Escribe: Juan Carlos Serqueiros
Andrés  Guacurarí  y Artigas, conocido  popularmente en nuestro país y en el Uruguay como Andresito, y  como Artiginhas en el Brasil, nació en San Borja, uno  de los treinta pueblos de la Gran Provincia de las Misiones (el que por entonces pertenecía al Virreinato del Río de la Plata y que hoy día es la ciudad que corresponde al estado de Río Grande do Sul de la República Federativa  del Brasil), el 30 de noviembre de 1778 (día, mes y año estos que son comúnmente aceptados; a  pesar de la carencia de documentación respaldatoria que los certifique como indubitables).
El apellido es así: Guacurarí, tal como él mismo lo escribía; y no “Guazurary” o “Guaçurary”, como se empeñan en llamarlo con engreída y grandilocuente sapiencia quienes se arrogan como desde un pedestal la condición de “expertos” en el idioma guaraní bajo el argumento de que la grafía correcta es esa y que la “máxima concesión” que puede hacerse es la del empleo de la cedilla en lugar de la “z” castellana. Parafraseando a Julio Verne en su genial Veinte mil leguas de viaje submarino, aclaro que siento un profundo respeto hacia los sabios que de verdad saben, pero a la vez; me inspiran un soberano desprecio los “sabios” que en realidad no saben nada; porque uno podría contestarles que, aún considerando que lo de la “grafía correcta” fuera cierto y el resto del bla bla bla; así como Juan Manuel Ortiz de Rozas eligió llamarse Rosas y Manuel Do Rego eligió llamarse Dorrego, con idéntico derecho; Andrés eligió llamarse Guacurarí, ergo, así debe escribírselo).
Su filiación es incierta, pero hay aquiescencia generalizada en convenir en que era hijo de padre desconocido, europeo o criollo; y de una india guaraní (quien, según algunos que así lo afirman pese a la carencia de sustento probatorio, era Taboirá, una hija de Antonio Lazo —el Pay Miní Antoñito—, hijo, a su vez, de la guaraní Maymboré —la llamada Guazú Virá— y de Lucas Marton —el muy mentado Pay Guazú o Pay Tayú, un irlandés ex jesuita, historiador, maestro, lingüista y botánico que fundara en plena selva el mítico pueblo de Nazareno—).
No puede afirmarse con certeza que efectivamente sea ese el linaje de Andresito, pero por el momento y a falta de pruebas concluyentes en contrario; aceptémoslo como posible.
Ante un ataque de los bandeirantes  (delincuentes lusitanos que armaban bandeiras, es decir, gavillas que  tenían por objeto saquear los pueblos misioneros y apresar guaraníes  para venderlos como esclavos en el Brasil), él, en compañía de su madre y  del resto de los pobladores de San Borja que escaparon a la matanza, se  vio obligado a cruzar el río Uruguay para refugiarse en Santo Tomé,  del lado occidental de las Misiones, donde sería educado por el cura del  lugar, el padre Céspedes.
A partir de allí, esa cerrazón densa y  pertinaz que frecuentemente cubre a la historia con un velo en forma  de ausencia de documentación y referencias; nos impide saber qué fue  de Andresito hasta 1811, ya producida en Buenos Aires la Revolución de  Mayo el año anterior. Tiene cierta lógica, dadas sus propias y abundantes citas respecto  a “mi padre” y al “responsable de mi educación” (como Andresito llamaba  a Artigas); el inferir que ya sea en su adolescencia o en su temprana juventud,  haya conocido a don José Gervasio. 
El escritor Jorge Luis Lavalle sitúa el encuentro entre Andresito y Artigas cuando el primero contaba -según dicho autor- 14 años, en el escenario constituido por la enorme extensión geográfica abarcada por la zona ubicada al norte del río Negro en la Banda Oriental, las Misiones Orientales y Santa Catarina; y en el cual Artigas y los suyos actuaban como arreadores de ganado cimarrón o reyuno, para contrabandear sus cueros en el Brasil.
En ese marco,  Lavalle nos describe la llegada al sitio de la noticia del indulto,  es decir, una suerte de amnistía dictada desde Montevideo para quienes  “no tuviesen delitos de sangre”, a fin de invitarlos a enrolarse en el  cuerpo de Blandengues que se creaba con el objetivo de “proteger las  fronteras”.
