sábado, 31 de enero de 2015

PEDRO SARMIENTO DE GAMBOA, ENTRE LA CIENCIA, LA TENACIDAD Y LA MALA SUERTE. SEGUNDA PARTE


























Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Ninguna cosa puse de mi cabeza más de traer ejemplos de propiedades de piedras y yerbas naturales, y por no ser conocidas vulgarmente de todos causan admiración, y aun vienen a ser tenidas de algunos por sospechosas, siendo naturales. (Pedro Sarmiento de Gamboa a la Inquisición, 1575)

Al concluir en 1572 la segunda parte (de las primera y tercera -suponiendo que efectivamente las haya escrito- nunca se supo nada ni a la fecha han podido hallarse) de su Historia, Sarmiento de Gamboa contaba 40 o 42 años y estaba, pues, en una edad meridiana, por así decirlo. Atrás habían quedado las travesuras cuasi adolescentes como aquel remedo de "auto de fe" que le significó su primer problema con la Inquisición, las aventuras galantes, las prácticas esotéricas y los arrebatos juveniles. Pero tenía su personalidad características que permanecían inalterables: escasa ponderación, tendencia a la fantasía, más temeridad que arrojo, compulsión a pleitear, arrogancia, predisposición a la indiscreción, insaciable curiosidad, férrea voluntad y cierto grado de paranoia.
Algunos de sus biógrafos han hecho hincapié en que tendría una supuesta propensión a agrandar en demasía sus propios méritos. Particularmente, creo que no hubo tal cosa y que esa percepción emana de no tomar en cuenta un factor que con mucho detalle ha analizado Ana María del Carmen Ribeiro Gutiérrez: el de la lealtad de los súbditos en el contexto de una monarquía absolutista. Y por más difícil que se torne hacerlo en este siglo XXI; se tiene imprescindiblemente que considerarlo, si es que se quieren comprender adecuada y cabalmente las acciones producidas por un personaje histórico de aquella época. En el mundo hispano-indiano del siglo XVI regía un sistema de soberanía concentrada en el monarca, y éste (que reinaba por derecho divino) y sus súbditos configuraban el corpus político, la res publica. Amar al rey era amar la patria, y las Indias no eran colonias; sino reynos, esto es, tan propiedad del monarca era el reyno del Pirú, por ejemplo; como lo era el de Castilla. Asimismo, el virrey era un álter ego del rey, alguien que reemplazaba a éste por razones de distancia, y por eso, no dependía "de España"; sino del propio monarca, y gobernaba tal "como si la misma Persona Real lo hiciera y cuidara si se hallara presente", estampando en sus disposiciones y ordenanzas el sello real. Acertadamente consigna José María Rosa: "El poder de una provisión sellada con las armas reales era tan grande, que un virrey podía empezar una guerra, como lo hizo Pedro de Cevallos contra Portugal". Consecuentemente, el amor al rey se demostraba con la lealtad que se evidenciase, la exaltación de la cual era, además del mérito que en sí mismo conllevaba su observancia estricta; la manera usual de ascender en el prestigio social y en la consideración del monarca. Por ello, cuando Sarmiento de Gamboa pone de manifiesto su valía, sus merecimientos y sus virtudes en sus relaciones y memoriales a Felipe II y Alvarez de Toledo, no debe verse en ello una intencionalidad manifiesta de exagerarlos (o, como decimos los argentinos, de hacer autobombo) ni una propensión al orgullo vano; sino un modo corriente (y legítimo) de reclamar para sí y legar a su posteridad el eventual fruto de sus esfuerzos. 
Tal parecía que empezaba a favorecerlo la buena estrella: era un encumbrado funcionario del virrey y gozaba de la confianza de éste, había logrado un resonante triunfo militar en la guerra entre los españoles y los incas que terminó con la captura y ejecución de Túpac Amaru I (el historiador inglés Clements Markham, le ha imputado el ser "cómplice del delito atroz de asesinato jurídico"), la fama le sonreía y su prestigio iba in crescendo. Y volvió a ser fácil presa de dos de sus obsesiones: la de demostrar a como diese lugar que, a pesar de la nula relevancia y fortuna que había tenido en vida su padre; él provenía de familia de ilustre linaje, y la de descubrir para España la Terra Australis Incognita a la que no había podido llegar por impedirlo (según él) Mendaña; para lo cual parece que estaba en tratativas con el piloto Juan Fernández (quien sería después el descubridor de las islas que llevan su nombre) y con algunos armadores y capitalistas de Chile.
