lunes, 14 de noviembre de 2011

HISTORIAS DE CANCIONES: "ANGÉLICA"



Escribe: Juan Carlos Serqueiros

En 1960 el cancionero folclórico argentino experimentaría una gran transformación en lo referente a la temática tratada en la lírica de las letras y también en cuanto a la estructura melódica. Se iniciaba así la etapa del “folclore romántico”. Pero tal fenómeno se daría fundamentalmente a partir de una zamba de aquellas, emblemática, la cual se convertiría rápidamente en un gran suceso musical y de la que posteriormente derivaría una serie de ellas de similares características: “Angélica”, cuya letra dice:

 I
Angélica
cuando te nombro
me vuelven a la memoria
un valle, pálida luna en la noche de abril
y aquel pueblito de Córdoba.
II
Si un águila fue tu cariño
paloma mi pobre alma
temblando mi corazón en sus garras sangró
y no le tuviste lástima.
Estribillo
No olvidaré cuando en tu Córdoba te vi
y tu clavel bajo los árboles robé
mis brazos fueron tu nido, tu velo,
la luz de la luna entre los álamos.
III
Tus párpados si por instantes
te vuelven los ojos mansos
recuerdan
cuando en el cielo de pronto se ve
que nace y muere un relámpago.
IV
La sábana que sobre el suelo
se tiende cuando la escarcha
no es blanca
como la límpida flor de tu piel
ni fría como tus lágrimas.

El compositor de la misma y poseedor de todos los derechos de autor es Roberto Cambaré, pseudónimo artístico de Vicente Cambareri, un músico bonaerense (n. Balcarce) radicado temporariamente en las sierras cordobesas.
Sin embargo, a pesar de que es seguro que los derechos están legalmente registrados a su favor; hay discusiones acerca del origen de la composición, ya que si bien Cambaré en una nota periodística afirmó que la zamba se la había inspirado en Mar del Plata el recuerdo de un efímero romance que había vivido con una joven cordobesa; también hay quienes sostienen que él compró los derechos al músico cordobés Abraham Funes, quien habría compuesto la melodía para unos versos escritos por el poeta chileno Ricardo Martín Illanes que éste habría dedicado a su novia, la cual se estaría muriendo a consecuencia de una enfermedad terminal (todo muy trágico).
Particularmente, me inclino a creer que no hay nada de cierto en ello y que tanto la poesía como la música fueron obra de Roberto Cambaré por varias razones, entre las cuales hay tres que estimo significativas en grado sumo:
1) Cambaré, al momento de la creación de Angélica, no era todavía un compositor reconocido; era un músico que acompañaba en carácter de guitarrista rítmico a Horacio Guarany, y antes, se desempeñaba en el oficio de albañil; entonces, ¿de dónde iba a sacar un músico cuasi ignoto, sin fortuna personal –lejos de ello- el dinero para comprar los derechos de una canción, de la cual, además, le era imposible saber a priori el impacto que tendría?
2) La obra de Cambaré es muy prolífica y sus éxitos en modo alguno se circunscriben a Angélica, ya que es también el autor de, –por ejemplo, y entre muchos otros temas-: , Chiquilín, Luna cordobesa, Paisaje sureño, Del algarrobo al ombú, Guitarra amanecida y tantos más… Y también están su autobiografía, y un libro de poemas.
3) El reportaje que en los 60 le hizo un periodista de nombre Bernardo Noel, en el cual Cambaré detalló exhaustivamente el proceso creativo que lo llevó a componer Angélica, parte del cual reproduzco a continuación:

PERIODISTA: -¿Cómo nació “Angélica”? ¿Hay alguna motivación sentimental, privada, en el origen de esta zamba, o todo es imaginación? Existe, en realidad, ese pueblito de Cordoba que se menciona en la letra?
ROBERTO CAMBARÉ: -Todo es rigurosamente cierto, aunque magnificado por el recuerdo. Quien ama, exagera tanto los dones, como el desdén de la amada. Cuando convierte su recuerdo en poesía. Yo viví en Salsipuedes –es el pueblito de Córdoba de que habla la zamba-, hace por lo menos 12 años. Era y sigo siendo, soltero. Conocí allí a una niña morocha, de cabellos largos flotando sobre la espalda, no muy alta, delgada, un lindo tipo de criollita. Nos entendíamos con los ojos, más que hablarnos. Fue un idilio de un mes, pues ella –verdaderamente- volvía a Buenos Aires. No hubo enojo oficial, pero sí cierto distanciamiento entre los dos. Se llamaba como en la zamba: Angélica.
PERIODISTA: - ¿En qué instante nació su zamba “Angélica”?… ¿Dónde estaba usted cuando la compuso? ¿Cuál es su método de trabajo?
ROBERTO CAMBARÉ: - Estaba en Mar del Plata, exactamente en el paraje denominado “El Gaucho”, un poco en las afueras de la ciudad, cerca del monumento al gaucho, en la casita que construí con mis manos. La casa tenía y tiene unos hermosos rosales que –como albañil- retiré de una construcción en que había que levantar un muro, y solicité me dejaran llevar esas plantas. Mi madre vive allí, donde se distrae cultivando y cuidando el jardín. Antes, era mi casa de soltero. Siempre venía mi madre a visitarme. Durante una mañana –era en el otoño de 1958- ella llegó y se puso a cebarme mate. Le hice escuchar “Angélica” que acababa de componer casi de un tirón, cosa que casi nunca me sucede, pues siempre trabajo mucho mis composiciones. Las memorizo y las trabajo hasta llevarlas a la guitarra. Las silbo, en fin… Cuando una melodía o frase me han impresionado bien, no la olvido más. Si la olvido, en cambio, pienso que es porque no tenía mucho valor… En cuanto a cómo nació “Angélica” voy a puntualizarle algo más: A pesar de ser una cosa tan chica como puede serlo una canción popular – que no requiere un plan previo, como lo exigiría un tratado de psicología, por ejemplo-, trabajé con un verdadero plan… Me preocupé por escribir una zamba con versos terminados en palabras esdrújulas. Ello obligaría a componer una melodía diferente, sincopada. Las primeras palabras que se me ocurrieron fueron “Angélica” y “Córdoba”, ambas esdrújulas. Escribí una pequeña lista de palabras esdrújulas, eligiendo alguna que pudiera servirme para la letra. Luego fui dando forma a todo ello, dentro de lo popular. Habitualmente, trabajo simultáneamente en letra y música. Silbo un trozo, le aplico una letra, sacrifico letra o música, según sea necesario, para quedarme con lo más bello. Pero “Angélica” nació con las particularidades que le cuento… En aquel otoño, a eso de las 10 de la mañana, en 1958…
 
En función de lo hasta aquí enunciado, estoy persuadido de que la autoría del tema le pertenece a Roberto Cambaré, que no se la compró a nadie, que es obra exclusivamente suya y que la duda instalada lo es partir de un mito y nada más.
Aquí tienen un ENLACE a la interpretación de esta canción por parte de Los Chalchaleros (que dicho sea de paso, contiene errores de dicción, ya que en lugar de “tu velo”; cantan –equivocadamente, como mucho después lo reconocería el propio Juan Carlos Saravia- “tu pelo”; y además, cambiaron "límpida" por "tímida").

PIERRE, EL VITRICIDA




















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Pierre, el vitricida

(Beilinson-Solari)


  Cómo se ríe el gordo Pierre!
Y rompió el vidrio el gordo Pierre,
cómo rajó el gordo Pierre,
y cómo tose el gordo Pierre...
Y cómo ríe el gordo Pierre,
y cómo tose el gordo Pierre.
Es vitricida el gordo Pierre,
rompió el vidrio el gordo Pierre...