La frase era un eufemismo utilizado por el Cabildo para no estipular directamente que los que se buscaban eran hombres rudos, habituados a la vida en la campaña oriental, conocedores profundos de la misma (o sea, los contrabandistas, precisamente); a fin de luchar contra los intentos expansionistas y esclavistas de los portugueses.
Pero hay un problema: según nos relata Lavalle, Andresito tendría en ese momento 14 años; mientras que el indulto y la creación del cuerpo de Blandengues está probado y documentado que se produjeron a principios de 1797, más precisamente el 7 de enero, por disposición del virrey Pedro Melo de Portugal. Y para esa fecha, ya tenía 18 años, no 14 (si tomamos a 1778 como el año de su nacimiento). Por supuesto que nada de esto que escribí, debe entenderse como tendiente a invalidar o criticar el libro de Lavalle Andresito y la Melchora. La historia de un amor en guerra, obra a la que considero excelente, de gran mérito literario y que he leído y releído en reiteradas oportunidades, y en cada una de ellas con mayor placer aún que en la anterior; es sólo que el libro, al ser una especie de crónica novelada, no persigue, obviamente, el rigor histórico como meta (y por otra parte; no tiene por qué hacerlo). 
Particularmente, me hallo inclinado a inferir como probable que Andresito haya conocido a Artigas en 1797 o 1798, actuando a su lado en el cuerpo de Blandengues, y después se hayan reencontrado en 1811 o tal vez en 1812 en el campamento del Ayuí. Sea como haya sido, la cuestión principal es que el afecto que mutuamente se profesaban, llevó a que Artigas adoptara a Andresito como su hijo y en consecuencia éste usara en adelante el apellido del Jefe de los Orientales. De allí en más, pasaría a firmar simplemente como Andrés Artigas.
El contexto general era el siguiente: el gobierno  de Buenos Aires había concertado un armisticio con el virrey de  Montevideo,  Javier de Elío. Disgustado por tal medida, tomada a  contramano del proceso revolucionario independentista, de los intereses y  de la voluntad del pueblo oriental; Artigas, por entonces teniente gobernador de Yapeyú, produjo la epopeya conocida como Éxodo Oriental  (que la gente llamaba la redota, corrupción oral cometida al querer  pronunciar la palabra “derrota”). Andresito, que a esa altura ya era una  figura destacada entre el pueblo guaraní, se sumó a Artigas. 
Ya tenemos, entonces, indisolublemente unidos los destinos de ambos y prefigurados los bandos en pugna: por un lado, la revolución popular, independentista y federalista encarnada en Artigas y los suyos; y por el otro, el realismo español, representado por Javier de Elío, aliado provisoria y circunstancialmente al expansionismo imperial luso - brasilero, ambos alentados y apoyados más o menos desembozadamente por el centralismo porteño que fluctuaba entre el independentismo y la sujeción a los dictados de las potencias de ultramar.
En  1813, las Misiones occidentales eran gobernadas por quien actuaba como delegado del poder de Buenos Aires, Bernardo Pérez  Planes. Las milicias de Yapeyú, apoyadas desde Mandisoví por el  artiguista guaraní Domingo Manduré y por la entusiasta adhesión popular  de La Cruz, se rebelaron contra Pérez Planes, quien se ganaría la repulsa  y el odio generalizados por la acción represiva que intentó. 
Terminaría derrotado en La Cruz por las fuerzas artiguistas el 19 de marzo de 1814 y fusilado en Belén el 30. Los pueblos de las Misiones se pronunciaron por el artiguismo, y lo mismo ocurriría con Entre Ríos, Santa Fe y Corrientes (en esta última, un levantamiento de las milicias iniciado por Juan Bautista Méndez concluiría en su proclamación como gobernador y en la declaración de la autonomía provincial).
En apretada síntesis, así se constituyó la llamada Liga  de los Pueblos Libres, que tendría a Artigas como Protector. 