Pero la sociedad de aquella Lima del siglo XVI, en la cual las intrigas, el favoritismo, el tráfico de influencias y las luchas intestinas por los espacios de poder y la obtención de privilegios y canonjías eran las reglas corrientes, no representaba por cierto el escenario más adecuado y propicio para la exhibición y aún la ostentación del éxito, la fama y sobre todo; la erudición. Las inteligencia e ilustración de Sarmiento de Gamboa en aquel ambiente de mediocridad, boato inútil y corrupción, era una provocación y a la vez una invitación a dañarlo. 
En el marco del proceso inquisitorial que culminaría con la quema en la hoguera de fray Francisco de la Cruz, alguien se acordó de sus problemas con la Inquisición en México y de aquella condena al destierro de 1565 no cumplida, y lo denunció, de resultas de lo cual en noviembre de 1573 el Tribunal del Santo Oficio volvió a perseguirlo, agregándole a los cargos que sobre él pesaban de antes; los de practicar la quiromancia y haber dicho en público que "no podía pretenderse que el Evangelio estuviera acabadamente divulgado en el Pirú si aún no lo estaba en España". Pese a que el virrey Alvarez de Toledo intentó sustraerlo a la Inquisición informando a ésta que tenía dél necesidad para la jornada contra los chiriguanes (guerra contra los indios chiriguanos); a mediados de 1574 fue a dar con sus huesos en las lóbregas mazmorras y fue condenado, a fines de 1575, a las mismas penas que se le habían impuesto diez años antes; agravadas con la humillación adicional de "salir a la vergüenza". Tal como lo había hecho allá por 1565, Sarmiento de Gamboa apeló, con buen éxito, la sentencia y también logró evitar que se lo desterrara del Perú. 
Fue decisiva la influencia del virrey, quien lo protegió. El terrible inquisidor Serván de Cerezuela (quien permanecería doce años en Lima, durante los cuales condenó a la hoguera a muchísimos herejes) mantenía con Alvarez de Toledo una añeja amistad (habían sido condiscípulos en España y el primero debía a la recomendación del segundo su nombramiento como inquisidor). Es conjeturable que entrambos hayan cambiado figuritas: el objetivo principal de Cerezuela (que era el único firmante de la sentencia contra Sarmiento de Gamboa) en el proceso, era fulminar (y lo consiguió, pues como consigné precedentemente, lo hizo quemar) al infortunado fraile Francisco de la Cruz; para lo cual había requerido originalmente a Sarmiento de Gamboa (lo de resucitar los cargos contra éste y la condena emergente de ellos, tiene que haberse debido más a celos, inquina y envidias del comisario y/o demás personajes influyentes; que a otros factores). La instalación formal y real del Tribunal del Santo Oficio en Lima fue una medida del virrey, que fue quien la propició (y se estableció por real cédula de Felipe II en 1569); como así también lo fue el deslinde de poderes entre el suyo y los de la Inquisición y la Audiencia. Así, gracias al alto concepto en que lo tenía Alvarez de Toledo, consiguió zafar Sarmiento de Gamboa. Y por añadidura, el virrey le fijó la cantidad de 1.000 pesos anuales por sus servicios.
Previsiblemente -quizá debido a una "sugerencia" de Alvarez de Toledo para evitarle males mayores; ya que la Inquisición quería que saliese desta tierra a cumplir destierro y reputaba como cosa peligrosa dejalle en ella-, mantuvo un perfil sorprendentemente bajo durante tres años, en el transcurso de los cuales es poco y nada lo que de él se sabe. Entretanto, había llegado a las Indias una real cédula de Felipe II, por medio de la cual mandaba se observase el eclipse de luna que habría de producirse en 1578. Y por descontado, el astrónomo que haría la observación era Sarmiento de Gamboa. Equipado con el instrumental necesario y en compañía de un piloto matemático y de un cura (lo de este último es fácilmente explicable por aquello de que el que se quemó con leche, ve la vaca y llora; no fuera el caso que a la Inquisición se le ocurriese que se trataba de hechicería) que oficiarían de testigos, observó el eclipse desde el cerro Quipaniurco, cercano a Lima, y desde la comparación con la observación que a su vez hizo Rodrigo Zamorano en Sevilla; determinó que había entre ambos puntos una diferencia de cinco horas menos cuatro minutos, lo cual representa 74 grados de longitud. "Y esto es lo que hay entre el meridiano de Sevilla y el de Lima", afirmó. Teniendo en cuenta la época en que Sarmiento de Gamboa realizó el cálculo y los elementos con que contaba, debemos convenir en que se aproximó notablemente a la exactitud; pues hoy por hoy sabemos que Lima está a 77° al oeste del meridiano de Greenwich y Sevilla a 5° 58', es decir, sólo 2° 58' menos que lo que él había estipulado.



