con la ostentación torpemente jactanciosa de un póster
de… no sé… Picasso, ponele, de modo de presumir de una afición al arte que en
realidad no posee; o a lo de suplantar una fina y exquisita alhaja de orfebrería
con el agobiante collar de los prejuicios que arrastra.
También
hay, así como al pasar, una remota posibilidad esbozada casi con miedo (“¿no
será pecado…?”), de cuestionar el mito establecido -a fuerza de mentarlo y
machacar-, acerca de la teoría del
derrame: “si al patrón le va bien; a mí me irá bien”. Sofisma miserable,
porque a ver, tilinga: ¿qué vas a hacer cuando al patrón se le ocurra cerrar y llevarse
la plata a algún paraíso fiscal o simplemente contratar a alguna consultora que
dictamine inapelablemente que sos “supernumeraria” o que no das “el perfil”,
eh? Ahí no te va a salvar ni el arrastrarte debajo del escritorio para hacerle
una fellatio al director de Recursos
Humanos ni tampoco el entregarle tu primoroso culo modelado en el gym. Te aviso,
viste, por lo que putas pueda…
¿Recordás esa parte de “El nombre de la rosa” en la que los monjes arrojan por
las laderas de la colina en que se alza la abadía, las sobras que abajo esperan
los famélicos villanus de la gleba
circundante? Bueno, eso, exactamente eso y no otra cosa, es el tan cacareado derrame.
Y
para cerrar, no podía faltar la descripción de lo que representa ese barrio
privado (“barrio bonito barrio cuidado”): la estéril pretensión de precaverse
de la inseguridad aislándose (“la moderna soledad”), escudándose en el
desinterés y el desapego hacia los menos -o nada- favorecidos (“la compasión
allí no está”) y descansando en la certeza sobre la protección que brinda la guardia, porque cuando esos negros de mierda (“marea brava marea
oscura”) tan despreciados e ignorados por la tilinga, se decidan a hacer tronar
el escarmiento; la guardia habrá sido la primera en desaparecer o en sumarse al
subsuelo de la patria sublevado (Raúl
Scalabrini Ortiz dixit).
Ciertamente,
la tilinga haría bien en tomar debida nota de cómo acabaron, por ejemplo, Luis
XVI en la Revolución Francesa o el zar Nicolás II en la Revolución Rusa. O, si
quiere remontarse a los tiempos del Malleus
Maleficarum; de cómo terminó el inquisidor de “El nombre de la rosa”.
Porque después de todo, como escribió José Hernández: No hay tiempo que no se acabe ni tiento que no se corte.
Digo
nomás, viste, me parece, qué sé yo…
-Juan
Carlos Serqueiros-