La cabal  comprensión de ese statu quo es fundamental para distinguir lo que  representó Andresito. No puede interpretarse su figura histórica si no  se entiende clara e inequívocamente el cuadro de situación en que se  desenvolvió su accionar.
En 1815 Artigas, en tanto Protector de los  Pueblos Libres, designó Comandante General de las Misiones a su hijo adoptivo Andrés, quien debía, además de recuperar para las Misiones  el control sobre los pueblos al este del Paraná invadidos por el  Paraguay aislacionista del doctor Francia (ver mi nota Luces y sombras  de Francia); asegurar la región frente al expansionismo portugués, ya  que de otro modo; si aquel poder conseguía militarmente traspasar el río  Uruguay, ello posibilitaría seguramente su avance hasta el Paraná, con  el consiguiente peligro para los Pueblos Libres de caer bajo el dominio  luso-brasilero.
Andresito, acompañado por su amigo y consejero espiritual fray José  Leonardo Acevedo, y llevando como todo tesoro el par de pistolas que le  había enviado como obsequio su padre adoptivo José Artigas,  iniciaría su campaña. 
En marzo de 1815 estaba en Santo Tomé, y para abril, ya había logrado recuperar los pueblos del departamento de Concepción. Siguiendo las instrucciones de Artigas, llamó a asamblea general para elegir, por medio del voto popular libre e irrestricto, a los diputados que habrían de enviarse al Congreso de Oriente o de Arroyo de la China (la actual Concepción del Uruguay) convocado por el Protector.
Entiendo  importante destacar la conducta prudente y el espíritu conciliador de Andresito, que antes de recurrir a las armas, intentó  convencer al delegado del doctor Francia en Candelaria, comandante José  Isasi, de que accediera a retirarse pacíficamente de los territorios  ilegítimamente ocupados por el Paraguay; pero ante la actitud dilatoria y  evasiva de Isasi, en una acción fulminante; Andresito conquistó  Candelaria y trascartón, Loreto, Santa Ana, San Ignacio Miní y Corpus.
Durante  los preliminares de la acción de recuperación de los pueblos misioneros  invadidos por los paraguayos, Andresito contraería la viruela en San  Carlos, pero su fortaleza física lograría prevalecer, restableciendo su  salud sin más consecuencia que las cicatrices imborrables que dejaría en  su rostro la terrible (y por entonces, en la mayoría de los casos de  quienes no estaban vacunados, mortal) enfermedad.
También por esa  época, conoció a la mujer que sería el amor de su vida: Melchora Caburú.  La “china rubia” o la “querida del cacique”, como la llamaría  despectivamente la oligarquía correntina, era paisana de Andresito, nacida como él en San Borja, de padres europeos. 
Producido el ataque de los mamelucos a ese pueblo, sus padres perecerían en él, siendo salvada y adoptada a partir del infortunio, por el guaraní Felipe Caburú y su esposa, quienes se fueron con la niña a vivir a Santa Lucía. Para la época de la reconquista por parte de Andresito y sus tropas de los pueblos misioneros invadidos por el Paraguay; Melchora Caburú, ya una hermosa amazona rubia de azules ojos, acudió a sumarse a quienes consideraba sus hermanos: los indios del ejército guaraní. A partir de allí, compartiría la azarosa vida de Andrés Guacurarí y Artigas.