La letra es una anécdota en torno a algo sucedido al "Gordo Pierre" (Simón Bayona, un manager y productor de bandas de rock). Según el Piojo Abalos, ex baterista de la banda, la cosa fue así: La banda tenía que tocar en "La Esquina del Sol", un local ubicado en Palermo, en la esquina de las calles Guatemala y Gurruchaga; y estaba todo inundado por la lluvia. En eso, el Gordo Pierre lo ve a "El Soldado" (Rodolfo Luis González), por ese entonces plomo de Los Redondos, que estaba meta sacar cables y zapatillas de conexión eléctrica en el medio del agua, en condiciones de extremo peligro (el Indio dice que seguramente esa noche estaba presente el espíritu de Patricio Rey y que lo salvó al Soldado de morir electrocutado).
Ante eso que estaba viendo, el Gordo Pierre se subió al escenario, agarró un micrófono, armó un discurso improvisado y empezó a decirle al público que en esas condiciones la banda no iba a poder actuar, que él por seguridad no lo iba a permitir y que apelaba a la responsabilidad del público y del dueño del local, bla bla bla... La cuestión es que desde el público lo empezaron a abuchear y a putear hasta en chino mandarín, el dueño del local le daba manija a la gente; y el Gordo Pierre se calentó y los mandó a todos a la mierda (por eso lo de "se rajó el Gordo Pierre"), se bajó del escenario, y destilando bronca se fue dando tal portazo, que se rompió el vidrio de la puerta (por eso lo de "rompió el vidrio el Gordo Pierre" y lo de "vitricida").
A todo esto, el Gordo Pierre aún hoy asegura que las cosas fueron así; pero con la salvedad de que él no rompió ningún vidrio.
Hay una nota en la que el Indio cuenta la anécdota, que le hicieron los periodistas Pablo Plotkin y Claudio Kleiman para la Revista "Rolling Stone:
Periodista: ¿Siempre fue así, o todo empeoró en los años 90?
Indio: Las condiciones de seguridad siempre fueron muy precarias. En los 80 tocábamos todos en lugares como el Stud [Free Pub], en Látex... Hemos tocado en lugares frente a los cuales Cromañón es el sitio más seguro del planeta. Había uno que se llamaba La Cotorra, donde nosotros estábamos en el fondo, la gente se desmayaba del calor y no había forma de rajar a ningún lado. La única era pisar a toda la gente y ver hasta dónde llegabas. Una vez en La Esquina del Sol, por ejemplo, un vecino que tenía los huevos llenos había tirado la noche anterior un ladrillo y rompió el techo. Llovió y el lugar se inundó. Fue el día en que nos inspiramos para hacer "Pierre, el vitricida". Me acuerdo de estar cantando y la gente estaba con el agua hasta acá; de pronto veo que El Soldado [plomo histórico de la banda] avanza a gatas desde el escenario y saca de abajo del agua, como si fuera un alga, una zapatilla de electricidad con todos los cables revueltos. Ahí pensamos que Patricio Rey existía de verdad, porque por lo menos tendría que haber habido un corto, algo tendría que haber pasado...

Enlace a la canción en You Tube: http://www.youtube.com/watch?v=Jjdu4bvxrJs









¡NERÓN, NERÓN, QUÉ GRANDE SOS!


























