miércoles, 1 de febrero de 2012

UNA ORIGINAL INVITACIÓN A TROMPEARSE




















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

El 27 de julio de 1828, Juan Antonio Lavalleja le escribía a Fructuoso Rivera una carta que se conocería a través de la copia que su destinatario, con más que dudosísimas caballerosidad e hidalguía, hizo publicar en un periódico montevideano (el Semanario Mercantil, en su edición del 27 de setiembre de 1828) con la indisimulable intención de perjudicar ante el imaginario colectivo al remitente. Pero veamos ¿era ese el verdadero móvil que conducía a Rivera a incurrir en un acto semejante?
Leamos primero la carta, que si bien seguramente no introducirá mayores variantes en la opinión que cada uno de nosotros se haya formado acerca de estos dos personajes de nuestra historia; sí muy probablemente contribuirá a que comprendamos más acabadamente sus índoles:

Señor Don Fructuoso Rivera. Cerro Largo, julio 27 de 1828.

Mi estimado compadre: Ayer he escrito a usted por mano secreta, y ahora lo hago de mi puño para decirle las cuatro verdades del barquero. Esto es hablando como amigo, y como usted mejor que nadie me conoce, y lo que usted no conoce de mi, es porque no quiere, o porque no le trae cuenta. En esta confianza voy a hablarle con la franqueza que siempre me ha caracterizado. 
Usted no podrá negar que ha sido mi amigo y que yo lo he sido suyo, en el extremo que los dos hemos sido una misma persona. Los acontecimientos políticos en la época desde que los portugueses tomaron posesión de la provincia, usted ha visto de un modo distinto las cosas: si su política ha sido la de gambetearles a los portugueses, yo nunca he estado por ésta y sino díganlo los acontecimientos del año 22 y 23. 
Seguí con mi empeño adelante hasta el 25 que la emprendí. Usted es un testigo ocular de los acontecimientos ocurridos hasta mediados del 26. Los motivos que le dieron mérito a separarse o ausentarse de la provincia para la de Buenos Aires, los ignoro; yo he seguido constantemente trabajando por la libertad de la provincia, y tendré que hacerlo sea del modo que fuese. 
Usted recordará que a su propartida del Durazno para el Uruguay le supliqué no lo hiciera; y sordo a la justicia y amistad, tomó el partido que mejor le agradó o le convino: resultó que fue a Buenos Aires y de allí a Santa Fe: yo no quise saber más de usted y continué en la lucha de concluir con los portugueses, y le confieso compadre que me había propuesto de nunca jamás tomar la pluma para usted. Yo le hablo con esta franqueza, porque soy incapaz de marchar contra mis sentimientos ínterin ni estoy convencido de lo contrario, y como usted mejor que nadie me conoce, se lo pongo de manifiesto. Usted sabe que soy un diablo, pero usted es con uñas, patas y astas; y desgraciadamente de nuestras incomodidades resultan males de mucha gravedad a nuestra patria: nada sería que a usted o a mi nos llevase tipa y media de diablos, sino causáramos males a nuestras compatriotas, nuestros hijos, nuestras familias, y últimamente que seamos detestados por todos los hombres sensatos.
Le confieso como amigo que el mayor deseo que he tenido en este mundo ha sido el tener una entrevista con usted pero los dos solos en un cuarto a puerta cerrada, y que nos diéramos más trompadas que mentiras ha echado usted en esta vida, y después que saliéramos de amigos, y que mientras no estuviésemos convencidos de esta justicia, nos hicieran morir emparedados allí. 
Yo me alegro que haya j... bien en lo que ha rodado bien por esas provincias para que vea lo que es el mundo; y si algún día se ofrece otra, tenga más moderación y pulso en sus cosas. Yo lo he pasado primero que usted y se muy bien lo que es, C… 
Ya le he hablado a usted la verdad en un tono que usted dirá lo de siempre '"estas son las rabietas de mi compadre"; pero son verdades, que si fuera a hablar todo lo que debía no bastaría una resma de papel, si usted quiere volver a nuestra amistad antigua, yo le prometo bajo el nombre sagrado de amigo, que lo seré suyo, y en todas las circunstancias; y sino seremos bien hablantes. 
Acuérdese, C… los piojos que hemos muertos juntos por salvar nuestra patria. Recuerde la amistad; traiga a la memoria la noche de Arerunguá, -que Lavalleja era su amigo en los brazos de quien usted derramó lágrimas-. 
Tengamos más mundo, hemos padecido lo bastante y vamos a unir nuestros corazones, y que no se rían de nuestras miserias; y que otros disfruten de las glorias que hemos adquirido con nuestros esfuerzos en obsequio de la libertad de nuestra patria. 
Si usted conviene en esto, vamos a trabajar por conciliar todo, tanto entre amigos, como familias, y nosotros particularmente. En tanto le desea a usted toda felicidad su afectísimo compadre
Lavalleja
P.D. Mándeme una chinita linda, y le mandaré a su tuerta Juana la consabida.