Llegamos a  1816. En junio se produjo la invasión portuguesa a la Banda Oriental, cuyo objetivo era concluir con los Pueblos Libres, ya que el monarca del Reino  Unido de Portugal, Brasil y Algarve, Juan VI, temía —y no le faltaban  razones para ello— que las ideas artiguistas prendieran  en Río Grande, desbaratando el orden imperial esclavista. Artigas contestaría a los portugueses con la  contraofensiva, ordenando a Andresito entrar en las Misiones Orientales.  Éste los derrotó en La Cruz y emitió un manifiesto a los  habitantes de los siete pueblos de las Misiones Orientales, el cual rezaba:
Siendo  constante que por un favor del Cielo he sido llamado al mando de las  Misiones, como para el efecto, he tenido la dicha de quitar los pueblos  gobernados por Buenos Aires y rescatando los otros que se hallaban en el  año anterior bajo el yugo del Paraguay, colmándome el Dios de los  ejércitos de todos aquellos beneficios que son necesarios para la  empeñosa empresa de rebatir todo enemigo de la justa causa que defiendo,  por tanto atendiendo, inteligenciado que las mismas, o aún mayores  razones concurren en mi para libertar los siete pueblos de esta banda  del tiránico dominio del portugués bajo el cual han estado quince años  los infelices indios gimiendo la dura esclavitud. He puesto mi ejército  delante del portugués sin recelo alguno, fundado en primer lugar que  Dios favorecerá mis sanos pensamientos, y en las brillantes armas  auxiliadoras y libertadoras, solo con el fin de dejar a los pueblos en  el pleno goce de sus derechos, esto es para que cada pueblo se gobierne  por si, sin que ningún otro español, portugués o cualquiera de otra  provincia se atreva gobernar, pues habrán ya experimentado los pueblos  los grandes atrasos, miserias y males en el gobierno del español y  portugués: ahora pues, amados hermanos míos, abrid los ojos y ved que se  os acerca y alumbra ya la hermosa luz de la libertad, sacudid ese yugo  que oprimía nuestros pueblos, descansad en el seno de mis armas, seguros  de mi protección, sin que ningún enemigo pueda entorpecer vuestra  suspirada libertad, yo vengo a ampararos, vengo a buscaros, por que sois  mis semejantes y hermanos, vengo a romper las cadenas de la tiranía  portuguesa, vengo por fin a que logréis vuestros trabajos, y a dar lo  que los portugueses os han quitado en el año 1801 por causa de las  intrigas españolas, no tengáis recelo en cosa alguna, sí, temed las  fatales resultas que pueden originarse de vuestra dureza y obstinación.  Acordaos de aquel famoso pasaje de la Sagrada Escritura, en que se dice  que Moisés y Aarón libertaron el pueblo de Israel de la tiranía del  Faraón. Así yo siguiendo este apreciable ejemplo, he tomado mis medidas  para el mismo fin, de las cuales una es la de dar comisión al Capitán  ciudadano Miguel Antonio Curaeté, para que como representante mío corra  los mencionados pueblos haciendo os entender mis ideas, y la sagrada  causas que defendemos, y por la que estoy pronto con todas mis tropas a  derramar las últimas gotas de sangre si se ofrece, como también de  juntar todos los Naturales, para que los portugueses no los arreen para  adentro, debiendo reunirse con él todos los que penetrados de la dulce  voz de la libertad que os llama, quieran seguir el pabellón de la  Patria: el se entenderá conmigo. Ea pues, Compaysanos míos, levantad el  sagrado grito de la libertad, destruir la tiranía y gustad el deleitable  néctar que os ofrezco con las venas del corazón que lo traigo deshecho  por vuestro amor.
Acto seguido, el 3 de  octubre de 1816 sitió San Borja, pero aparentemente movido por la  compasión y por el dolor ante tanta sangre hermana derramada, incurrió en  vacilaciones y demoras innecesarias, y los sitiados —que estaban al  mando del brigadier Francisco das Chagas Santos— recibieron refuerzos  comandados por Abreu, con los cuales pudieron repeler el ataque de  Andresito y sus tropas. Esto motivaría que Artigas, muy dolido, lo  reconviniera en paternales pero duros términos (de paso, en esta carta del  Protector se estipula inequívocamente que Andresito era nacido en San  Borja y no en Santo Tomé):
Siendo  usted alto objeto de mi estimación, con alto dolor mío dígole que usted  no ha observado celosamente las repetidas y terminantes órdenes que le  dirigí… Debió usted atacar y tomar San Borja sin lástima… la clemencia…  debe empezar recién después del momento en que esas armas fueron  rendidas y no antes… Confié a usted la recuperación de los siete pueblos  misioneros para que así se allanasen mis pasos… Pero usted no lo hizo y  me ha puesto con ello en grandes dificultades… No le será difícil  calcular los sentimientos que arrancan de mi corazón estas expresiones y  espero que en lo sucesivo sea usted más inexorable… No protesto de que  usted sea particularmente el responsable de los irremediables contrastes  sufridos… hago un llamado a su corazón y espero que sabrá recuperar con  valentía la espada que perdió frente a su pueblo de San Borja, su amada cuna y la de sus padres. 