Los españoles, en su búsqueda de la mitica ciudad de Trapalanda, se habían percatado de que los piratas ingleses podrían eventualmente pasar al Pacífico por el estrecho de Magallanes y robar y asolar en las aguas y costas de Chile y Perú. Ingenuamente, supusieron que bastaba con esparcir la noticia de que el paso se hallaba cerrado por "una mole de piedra o isleta arrastrada por las tempestades", para hacer desistir a quienes tuvieran esa intención. Vana ilusión y craso error el de descansar en ella.
En 1577 el traficante de esclavos y pirata inglés Francis Drake (Francisco Draquez para los españoles) partió del puerto de Plymouth al mando de una armada integrada por cinco barcos, y luego de atravesar, a mediados de 1578, el estrecho; entró en el Pacífico atacando y robando los buques cargados de oro y plata surtos en Valparaíso, Coquimbo y Arica.


Al filo de la medianoche del 13 de febrero de 1579, Drake arribó al puerto de El Callao, que estaba absolutamente desguarnecido, donde se hizo con la presa más codiciada: el galeón Nuestra Señora de la Concepción, con sus bodegas repletas de metales preciosos, y donde, después de saquearlos; hundió algunos barcos españoles de pequeño calado y cortó a otros las amarras dejándolos al garete, a fin de que no pudieran emplearse en su persecución; tras lo cual huyó a toda vela.




Catorce días después, el 27 de febrero, el virrey Alvarez de Toledo, dolido y furioso con los de Chile que no habían atinado a avisar al Perú de las correrías de Drake, envió dos naves con 120 hombres entre los cuales iba Sarmiento de Gamboa (contrariamente a lo que en general se afirma, éste no estaba al mando, el cual era ejercido por Luis de Toledo; sino que fue como sargento mayor), en seguimiento del pirata para que lo atrapasen; pero no pudieron lograrlo, pues Drake consiguió regresar a Plymouth con su cuantioso botín, tras haber circunnavegado el globo convirtiéndose en el segundo en hacerlo, más de medio siglo después de la epopeya de Juan Sebastián Elcano.
Vicente Fidel López, en su novela histórica (debo confesar que jamás pude entender eso de "novela histórica"; para este servidor, o es novela o es historia; ambas cosas a la vez, no) La novia del hereje o La Inquisición de Lima, escrita en 1846 en su exilio en Chile, incurre en el pecado original de nuestros historiadores liberales: la creencia ciega en la leyenda negra de la conquista española con sus curas corruptos y sus conquistadores sanguinarios; que no les permite saber lo que realmente sucedió ni mucho menos interpretarlo. Así, en esa novela romántica nos presenta a un caballeresco Drake, cuyo odio hacia España estaría justificado por el oscurantismo católico ibérico atacando a los buenos protestantes; que burla a un Sarmiento de Gamboa al cual se muestra poco menos que como un fanático estúpido, inepto y resentido. En fin, cosas del bueno de López, que en eso de escribir fantasía y no historia, era sin dudas un consumado experto.
La verdad es que aquellos hechos no están para nada claros, y no contribuye a conocerlos mejor la Relación de lo que el corsario Francisco Draques hizo y robó en la costa de Chile y Pirú, y las diligencias que el Virrey Don Francisco de Toledo hizo contra él, que acerca de ellos escribió Sarmiento de Gamboa en 1583, es decir, cuatro años después de producidos. 
En su relato, abunda en consideraciones acerca de las gentilezas de Drake (tu quoque Brute fili mi!) para con los españoles del navío abordado y saqueado, y en quejas del autor contra quien capitaneaba la expedición, porque éste no había seguido sus consejos (que era lo habitual en Sarmiento de Gamboa, por otra parte: quejarse de todo y de todos y criticar todo y a todos).
Lo real y concreto es que Drake en esa incursión pirata robó tesoros españoles por valor de 250.000 libras y pudo escapar sano y salvo. Lo cual, lógicamente, generó en Alvarez de Toledo la necesidad imperiosa de poner sobre el tapete la cuestión referida al estrecho de Magallanes. En consecuencia, resolvió el virrey enviar a la zona una armada integrada por dos barcos, el Nuestra Señora de Esperanza y el San Francisco, al mando de la cual iría ¡por fin! como capitán general Pedro Sarmiento de Gamboa, con el mandato de explorarla a fondo y determinar los sitios más aptos para erigir en ella fortificaciones. La misma zarpó de El Callao el 11 de octubre de 1579.
En la tercera y última parte de este artículo veremos, estimado lector, cómo llegó nuestro biografiado a la cima de su gloria... y también a la sima de su desgracia.

Continuará

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