viernes, 20 de octubre de 2017

EL CACIQUE BLANCO. PRIMERA PARTE







































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Los gobiernos de Territorio son apenas de gestión ante los poderes públicos nacionales. (Juan S. Mac Lean)

El 16 de junio de 1931, Juan Samuel Mac Lean asumía la gobernación del Chaco, que por entonces era aún territorio nacional.
De ascendencia escocesa, nacido en Buenos Aires el 5 de julio de 1852, su infancia transcurrió en Entre Ríos. Siendo aún adolescente, sus padres lo enviaron a estudiar a Escocia, desde donde regresó al país en 1880 para, c. 1887, dirigirse al Chaco, donde se afincó.
Atrapado por el Desierto verde, quedó cautivo de esa tierra que era por entonces “rugir de tigres y hachas”, de “selvas tupidas y también de extensas pampas” (Luis Landriscina dixit).
Atinó a comprender -y comprender es amar- tanto aquel suelo como las gentes que lo habitaban. Y muy pronto le destacaron entre ellas su despierta inteligencia, su clara percepción, sus inquietudes progresistas y sus constancia y tenacidad en todo lo que acometía. Fundó empresas propias y fue, además; liquidador de una compañía colonizadora, asesor de consorcios ferroviarios y consejero de sociedades ganaderas y forestales. Los gobiernos nacionales fueron encargándole distintas misiones y responsabilidades, las cuales aceptó siempre de buen grado, aplicándose a ellas esforzada, honrada y eficazmente.
Así, al concebirse el proyecto de una ruta que vinculara al puerto de Barranqueras con Santa Cruz de la Sierra, y siendo designado en 1907 al frente de la Comisión Exploradora que definiría el trazado de la misma; Mac Lean hizo el recorrido entre ambos puntos a lomo de caballo y de mula, y en el curso del mismo tomó contacto con los pueblos indios del Gran Chaco. Eso marcaría en su vida un clivaje.
Recién a partir de la década de 1880 el Estado argentino pudo ejercer efectivamente su soberanía sobre todo el territorio nacional e imponer sus leyes, sus regulaciones sobre la actividad económica, impartir instrucción pública y transmitir al imaginario colectivo el relato histórico que se había adoptado para el país post Pavón. La consolidación de todo ese proceso no se produjo en el Chaco sino hasta bien entrada la segunda década del siglo XX.
La colonización subsiguiente a la expedición militar de conquista u ocupación definitiva, con la explotación forestal y la actividad agropecuaria, quebró tanto el modo de vida como los medios tradicionales de subsistencia de los indios chaqueños. Y provocó que éstos fuesen incorporados por la fuerza y/o el hambre al nuevo orden económico de la región como mano de obra barata (o a menudo, esclava).
Se cumplía a rajatabla -con las variantes que lo empírico obligaba a adoptar por sobre lo dogmático- con el postulado alberdiano (del primer Alberdi, el de Bases, quiero decir; que no del segundo, el de Peregrinación de Luz del Día, ya evolucionado de mero intelectual a inteligente) de “necesitamos cambiar nuestras gentes incapaces de la libertad, por otras gentes hábiles para ella”, instalando el modelo pretendido de ciudadano argentino: un individuo masculino, blanco y alfabetizado.
Significaba, en la realidad efectiva, el rechazo a la otredad, la exclusión del cuerpo social del país de las etnias que lo habitaban desde antes de la llegada de los europeos.
La constitución sancionada y promulgada en 1853 estipulaba en su artículo 67°: “conservar el trato pacífico con los indios”. Pero claro, no había -no ya sólo en dicha carta; sino en ningún otro cuadernito (Rosas dixit)- prescripción alguna que indicara la manera de compatibilizar esa tan cacareada voluntad de paz y concordia, con la actitud asumida -y evidenciada en lo tangible- de expulsarlos de su hábitat, negarles obstinadamente la condición de ciudadanos y volverlos heterónomos forzándolos a suplantar su cultura ancestral por los usos, costumbres e ideas de aquel individuo masculino, blanco y alfabetizado que se imponía como gálibo (el cual, para colmo, encerraba una contradicción en sí mismo; porque era variopinto en tanto provenía de las hordas pauperizadas y famélicas que las guerras y hambrunas expulsaban de Europa y Asia).
Entretanto, se debatía qué hacer con el problema indígena. Había dos posiciones: la adoptada por quienes propugnaban lisa y llanamente el exterminio de aquellos pueblos; mientras que el otro sector de opinión postulaba que debía integrárselos a la civilización.
Mac Lean tomó campo decididamente por la segunda. Consideraba que era imprescindible propender a la elevación del nivel de vida de los aborígenes, de modo de rescatarlos de la barbarie, y vio en la reducción de indios, la escuela pública, el servicio militar, las vacunas, los hábitos de higiene y las condiciones dignas de trabajo, las herramientas para lograr ese objetivo. 
Consignó inequívocamente: “La civilización no ha hecho nada por el pueblo indígena. Al contrario, lo explota y corrompe convirtiéndolo en elemento peligroso”, poniendo la cuestión sobre el tapete y anticipándose en ello tres años a la famosa controversia suscitada en 1910 entre los etnógrafos Juan Bautista Ambrosetti y Robert Lehmann-Nitsche.
Como cité precedentemente, en aquella prospección a Bolivia, Mac Lean se relacionó con los tobas y matacos (parafraseando a Landriscina, ese “ramillete de indios fuertes de melancólicas razas”) y aprendió sus usos, costumbres, tradiciones y lenguas. Fue para él una epifanía, quizá transportada inadvertidamente en su sangre caledonia de generación en generación, para revelársele cual chamán picto surgido desde el fondo de los siglos. Se vinculó con los indios hermanándose con ellos desde el desprejuicio y la empatía, y se propuso hacer cuanto pudiera en su favor. Y ellos le correspondieron llamándolo Cacique blanco.