Es copia del original a que me remite.
Rivera

Entrando en materia, Lavalleja y Rivera habían sido, además de amigos; oficiales de Artigas y compadres entre sí. Cuando en 1817 Lavalleja se casó con Ana Monterroso, lo hizo por poder, dada la férrea oposición que sus padres (los de Lavalleja, quiero significar) hacían de esa boda a la cual reputaban como inconveniente, y su apoderado en esa oportunidad fue precisamente Rivera, que por entonces era su oficial superior, su jefe inmediato en la milicia. Caracteres disímiles: frontal, exaltado, gritón, extrovertido, audaz hasta la temeridad y a menudo ingenuo el uno (Lavalleja); taimado, ladino, astuto, calculador, pícaro, arrogante, insolente y hasta ofensivo muchas veces el otro (Rivera) y celos profesionales (parece que frecuentemente Lavalleja actuó hacia Rivera movido por esas emociones), no habían conseguido mellar del todo el aprecio que ambos se tenían, que siempre terminaba por imponerse y les permitía la prolongación de una amistosa camaradería, la cual continuaba a despecho de la sorda rivalidad que se incubaba en sus pechos, de los distintos procederes que ambos evidenciaban y de las distintas opiniones que sustentaban. Quizá ayudaba también al sostén del sentimiento fraterno entre esos dos hombres tan distintos y a la vez tan similares en algunas carencias -la intelectual era una de ellas, aunque más iletrado aún era Rivera (cuasi analfabeto que leía y escribía a duras penas y con enormes dificultades) que Lavalleja-, la condición común que detentaban de profundos conocedores de la geografía oriental y de las gentes de la campaña, considerados ambos extraordinarios baqueanos, tal como de Rivera lo dice Sarmiento en su Facundo. Como sea que haya sido, se las arreglaron para mantener una cordial relación hasta que el diablo metió la cola, en la forma de la invasión luso-brasilera a la Provincia Oriental, y allí todo se iría adonde Rivera -o el escribiente del periódico- no quisieron estipular lisa y llanamente, esto es, al carajo.
Lavalleja se mantuvo leal a Artigas y hasta caería prisionero de los luso-brasileros que lo recluyeron en Ilha das Cobras, frente a Río de Janeiro (prisión en la cual falleció su hijita Rosaura); mientras que Rivera comenzó a patentizar una cada vez más frecuente desobediencia a las órdenes del Protector, llegando en 1820 (algunos sostienen que mucho antes, lo cual es más que posible; probable) a perpetrar la traición desembozada de pasarse a las filas del invasor portugués. 
No obstante ello, pareciera como que hubiese habido, quizá, algo así como una calculada intención en evidenciar una actitud colaboracionista hacia el enemigo por parte de Rivera; pero con miras a algo ulterior: sacudírselo de encima ("su política ha sido la de gambetearles a los portugueses", le escribe Lavalleja creyéndolo así). 
Y en obsequio a la verdad histórica, es menester decir también que, si bien Lavalleja se mantuvo firme junto a Artigas; mucho después de la caída de éste y ya estando el Jefe de los Orientales exiliado en el Paraguay del doctor Francia, le escribiría a Carlos de Alvear el 18 de junio de 1826 estas repudiables frases (que mucho mejor hubiera sido para su gloria póstuma abstenerse de volcar al papel) acerca de las tropas que comandaba: "no serán destinadas a renovar la funesta época del Caudillo Artigas... El que suscribe no puede menos que tomar en agravio personal un parangón que le degrada..."En fin, lo de siempre: las miserias que afloran en los hombres cuando se obra al calor de la pasión política desenfrenada y no se tiene una psique capaz del renunciamiento. 
Sin embargo, preciso es convenir en que la gaffe de Lavalleja en esa oportunidad, no es en modo alguno comparable a la flagrante traición de Rivera. Y es precisamente eso lo que le reprocha en el párrafo: "... y sino díganlo los acontecimientos del año 22 y 23. Seguí con mi empeño adelante hasta el 25 que la emprendí (Nota mía: Lavalleja se refiere aquí a la epopeya de Los Treinta y Tres Orientales). Usted es un testigo ocular de los acontecimientos ocurridos hasta mediados del 26 (Nota mía: Lavalleja tiene aquí la delicadeza para con Rivera de usar el eufemismo 'usted es testigo ocular', en lugar de recordarle derechamente que tuvo que amenazarlo con el fusilamiento por traición, para