José Artigas
José Artigas
Alentados  por su triunfo en San Borja los portugueses atacaron los pueblos de  Yapeyú, La Cruz, Santo Tomé, Mártires y Santa María, todos los cuales  saquearon e incendiaron; además de Apóstoles, San José y San Carlos, a  los cuales “solamente” saquearon. 
Luego reiterarían el ataque, pero Andresito conseguiría derrotarlos el 2 de julio de 1817 en Apóstoles, obligándolos a repasar el Uruguay.
Luego reiterarían el ataque, pero Andresito conseguiría derrotarlos el 2 de julio de 1817 en Apóstoles, obligándolos a repasar el Uruguay.
Con heroísmo ejemplar y conmovedor lucharon los misioneros y orientales, pero la magnitud de fuerzas en su contra (los lusitanos habían trasladado y concentrado en el Brasil las tropas portuguesas veteranas de las batallas contra Napoleón, y las lanzaron contra la Banda Oriental y las Misiones), resultaría imposible de vencer. Andrés Artigas estableció su cuartel general en la Tranquera de Loreto (actual Ituzaingó), y desde allí mantendría a raya a portugueses y paraguayos.
Para 1818 el Director Supremo Pueyrredón instigó, por medio de Elías Galván, una sublevación en Corrientes, la  cual encabezada por el capitán José Francisco Vedoya, derrocó al  gobernador artiguista Juan Bautista Méndez. Inmediatamente, Artigas ordenó a  Andresito que se dirigiera a Corrientes y la recuperase para los Pueblos  Libres. 
Luego de una escaramuza en Caá Catí, derrotó a los  rebeldes de Vedoya en Saladas, y el 21 de agosto entró triunfalmente en  Corrientes, cuya gobernación, de hecho, asumiría por un corto período con el  objeto de reponer y afianzar la autoridad depuesta (Méndez). 
Lamentablemente, las limitaciones propias de un artículo me obligan a sintetizar, con la consiguiente necesidad de omitir detalles y obviar la descripción acabada de la importantísima participación de personajes históricos tales como -por citar sólo un par de ejemplos- Peter Campbell, un marino irlandés que había llegado al Río de la Plata con la Primera Invasión Inglesa y que se afincaría en Corrientes, desde la cual serviría fielmente a la causa de los Pueblos Libres; y la familia inglesa integrada por John Postlethwaite y sus hijas Jane y Anne.
Pero sí entiendo importante destacar un detalle: en los dos siglos transcurridos  desde la Revolución de Mayo hasta nuestros días, Andrés Guacurarí y  Artigas sería el único hombre perteneciente a alguna de las etnias que habitaban América antes de la llegada de los españoles, que llegaría a gobernar no ya una, sino dos  provincias: Misiones y Corrientes.
En la campaña emprendida en pos  de la recuperación de Corrientes para los Pueblos Libres, Andresito, a  su paso por Caá Catí, anduvo enredado en una relación amorosa con María Mercedes  Esquivel (cuyos hermanos habían estado involucrados en un intento por deponer a Méndez), fruto de la cual nacería un niño bautizado como  José Mariano Esquivel. 
Sostuvieron algunos que a través de la descendencia de Esquivel, la estirpe de Andresito se prolongaría hasta la actualidad. Lo cual se demostraría como inexacto.
Durante el período de su gobierno en Corrientes, Andresito aplicaría a rajatabla los postulados igualitarios del artiguismo ("sistema exagerado de  libertad popular", lo llamaría Manuel  José García, ministro destacado por las Provincias Unidas ante la corte  portuguesa), liberando de la servidumbre y la esclavitud en que la clase  alta correntina los había sumido, a los guaraníes y negros, repartiendo  tierras entre ellos, favoreciendo a los humildes y desposeídos y rigoreando a los señorones y copetudas de la oligarquía lugareña. 
A los primeros, además de cobrarles compulsivamente los impuestos que adeudaban; los haría cortar los yuyos y barrer la plaza, y a las damas de la “alta sociedad”; las obligaría a bailar con los soldados guaraníes, molesto por el desprecio que éstas habían evidenciado al no concurrir a las representaciones teatrales en que actuaban niños guaraníes, ni a las celebraciones por él dispuestas.