Los indios fueron relocalizados en reducciones o misiones con el objeto de reformarlos, es decir, “adaptarlos a la civilización”. Con ese objeto se dispusieron concesiones de tierras fiscales y se destinaron recursos presupuestarios. Pero a pesar de los loables propósitos declamados harto frecuentemente a gran estrépito; la implementación del criterio adoptado se tradujo en un fracaso que no tardó mucho en patentizarse. Las partidas asignadas resultaron insuficientes y las tierras otorgadas a las reducciones distaban mucho de estar entre las mejores, por lo contrario; no eran aptas para desarrollar eficazmente la agricultura.
Por otra parte, en el Chaco de la etapa territoriana, el valor supremo era el dinero. Y fue esa su principal característica distintiva con respecto a las provincias y a la capital del país, porque en aquellas y esta última el linaje, la alcurnia, y en fin, la portación de un apellido de prosapia, eran lo que confería el derecho a la preeminencia social que reclamaban para sí -y de hecho, obtenían- aquellas familias que conformaban la clase dirigente; por más que en muchos casos no tuvieran un centavo. El éxito económico era lo que marcaba en el Chaco el grado de figuración social de quienes llegaban a alcanzarlo. 
Así, pues, en modo alguno era casual que se evidenciasen en la población el desdén por la participación política, el desapego y aún el descuido hacia y de los intereses comunitarios, y el desprecio por las actividades espirituales, intelectuales y culturales.
La ley 1532 llamada de Organización de Territorios Nacionales sancionada en 1884 estipulaba que el gobernador fuese designado por el Poder Ejecutivo con acuerdo del Senado, ejerciendo sus funciones por un período de tres años al cabo de los cuales podía ser renombrado. Las facultades y atribuciones que se le otorgaban estaban muy acotadas, debido a lo cual era percibido por los habitantes del territorio, esto es, sus gobernados, como poco más que un simple delegado del ministerio del Interior -y convengamos que en la práctica, efectivamente lo era-; alguien que ni remotamente tenía el poder de decisión imprescindible para resolver las problemáticas que los afectaban ni mucho menos para arbitrar los medios conducentes a la defensa de sus intereses.
Para peor, los gobiernos nacionales a partir de 1916 y hasta la provincialización dispuesta por el presidente Juan Domingo Perón, ayudaron poco y nada para modificar aquel statu quo, cuando no directamente contribuyeron a agravarlo.
Durante las presidencias de Sarmiento, Avellaneda y Roca -en sus dos períodos- (y exceptuando expresamente la calamitosa administración de Juárez Celman, durante la cual el Chaco perdió sus mejores colonias, que se entregaron a la provincia de Santa Fe), los gobernadores designados fueron militares en su totalidad y estuvieron consagrados a la exploración, conquista y ocupación efectiva del territorio; a la fundación, apoyo, protección y consolidación de las colonias, al desarrollo de las comunicaciones (caminos, ferrocarril, telégrafo y teléfono) y a la continua expansión de la “frontera interior”, esto es, la frontera… con los indios.
También durante el llamado orden conservador 1904 - 1916 se designaron gobernadores eficaces y que cumplieron, en general, aceptables administraciones. Y algunas de ellas, incluso muy encomiables. 
Entre éstas últimas, merece destacarse la de Martín Goitía, el primer gobernador civil del territorio, quien en 1905 informaba al presidente de la República acerca de la tala indiscriminada e irresponsable que se hacía ("explotación arrasadora de los bosques", la llamaba) en los latifundios ("tierras acaparadas entre pocos dueños", escribió), alertaba sobre el riesgo de extinción, sugería la adopción de "medidas simples como la prohibición absoluta del corte de árboles inferiores a determinado diámetro" y solicitaba recursos para poner más inspectores y arbitrar más medios de vigilancia para impedir los abusos.
Durante la presidencia de José Figueroa Alcorta se lanzó un ambicioso Plan de Fomento de los Territorios Nacionales. Y en 1912 el presidente Roque Sáenz Peña dispuso, a través de su ministro del Interior, Indalecio Gómez,  la creación de la Dirección General de Territorios Nacionales, al frente de la cual se nombró a Isidoro Ruiz Moreno.
Al año siguiente se celebró en Buenos Aires la Primera Conferencia de Gobernadores de Territorios Nacionales, lo cual significó nada menos que la apertura de un ámbito de deliberación y participación (aunque todavía, no de debate amplio). Cierto es que hubo también una clara diferenciación entre discurso y praxis a posteriori del cónclave, que el temario abordado en el mismo fue decidido unilateralmente por el ministro del Interior (que concurrió con diecisiete funcionarios suyos; mientras que los gobernadores eran solamente diez) y que se soslayó el tratamiento de temas fundamentales como, por ej., la cuestión aborigen, la conformación de legislaturas en los territorios que ya hubiesen alcanzado el número de habitantes prescripto por la ley (como era el caso del Chaco, precisamente) y la creación de un ministerio en el que se concentrase lo atinente a los territorios nacionales; pero con todo, aquella Conferencia fue un acontecimiento muy importante y representó un cambio de paradigma en la relación Estado nacional-gobiernos territorianos.
En 1916 se produciría el advenimiento del radicalismo al gobierno nacional. A partir de allí, todo cambiaría en el Chaco. Y no precisamente para mejor, como veremos, apreciado lector, en la próxima entrega.

Continuará

-Juan Carlos Serqueiros-

2 comentarios:

  1. Excelente. Disfruto mucho de estas entregas.
    A la espera de la próxima...

    Abrazo!

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  2. Un placer leerte'
    Gracias porque así conozco mas a mi tierra

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