Escribe: Juan Carlos Serqueiros

La semblanza que de Nerón ha llegado hasta nuestros días, es la de un tirano psicópata, degenerado, asesino, adúltero, piromaníaco, sanguinario, incestuoso, matricida y dipsómano (una pinturita el hombre, ¿no?), que se entretenía tocando la lira mientras se solazaba al resplandor de las llamas que devoraban Roma en un incendio provocado por él mismo en un frenesí demencial.
Sin embargo, el verdadero Nerón tenía poco que ver con el icono odioso que se nos ha pintado; ya que en realidad fue un gobernante que fomentó las ciencias y las artes, y gozaba de gran popularidad y adhesión, fundamentalmente, entre la plebe romana, a la cual invariablemente tendió a beneficiar.
¿Por qué, entonces, la visión absolutamente negativa que se nos han transmitido de su figura histórica durante dos milenios? ¡Ah!, muy sencillo: porque a) así como el relato de nuestra historia argentina tuvo -y tiene, por desgracia- sus grandes mitómanos; la historia de la antigua Roma también tuvo los suyos, que con su visión sesgada han hecho una interpretación tendenciosa de los hechos, llegando incluso a fraguarlos y deformarlos de modo que sirviesen a sus antojadizas perspectivas; y b) la tradición judeocristiana, para la cual Nerón fue un monstruo abominable.
Por supuesto, no voy a intentar aquí hacer una biografía de Nerón ni dedicarle ditirambos; simplemente voy a tratar -en apretada síntesis- de consignar algunos hechos, y a partir de ellos, que cada quien saque, si le viene en gana, las conclusiones que se le ocurran:
Nero Claudius Drusus Augustus Germanicus, llamado Nerón (nacido Lucio Domicio Ahenobarbo), perteneciente a la dinastía de los Julios por nacimiento y a la de los Claudios por adopción, vino al mundo en las cercanías de Roma en el año 37. Era hijo de Agripina, hermana de sangre de Calígula (otro con mala prensa, pero bien merecida que la tiene) y de Cneo Domicio Ahenobarbo (un político romano que parece haber sido, además de cornudo; intrigante y traidor).
Quedó huérfano de padre a los 3 años, y su madre, Agripina (luego de asesinar a su segundo marido envenenándolo), se casó con el emperador Claudio (que a la sazón era tío suyo), a quien obligó a adoptar a Nerón como hijo propio, a nombrarlo su heredero y a casarlo con su hija Claudia Octavia (parece que la tal Agripina no daba puntada sin hilo, che).




En el año 54, Agripina le picó el boleto a Claudio envenenándolo, de resultas de lo cual Nerón se convirtió en el nuevo emperador de Roma a los 17 años; pero el gobierno efectivo lo ejercerían (o pretenderían hacerlo) su madre (con la cual Nerón mantenía relaciones incestuosas) y su tutor y maestro Lucio Anneo Séneca.



Como vemos, además de otorgarle a su hijito amado (amado en todos los sentidos posibles, quiero decir) sus favores sexuales; Agripina fue la artífice de que Nerón se erigiera en emperador (abnegadísima la señora, mire vea).



 

A todo esto, parece que el amigo Nerón estaba como medio hastiado de la rutina esa de andar saltando de la cama de su esposa Claudia Octavia a la de su mamá Agripina, de modo que decidió cambiar la tranquila e higiénica vida marital con la frígida de Octavia y las ya seguramente fláccidas tetas y el celulítico culo de su madre; por un combo más divertido y atrayente: se procuró de amantes a una esclava liberta, Ates (o indistintamente, Actea, como prefieran); a la esposa de un amigo suyo, Popea Sabina, y ya que estaba, y como pa’ ponerle un cachito de chimichurri al asado; a un “varoncito” compinche suyo llamado Esporo, a quien hizo castrar y con el cual se casó, según nos cuenta Suetonio.



 


Se podrán decir muchas cosas de Nerón, pero lo que seguramente nadie pudo ni podrá; es tildarlo de aburrido, ¿no? La de festicholas que debe haber armado el quía (y eso que no cuento las esclavas y esclavos a los que hacía participar). En fin…





Mientras tanto, doña Agripina andaba hecha una yarará, producto de la insatisfacción sexual que le acarreaba el abandono que del maternal lecho había efectivizado su amado bebé Neroncito, y buscó consuelo en el bueno de Séneca -quien a duras penas venía zafando de las corruptelas varias de que se lo acusaba (parece que con fundamentos de sobra) en el Senado- y en su hijastro Británico (hijo del emperador Claudio, aquél a quien ella había envenenado).


No obstante haber provisto su cama con carne nueva (y no tan nueva ¿no, Séneca?), Agripina seguía tratando de influir en el gobierno de Nerón, quien a esas alturas ya estaba un cachitín podrido de su tierna viejecita (que tenía 40 años, pero que valían por 80), por lo cual decidió cortar por lo sano y mandarla a que se reuniera con los dioses, recurriendo al expeditivo trámite de asesinarla (lo cual viene a demostrar por qué Nerón es odiado por los tangueros, que como sabemos, viven ensalzando el recuerdo de sus dulces madres); no sin antes haber despachado al otro mundo también a su hermanastro Británico, como pa’ que aprenda a no meterse con su vieja, vio...