Y voy a  decirlo sin ambages y con todas las letras: a Andresito le gustaba  empinar el codo, sí. ¿Y qué? ¿Tan terriblemente escandaloso puede  considerarse eso de tomarse unos tragos de caña en quien estaba sometido  a enormes tensiones, en constante peligro y en pelea continua con  mortales enemigos externos e internos? Pavadas, voceo de otarios, como  sin duda los llamaría Carlos de la Púa de haberse enterado de las  durísimas descalificaciones y peores dicterios lanzados contra el “atroz  cacique” por la oligarquía correntina de la historiografía sectaria.
La ciudad de Corrientes y la pesada carga  del ejercicio diario del gobierno estaban asfixiando a Andresito,  habituado a la existencia al aire libre. El consumo de alcohol, que  durante la dura y austera vida de las campañas militares mantenía  controlado; se le había exacerbado hasta el punto de convertir en  frecuentes sus borracheras. 
Todo eso, más los chismes aldeanos, las intrigas, etc., le provocó no pocos roces con Melchora Caburú, (a quien María Mercedes Esquivel había visitado cuando ya era evidente su avanzada preñez, avisándola de que esperaba un hijo de él), los cuales acabarían en ruptura, ordenando Andresito que la Melchora fuese llevada a casa de sus padres en Santa Lucía.
Así  las cosas, no es de extrañar la malquerencia de la élite correntina  hacia él, expresada profusamente por Manuel  Florencio Mantilla a partir de las Memorias del abuelo de su esposa, Fermín Félix  Pampín; por Pedro Ferré y también por los británicos hermanos Robertson.  Pero como para muestra basta un botón, veamos lo que decía Pampín en sus  memorias, y a continuación, lo que opinaba Mantilla sobre el  ejército guaraní:
… se le harían familiares el asesinato, el robo con descaro, la tiranía y la despotiquez, la desdeñosa y soberbia altivez, la embriaguez consumada, la vida disoluta y escandalosa… Se puede decir sin exageración que sumisión más absoluta que la que se le tributó en Corrientes, jamás se dio a hombre alguno, ni jamás hombre alguno la mereció menos que el indecente indio Andresito Artigas.
Era un conjunto aterrador y repugnante, una indiada poco menos que desnuda, sucia, fea y de aspecto feroz; unos llevaban harapos, otros, raídos chiripaes tan sólo, y otros se cubrían con pedazos de cuero.
Queda así, pues, ilustrado cuál era el parecer de la oligarquía correntina con respecto a Andresito.
En  marzo de 1819, éste se despojó del gobierno efectivo de Corrientes,  reponiendo en ese cargo a Juan Bautista Méndez, y marchó a  ocuparse nuevamente de la campaña contra los portugueses. En Santo Tomé se le reunió Melchora Caburú, que le había perdonado los agravios que  él le había inferido, su poco caballeresca conducta para con ella y  hasta su “desliz” con María Mercedes Esquivel ¡Y qué no le perdonaría la  rubia amazona guaranítica al hombre amado, a ese hombre extraordinario  que guiaba a su pueblo hacia la redención y el desquite! Andresito dejó a  Melchora en la relativa seguridad de Santo Tomé, y cruzó el Uruguay a  enfrentar una vez más a los portugueses.
Pero su estrella  declinaba: sería derrotado en  Itacurubí el 6 de junio de 1819 y  tomado prisionero el 24 del mismo mes. Atado con cuero fresco, que se iba  endureciendo en el trayecto produciéndole indecibles tormentos, fue  llevado hasta Porto Alegre, desde donde el 30 de setiembre sería  conducido a Río de Janeiro y encarcelado en la lóbrega prisión de la  Lage, frente a la bahía de  Guanabara. 