que el Pardejón, aterrado y suplicando que se le conserve la vida, se decidiera a tomar partido por quienes sostenían la causa patriota; lo cual la historiografía mentirosa trocaría después en un supuesto 'abrazo del Monzón' que jamás existió). Los motivos que le dieron mérito a separarse o ausentarse de la provincia para la de Buenos Aires, los ignoro; yo he seguido constantemente trabajando por la libertad de la provincia, y tendré que hacerlo sea del modo que fuese. Usted recordará que a su propartida del Durazno para el Uruguay le supliqué no lo hiciera; y sordo a la justicia y amistad, tomó el partido que mejor le agradó o le convino: resultó que fue a Buenos Aires y de allí a Santa Fe: yo no quise saber más de usted y continué en la lucha de concluir con los portugueses...". 
La carta de Lavalleja rezuma sinceridad y en ella reconoce las fallas de carácter que pueda tener: "usted sabe que soy un diablo", le escribe a Rivera, para a continuación espetarle un rotundo "pero usted es con uñas, patas y astas" (en lo cual por cierto, no le faltaba razón).
Seguidamente, lo invita a pelear a trompadas, encerrados ambos en un cuarto, para no salir sino hasta que hayan quedado completamente zanjadas las diferencias; lo cual viene a demostrar que, a pesar de todas las trastadas que se mandó Rivera; Lavalleja, si bien enojado; no llegaba a odiarlo, y por eso lo desafía a pelear a trompadas en lugar de retarlo a un duelo a muerte. Y por eso también, se empeña en arreglarse definitivamente con el antiguo amigo. Y de paso, nos permite entender hasta qué punto llegaba la ingenuidad de Lavalleja, porque suponer un cambio en un individuo como Rivera, sólo podía hacerlo un completo crédulo. Y debo decir asimismo que el candor de Lavalleja era tanto más sorprendente, cuanto que no ignoraba en modo alguno que el mote de "pardejón" le había sido endilgado a Rivera por Rosas, precisamente por ser como ciertas crías de mula que jamás se amansan y de las cuales siempre debe desconfiarse, so pena de recibir sus coces en el momento más impensado.
Y concluye Lavalleja, expresando en la más completa y despreocupada camaradería a quien le supone -errónea e ingenuamente- albergar iguales sentimientos que los que a él le animan, que si le manda alguna "chinita linda"; él le enviará asimismo a "su tuerta Juana la consabida", refiriéndose a alguna geisha criolla pródiga en dispensar sus favores sexuales, de los que el Pardejón ya había disfrutado antes, y de allí el uso del pronombre posesivo su que hace Lavalleja. 
Y en este punto quisiera detenerme unos instantes, para expresar mi desacuerdo con algunos historiadores que suponen que la publicación en la prensa que dispuso Rivera de esta carta, perseguía el propósito de opacar ante la gente la imagen de Lavalleja, exhibiendo su promiscuidad en materia de mujeres. Discrepo con ese criterio. Para mí, los móviles que guiaban al taimado Pardejón, eran muy otros. Creo que lo que buscaba era, sabedor de la infamante condición de traidor a que se había hecho acreedor a través de sus muchas fechorías; instalar en sus coetáneos la idea de que su adhesión al invasor luso-brasilero era sólo una máscara que ocultaba sus móviles de "abnegado patriota". Y Lavalleja, en su infinita ingenuidad, le dio (seguramente, sin quererlo) pie para ello.
Me gustaría terminar resaltando algo que está explícitamente indicado en la carta de Lavalleja: éste en modo alguno buscaba por entonces la independencia de la Banda Oriental, pretendiendo erigirla en un estado separado del resto de las provincias argentinas. Habrá notado usted, estimado lector, que escribe invariablemente "provincia" y "libertad de esta provincia", dejando en claro que no la concebía como un nacionalidad aparte de sus hermanas argentinas. Y que si después Lavalleja terminó por aceptar la independencia de su patria chica, ello se debió a que lo forzaron (a él y a otros orientales, o a la mayoría de ellos) las circunstancias.

-Juan Carlos Serqueiros-

2 comentarios:

  1. permiso Juan Carlos para publicarlo en mi blog...http://revisionistasdesanmartin.blogspot.com/

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  2. http://revisionistasdesanmartin.blogspot.com/2012/02/una-original-invitacion-cagarse.html

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