Y para completar la función, en el año 62 mandaría asesinar a su primera esposa, Claudia Octavia, como pa’ que no lo jodiera más (los divorcios, en esos tiempos, eran tan caros y enquilombizados).



Independientemente de todo este complejo (y entretenido, che, no me digan que no la están pasando bomba) juego de intereses en pugna, sexo, intrigas, poder, incestos, traiciones y asesinatos (otra que Dallas), el reinado de Nerón marchaba más que viento en popa para la gente humilde, y terriblemente mal para la copetuda aristocracia romana, en función de una política fiscal netamente favorable a la plebe y a la cual el patriciado consideraba “confiscatoria”. Además, Nerón era afecto a las artes (era buen actor y mejor músico) y a los juegos públicos (pa' mí, que a Neroncinho le gustaba el fulbo bien jugado y clavado que era hincha de Huracán), todo lo cual, sumado a su generosidad (hasta dispendiosa si se quiere), lo hacía un gobernante muy popular, amado por la plebe y los esclavos, pero odiado y vilipendiado por la nobleza y las clases altas. 
Pero (puta madre, siempre hay un pero cuando un pobre se divierte), en el año 64 d.C. se declaró un terrible incendio en Roma, que destruyó vastísimos sectores de la ciudad (baste decir que de los catorce barrios que la componían, cuatro de ellos desaparecieron bajo las llamas, otros siete quedaron devastados, y tan sólo tres resultaron indemnes); entonces el Senado, la aristocracia y parte del ejército, fogonearon (y nunca mejor aplicado el término) la idea de que el incendio había sido provocado intencionalmente por Nerón. 
En vano fue que éste (que no estaba en Roma la noche en que se declaró el incendio) destinara gran parte de su fortuna personal a aliviar a los damnificados y a reconstruir la ciudad, ordenara que se le diera albergue en el mismísimo palacio imperial a todos los que habían quedado sin techo, anunciara un ambicioso plan de obras públicas a financiarse con gravámenes impositivos con los que se cargaría a las “provincias” del Imperio (esto es, los territorios conquistados, o sea, una nada: casi todo el mundo conocido por entonces), y mandara ejecutar como culpables del incendio no se sabe a quiénes (la historiografía, basándose en Anales, de Tácito, lo ha acusado durante siglos de haber sindicado como incendiarios a los militantes de una secta por entonces minoritaria, aborrecida por el pueblo romano: los cristianos; a los cuales supuestamente, entre otras lindezas, habría hecho clavar en cruces y cubrir de brea durante el día, para encenderlos por la noche cual teas humanas; pero cada vez con más insistencia se está afirmando que todo eso es una gran falacia).






Todo el esfuerzo y el empeño de Nerón fue inútil. Se ignoró, adrede, el hecho de que el material principal utilizado para la construcción en Roma, fuese la madera (con lo cual la ciudad era virtualmente una caja de fósforos), que el alcoholismo fuera la costumbre generalizada y que en razón de ello, cualquier antorcha dejada descuidadamente por algún borrachín (99,99% de los romanos), diera inicio a un desastre; todas esas consideraciones fueron echadas a un lado, y la formidable cohesión de los opositores a Nerón, llevaría a que el Senado lo declarase en el año 68 “enemigo público de Roma” y lo despojase de su investidura de emperador.
Nerón huyó a una de sus propiedades, pero sabiéndose acorralado; se suicidó, ya sea por mano propia, según algunos, o por haber ordenado a un esclavo que lo apuñalase, según otros. 
Tenía 30 años, y a su caída, Roma se vería sumida en un período de anarquía que duró un cuatrienio. El pobrerío romano lo lloró; la nobleza, en cambio, festejó su muerte.

-Juan Carlos Serqueiros-