En tan terrible sitio, Andresito se encontraría con los jefes artiguistas Antonio Lavalleja, Fernando Otorgués, Bernabé Rivera, Leonardo Olivera, y hasta el mismísimo hermano del general José Artigas: Manuel Francisco, tan prisioneros como él, quienes le refirieron el triste final de los Pueblos Libres: nada de estos existía ya, la Banda Oriental estaba ocupada por los portugueses y bajo control absoluto de los mismos, la mayoría de los tenientes artiguistas (Fructuoso Rivera, Estanislao López, Francisco Pancho Ramírez y hasta el guaraní Sití) había defeccionado, pasándose a los invasores lusitanos o transando con los directoriales de Buenos Aires, los demás jefes —es decir, ellos mismos— estaban presos de los portugueses, y el Protector se hallaba asilado en el Paraguay del doctor Francia.
En tan terrible sitio, Andresito se encontraría con los jefes artiguistas Antonio Lavalleja, Fernando Otorgués, Bernabé Rivera, Leonardo Olivera, y hasta el mismísimo hermano del general José Artigas: Manuel Francisco, tan prisioneros como él, quienes le refirieron el triste final de los Pueblos Libres: nada de estos existía ya, la Banda Oriental estaba ocupada por los portugueses y bajo control absoluto de los mismos, la mayoría de los tenientes artiguistas (Fructuoso Rivera, Estanislao López, Francisco Pancho Ramírez y hasta el guaraní Sití) había defeccionado, pasándose a los invasores lusitanos o transando con los directoriales de Buenos Aires, los demás jefes —es decir, ellos mismos— estaban presos de los portugueses, y el Protector se hallaba asilado en el Paraguay del doctor Francia.
Y de allí en más, el misterio... ¿Qué pasó con Andresito?
Dos  autores franceses, naturalistas ambos: el reverendo padre Jean-Pierre Gay, y Martín de Moussy, afirmarían a su tiempo que murió en prisión,  ya sea a consecuencia de la abusiva ingesta de alcohol o por haberlo  envenenado los portugueses. 
Promediando el siglo XIX, las hermanas Anne y Jane Postlethwaite, escribirían: “Cayó prisionero y llevado a Río de Janeiro. No permaneció mucho tiempo en prisión, pero Andresito murió tiempo después".
Promediando el siglo XIX, las hermanas Anne y Jane Postlethwaite, escribirían: “Cayó prisionero y llevado a Río de Janeiro. No permaneció mucho tiempo en prisión, pero Andresito murió tiempo después".
En  razón de todo esto, durante muchos años se creyó que había sido un desaparecido político, tesis esta que se afirmó y perduró  hasta nuestros días (y por extraño que parezca, todavía muchos creen  eso); pese a que ya en 1936, el investigador oriental Enrique Patiño publicó que Andresito, junto con los demás jefes artiguistas, había sido  liberado merced a las gestiones de don Francisco de  Borja y Magariños, un oriental-español radicado en Brasil, y del  ministro español ante la corte portuguesa, el conde de Casa Flórez, y  devuelto a Montevideo en fecha 3 de julio de 1821, todo en función del  hallazgo de la lista de pasajeros del barco Francis, en la cual estaba  incluido su nombre.
Asimismo, en 1955, otro historiador uruguayo, Flavio García, encontró una carta de dicho conde de Casa Flórez al ministro de guerra portugués datada el 23 de junio de 1821, por medio de la cual requería la liberación de Andresito, involucrado en una trifulca con marineros ingleses. Así, pudo saberse entonces que, liberado conjuntamente con el resto de los jefes artiguistas; no había podido embarcarse en el Francis a raíz de una pelea callejera de resultas de la cual fue encarcelado nuevamente.
Posteriormente, la prolija investigación y la recopilación efectuadas por los historiadores misioneros Jorge Francisco Machón y Oscar Daniel Cantero, permitieron determinar que Andresito había caído prisionero en compañía de su consejero espiritual fray Acevedo, que había sido puesto en libertad, que había solicitado con fecha 11 de mayo de 1821 su pasaporte en una nota en la cual consignaba que su destino sería el pueblo de Arroyo de la China, y lo más importante: el hallazgo de un documento oficial de capital importancia, del 6 de julio de 1821, en el cual se estipula claramente que al producirse la riña con los marineros ingleses, Andresito se hallaba en compañía de un paraguayo de nombre José Domingo Palacios, que los dos fueron recluidos nuevamente y que la investigación judicial demostró la inocencia de ambos por lo cual se ordenaba su liberación. El documento dice en su conclusión:
Asimismo, en 1955, otro historiador uruguayo, Flavio García, encontró una carta de dicho conde de Casa Flórez al ministro de guerra portugués datada el 23 de junio de 1821, por medio de la cual requería la liberación de Andresito, involucrado en una trifulca con marineros ingleses. Así, pudo saberse entonces que, liberado conjuntamente con el resto de los jefes artiguistas; no había podido embarcarse en el Francis a raíz de una pelea callejera de resultas de la cual fue encarcelado nuevamente.
Posteriormente, la prolija investigación y la recopilación efectuadas por los historiadores misioneros Jorge Francisco Machón y Oscar Daniel Cantero, permitieron determinar que Andresito había caído prisionero en compañía de su consejero espiritual fray Acevedo, que había sido puesto en libertad, que había solicitado con fecha 11 de mayo de 1821 su pasaporte en una nota en la cual consignaba que su destino sería el pueblo de Arroyo de la China, y lo más importante: el hallazgo de un documento oficial de capital importancia, del 6 de julio de 1821, en el cual se estipula claramente que al producirse la riña con los marineros ingleses, Andresito se hallaba en compañía de un paraguayo de nombre José Domingo Palacios, que los dos fueron recluidos nuevamente y que la investigación judicial demostró la inocencia de ambos por lo cual se ordenaba su liberación. El documento dice en su conclusión:
O  mesmo Augusto Señor ordena que sejão postos em plena libertade os  Hespanhoes Artigas e Palaços mandados reter na Ilha das Cobras, por iso  que pelo sumario de testemunhas a que procedeo o Auditor Geral das  tropas se conhece não estarem criminosos.
Como  se puede apreciar, se avanzó muchísimo en la tarea de esclarecer  la suerte corrida por Andresito luego de su liberación; pero falta aún  establecer las circunstancias de su fallecimiento, la fecha del mismo y  el sitio en que fueron inhumados sus restos; para proceder a su  repatriación. 
-Juan Carlos Serqueiros-
-Juan Carlos Serqueiros-
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REFERENCIAS DOCUMENTALES Y BIBLIOGRÁFICAS
AEX (Archivo Histórico del Ejército de Brasil). Corte, t. 17 y 18.
AGPC (Archivo General de la Provincia de Corrientes). Actas Capitulares vol. 49.
AHN (Archivo Histórico Nacional,  Madrid, España). Legajo nros. 3768 y 3769.
Cambas, Aníbal. Historia Política e Institucional de Misiones. SADEM, Buenos Aires, 1945.
CNAA (Comisión Nacional Archivo Artigas). Archivo Artigas t. 36. Tarma, Montevideo, 2006.
Deniri, Jorge E. La invención de Andresito. Moglia Ediciones, Corrientes, 2009.
Gay, João Pedro. História da República Jesuítica do Paraguay. Imprensa Nacional, Río de Janeiro, 1942.
Lavalle, Jorge. Andresito y la Melchora. La historia de un amor en guerra. Creativa, Posadas, 2008.
Machón, Jorge F. José Artigas Gobernador de Misiones. Edición del autor, Jardín América, 1998.
Machón, Jorge F. y Cantero, Oscar D. Andrés Guacurarí y Artigas. El líder guaraní-misionero del artiguismo. Tierradentro Ediciones, Montevideo, 2013.
Mantilla, Diego. Memorias de Fermín Félix Pampín. Moglia Ediciones, Corrientes, 2004.
Mantilla, Manuel Florencio. Crónica histórica de la provincia de Corrientes t.1. Espiasse y Cía., Buenos Aires, 1928.
Martin de Moussy, Jean Antoine. Memoria histórica sobre la decadencia y ruina de las Misiones Jesuíticas en el seno del Plata, Paraná, 1857.
Parish Robertson, John y William. Cartas de Sudamérica. Emecé, Buenos Aires, 2000. 
Revista do Instituto Histórico, Geográfico e Etnográfico do Brasil, t. 42, parte I: Documentos, Río de Janeiro, 1879.

